
González García, “Miradas migratorias…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 14 / Julio 2023 / pp. 213-226 217 ISSN 2422-5932
las transformaciones materiales e inestabilidades de sentido provocadas
por la modernización en Estados Unidos, dice Ramos, Martí busca la
“sutura estética” –saber “moderno”, en tanto su condición de posibilidad
es la modernidad, de una literatura que “autoriza” su intervención
pública, incluso política, subrayando el valor del estilo, es decir,
“sobreescribiendo” y “estetizando” las fealdades de la máquina del
progreso. En última instancia, especialmente considerando los
devenires catastróficos que Martí divisa en la modernidad
estadounidense, así como su deseo de “corregir” la política con su saber
estético –de con él construir el “buen gobierno” en Nuestra América,
particularmente en Cuba–, Ramos sugiere que la literatura
latinoamericana se explica a sí misma, hacia el final del siglo XIX,
“como un campo de estudio o de reflexión necesario para la formación
estético-espiritual del ciudadano moderno” (402).
Por su parte, una de las variables ineludibles en el análisis que
Ramos hace del modernismo latinoamericano tiene que ver con su
particular experiencia cosmopolita. Uno de los antecedentes de la crónica
finisecular, recalca Ramos, es la literatura de viajes, la visita a Europa o
Estados Unidos que “autoriza” la palabra de los grupos dirigentes de las
primeras décadas republicanas en América Latina. Hacia finales del siglo,
el viaje “autoriza” la palabra por razones diferentes; es el momento en
que emerge una particular forma de cosmopolitismo: “la heterogeneidad
de la crónica, la mezcla y choque de discursos en el tejido de su forma,
proyecta uno de los rasgos distintivos de la institución literaria
latinoamericana” (43). El viaje de Martí a Estados Unidos es condición
de posibilidad de un emergente antiimperialismo, pues percibe las
fracturas de un progreso problemático, germen de transformaciones
geopolíticas que tendrían impacto continental y global; y también de su
fuerte “reterritorialización” latinoamericanista pues el espacio del otro,
del ellos, dice Ramos, insta al cubano a delimitar el nosotros en oposición
al territorio habitado, identificándose paradójicamente con la tierra que,
como exiliado, no puede pisar. Esta dimensión crítica de la modernidad
es lo que distancia la crónica martiana de la literatura de viajes de décadas
anteriores –lo cual, en todo caso, no la exime de tensiones porque tal
dimensión, a la vez, posibilita la autoridad del discurso estético (146).
Así, mediante su autorización en tanto discurso crítico, valórico, la
literatura promueve su propio agenciamiento “político”, elaborando
nuevas (y problemáticas) políticas del “nombrar”:
Martí solía decir que no habría literatura hasta que no existiese América
Latina. Si la identidad no es desde siempre un dato externo al discurso que