Francalanci, “‘Un modernismo bien entendido’…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 16 / Julio 2024 / pp. 96-121 117 ISSN 2422-5932
telectuales españoles finiseculares (véase, por ejemplo, las crónicas “La jo-
ven literatura”, “Novelas y novelistas”, “Los poetas”, “El Modernismo” y
“La joven literatura II”), sólo destacan unos pocos que se empeñan en abrir
los ojos de sus compatriotas para demostrarles que “la Tizona de Rodrigo
de Vivar no corta ya más que el vacío y que dentro de las viejas armaduras
no cabe hoy más que el aire” (60). Una reflexión de tono parecido la pode-
mos encontrar, también, en El crepúsculo de España. Aquí Darío critica a Es-
paña por haber querido permanecer encerrada “en una múltiple muralla
china”, sin dejar que se desarrollasen sus “fuerzas interiores” y que pene-
trase en ella “la vida libre de fuera”, y a sus clases dirigentes, influidas por
una “ciega megalomanía”, por haberse limitado a guardar “las viejas arma-
duras” sin poner nada en ellas (Darío, 1950: IV 577). Otro ejemplo más
aparece al final de la crónica “Carnaval”, donde el poeta afirma que en “esta
tierra de murallas” aquel que quiera organizar una verdadera reconstrucción
nacional debe, antes de todo, “abrir todas las ventanas para que los vientos
del mundo barran los polvos y telarañas” y para que “queden limpias las
gloriosas armaduras y los oros de los estandartes” (105). Aquí, como en
muchas de las crónicas incluidas en España contemporánea, las referencias de
gusto medievalista a las espadas, al Cid y a las viejas armaduras sirven para
enfatizar la esencia de su reflexión sobre la necesidad de superar el culto
excesivo y estéril del pasado que seguía dominando la cultura española fini-
secular. Se trata de una distinción importante, porque su crítica se dirige
hacia los excesos anticuarios de la tradición nacional y, en ningún momento,
hacia la tradición española, por la que siente cariño y respecto. Así lo declara
en muchas ocasiones a lo largo de sus crónicas españolas, pero también, y
quizá de forma aún más clara, en “El triunfo de Calibán”:
“Y usted ¿no ha atacado siempre a España?” Jamás. España no es el fanático
curial, ni el pedantón, ni el dómine infeliz, desdeñoso de la América que no
conoce; la España que yo defiendo se llama Hidalguía, Ideal, Nobleza; se
llama Cervantes, Quevedo, Góngora, Gracián, Velázquez; se llama el Cid,
Loyola, Isabel; se llama la Hija de Roma, la Hermana de Francia, la Madre
de América (Darío, 1955: IV 575).
El objeto de la crítica dariana, en definitiva, no son “las armaduras” mismas,
sino que dentro de ellas ya no esté el verdadero espíritu español. Este con-
cepto se hace evidente al final de la ya citada crónica “Carnival”, donde el
autor lamenta que en la España finisecular el “españolismo tradicional” haya
sido arrinconado “como una armadura vieja” (90). Aquí, como en otras
obras darianas (véase, por ejemplo, la “Letanía por nuestro señor Don qui-
jote” o el cuento “D. Q.”), el autor identifica lo bueno del espíritu español
tradicional con la figura del caballero Don Quijote y, al contrario, la visión