Podlubne, “Un diario biográfico…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 16 / Julio 2024 / pp. 197-224 218 ISSN 2422-5932
pliqué a Madre que Drang (alemán) –como en Sturm und Drang– y throng (in-
glés) tenían la misma etimología, se enojó y me preguntó qué utilidad había
en descubrir la etimología de la palabra: que esta palabra, dispersa por esta
lengua, es aquélla, dispersa por aquella otra… Bueno, le respondí, tal vez
ver que hay cierta unidad en el cosmos… Te aseguro que pasamos un mo-
mento desagradable”. Bioy: “Los hobbies tienen algo de locura y la locura
tiene cara desagradable. La gente se enoja, no por la etimología ni por el
anglosajón, sino porque todo ha de volvérsete declive hacia la etimología y
el anglosajón”. Borges: “Es claro, si yo pudiera trabajar solo las locuras me
durarían menos. Pero dependo de otros. Tengo que enloquecer a otros”.
Bioy: “A mí por momentos ha de sucederme con la fotografía. Lo que enoja
a la gente es nuestra infatuation. La verdad es que se requiere mucha filosofía
para alternar con alguien poseído por una de estas locuras. Por cierto, que
de estas manías o locuras tempranas, bastante imprevisibles, resulta la per-
sona. Quiero decir que en los años de juventud y de formación estas fortui-
tas manías determinaron el rumbo y hasta la esencia de cada uno. Segura-
mente no habrá que contradecirlas, habrá que correr para el mismo lado,
como los padrinos de una doma”. Borges: “Qué triste cuando el hombre
llega a ese momento de la vida en que se convierte en un autómata, en un
muñeco. Para los behavioristas nunca somos más que eso, pero el meca-
nismo no se nota porque es muy complejo”. (Bioy Casares, 2006: 905-906)
No hay dudas de que la decisión de registrar la escena cumple con las
lecciones de Boswell sobre la importancia de que el retrato manifieste los
contrastes del personaje para no sucumbir al encomio: lejos de resentir la
excepcionalidad de Borges, la descripción de sus manías y limitaciones la
resaltan, humanizándolo. Como la de cualquiera, la vejez del genio, una
vejez prematura, si se atiende a que tiene 64 años en ese momento, es
recursiva y exasperante. “Borges, ay, latero y repetidor”, se queja Bioy
(2006: 1266). Cuesta poco imaginar a Borges perturbando las conversacio-
nes domésticas “poseído” por sus propias extravagancias. El acierto prin-
cipal de Bioy, su máxima ironía, reside en la decisión de hacer de la idiotez
del amigo, no de su mentada inteligencia o ingenio, el rasgo más humano.
La idiocia define, para José Luis Pardo, el tipo de inhumanidad propiamente
humana, ese abismo de irracionalidad infraindividual, ese fondo oscuro de
abyección, sobre el que, merced a un esfuerzo sobrehumano, la humanidad
se constituye como tal (1996: 186). A su manera, Bioy lo entrevé, con sen-
sibilidad de moralista, al afirmar que “de estas manías o locuras tempranas,
bastante imprevisibles, resulta la persona”. La escena se compone de tal
modo que sus intervenciones no solo parecen inducir la conclusión final
de Borges sino que también preparan el despliegue de esa figura monote-
mática, presa de una verbosidad incontinente, en la que el diario lo va
convirtiendo. Un mes después de esta entrada, la noche del 16 de julio,