Piña, “Darío y la cuestión animal” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 16 / Julio 2024 / pp. 6-21 6 ISSN 2422-5932
RUBÉN DARÍO
Y LA CUESTIÓN ANIMAL
RUBÉN DARÍO
AND THE ANIMAL ISSUE
Juliana Piña
University of Notre Dame
Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Candidata doctoral en
el programa de Español por la Universidad de Notre Dame en Estados Unidos. Sus
áreas de investigación incluyen la literatura y las artes de performance contemponeas en
América Latina. Su trabajo fue publicado en revistas académicas argentinas, estadouni-
denses y españolas.
Contacto: jpina@nd.edu
ORCID: 0009-0006-5827-9245
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.12795598
DOSSIER
Rubén Darío:
el archivo, lo efímero y la vida
Piña, “Darío y la cuestión animal” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 16 / Julio 2024 / pp. 6-21 7 ISSN 2422-5932
Fecha de envío: 25/04/24 Fecha de aceptación: 27/06/24
Rubén Darío
Crónica modernista
París
Animales domésticos
Duelo
La crónica modernista contiene las tensiones de una modernidad precipitada, dispareja e irreversible
en América Latina y en Europa. Rubén Darío fue un cronista que halló en éstas y otras tensiones
su salvoconducto a la modernidad literaria. En este artículo exploro las inadvertidas negociaciones
que Darío entabla con una transformación profunda que trae la modernidad y que tanto él como sus
contemporáneos apenas avizoraron. En el cambio de siglo, el animal doméstico pasa a ocupar una
nueva posición en relación con el humano que se traduce, para Darío, en una aprensiva cercanía. En
la capital francesa, una serie de cambios en las políticas de salubridad empujan la creación, en las
afueras de la ciudad, del primer cementerio de animales domésticos de Europa. Darío, siempre a la
saga de las innovaciones, visita esta heterotopía y narra sus impresiones, reparos, antipatías y conce-
siones en una crónica que se llamó “Duelos cínicos”, publicada originalmente en La Nación en
1902. En este artículo exploro las transacciones que Darío ensaya con esta nueva proximidad
animal.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
Rubén Darío
Modernist chronicle
Paris
Domestic animals
Mourning
relation to the human that translated, for Darío, into an apprehensive nearness. In the French cap-
Darío attempts with this new animal proximity.
ABSTRACT
KEYWORDS
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Introducción
Hay un cuento de Tolstoi en que se habla de un perro muerto encontrado
en una calle. Los transeúntes se detienen y cada cual hace su observación
ante los restos del pobre animal. Uno dice que era un perro sarnoso y que
está muy bien que haya reventado; otro supone que haya tenido rabia y que
ha sido útil y justo matarlo a palos; otro dice que esa inmundicia es horrible;
otro, que apesta; otro, que esa cosa odiosa e infecta debe llevarse pronto al
muladar. Ante ese pellejo hinchado y hediondo, se alza de pronto una voz
que exclama: “Sus dientes son más blancos que las más finas perlas”. En-
tonces se pensó: Éste no debe ser otro que Jesús de Nazareth, porque solo
él podría encontrar en esa fétida carroña algo que alabar. En efecto, era esa
la voz de la suprema Piedad.
(Dao, 1901: 120)
Así comienza la crónica “Purificaciones de la piedad” escrita por Rubén Da-
río en París, a pocos días de la muerte de Oscar Wilde en diciembre de 1900.
La referencia al perro muerto abandonado en la vía pública fue leída por Syl-
via Molloy como una atribución del rol de víctima al poeta inglés, cuya muerte
es falseada s que descrita por Darío como solitaria y miserable. Pero esa
imagen visual fue leída también como una expresión de repugnancia frente a
una visibilidad desvergonzada que pedía un correctivo seguro (2012: 22-4).
La piedad que es capaz de sentir Jesús, pero no así los mortales, emerge en
esa crónica para señalar el límite: la homosexualidad de Wilde, maloliente e
insalubre, ingresa al campo de visibilidad, pero solo como frontera de lo hu-
mano, solo como una franja más allá de la cual se desdibujan los contornos
humanamente aceptables de cualquier forma de vida.
Desde el citado ensayo de Molloy, el perro muerto con dientes perlados
tuvo el rostro de Oscar Wilde. Sin contradecir su lectura, este ejercicio crítico
desvía el foco hacia la elección de una particular imagen visual, repulsiva y
prestada, para trazar un límite a partir del cual nace una zona de peligrosos
borramientos de los ordenamientos sociales y biopolíticos empujados por las
precipitadas transformaciones finiseculares. Mi objetivo en este escrito es
concentrarme en el primer término de la analogía señalada por Molloy y pro-
poner una reflexión que tome en cuenta la visión, en un espacio de circula-
ción pública, del cadáver de un perro (o bien enfermo o bien transmisor de
enfermedades) como borde abyecto de lo humano. Sospecho que la carga
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aversiva con la que cuenta esta imagen en la escritura de Darío está relacio-
nada con la domesticidad del perro, con su posición de proximidad respecto
del humano, y es sobre esta idea que quiero considerar la reaparición de esa
misma imagen, siempre mediada por Tolstoi, en otra crónica de Darío apenas
posterior.
1
Parcelas animales
En su segunda visita al viejo continente con la excusa de la cobertura perio-
dística de la Exposición Universal montada en París en el año 1900, en calidad
de corresponsal para La Nación, el escritor nicaragüense aprovecha la opor-
tunidad para posar su atención en sitios menos concurridos de la ciudad,
como el Cementerio de los perros y otros animales domésticos [Cimetière
des Chiens et Autres Animaux Domestiques]. Emplazado en La Isla de los
Perros, en Asnières-sur-Seine, en las afueras de París, este sitio había sido
construido en 1899 gracias a los esfuerzos de unos benefactores adinerados
Georges Harmois y Marguerite Durand que compraron el predio y dise-
ñaron un lugar de descanso animal con cuatro zonas diferenciadas: los perros,
los gatos, los pájaros, y los otros animales. La empresa estuvo empujada por
la ley sancionada el 21 de junio de 1898 sobre el Código Rural que establecía
en el artículo 27 cómo disponer de los animales muertos. Entre otras cosas,
esta regulación prohibía que la carne de animales muertos por cualquier en-
fermedad se comercializara o se destinara al consumo. Y, fundamentalmente,
exigía a todo propietario de un animal muerto a causa de una enfermedad no
contagiosa que trasladara el cadáver antes de cumplidas las veinticuatro horas
a un centro de eliminación autorizado, que lo destruyera químicamente me-
diante la combustión, o que lo enterrara en una fosa situada al menos a cien
metros cualquier vivienda y bajo un metro de tierra o s. De ninguna ma-
nera estaba permitido arrojar animales muertos al bosque, a los os o a las
carreteras y mucho menos enterrarlos en parques o patios de viviendas como
se hacía hasta ese entonces (Ley…, 1898: 15-16). La nueva disposición, que
buscaba mejorar la salubridad urbana en beneficio de la población, obligó la
creación de una heterotopía en una época donde su construcción ya se pro-
yectaba en los suburbios de las ciudades.
2
En este contexto, Darío realiza una
1
A pesar de mis intentos por apartar la lectura de Molloy de mi análisis, no podré garantizar que el
fantasma de Oscar Wilde no lo asedie de tanto en tanto.
2
Según Chris Pearson, quien investigó los avatares de la relación entre perros y humanos en las grandes
metrópolis modernas como París, durante ese cambio de siglo tuvieron lugar un conjunto de medidas para
promover el aseo, ades de aquella sobre los restos animales, al punto tal de que los expertos en el cuidado
de perros y los fabricantes de productos caninos hicieron de la higiene una forma de fortalecer el vínculo
entre la mascota y su dueño. Lavarlo, cortarle y cepillarse el pelo probaban que los dueños querían y respe-
taban a su compañía canina, independientemente de que en ocasiones fueran los criados quienes se ocupa-
ban del aseo del perro como parte de las tareas domésticas de una residencia particular (2021: 38-40).
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excursión a esta isla desde París en septiembre de 1902 y recoge sus impre-
siones en la crónica De Rubén Darío: el cementerio de los perros: (especial
para La Nación) publicada el sábado 11 de octubre de 1902 en el “Suple-
mento literario” del diario argentino. Más tarde, ese texto se compilaría en
Parisiana con un título mucho más sesgado como “Duelos cínicos”. El califi-
cativo “cínicos” procuraba restituir la distancia tranquilizadora entre el animal
y el humano que a Darío le urgía mantener a pesar de lo que la creación del
camposanto animal nos revela.
En un mundo donde se reparte modernidad y progreso de forma de-
sigual y contradictoria, el cronista denuncia, desde las primeras líneas, el ci-
nismo de las personas que usan su dinero para dar una sepultura pomposa a
sus afectos no humanos, en vez de destinarlo a las personas que se encuen-
tran en una situación de vulnerabilidad social. Acusa Darío: Aquí ascienden
los animales á la categoría personal. El muladar se transforma en jardín, y la
memoria del amigo de cuatro patas se perpetúa en bronce ó piedra. De esto
á la latría no hay más que un paso (1920: 204). Y, sin embargo, a pesar del
tono declamatorio que bulle en la superficie, hay una ambivalencia soterrada
en esta crónica que quiero exhumar. Además del recelo ante las similitudes
entre los ritos dedicados a los difuntos humanos y a los muertos animales,
reaparece aquella repugnancia ante la visión del cadáver de un perro. Con
renovada aversión, Darío vuelve a recurrir a Tolstoi para poner a distancia la
imagen abyecta: La representación de lo s asqueroso, de lo más miserable,
de lo más infectamente horrible, ha sido siempre un perro muerto. Tan sola-
mente en el cuento de Tolstoi, Jesucristo encuentra que los dientes de la in-
munda carroña son comparables á las más finas perlas (1920: 203-4). Por un
lado, entonces, Darío mantiene la necesidad imperiosa de apartar el cadáver
animal de los ojos mientras que, por el otro, admite la negativa de hacerlo
por medio de la creación de un cementerio animal. Dentro de esos dos estre-
chos límites que traza para sí, intenta articular una posición ética sobre los
animales domésticos en la modernidad finisecular.
A medida que avanza en su relato, el cronista oscila con dificultad entre
los dos mites que definen su postura y termina descubriendo una paradoja
biopolítica.
3
Como advierte Julio Ramos, la crónica, esa forma menor, posi-
bilita el procesamiento de zonas de la cotidianidad capitalista que en aquella
3
Las paradojas biopoticas fueron señaladas desde el inicio del pensamiento biopotico. Michel
Foucault identifica una que será el hilo desde cual sus continuadores comenzarían a tejer sus propias
reflexiones. Para él, en la modernidad, la muerte lle a ser vital. Era en nombre de la vida o de la
supervivencia de una poblacn que se detentaba el poder de quitar la vida, tal como sucedió, por
ejemplo, durante el nazismo (Foucault, 2000: 234-5). Roberto Esposito, por su parte, reto esta
paradoja para pensar si la biopolítica tenía un carácter afirmativo de la vida o uno negativo (si es “de
la vidao sobre la vida”), más allá del racismo en particular y pensando en el biopoder en general
(2006: 26). Para ensayar una respuesta a esta pregunta disó la nocn de “paradigma inmunitario
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época de intensa modernización rebasaban el horizonte temático de las for-
mas canónicas y codificadas [de la literatura]” (2021: 178). Gracias a la excur-
sión fortuita al “Pére-Lachaise cínico” (1920: 203),
4
Darío identifica que un
conjunto particular de animales integrado por los domésticos y los de com-
pañía ocupa una posición de confinidad con el humano de la que no todos
los animales ni todos los seres humanos gozaban.
5
Y la crónica modernista,
hija de la fragmentación de la modernidad, sale a la caza de la captación sen-
sible de los cambios finiseculares que, gracias a su vocación de heterogenei-
dad discursiva y flexibilidad formal, está en posición de sintetizar.
El duelo de los allegados no humanos
que le permit sugerir una solucn a los interrogantes que de abiertos Foucault. Para Esposito,
el funcionamiento general del biopoder consiste en conservar la vida nendola y, para ello, debe
cultivar no solo la vida sino también la muerte. Para explicar estas ideas, presentó en la apertura de
su libro Bíos. Biopolítica y filosofía cinco variaciones de esta paradoja biopolítica basadas en casos
tomados de distintos puntos del globo y que tocaban temas tales como: la eugenesia, el aborto y la
guerra humanitaria. Sin embargo, a pesar de sus aportaciones fundamentales para pensar cómo opera
el biopoder, dejó afuera la cuestión de los derechos animales y no ahondó en las dificultades de
sostener una distinción terminante entre bíos y zoé.
El reciente trabajo de Cary Wolfe, en cambio, explora precisamente ese interrogante y propone una
paradoja biopolítica que se nutre del derecho animal. Wolfe advierte que muchos animales mejoran
sus perspectivas vitales gracias a que son animales y no, como podría creerse, a pesar de serlo. Los
animales de compía, aquellos que Dao podría encontrar enterrados en el cementerio, prosperan
porque son considerados como miembros de una familia o incluso de una comunidad, más allá de
su especie animal. Pero, reconoce Wolfe, muchos otros animales tienen las peores condiciones de
vida posibles precisamente porque son animales, como podían ser en aquel entonces los que iban a
parar a un matadero (2012: 54). Mi apreciación sobre la experiencia de Darío en su visita al cemen-
terio animal tiene en cuenta el pensamiento de Wolfe, quien trae el derecho animal a la discusión.
Así, la paradoja biopotica a la que me refiero aquí consiste en que mientras algunos animales son
elevados a la categoría de humanos, un sector poblacional humano (los nos pobres, como ya ve-
remos) son rebajados a la categoría animal.
4
El Pére-Lachaise es el cementerio más grande de la capital francesa. Se inauguró en 1804 y también fue
emplazado en los suburbios.
5
Mascotas o animales de compañía y animales domésticos no significan exactamente lo mismo. Sin
embargo, en todos los casos existe una mirada utilitaria del humano hacia el animal. Según el Glosario de
resistencia animal(ista), los animales domésticos son el resultado de un proceso de domesticación de los
animales salvajes una vez que son introducidos al domus humano, por lo que se reproducen sistemática-
mente con los seres humanos, pierden su agresividad y les reportan algún beneficio (lana, carne, compa-
ñía, etc.) (González y Ávila, 2020: 47). Por otro lado, el término mascota es sinónimo del de animal de
compañía. Define el resultado de la tendencia a concebir al animal como un juguete que reporta entre-
tenimiento e implica, en ocasiones, una fuerte antropomorfización (2020: 60). A lo largo de este escrito
emplearé sobre todo la categoría “animales domésticos” por ser más abarcadora y por estar incluida en
el nombre del cementerio, aunque en ocasiones utilizaré las otras dos indistintamente cuando la crónica
deje traslucir alguna clase de antropomorfización del animal.
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Tiger fue el nombre que Marguerite Durand, actriz, periodista, sufragista y
cofundadora del Cementerio de los perros y otros animales domésticos, le
dio a su mascota, una leona a la que intentó domesticar. Recibida como regalo
por parte del gobierno del África Occidental francesa, la leona jugó un rol
clave en la imagen política que Durand quería proyectar durante su candida-
tura a la legislatura francesa en 1910. En una famosa portada de la revista
Fémina del primero de abril de ese año se la puede ver posando con su mas-
cota, a la que una figura masculina en segundo plano sostiene firmemente
con una cuerda. El pie de foto explica que el nombre “Tiger” para la leona
responde a su amor por la paradoja”.
6
Esta anécdota, que ilustra a la perfec-
ción una serie de transformaciones del lugar de la mujer en la sociedad fran-
cesa de comienzos del siglo XX, muestra también que había otras fronteras
que comenzaban a cruzarse. Me refiero a las líneas divisorias entre las distin-
tas especies, a aquellas entre animales silvestres y animales domésticos, y a las
definitivas, aquellas entre animales y humanos. Es posible, no obstante, que
esta permeabilidad del alambrado divisorio entre estas últimas dos parcelas
pueda rastrearse hasta décadas previas con la difusión, apoyada por las tra-
ducciones al francés y al español, de On the Origin of Species de Charles Darwin
publicado por primera vez en 1859 con gran acogida. La noción de un origen
biológico común entre ramales de especies presuntamente desconectados en-
tre sí, y la noción de ser el resultado evolutivo de unos rasgos perdidos y otros
conservados por miles de años, promueve o al menos facilita la movilidad
dentro un campo donde los vivientes, al final, compartirían ancestros.
7
Con todo, Darío inicia su crónica “Duelos cínicos” en estado de cons-
ternación ante la mera existencia de un sitio como el Cementerio de los perros
y otros animales domésticos: “¡Un cementerio para perros, para gatos, para
pájaros! y la parte anarquista que hay dentro de mi sér se sublevaba” (1920:
208). Esta consideración, previa al recorrido por el interior del cementerio,
intenta refrenarse con el comentario sobre una serie de restricciones respecto
6
Todo esto lo narra Mary Louise Roberts en un capítulo del libro The New Biography: Performing Femininity
in Nineteenth-century France dedicado a la vida de Marguerite Durand. Roberts explica los pormenores de
la instrumentalización de la imagen pública de Durand con la leona. Tratándose de una mujer política
con voluntad de mando y capacidad de seducción, que además pugnaba por ocupar un lugar en la arena
pública entonces vedado para las mujeres, el cruce de especies resonaba con un conjunto de paradojas
de la época (2000: 194-6).
7
A pesar de que Darío no le dedicó demasiadas líneas al pensamiento de Darwin es fácil comprobar que
los modernistas lo leyeron. Tómese por ejemplo a José Martí quien escribió una crónica con motivo de
su muerte en 1882 y otra un par de años después, Darwin y el Talmud. Conversación sobre Centroa-
mérica y las hormigas, donde asegura que las ideas del inglés no eran inéditas como podía pensarse. En
el caso de Darío podría armarse una serie de crónicas para analizar los cruces, las superposiciones y las
herencias biológicas entre vivientes bajo la mirada ecléctica del cronista. Debería integrar este corpus El
idioma de los monos. Magne versus Garner: ¡E G C K! publicada en La Nación el 4 de junio de
1894, donde el autor (presumiblemente Darío) firma el artículo con el seudónimo Dr. Filosimio.
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de qué tipo de monumentos y servicios estaban permitidos y cuáles no, por
estar estrictamente reservados para los humanos.
Camino entre flores y pequeñas tumbas. Una buena cantidad de huesos cani-
nos yacen allí, adornados como despojos de seres queridos. Sé que ha habido
quienes han intentado poner cruces, ó símbolos religiosos; el reglamento,
cuerdo, ha prohibido tales manifestaciones. (1920: 204-5, énfasis agregado)
Y, sin embargo, paradójicamente, estas regulaciones preceptivas indican que,
en los hechos, había una constante confusión entre los animales domésticos
y las personas (Kete, 1994: 33).
En lo que resta, exploro las inadvertidas negociaciones que Darío enta-
bla con una transformación profunda que trae la modernidad y que él y sus
contemporáneos apenas avizoraron. Ceñido por los carriles de la cordura,
más allá de los cuales se abren las insensatas zonas de indiferenciación entre
animales y humanos, Darío avanza por la narración de su visita poniendo
distancias y objeciones, pero también haciendo debidas concesiones y perci-
biendo sus propias contradicciones. Aun así, la crónica modernista, gracias a
su temporalidad morosa, y a su disenso respecto de cualquier clase de objeti-
vidad, también difumina sus propios bordes. Dice Beatriz Colombi que la
crónica modernista es un “texto-tortuga” porque se resiste a la celeridad del
tiempo de la prensa (1997: 216). A continuación, me propongo leer “Duelos
cínicos” como un texto-tortuga, es decir, como un escrito que sabe detenerse
en las incomodidades, disgustos y renuencias que experimenta la enunciación,
pero también, como un texto que sabe mirar al ras, que se acerca a su tema
hasta entrar en contacto con él, hasta sentirlo con el cuerpo. Y que sabe,
igualmente, abrazar su naturaleza animal, que acepta sus incertezas respecto
las normas que lo regulan.
El recorrido por el cementerio desencaja a Darío, quien insiste con de-
marcar su posición inicial contraria a la creación de este lugar. Lo considera
un lujo de la aristocracia, una expresión de poder volcada en “inútiles derro-
ches de sentimentalismo y de francos” (1920: 207). No obstante, a lo largo
de la crónica puede distinguirse una oscilación entre una actitud de censura y
una de ablandamiento, de una genuina comprensión, hasta cierto punto, del
lugar afectivo que puede ocupar un animal doméstico en una sociedad hu-
mana. En su contestación sobre el despilfarro de dinero, exclama Darío:
¡Cómo! ¡mientras hay tanta persona estimable que se muere de hambre, al pie
de la letra; mientras que en tanta casa de[l] vasto París se siente la obra espan-
tosa de la miseria, hay dinero que los ricos emplean en levantar monumentos
á sus amigos, en una extensión de solidaridad harto censurable. (1920: 203).
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Si bien, como explica Kathleen Kete, el Cementerio de los perros y otros
animales domésticos consideraba un rango de presupuestos para dueños de
distintas clases sociales, Darío era un atento observador de las desigualdades
en la repartición de la riqueza en París, en el resto de Europa y en América
Latina.
8
En muchas de sus crónicas Darío denuncia la miseria en la que están
sumidos los más vulnerables. A modo de ejemplo, cito “Bambini de sufri-
miento”, recogida en Parisiana, y escrita el mes posterior a la publicación de
“Duelos cínicos”.
9
También fue escrita en París y publicada en La Nación,
pero cuenta con una dedicatoria a los niños italianos del Río de la Plata. En
ella, Darío revela el sistema de lo que llama la “trata de niños” italianos, me-
diante el cual los adultos obligaban a los niños a vender productos en la calle,
mientras los sometían a condiciones infrahumanas de existencia. También se
refiere a la “trata de blancas” en París, que implicaba la explotación de los
cuerpos de púberes venidas de todas partes del mundo, y se muestra particu-
larmente sensible a los efectos de la romantización de la pobreza en las so-
ciedades modernas.
10
En esa crónica, dice Darío: “No hay nada más horrible
que la esclavitud de estos bambini; no hay nada más lastimoso que la existencia
de martirios que les hacen padecer los hombres viles que les tratan como à
bestias productoras. ¿Qué digo? Peor que á los perros” (1920: 105). En otras
palabras, Darío advierte los contactos y los cruces entre dos categorías que
para él deberían designar grupos separados, humanos y animales. La indigna-
ción por las condiciones de vida de los niños italianos en el Río de la Plata,
que asimila a las de los perros, es la misma que le causa el registro de los
perros tratados como seres humanos queridos. En definitiva, Darío descubre
la existencia de lo que Judith Butler denomina “distribución de la vulnerabi-
lidad” (2006: 14), es decir, el hecho de que existen formas diferenciales de
8
Para el momento en que Darío realiza su excursión, se podía enterrar un animal en la fosa común por
cinco francos. Por unos cincuenta, se aseguraba una parcela por una década, y se necesitaba un total de cien
francos para un descanso continuo por treintaos (Kete, 1994: 33). Para interpretar este tarifario, aporto
información sobre los ingresos de los trabajadores parisinos en el fin de siècle. Las costureras más hábiles, a
como los carpinteros, ganaban de 4 a 6 francos al día, con lo cual, ubicar un cuerpo animal en la fosa común
les costaba el equivalente a una jornada laboral. Ni siquiera los trabajos que requerían experiencia y cono-
cimientos especiales ofrecían una remuneración elevada. Por ejemplo, un contable que supiera inglés y
alemán de forma fluida sólo ganaba entre 150 y 200 francos al mes. Con esfuerzo, esta clase de trabajadores
podría haber pagado una parcela, pero aun apor tiempo limitado (Berlanstein, 1984: 41-8).
9
Esta crónica fue publicada originalmente con el título La trata de niños. Carne de Italia (Especial
para La Nación)” el 24 de noviembre de 1902.
10
La escritura de esta crónica está atravesada por una urdimbre cosmopolita que conecta las ciudades
italianas con París y Buenos Aires o Montevideo. Es notable cómo al hablar de la vulnerabilidad de los
bambiniDarío imanta condiciones de existencia que puede localizar en un mapa individual cada vez
más vasto y preciso pero que de ninguna manera deben reducirse a circunstancias locales ni a un sujeto
social particular.
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reparto de la violencia que hacen que algunas poblaciones o sectores pobla-
cionales estén más expuestos que otros a experimentarla.
Sobre su otra contestación a la creación del cementerio, aquella sobre
el derroche de sentimentalismo, Darío muestra una predisposición hacia la
permeabilidad. A medida que, como lectores, recorremos la necrópolis junto
con el cronista, se nos transcriben las dedicatorias y frases de recuerdo de los
desdichados dueños que Darío en un comienzo califica como “inscripciones
extraordinarias y ultrasentimentales” (1920: 205). De la misma manera que
los obituarios ordenan, sumarizan y humanizan una vida (Butler, 2006: 58),
estas inscripciones en las tumbas animales cumplen el rol de cualificar una
vida, de separarla de la zoè. Las dedicatorias que Darío anota, de hecho, son
muy elocuentes en este sentido. Algunas de ellas, atribuyen a las mascotas
características típicamente asociadas a los animales domésticos como lo pue-
den ser la fidelidad, la bondad, el cariño y la compañía, mientras que otras
hablan de verdadera amistad, afecto e inteligencia. Lo que s desconcierta
a Darío es encontrar citas literarias de escritores amantes de las mascotas,
como Baudelaire y Victor Hugo. Para contrarrestar todo esto, se encarga de
discutir cada una de las atribuciones positivas que encuentra en las citas e
inscripciones para proclamar, en cambio, que los animales de compañía son
interesados, malignos y vanidosos. Además, relativiza con ironía la necesidad
del duelo por su pérdida: “Camino entre flores y tumbas. Una buena cantidad
de huesos caninos yacen allí, adornados como despojos de seres queridos
(1920: 204). Lo que hace Darío en su primera apreciación es delimitar cuáles
son las vidas que vale la pena llorar y cuáles no, apelando a una “distribución
diferencial del dolor” según la cual sólo las vidas humanas son las que mere-
cen ser lloradas cuando se pierden (Butler, 2006: 16-7). En la circunscripción
o la extensión del duelo a las vidas animales se juega algo más que el derroche
burgués; se trata de establecer cuáles son los contornos culturales de lo hu-
mano.
Sin embargo, Darío se ablanda poco a poco y muestra alguna clase de
flexibilidad, aunque siempre controlada bajo un estricto cálculo:
Me explico el hombre triste, solitario, hosco á golpes de la vida, desconfiado
de sus semejantes, en esta inmensa selva de lobos bípedos en que vivimos y que
llamamos mundo. Desengañado, herido, burlado por la amistad, desgarrado
por el amor, desdeñado por la consecuencia, encuentra en un perro el silencio
afecto, la caricia de los ojos, la cuasi palabra del ladrido inteligente, el salto
que equivale á un apretón de manos. Y en sus horas amargas mira al compañero
cuadrúpedo como que quiere participar de su dolor, como que le quiere conso-
lar, como que busca la manera de hacerse entender y como que comprende
las palabras y las miradas. (1920: 208, énfasis agregado)
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El animal doméstico puede sustituir al humano en ciertos contextos; puede
ocupar el lugar de receptor de un sentimiento de cariño que una persona no
tiene dónde depositar, y puede ser percibido como dador de afecto, aunque
solo dentro de un ejercicio especulativo. La condición de posibilidad de esta
concesión reside en un intercambio exacto y puntual entre humanos que se
animalizan, y animales que se humanizan. Si los humanos son en ocasiones
“lobos bípedos”, entonces es aceptable que esto sea compensado con “com-
pañero[s] cuadrúpedo[s]”. De este modo, la ferocidad humana se contrarresta
con el cariño animal. En este punto de la crónica Darío se modera y tras-
ciende parte de sus prejuicios hacia la clase alta parisina. Se le ocurre que la
soledad también se experimenta de forma diferente según la clase social, y
que una mascota puede ser más que una posesión; puede convertirse en una
ayuda espiritual para los más vulnerables. Al leer la última inscripción de un
monumento antes de irse del cementerio, reflexiona: La dedicatoria explica
una vida de sufrimiento, mitigada por la compañía del fiel animal, y ve uno
cómo se juntan en los mismos simples afectos, las sensibles porteras y las
aristocráticas damas. Las penas son las mismas (1920: 209). En definitiva, la
pérdida de una mascota querida no implica solamente un duelo individual,
puesto que reúne a un grupo social bajo un sentimiento común. Creo que
Darío detecta la veta política de esta reunión y se apura a reconfigurar las
demarcaciones de los contornos de lo humano y lo animal estableciendo sus
propias y tranquilizadoras jerarquías.
Niños y perros héroes en el horizonte de futuridad
Si a Darío le molestan las superposiciones entre lo humano y lo animal cifra-
das en la creación de este cementerio, habría que objetar que su escritura no
queda exenta de este entrecruzamiento. La evocación del cadáver de un perro
para citar la muerte de Oscar Wilde es prueba de esto. En esa fabricación
imaginaria, Darío no se cuestiona la vecindad entre animalidad y no-persona,
esto es: entre animalidad y aquello que separa de forma violenta al humano
de mismo.
11
Wilde, habiendo fracasado en apartar de su homosexualidad,
o su parecer homosexual, es rebajado a la categoría de no-persona, al punto
tal de confundirse con un animal. Esto es algo que Darío puede intentar sin
detenerse demasiado a reflexionar sobre las formas de aludir a la homosexua-
11
Utilizo la terminología de Roberto Esposito para pensar la operación de Darío al hablar de la muerte
de Oscar Wilde por medio de la mentada imagen porque creo que la división de la humanidad en cate-
gorías diferenciadas y subordinadas unas a otras responden a lo que el filósofo italiano denominó dispo-
sitivo de la persona (2011: 19). A los ojos de Darío, la incapacidad por parte de Oscar Wilde de ser dueño
de y de sus actos –o mejor: de ejercer dominio sobre su “parte animal”– lo coloca en una zona no
personal, o infrapersonal, que traza, a su vez, el contorno de lo propiamente humano.
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lidad, en parte, porque esta categoría no circulaba por las bocas de sus con-
temporáneos. Pero, además, porque antes que distinguir la existencia de po-
líticas de clasificación de los cuerpos de acuerdo con sus comportamientos y
horizontes de legibilidad, la preocupación de Darío y de los modernistas lati-
noamericanos, se congregaba, como explica Molloy, en “traduc[ir] la vida de
los escritores a un guión aceptable, borrando las marcas de un desvío que no
solo mancilla[ba] a aquellos mentores sino, acaso, a el[los] mismo[s]” (2012:
36).
Así, para Darío, la construcción de un campo de visibilidad homosexual
a partir de la pose motoriza ansiedades individuales y colectivas que deben
ser apaciguadas con la apertura de otro campo de visibilidad, el animal. Esto
es así porque, según Darío, Wilde fue ante todo víctima de sí mismo y no de
la sociedad victoriana donde le tocó vivir (Molloy, 2012: 23). En otras pala-
bras, fue su alborotada forma de abrazar su deseo, su falta total de autolimi-
tación, en suma: fue su animalidad, su residuo evolutivo conservado, lo que
lo ubicó como un claro mojón desde donde se desgajan categorías desiguales
de lo humano.
Algo completamente distinto ocurre en la crónica “Bambini de sufri-
miento” con los niños víctimas de trata, explotados como animales y tratados
como perros. En este caso, el cronista identifica las complicidades sociales,
sospecha de la existencia de ordenamientos jerárquicos que no responden a
voluntades o fracasos individuales sino a una economía de los cuerpos que
distribuye posiciones dentro de un mapa social dispar. Las vidas de esos niños
no son vidas a futurizar; por el contrario, presentan un desarrollo vinculado
a una temporalidad extrañada en la que se combinan la niñez, la vejez y la
muerte en vida. Presentan rasgos infantiles en su timidez o desenfado, carac-
terísticas de senectud en sus voces cascadas o en sus huesos contraídos; pero
también adquieren un halo fantasmagórico a causa de su propia palidez o de
las horas brumosas a las que salen a recorrer la ciudad para vender cualquier
cosa.
12
La dualidad en la animalización la individual, como en el caso de
Oscar Wilde y la poblacional, como en el caso de los niños pobres no es
una contradicción, sino un indicador de cómo lo animal acecha distintos con-
tornos de lo humano trazados por coordenadas más o menos visibles, como
la de clase, la de nación y la de la sexualidad, la más vaporosa de todas.
Por ello, no llama la atención que en “Duelos cínicos” la paradoja bio-
política adquiera una visibilidad escandalosa cuando “se ascienden los anima-
les” (1920: 204) al rango de persona. El derroche de dinero no cierra para
Darío. La resta de recursos para los niños pobres no puede convivir con el
gasto económico que significa hacer monumentos para mascotas o financiar
12
Las fotografías de los niños explotados en fábricas tomadas por el estadounidense Lewis Hine a co-
mienzos del 1900 ilustran a la perfección esta alambicada combinación de rasgos.
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el mantenimiento de sus tumbas. Solo en el derroche de sentimentalismo Da-
río encuentra la posibilidad de ceder y consentir que se destine afecto a los
animales domésticos cuando cavila sobre la crueldad humana. Enterrada bajo
el recorrido plagado de incomodidades, concesiones y objeciones, se puede
divisar una idea de futuridad latente. Como articula Gabriel Giorgi en su libro
Formas comunes, la ambivalencia entre humano y animal cifrada en la cultura
es lo que nos permite pensar cómo nuestras sociedades trazan distinciones
entre vidas a proteger y vidas a abandonar (2014: 15). Quiero contrastar esos niños
pobres, que representan las vidas desechables, con otros dos niños que apa-
recen en el cementerio puestos en relación con los perros. Detecto que la
posición de mayor proximidad que ocupan los animales domésticos respecto
del humano se legitima con la futuridad. Hay animales que podrían incidir en
una mejora en las condiciones de vida de la humanidad y por ello se les per-
mite o más bien se les requiere cerca.
Hay una niña y un niño en el Cementerio de los perros y otros animales
domésticos. La primera es de carne y hueso, el segundo es de material y está
integrado a un monumento. La niña rubia es la única presencia humana du-
rante la visita además de Darío y es quien le abre la puerta, le cobra los cinco
céntimos que vale la entrada y lo despide cuando se va. Al parecer, ella está a
cargo del lugar al menos por el día junto con una perra de nombre Spera que
la acompaña. El niño, en cambio, fue inmortalizado en un monumento le-
vantado en honor al perro Barry, el animal responsable de salvar vidas huma-
nas de caminantes perdidos en la nieve. El perro San Bernardo llegó a rescatar
a cuarenta personas conduciéndolas al monasterio más cercano antes de mo-
rir a manos de un hombre quien, al borde de la muerte por congelamiento, le
disparó al pobre perro pensando que era salvaje. A pesar de la herida de bala,
Barry buscó ayuda en el monasterio, guio a otros hombres hasta el lugar en
medio de una terrible tormenta, y el caminante pudo ser auxiliado. Quien no
se salvó fue Barry, que dejó su vida para rescatar al número cuarenta y uno.
La historia, aunque conmovedora, no tiene nada que ver con los niños; sin
embargo, en el monumento, el artista representó a Barry con un niño en el
lomo. Quiero detenerme en estos niños dislocados una como anfitriona, y
el otro como protagonista de una historia de la que nunca formó parte para
reflexionar sobre la conexión entre animales domésticos y futuridad.
Aunque aquellos niños pobres del Río de la Plata, hijos de inmigrantes
italianos, que apenas podían sobrevivir, no fueran vidas a proteger, estos
otros niños arrimados a los perros lo son. A pesar de la ausencia de adultos
en la escena, con excepción del cronista distante y atento, los niños están a
salvo por estar próximos a o al cuidado de los animales domésticos. La crea-
ción del cementerio, de hecho, responde a la misma noción de protección de
la vida según la cual enterrar los cadáveres animales lejos de las viviendas
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promueve una mayor higiene y mejora las condiciones de vida de las perso-
nas. La dislocación de estos niños, por tanto, es un efecto de la nueva posi-
ción que ocupa este conjunto de animales en la linealidad jerárquica de lo
viviente, donde el humano está siempre en la cúspide. Frente a este descubri-
miento, Darío toma una postura de completo rechazo inicial, seguida de una
serie de concesiones y reparos. Sin embargo, argumento que Darío se es-
fuerza por reubicar a los perros y otros animales domésticos en la posición
que según él nunca deberían haber abandonado.
Cuando termina el recorrido por el cementerio, el cronista se detiene
para despedirse de la niña y de Spera, pero no se va sin antes contarnos la
historia de la perra. Se volvió famosa por intentar salvar la vida de un “seme-
jante” (1920: 209) que un humano intentó arrebatar de modo cruel. A dife-
rencia de la historia de Barry, la ayuda humana que atrajo Spera no logró
rescatar al otro perro y esa vida se perdió. Para concluir la anécdota y la cró-
nica, las últimas palabras de Darío son: “A falta de un biefteack de despedida
para ofrecerle, pasé á Spera la mano por el lomo. Y volví á París” (1920: 210).
Cualquiera de los dos gestos para con Spera, darle un pedazo de carne o ha-
cerle una caricia, pueden traducirse como un reordenamiento de las jerarquías
biopolíticas de lo viviente. Aunque parece que Darío se acerca a la perra, en
realidad, vuelve a poner una distancia por cuanto recrea una escena prototí-
pica entre un animal y un humano. En definitiva, le devuelve su animalidad y
con ello restaura la cordura.
Por último, como una acción redistributiva final, aludo a la publicación
de esta crónica en el “Suplemento literario” del diario La Nación.
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Así como
Darío inaugura su crónica con la visión del cadáver del perro procedente del
cuento de Tolstoi, decide terminarla reenviando a la literatura todos los ca-
dáveres organizados en el cementerio. Una vez finalizada la excursión, Darío
retorna los animales muertos al territorio de donde nunca deberían haber sa-
lido, el literario. Con ello, las mascotas dejan de ser destinatarias de pasajes
literarios para ser objeto de representación literaria. En un gesto análogo, me
propuse deslindar el cadáver perruno de la figura de Oscar Wilde, que la lec-
tura de Sylvia Molloy supo ordenar dentro de un flujo de sentidos orbitados
alrededor de la homosexualidad. Así, quise recuperar el resto animal de la
escena tolstoiana y ponerlo a circular dentro de otro sistema de sentidos, que
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Con esta crónica originalmente titulada De Rubén Darío El cementerio de los perros (Especial
para LA NACIÓN) comienza Darío a publicar en el Suplemento Literario del diario argentino el sábado
11 de octubre de 1902. Como mencionan Rodrigo Caresani y Günther Schmigalle, éste es el comienzo
de las colaboraciones de Darío en los suplementos de La Nación. En particular, el Suplemento Literario
tuvo una vida breve de apenas dos números (2017: 122).
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responde a ordenamientos biopolíticos de lo viviente. No aseguro, sin em-
bargo, haber mantenido al fantasma de Oscar Wilde a raya.
Conclusiones
Dice Julio Ramos que la flexibilidad formal de la crónica modernista le per-
mitió conformarse como un “archivo de los peligros’ de la nueva experiencia
urbana” (2021: 178). Aunque algunas crónicas del período neutralicen las an-
siedades y amenazas del progreso, o aunque den vuelta la cara ante el lado
oscuro de la modernidad, Darío no escatima en advertencias en “Duelos cí-
nicos”. Su comprensión de la necesidad política y social de construir una he-
terotopía para el duelo animal se limita a algunos casos puntuales donde las
mascotas hayan sido, en vida, pilares espirituales o afectivos de humanos de-
sengañados por sus iguales. En una economía con poco lugar para las excep-
ciones, Darío intercambia la humanización de unos animales leales por la
previa animalidad de unos humanos nocivos. Solo así se justifica en sus tér-
minos el desvío de sentimentalismo.
El cronista es crítico de la elevación indiscriminada de los animales do-
mésticos a la categoría de humanos. El levantamiento del primer cementerio
perruno de Europa informa la creciente inseparabilidad de la vida animal de
la vida humana. Esto para Darío es el resultado no solo de unas políticas de
higiene y salubridad que buscan prolongar la supervivencia humana, sino so-
bre todo de la constatación de su revés, es decir, de la animalización de algu-
nas vidas humanas a abandonar. Por ello, puse en contacto “Duelos cínicos”
con “Bambini de sufrimiento”. Cara y contracara de los progresos de la mo-
dernidad proyectan dos temporalidades, la de la futuridad aquella desple-
gada por los signos del cementerio y la del no futuro, que combina y desor-
dena niñez, senectud y fantasmagoría. Gracias a la heterogeneidad, apertura
y morosidad de la crónica modernista, Darío logra cristalizar el descubri-
miento de una paradoja biopolítica. A pesar de que la entonces nueva proxi-
midad entre animales domésticos y humanos, reflejada en la creación del ce-
menterio, buscara mejorar las condiciones de vida de las personas, un sector
poblacional era excluido de este proyecto y reducido a condiciones de vida
infrahumanas o animales.
Por último, razono que el rechazo al cementerio, por un lado, y el re-
pudio a la visión del cadáver del perro en un espacio público por el otro,
conforman un territorio de enunciación reducido e inestable. El acotado mar-
gen no le otorga a Darío una libertad suficiente para sortear la paradoja bio-
política y por ello, el cronista no ve otra opción que la de devolver los cadá-
veres animales a la literatura. La compleja operatoria dariana informa, antes
que una conciencia biopolítica, una noción aguda de la potencia política que
se alojaba en la discontinuidad de la crónica modernista, a diferencia de la
totalización que podía proyectar una “obra” literaria.
Piña, “Darío y la cuestión animal” Revista de estudios literarios latinoamericanos
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