Francalanci, “‘Un modernismo bien entendido’…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 16 / Julio 2024 / pp. 96-121 96 ISSN 2422-5932
“UN MODERNISMO BIEN ENTENDIDO”:
RUBÉN DARÍO Y LA CATALUÑA MODERNISTA
UN MODERNISMO BIEN ENTENDIDO”.
RUBÉN DARÍO AND THE MODERNIST CATALONIA
Leonardo Francalanci
University of Notre Dame
Doctor en Ciencias Humanas y de la Cultura por la Universidad de Girona. Es Profesor
Asistente de Lengua y Literatura Espola y Catalana en la Universidad de Notre Dame (E.UU.).
Sus intereses de investigacn incluyen la Filología Ronica, los Estudios Iricos, los Estudios Ca-
talanes, los Estudios Mediterráneos, el Petrarquismo europeo y el Medievalismo. Su investigacn y
publicaciones se centran en la produccn, circulacn y traducción de literatura dentro y a través de la
Europa mediterránea medieval y moderna, así como en la influencia del medievalismo en el desarrollo
de los discursos nacionales en la Península Ibérica, en Italia y en Francia durante los siglos XIX-XX.
Contacto: Leonardo.Francalanci.1@nd.edu
ORCID: 0000-0003-4418-0990
DOI: 10.5281/zenodo.12795790
DOSSIER
Rubén Darío:
el archivo, lo efímero y la vida
Francalanci, “‘Un modernismo bien entendido’…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 16 / Julio 2024 / pp. 96-121 97 ISSN 2422-5932
Fecha de envío: 31/05/24 Fecha de aceptación: 08/07/24
Rubén Darío
Barcelona
Modernismo catalán
Catalanismo
Rusiñol
Darío llega a Barcelona en enero de 1899 en calidad de corresponsal del diario argentino La Na-
ción. La capital catalana le sorprende por su dinamismo económico, social, cultural e intelectual.
Este dinamismo representa, para el autor, un claro indicador de la amplia vocación moderna y
modernista que emerge con fuerza en todos los aspectos de la vida social, política, cultural y artística
catalana, dominada por el catalanismo político y, a nivel estético, por el Modernisme catalán. Este
trabajo pretende analizar aquellos elementos que, en las crónicas de Darío sobre España (España
contemporánea, 1901; Tierras solares, 1904), definen la modernidad de Barcelona y de Ca-
taluña dentro del contexto español. Asimismo, nos proponemos analizar las razones del interés
demostrado por Darío hacia este particular modelo de modernidad hispánica no española (o no cas-
tellanocéntrica), y su posible encaje con la visión dariana sobre la construcción de una identidad
hispánica transatlántica desligada del contexto colonial español.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
Rubén Darío
Barcelona
Catalan Modernism
Catalanism
Rusiñol
La Nación. While in the Catalan capital, Darío admires the economic, social, cultural and intel-
between Spain and Latin America.
ABSTRACT
KEYWORDS
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Número 16 / Julio 2024 / pp. 96-121 98 ISSN 2422-5932
Un cronista americano
La crónica En Barcelona”, escrita por Darío para el diario argentino La
Nación a principio de 1899 y luego incluida en el volumen España contempo-
ránea, se abre con la llegada de Darío al puerto de la capital catalana.
1
Esta-
mos a finales de diciembre de 1898, y Darío llega a España desde Buenos
Aires precisamente con el encargo de informar a los lectores argentinos so-
bre la situación en la que se encontraba el “país maternal” (37) después de
la desastrosa derrota en la guerra contra los Estados Unidos.
2
Desde las primeras páginas de su crónica, Darío deja claro que la Bar-
celona finisecular, con sus obreros, sus fábricas, sus intelectuales y sus ar-
tistas, encarnaba un ejemplo único, a nivel espol, de modernidad; y, en
particular, de aquel tipo de modernidad verdaderamente “moderna”, que,
por esas fechas, el poeta sólo reconocía darse en pocas otras partes de
Europa (París) y de América (Buenos Aires).
3
Sin embargo, el autor reco-
noce también, y así se lo explica a sus lectores, que esa modernidad urbana
y cosmopolita a la francesa y, cada vez más, a la argentina no era únicamente
el producto de los cambios económicos (la industrialización), urbanísticos
(la expansión y modernización de la ciudad) y sociales (el obrerismo) que se
habían puesto en marcha en Barcelona y en otras ciudades catalanas a lo
largo de la segunda mitad del siglo XIX. Al contrario, detrás del dinamismo
1
No hay que confundir este capítulo con otro, titulado “Barcelona”, que abre el volumen Tierras solares
(1904).
2
La crónica barcelonesa, publicada al diario La Nación el 30 de enero de 1899, está fechada “Madrid, 4 de
enero de 1899”. La estancia del autor en Barcelona, sin embargo, debió tener lugar unos días antes. Así lo
testimonian dos referencias cronológicas incluidas, respectivamente, al final de esta misma crónica (54:
“He llegado a Madrid y próximamente tendréis mis impresiones de la corte”) y a principio de la siguiente,
titulada “Madrid” (55: “Con el año nuevo entré en Madrid”), escrita por el poeta desde la capital española
a principio de enero de 1899 y publicada en La Nación el 6 de febrero del mismo año (aquí está fechada
“Madrid, 6 de enero de 1899”; en España contemporánea, en cambio, está fechada “1 de enero de 1899”).
3
No en vano, Antoni Martí Monterde describe España contemporánea como “un triángulo [no equilátero,
eso ] con sus vértices en Buenos Aires, Madrid y Barcelona”, pero con centro en París, donde se publicó
la primera edición” (2014: 187). El mismo Darío expresa su admiración hacia el dinamismo urbano y
cosmopolita de la gran capital del Plata” en la crónica “En el mar, publicada en La Nación el 18 de enero
de 1899 y luego incluida, como primer capítulo, en España contemporánea: [En el barco se observaba] un
Buenos Aires para escaparate: banqueros, comerciantes, artistas, periodistas, médicos, abogados, cómicos
y bailarinas; y en todo la misma representación que en la vida ciudadana; los círculos, las ‘afinidades elec-
tivas’, las simpatías; y una poliglocia que os obliga a entraros por todas las lenguas vivas”; y poco más
adelante: Después del crepúsculo, he ahí que estamos alrededor de una mesa un argentino, un italiano,
un suizo, un venezolano, un belga, un francés, un centroamericano, un oriental, un español...; no hay duda
de que venimos de Buenos Aires” (2013: 38).
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que se respiraba en muchos ámbitos de la sociedad barcelonesa y catalana
el poeta reconoce también el resultado de un profundo y progresivamente
más amplio proceso de modernización cultural, social y política alentado
en ese particular momento hisrico por la sinergia entre dos corrientes de
pensamiento diferentes, aunque complementarias: el Modernismo catalán,
en el campo artístico y cultural, y el catalanismo, en el campo social y polí-
tico. Un proceso cuyo objetivo era, finalmente, la emancipación de Barce-
lona y, con ella, de la identidad y de la cultura catalanas del ámbito ma-
drileño-español y su transformación en una verdadera capital autónoma de
cultura” (Cacho Viu, 1998: 49) hispano-latino-europea.
Detrás de este análisis no es difícil reconocer no tan sólo el buen
conocimiento previo de la realidad catalana por parte del poeta (adqui-
rido a partir de lecturas previas y a través de sus relaciones personales
con algunos de los principales protagonistas del momento; sobre este
tema véase Quintián, 1972), sino, sobre todo, el interés del intelectual-
artista modernista americano y de sus lectores, también americanos, por
el éxito del empuje modernizador que dominaba en ese momento el pa-
norama catan y, de reflejo, hacia las razones de la ausencia de un empuje
análogo a nivel español.
4
La aplicación de una “mirada específicamente americana”, aunque
modulada “a través del prisma francés” (Martí, 2014: 194), resulta efectiva-
mente decisiva para entender la estrecha relación que el autor reconoce, en
el contexto de la Espa finisecular, entre la propuesta estética moderniza-
dora, europeizante, del Modernisme y la propuesta política emancipadora,
también modernizadora y europeizante, promovida por el Catalanismo. No
solamente eso: la idea de una mirada al mismo tiempo modernista y ameri-
cana’ sirve también para explicar cómo su admiración hacia la modernidad
barcelonesa encaja con sus reflexiones, extendidas a lo largo de todo el vo-
lumen España contemporánea, sobre la crisis española y sobre la necesidad de
crear un modelo de modernidad panhispánica postcolonial que pueda con-
traponerse al expansionismo norteamericano. Efectivamente, la imagen de
4
En su análisis del clima cultural barcelonés le ayudaba, además, su profunda familiaridad con la realidad
francesa y parisina, modelo cultural indiscutible a nivel internacional, y para la misma intelectualidad mo-
dernista catalana. A propósito de la dimensión “americana” de las crónicas darianas, Antoni Martí Mon-
terde enfatiza que se trataba de un punto de vista compartido tanto por el autor como por su público: “Es
evidente que los lectores de aquella ciudad [Buenos Aires] esperaban las noticias que Darío les enviase
desde Madrid, más que desde España, para confirmar un relevo que, a partir de los años veinte, se hará
inaplazable como videncia, coincidiendo con los nuevos debates sobre la capital de la latinidad, debate en
que reaparece París como elemento determinante, Buenos Aires como promesa y Madrid como irrele-
vante” (2014: 190). Para una comparación entre diferentes visiones de España ofrecidas por viajeros his-
panoamericanos de los siglos XIX-XX véase Colombi (2003); en particular las pp. 127-129, dedicadas a
Rubén Darío.
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España promovida por Darío ya no es aquella estereotipada y ‘orientalista
de la generación liberal y romántica americana, monopolizada por la leyenda
negra. Al contrario, su discurso esdominado por la palabra “terapéutica
de la reconstrucción y de la regeneración, con la que el autor quiere redefinir
las relaciones entre los intelectuales hispanoamericanos y la Península (Co-
lombi, 127-128). Precisamente por esto el tema central de sus crónicas no
es tanto el atraso español, sino el fracaso del modelo tradicionalista y auto-
rreferencial del “paleo-nacionalismo español” (Cacho Viu, 1998: 23), puesto
definitivamente en evidencia por la pérdida de las últimas colonias ultrama-
rinas. Un fracaso que, como bien sabía el autor, si en el resto de Espa
justo empezaba a dar lugar a las preocupaciones del noventa y ocho por el
‘espíritu’ nacional (En torno al casticismo de Unamuno es de 1895; Idearium
español de Ganivet es de 1898), en el contexto catalán ya había inspirado, a
partir de la década de los años ochenta del siglo XIX, las propuestas eman-
cipadoras y decastellanizadoras promovidas por diferentes sectores del catala-
nismo.
5
Todo esto se aprecia con más claridad al comparar la crónica barcelo-
nesa con muchas de las otras crónicas incluidas en el volumen España con-
temporánea y, en particular, con aquella intitulada “Madrid”. Aquí, al analizar
en detalle las razones de la crisis española culminada en el ‘Desastre’, el
autor reitera que la modernidad observada durante su estancia en Barcelona
no dependía únicamente del desarrollo tecnogico o de los cambios socia-
les traídos por la industrialización, sino que estaba ligada a un profundo
cambio de mentalidad que todaa no se había dado en el resto del país y,
sobre todo, en la capital española. La sociedad catalana finisecular, en otras
palabras, no resultaba moderna lo porque la ciudad de Barcelona, como
espacio urbano, ya había emprendido el camino de la modernidad; de la
5
La progresiva politización, en sentido nacionalista, del movimiento catalanista se produce a lo largo de
los años ochenta del siglo XIX: en 1881 Almirall rompe con el Partido Federal de Pi y Maragall, que
defendía un federalismo más centralista; en 1880 y 1883, respectivamente, se organizan los primeros dos
grandes congresos catalanistas, el primero de los cuales lleva, además, a la fundación, siempre en 1882, del
‘Centre català’, una entidad social y política liderada por el mismo Almirall cuyo objetivo explícito era
defender los intereses “morales y materiales” de Cataluña; en 1885 Almirall presenta al rey Alfonso XII el
Memorial de Greuges y, en 1886, publica Lo Catalanisme, manifiesto programático del federalismo catalanista
en ese momento dominante dentro del catalanismo; en 1887 el sector más conservador del Centre Català
lo abandona para fundar la Lliga de Catalunya, que en 1891 se transforma en la Unió Catalanista, de cuya
primera asamblea salen, en 1892, las Bases de Manresa, verdadera acta de nacimiento del catalanismo político
nacionalista y conservador (este será la corriente dominante dentro del catalanismo en los años siguientes);
en 1892 se publica La tradición catalana del obispo Torre i Bages, manifiesto del catalanismo conservador y
católico. Las primeras iniciativas del catalanismo cultural, sin embargo, se remontan ya a la década anterior:
en 1870 se funda la primera organización abiertamente catalanista, la Jove Catalunya; en 1871 aparece la
revista La Renaixença; en 1879, Valentí Almirall funda el Diari catalá, primer diario escrito íntegramente en
catalán.
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misma forma, la estética del Modernisme no era sólo una moda o una “postura
snobde un pequeño grupo de venes artistas bohemios que, influenciado
por el ambiente parisino, quería estar siempre a la última (Cacho Viu,
1998: 51). Lo que les hacía verdaderamente moderna a la Barcelona de 1898,
según el análisis de Darío, era, en cambio, su profundo dinamismo, síntoma
de una nueva manera moderna, modernista y catalanista, de entender tanto
su identidad nacional como la relación entre pasado, presente y futuro.
La estatua de Colón
Aunque no parezca inmediatamente evidente, las diferentes secciones de la
crónica “En Barcelona” reproducen, de alguna forma, las etapas del reco-
rrido personal, íntimo, de Darío por el espacio, físico e ideal, de la capital
catalana (Oviedo, 1997: 182). Un recorrido que, como comentábamos, tiene
que ver tanto con la Espa de la derrota cuanto con el modelo de moder-
nidad hispano-latino-europea ofrecido por la Barcelona modernista. Esto
se nota bien al comparar la primera parte del texto, donde el autor consigue
trazar, en pocos párrafos, un retrato bastante fidedigno de la atmósfera que
se vivía en Barcelona y muchos sectores de la sociedad catalana tras la de-
rrota de ultramar, con las otras secciones de la misma crónica dedicadas,
respectivamente, al obrerismo, al catalanismo y al modernismo catalán.
El centro de la primera escena lo ocupa una conversación, original-
mente en catalán, escuchada por el poeta mientras se encuentra todavía a
bordo del vapor italiano que le ha traído de América (consciente de la di-
mensión identitaria del idioma dentro del contexto catalán, Darío lamenta
no poderla referir en la lengua original, porque ganaría en hierro”; 44). Los
interlocutores son los pasajeros de la tercera clase y la gente hormigueante”
que se acerca al barco atracado en el puerto.
¿Cómo te va, noi?
Bien, como que vengo de América. ¿Qué de nuevo?
¿Qde nuevo? Lo mismo de siempre: miseria. Ayer llegaron
repatriados. Los soldados parecen muertos. Castelar se está mu-
riendo.
¡Mira qué hermosa la estatua de Colón, al amanecer!
... en Déu! Más valiera le hubiesen sacado los ojos a ese tal.
La palabra fue peor. (44)
Este diálogo refleja claramente las preocupaciones del momento: los repa-
triados; los soldados, que “parecen muertos”; Castelar “que se está mu-
riendo”. A través de la disonancia entre el tono positivo del interlocutor
‘americano’ que llega de Argentina y el tono negativo del catalán, sin em-
bargo, Darío consigue ofrecer al lector de su crónica un primer elemento
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de reflexión sobre la distancia, considerable, que separaba estas dos expe-
riencias de la guerra. Si para el primero, efectivamente, la estatua de Colón,
construida en ocasión de la Exposición Universal de 1888, era “hermosa”,
para el otro, en cambio, esta representaba un símbolo de la experiencia co-
lonial española que acababa de concluirse de forma desastrosa. En el caso
del interlocutor catalán, además, aparece claro que detrás de la rabia por la
derrota y por los caídos muchos de los cuales venían, justamente, de las
clases trabajadoras había también otro sentimiento: el de desengaño por el
fracaso de una política ultramarina que parte de la sociedad catalana ya con-
sideraba claramente anticuada y con la que no se reconocía; y de la cual, en
algún caso, había empezado a sentirse víctima ella misma.
La capacidad de Darío para resumir, en pocas palabras, el complejo
clima que se vivía en la Barcelona de 1898 resulta evidente al comparar, por
ejemplo, esta primera sección de la crónica barcelonesa con la trilogía Els
tres cants de guerra del poeta modernistas catalán Joan Maragall, compuesta
justamente en esos mismos os en respuesta a la guerra hispano-estadou-
nidense (“Els adeus”, 1896; Oda a Espanya, 1898; Cant del retorn”,
1899). En las tres poesías, y sobre todo en la segunda, Oda a España”, el
autor expresa todo su desengaño hacia la España del ‘Desastre’ con unos
versos muy conocidos.
Escolta, Espanya, la veu d’un fill
que et parla en llengua no castellana:
parlo en la llengua que m’ha donat
la terra aspra:
En aquesta llengua pocs t’han parlat:
en l’altra, massa.
T’han parlat massa dels saguntins
i dels que per la pàtria moren:
les teves glòries i els teus records,
records i glòries només de morts:
has viscut trista.
Jo vull parlar-te molt altrament.
Per qvessar la sang inútil?
Dins de les venes vida és la sang.
Vida pels d’ara i pels que vindran:
Vessada és morta.
Massa pensaves en ton honor
I massa poc en el teu viure:
Tràgica duies a mort els fills,
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Te satisfeies d’honres mortals,
I eren tes festes els funerals,
Oh trista Espanya!
Jo he vist els barcos marxar replens
dels fills que duies a que morissin:
somrients marxaven cap a l'atzar;
i tu cantaves vora del mar
com una folla.
On són, els barcos? On són, els fills?
Pregunta-ho al Ponent i a lona brava:
tot ho perderes; no tens ningú.
Espanya, Espanya! retorna en tu,
arrenca el plor de mare!
Salvat, oh!, salvat de tant de mal:
que el plor et torni fecunda, alegre i viva.
Pensa en la vida que tens entorn:
aixeca el front,
somriu als set colors que hi ha en els núvols.
On ets, Espanya? No et veig enlloc.
No sents la meva veu atronadora?
No entens aquesta llengua que et parla entre perills?
Has desaprès d’entendre an els teus fills?
Adeu Espanya! (Maragall, 1960: 177-178)
Las razones del desengaño expresado por Maragall, como podemos ver,
son sobre todo dos. La primera es que a lo largo de su historia Espa ha
preferido no escuchar aquellos hijos que le hablan en lengua “no-caste-
llana”; la segunda, relacionada con la primera, es que esta aún considera
legítimo sacrificar sus hijos, enviándolos a morir al Ponent (véase también
“Cant del retorn”, v. 10: Adeu, o tu, Amèrica, terra furenta!”), sólo para
proteger el recuerdo de las glorias pasadas. El deseo del autor, en cambio,
es que España empiece a cuidar su presente y, aún más, su futuro. Más allá
de las imágenes de gusto modernista, como aquella de la sangre que, mien-
tras corre por las venas, mantiene su potencial vifico, no es difícil reco-
nocer en estos versos los ecos de un discurso mucho s amplio de ca-
cter catalanista y modernista, el cual abogaba, por lo menos en términos
mínimos, por la descentralización de la identidad nacional espola y de
su articulación estatal.
El terremoto de mana
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La guerra hispano-estadounidense, como hemos comentado, es la razón por
la que Darío se desplaza a Espa. Sin embargo, la que acabamos de men-
cionar es la única referencia directa a la derrota que hay en toda la crónica.
En cuanto el autor consigue desembarcar y poner pie en la Rambla, el tono
cambia y su atención se aleja de la guerra. De repente, las referencias a los
repatriados y a los soldados desaparecen para dejar espacio, en cambio, a
una serie de amplias y detalladas reflexiones sobre la realidad social, política
y cultural de la capital catalana. Aunque el autor no lo diga expresamente,
es como si la misma estructura narrativa de su crónica le sirviera para enfa-
tizar la voluntad de la Barcelona modernista de dejar atrás la “herencia fu-
nesta” del pasado (Cachio Viu, 1998: 53) y de enfocarse, en cambio, en la
construcción de un futuro plasmado a partir de un modelo social, cultural y
político que la España arcaizante de la Restauración, todavía ligada al re-
cuerdo de su pasado colonial, ya no podía ofrecer. No en vano el elemento
que acomuna las reflexiones incluidas en el resto de la crónica, sean estas
sobre el movimiento obrero, el catalanismo o el Modernismo catalán, es
precisamente el consolidarse, en todas las capas sociales, de un dinamismo
social y cultural típicos, con sus ventajas y contradicciones, de otras socie-
dades modernas como la parisina y, cada vez más por esas fechas, la bonae-
rense.
Después de una breve descripción de la Rambla, baraja social, reve-
lador termómetro de una especial existencia ciudadana”, con su río hu-
mano, en un continuo movimiento(45), Darío introduce el primer ele-
mento clave de la modernidad barcelonesa: la cuestión obrera.
Si vuestro espíritu se aguza, he ahí que se transparenta el alma urbana. Al,
al pasar, notáis algo nuevo, extro, que se impone. Es un fermento que se
denuncia inmediato y dominante. Fuera de la energía del alma catalana,
fuera de ese tradicional orgullo duro de este país de conquistadores y me-
nestrales, fuera de lo permanente, de lo histórico, triunfa un viento moderno
que trae algo de provenir: es la Social que está en el ambiente; es la imposi-
ción del fermento futuro que se deja ver; es el secreto a voces de la blusa y
de la gorra, que todos saben, que todos sienten, que todos comprenden, y
que en ninguna parte como aqresalta de manera tan palpable en magnifico
alto-relieve. Que la ciudad condal, que estos hombres fuertes de antiguo,
que tuvieron poetas en el Roussillón y duque de Atenas, que anduvieron en
cosas de conquistas y guerras por las sendas del globo, y extendieron siem-
pre su soberbia como una bandera; que esta tierra de trabajadores de hon-
radez artesana y de vanidad heroica, esté siempre de pie manifestando su
musculatura y su empuje no es extro; y que el desnivel causante la sorda
amenaza que hoy va por el corazón de la tierra formando el terremoto de
mañana, haya aqprovocado más que en parte alguna la actitud de las clases
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laboriosas que comprenden la aproximación de un universal cambio, no es
sino hecho que se impone por su ley lógica (45-46).
El lenguaje dariano está lleno de imágenes de gusto modernista ligadas a la
fuerza, a la energía y al cambio; justo debajo de la superficie, además, no es
difícil ver otras sugestiones ligadas a la concepción modernista del yo indi-
vidual proyectado a nivel colectivo (Cacho Viu, 1998: 57-59). Se trata de
imágenes claramente positivas: lo que le llama más la atención de ese fer-
mentoque se hace evidente en el alma urbana” no es tanto su potencial
destructivo, que el autor reconoce, sino su dinamismo. Lo que se impone,
aunque extraño, es “nuevo”; lo que triunfa es un viento moderno “que trae
algo de porvenir”.
El otro elemento importante de la reflexión del poeta es que estos
cambios, típicos de las sociedades industriales modernas, no parecen opo-
nerse a la tradición histórica catalana, con sus héroes y mitos nacionales. Al
contrario, Darío parece establecer una conexión directa entre el “tradicional
orgullo duro” de los catalanes de la Edad Media y el orgullo de los obreros
catalanes que, como sus antepasados, no dudan en ponerse de pie y flexio-
nar “su musculatura” para defender sus intereses. Es de particular interés
notar que estas referencias históricas, desde los trovadores a los duques de
Atenas, pasando por los “conquistadores(se trata de una referencia a la
expansión catalana por el mediterráneo; nada tiene que ver con América),
pertenecen todas al repertorio histórico-mitogico catalán más bien, ca-
talano-aragonés anterior a la unión con Castilla, y que por lo tanto evocan
un tipo de catalanidad hispánica pre-española cercana a aquella celebrada
desde hacía más de medio siglo por el discurso catalanista. Una vez más,
Darío se demuestra buen conocedor de la realidad catalana y de la cuestión,
central dentro del catalanismo, de la personalidad histórica de Cataluña y de
sus derechos históricos.
Referencias análogas aparecen poco más adelante en la crónica. Al ha-
blar de un obrero que se sienta a tomar café al lado de unos “señores de
negocios” en uno de los establecimientos elegantes de la Rambla, el café
Colón, sin que nadie encuentre esa acción “osada e impertinente”, Darío lo
compara al primer conde catalán Wilfredo el Velloso:Por la rambla va ese
mismo obrero, y su paso y su gesto implican una posesión inaudita del más
estupendo de los orgullos; el orgullo de una democracia llevada hasta el
olvido de toda superioridad, a punto de que se diría que todos estos hom-
bres de las fábricas tiene una corona de conde en el celebro” (46-47). Tras
el tono algo hiperbólico utilizado por Darío, y tras cierta idealización he-
roica de la “comunión ciudadana interclasista barcelonesa (Martí, 2014:
191), podemos reconocer, una vez más, una valoración positiva de la fuerza
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y del orgullo mostrado por los obreros barceloneses en el contexto de una
sociedad que ya había emprendido el camino de la modernidad.
En Cataluña, de Cataluña, por Cataluña
Todas estas alusiones a la Cataluña medieval encajan con el segundo ele-
mento significativo de la vida barcelonesa: la amplia difusión, por lo menos
en términos mínimos, de una conciencia nacional catalana. Durante su es-
tancia, explica Darío, ha tenido la oportunidad de conversar con catedráti-
cos de universidad y obreros, ricos industriales y artistas, y, en todos ellos,
ha podido observar el mismo convencimiento”: el de sentirse, ante todo,
catalanes. Es decir, naturales de una comunidad nacional, la catalana, clara-
mente diferente y separada de las otras naciones o nacionalidades españolas.
Observo que en todos aquí da la nota imperante [...] un regionalismo que no
discute, una elevación y engrandecimiento del espíritu catalán sobre la nación
entera, un deseo de que se consideren esas fuerzas y esas luces, aisladas del
acervo común, solas en el grupo del reino, única y exclusivamente en Cata-
luña, de Cataluña y para Cataluña. No se queda tan solamente el ímpetu en la
propaganda regional, se va más allá de un deseo contemporizador de autono-
mía, se llega hasta el más claro y convencido separatismo [...] He recibido la
visita de un catedrático de la Universidad, persona eminente y de sabiduría y
consejo; he hablado con ricos industriales, con artistas y con obreros. Pues
os digo que en todos está el mismo convencimiento, que tratan de sí mismos
como en casa y hogar aparte, que en el cuerpo de España constituyen una
individualidad que pugna por desasirse del organismo a que pertenecen, por
creerse sangre y elemento distinto en ese organismo, y quien con palabras
doctas, quién con el idioma convincente de los números, quién violento y con
una argumentación de dinamita, se encuentran en el punto en que se va a la
proclamación de la unidad, independencia y soberanía de Cataluña, no ya en
España sino fuera de España (47-48)
Según explica el autor en el párrafo siguiente, el argumento pragmático con
que uno de sus interlocutores le justifica su separatismo es el económico:
los catalanes y los vascos son los únicos “dos hermanosque trabajan para
mantener la gran familia” y, precisamente por eso, son los únicos dos que
se quejan (48). Lo que no dice Darío, en cambio, es que para muchos cata-
lanes había también otras razones, y que estas tenían que ver tanto con la
economía como con el centralismo unificador que dominaba la realidad po-
lítica y cultural española de la Restauración. No en vano el proceso de poli-
tización del catalanismo que se dio a lo largo de los años ochenta del siglo
XIX, y que culminará en 1892 en las Bases de Manresa acta de fundación del
catalanismo político, fue debido, en gran parte, a los fracasos del federa-
lismo español durante la etapa republicana. Ante la imposibilidad de lanzar
Francalanci, “‘Un modernismo bien entendido’…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
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un proyecto reformista y descentralizador de calado nacional que permitiera
substituir, en palabras de Almirall, el unitarismo de la España moderna con
el unionismo de la tradición hispánica medieval, cada vez más catalanes opta-
ron por concentrar sus esfuerzos en fomentar un discurso político privativo
para Cataluña de inspiración nacionalista. Todo esto se hace bien evidente
comparando la propuesta federalcatalanista promovida por Almirall a Lo Ca-
talanisme (1886) con la propuesta, ya abiertamente nacionalista, promovida
por de Prat de la Riba a La nacionalitat catalana (1906). Si a mediados de los
años ochenta, efectivamente, el primero todavía podía defender la idea de
una ‘nación’ España dividida en diferentes estados una especie de Estados
Unidos españoles, a principio del siglo XX el segundo ya abogaba por la
creación de un estado nacional catalán “en unió federativa amb els Estats
de les altres nacionalitats d’Espanya” (114).
6
El pensamiento moderno o “nuevo”
Para Darío todas estas tensiones internas a la sociedad barcelonesa y cata-
lana no representaban necesariamente algo negativo. Al contrario, los em-
pujes modernizadores que el poeta observa en la ciudad condal encajan a la
perfección, en su complejidad, con el ambiente de una ciudad y de una so-
ciedad que ya ha emprendido el camino de la modernidad. A pesar de todo,
efectivamente, Barcelona le aparece como una ciudad “riente, alegre, bulli-
ciosa, moderna, quizá un tanto afrancesada y por lo tanto graciosa, llena de
elegancia (48). De la misma forma, el pueblo catalán, “sano y robusto
desde los siglos antiguos”, le resulta lleno de la “sangre vivaz que le da su
tierra fecunda” (48). Lo que cuenta, en definitiva, no son tanto los conflictos
internos, sino que los catalanes son activos, se mueven, producen, moder-
nizan. Los talleres “se pueblan, bullen; abejean en ellos las generaciones
(49). La existencia de Barcelona y de muchas otras ciudades catalanas, como
Reus, Mataró y Vilanova, es fabril” (50). Poco importa, insiste Darío, que
los obreros catalanes que aquí saben leer, que “discute[n](49) hablen
abiertamente de la revolución social, y que en las zonas alta y “media” se
enfrenten los partidarios de una Catala autónoma, francesa o indepen-
dente (49). Lo que se percibe en la ciudad que “se agita” es, por encima de
todo, la palpitación de un pulso, el signo de una animación (49).
6
Véase también el pequeño volumen Compendi de la doctrina catalanista, escrito por Prat de la Riba y Pere
Muntanyola y publicado en 1895: “P. Quina es la pàtria dels catalans? R. Catalunya. […] P. Espanya no és
doncs la pàtria dels catalans? R. No és s que l’estat, o agrupació política a que pertanyem. P. Quina
diferencia hi ha entre l’Estat y la Pàtria? R. L’estat és una entitat política, artificial, voluntària; la pàtria és
una comunitat històrica, natural, necessària” (2).
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Darío lo explica de forma aún s expcita en el capítulo “Barcelona”
incluido en Tierras solares (1904). Aquí, al recordar su primera visita a Barce-
lona, la de finales de 1898, dice:
Cuando os escribí de Espa fue a raíz de la guerra funesta. Acababa de
pasar la tempestad. Estaba dolorosa y abatida la raza, agonizaba el país. Y
os hablé, sin embargo, de la mina de energía, del vasto yacimiento de fuerza
que hallé en esta provincia de Cataluña, gracias al carácter de los habitantes,
de antaño famosos por empresas arduas y bien realizadas; y admiré la ri-
queza y el movimiento productor de esta Barcelona modernísima (12).
Las palabras clave son, otra vez, las mismas: energía vital, productiva; mo-
vimiento; dinamismo; fuerza; orgullo por un pasado que no se opone al
camino del progreso y de la modernidad.
No es por acaso que estas sean las mismas ideas que definen tambn
la última sección de la crónica dariana, donde el autor habla del Modernismo
catalán, del café Els Quatre Gats y de Santiago Rusiñol, uno de sus represen-
tantes más destacados. Este movimiento cultural, intelectual y artístico “pa-
ralelo al movimiento político y social” representa, para Darío, la materiali-
zación del “pensamiento ‘modernoo nuevo” (50) que se ha impuesto en
Cataluña s que “en ningún otro punto de la Península, más que en Ma-
drid mismo(50-51).
7
La importancia que el autor le asigna al cosmopoli-
tismo como base de esta nueva manera de pensar resulta bien evidente
cuando afirma, al cabo de unas pocas líneas, que aunque se tache a los
promotores de este mismo movimiento, de industriales, catalanistas, o
egoístas, es el caso que ellos, permaneciendo catalanes, son universales
(51). No se trata, como podemos observar, lo de una cuestión cultural o
artística. La modernidad de la que habla y que admira Darío se materializa,
con su empuje regenerador, en todos los aspectos de la vida moderna bar-
celonesa. Así, al lado de las manifestaciones artísticas y literarias altasde
los “esritus escogidos”–, el poeta puede reconocer también la huella del
pensamiento moderno en las “aplicaciones industriales”, las cuales tienen el
mérito de favorecer que dicho pensamiento pueda extenderse también al
pueblo (51); no en vano, insiste Darío el detalle es bien significativo, la
producción catalana de carteles publicitarios (véase “El cartel en Espa”,
331-344), así como la publicación revistas ilustradas (véase “La cuestión de
7
La misma idea vuelve en otras crónicas. En “El modernismo”, por ejemplo, afirma: “No existe en Madrid,
ni en el resto de España, con excepción de Cataluña, ninguna agrupación, brotherhood, en que el arte puro
[…] se cultive siguiendo el movimiento que en estos últimos años ha sido tratado con tanta dureza por
unos, con tanto entusiasmo por otros” (325).
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la revista. La caricatura”, 204-213) y de libros de todo tipo puede conside-
rarse a la par de la mejor producción que existe en países modernos como
Alemania, Francia, Inglaterra o Estados Unidos (51).
Darío reitera la centralidad del cosmopolitismo como elemento básico
del proceso modernizador catalán en muchas otras crónicas escritas desde
España en 1899 y luego incluidas en Espa contemporánea. En la crónica “El
Modernismo”, el autor explica que el temprano desarrollo del modernismo
en Barcelona se funda sobre el rechazo, por parte de los modernistas cata-
lanes, del formalismo tradicional” positivista y de un cierto sentido de ex-
cepcionalidad estética y moral que, en cambio, todavía dominaban en esa
época el ambiente cultural madrileño (325). Se trata de los mismos factores
que, sumados al desconocimiento casi completo de la “vida mental de otras
naciones” y a la “poca difusión de los idiomas extranjeros”, han impedido
la difusión en Espa “de todo soplo cosmopolita y el desarrollo de la
individualidad artísticas sobre la cual se funda la “evolución moderna o mo-
dernista” (326). Al retraso español contribuía, además, otro factor, el cual
representaba al mismo tiempo un síntoma y una de las causas de la crisis
española: la existencia de una juventud intelectual despojada de la virtud
del deseo, o mejor, del entusiasmo”, de la “pasn” por el arte y, sobre todo,
del “don de la voluntad” (326). En la crónica “El cartel en España”, en
cambio, al hablar de las colaboraciones entre modernismo literario y artís-
tico, afirma que el catalán es un “modernismo bien entendido” (341). Lo
que define a los modernistas catalanes como Casas, Rusiñol o Utrillo, efec-
tivamente, no es tanto el conocer lo que en el mundo entero se produce
de las evoluciones del arte universal contemporáneo”, sino el haber enten-
dido que el método es lo que se debe seguir del pensamiento extranjero
(341). Para ser verdaderamente modernos y modernistas y esto vale tanto
en Barcelona como en Buenos Aires o en Madrid no es suficiente imitar
un particular estilo o manera de hacer arte; lo que hay que entender es, ante
todo, la mentalidad o el ideal del que ese estilo es expresión. No en vano,
añade el autor, el gran mérito de los modernistas catalanes es precisamente
el de haber sido capaces de desarrollar su individualidad artística “en el am-
biente proprio, en el medio propio” (341).
Estas reflexiones darianas sobre las diferencias entre Cataluña y la Es-
paña castellana demuestran, una vez más, su buen conocimiento tanto de la
realidad española como de la catalana. En ellas, efectivamente, no es dicil
reconocer ecos de dos de los parámetros centrales del proyecto promovido
por el modernismo catalán: la defensa de la identidad catalana, vehiculizada
principalmente a través del idioma, y la “ruptura del aislacionismomental
que mantenía fosilizada la tradición nacional catalana, para poderla “pro-
yectar adelante” (Cachio Viu, 1998: 52). Se puede apreciar mejor la precisión
de su análisis comparando los comentarios citados anteriormente acerca del
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retraso español con los objetivos que se proponían los jóvenes modernistas
catalanes reunidos en torno a la revista LAve, El Avance (1881-1885 y
1889-1893; hasta 1890 L’Avens). Para estos, entre los cuales había algunos
de los nombres citados por Darío, como el de Rusiñol, modernizar la cul-
tura catalana no quería decir tanto promover una renovación estética mo-
dernista (al principio, los modelos eran Zola y el naturalismo; más tarde lo
serán Ibsen y Nietzsche) cuanto superar la “servidumbre [política y mental]
intraespañola(Cacho Viu, 1998: 53) y abrir la tradición propia a influencias
culturales y literarias externas, sobre todo europeas. El mismo nombre de
la publicación, L’Ave - Revista catalanista, así como el hecho de estar escrita
enteramente en catalán, representaban toda una declaración de intenciones
en este sentido. Así lo explica el mismo equipo de redacción en el primer
número de la revista:
Tant sols al mirar la primera plana de L’Avens, ja es pot formar càrrec de les
nostres aspiracions. Son títol indica que perteneixem a un partit avançat, y
al fer-lo ‘periòdic catalanista’, manifestem tenir gran amor a la terra ahont
havem vist la llum per primera volta [...]. En lo catalanisme existeixen avui
dos partits completament oposats. Los uns són sectaris de les idees s
endarrerides y rebusquen per làpides i pergamins termes antiquats, per a que
els que ells creuen ignorants no los entenguin [esta posición historicista es-
taba representada por la tradición jocfloralistai por la revista La Renai-
xensa]; los altres, vislumbrant lo lluminós astre de la llibertat, se fan càrrec
de què les coses canvien amb lo transcurs dels segles [...] Nosaltres,
procurarem inculcar a nostres companys les nobles idees d’amor a la pàtria,
admirant als presents i recordant als passats. (Massó Torrents, 1881: 1)
El director de la revista durante el bienio 1883-1884, Ramón D. Perés, así
lo vuelve a aclarar en 1884, siendo responsable, además, de haber utilizado,
por primera vez, el adjetivo modernista:
Nosaltres creiem [...] que el moviment intel·lectual de Catalunya no deu, no
pot ésser una excepcenmig de son segle i que per lo tant ha de marxar
amb ell. Nostra revista [...] defensa (i procurarà realitzar sempre) lo conreu
en nostra pàtria d’una literatura, d’una ciència y d’un art essencialment
modernista, únic medi que, en coincidència, creu que pot fer que siguem
atesos amb vida esplendorosa” (Perés, 1884: 3; Cacho Viu, 1984: 15).
Para los modernistas catalanes, como para Darío, ser modernista significaba
sobre todo querer actualizar la cultura propia y transformarla en una cultura
moderna, al paso de los tiempos; y hacerlo, además, en el caso catalán, con
una ampliación del proceso reformista y modernizador a la lengua catalana,
para que esta pudiera cumplir con su función de lengua vehicular nacional.
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Los ejes de este proceso fueron sobre todo tres: normalización ortográfica,
decastellanización léxica y superación de la tendencia medievalista. Jaume
Brossa, uno de los modernistas de tendencia más izquierdista y cosmopolita,
resume ala cuestión en 1899 desde las páginas de la Revista Blanca de Ma-
drid: Mientras Cataluña no busque su autonomía fuera de los moldes his-
tóricos, no es posible que alcance el triunfo de sus aspiraciones. O será mo-
derna, o no existirá” (Cacho Viu, 1984: 210).
La idea de romper el molde históricoes precisamente a lo que se
refiere Darío al mencionar aquellos autores que, en ese momento, ya se ha-
bían quedado atrás y que por eso “o calla[ba]n, o apenas [eran] oídos”: Ba-
laguer, con su “pesante fárrago”; Verdaguer, que ya vivía “al reflejo de la
Atlántida, al rumor del Cani”; Guimerà, con sus dramas históricos y su
“diplomacia literaria(51). Para los modernistas catalanes, efectivamente,
tanto la estética romántica e historicista típica de la Reinaxença catalana como
cierto tradicionalismo medievalista practicado por el sector más cultural
del catalanismo finisecular ya representaban el pasado. El presente y el fu-
turo, en cambio, estaban representados por Santiago Rusiñol, hombre de
un “altísimo espíritu, pintor, escritor, escultor” (51).
8
Bellamente, noblemente, a la cabeza de la juventud, Rusiñol, que no escribe
sino en catalán, pone en Catala una corriente de Arte puro, de generosos
ideales, de virtud y excelencia trascendentes. Por él se acaba de levantar al
Greco una estatua en Sitges; por él los nuevos aprenden en ejemplo vivo,
que el ser artista no está en mimar una Bohemia de cabello largos y ropas
descuidadas y consumir bocks de cerveza y litros de ajenjo en los cafés y
cabarets, sino en practicar la religión de la Belleza y de la Verdad, creer, cris-
talizar la aspiración en la obra, dominar al mundo profano, demonstrar con
la producción propria la fe en un ideal; huir de los apoyos de la crítica oficial
tanto como de las camaraderías inconsistentes, y juntar, en fin, la chispa
divina a la nobleza humana del carácter. (51-52)
Como podemos ver, lo que le hace moderno y modernista a Rusiñol no es
tanto el estilo de sus obras o su defensa del arte puro, sino su capacidad
para poner en práctica, a través de su producción artística e intelectual, su
“fe” en el ideal modernista. Un ideal que, como ya hemos visto al hablar de
la revista modernista L’Ave, se extena también al ámbito político; no en
vano, especifica Darío, Rusiñol “no escribe sino en catalán” (51).
9
El poeta,
8
A propósito de la valoración dariana del artista catalán véase también “Santiago Rusiñol”, texto in-
cluido en el volumen Cabezas (1916).
9
En otra crónica, “La joven literatura II”, el autor lamenta, sin embargo, que Rusiñol escriba sólo en
catalán. No se trata, de todos modos, de una crítica hacia el escritor. El problema es otro: que el hecho de
escribir sólo en catalán reduce el alcance de la contribución que Rusiñol podría ofrecer al modernismo
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en su crónica, ofrece dos pequeñas muestras de esta pctica casi religiosa,
mística, de la belleza y de la verdad: la primera es la creación, en Sitges, del
Cau Ferrat, una especie de santuario de arte”.
10
La segunda, aunque Darío
sólo la mencione de forma indirecta en la crónica barcelonesa al recordar
que “por él se acaba de levantar al Greco una estatua en Sitges”, es la orga-
nización, en la misma villa, de una serie de fiestas modernistas entre 1892 y
1899 a las que acudieron algunas de las personalidades más destacadas de
las culturas catalana y española del momento.
Los mismos temas vuelven a aflorar una vez más al cabo de pocas
líneas, cuando Darío da testimonio del clima cultural que animaba el ca
Els Quatre Gats, espacio símbolo de la renovación modernista y “muestra
del estado intelectual de la capital catalana” (54). En este ambiente bohemio
de inspiración parisina (52: Los cuatros gatos son algo así como un remedio
del Chat Noir de París”) Darío tiene la oportunidad de asistir a un espec-
culo de marionetas en una sala decorada con diferentes obras de Rusiñol
y otros representantes de la nueva corriente artística barcelonesa. De este
espectáculo, el autor destaca sobre todo dos elementos: el primero es que
se trata de una expresión arstica claramente moderna y modernista, dado
su obvio origen parisino y europeo (hay referencias a Bouchor, Richepin y
Maeterlinck); el segundo es que las marionetas hablan, “naturalmente” (53),
en catalán. Al salir del café, espacio en que además de espectáculos de ma-
rionetas hay también con regularidad exposiciones, conciertos, encuentros
literarios y “sombras chinescas (53), Darío recibe del anfitrión Pere
Romeu, un “tipo del Barrio Latino parisiense” (52), un “cartelito” en el que
“se anuncia su coín de artista”. Esta vez, Darío no solamente observa que el
cartelito está escrito en catalán, sino que además decide reproducirlo inte-
gralmente en su crónica, dando así, de paso, una temprana contribución al
proceso de normalización del catalán fuera de Cataluña.
Podemos encontrar otras referencias a la relación directa que había
entre catalanismo, modernismo y cosmopolitismo en el primer capítulo,
“Barcelona”, de Tierras solares (1904). Aquí, hablando de la capital catalana,
Darío dice que ésta le asombra con su carácter tan propio, y, sin embargo,
desde antes tan universalizada más que europeizada” (15). Más adelante,
añade: “[En Cataluña] La cultura general es también mayor, como ya otra
vez lo he hecho notar, que en otras provincias. El ambiente barcelonés es
español. Como reconoce el autor, efectivamente, las obras catalanas son poco conocidas y “escasamente
traducidas al idioma nacional”; en algunos casos, la crítica española sólo se entera de su valor a través de
lo que dice de ellas la prensa extranjera (410-411).
10
En un texto de 1897, “Cau Ferrat”, incluido en su España filosófica y otros trabajos, Ángel Ganivet lo de-
fine como el “santuario del modernismo español”.
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el de un pequeño París. Sus artistas y escritores genuinamente catalanes es-
tán en contacto con todo el mundo(16). Finalmente, al cabo de unas pá-
ginas: “La juventud brava joventud’! - cultiva su campo, siembra su se-
milla. Alza, construye su torre en el limitado cerco en que se oye su lengua:
pero desde lo alto de la torre, ve todos los horizontes (18). A lo largo de
todo el capítulo se hace evidente que los bloques sobre los que la Barcelona
de 1904 sigue construyendo su modernidad son, para el autor, una extensión
natural de los de 1898: una sociedad dinámica, en la que destaca la presencia
de venes artistas e intelectuales, como Rusiñol, que creen en un ideal y
que trabajan para sacar adelante un amplio proceso de modernización cul-
tural y social; una extensa tasca de traducción al catalán tanto de los clásicos
como de “los modernísimos extranjeros”; la publicación, en catalán, de re-
vistas artísticas de calidad; y, finalmente, una producción teatral moderna,
también en catalán (18).
La sección sobre el Modernismo, Rusiñol y el café modernista Els
Quatre Gats concluye la crónica barcelonesa incluida en Espa contemponea.
El autor, a punto de marcharse a Madrid, comparte una última reflexn
sobre la atmósfera barcelonesa, cuyo dinamismo moderno y cosmopolita
contrasta con la atmósfera estancada, apática, que este sabe que encontrará
en la capital española.
Desde luego, sé ya que en Madrid me encontraré con otra atmósfera, que si
aquí se existe un afrancesamiento que detona, ello ha entrado por una ven-
tana abierta a la luz universal, lo cual sin duda alguna vale s que encerrarse
entre cuatro muros y vivir del olor de cosas viejas. Un Rusiñol es floracn
que significa el triunfo de la vida moderna y la promesa del futuro en un
país en donde sociogica y mentalmente, se ejerce y cultiva ese don que da
siempre la victoria: la fuerza. (54)
Es interesante notar, una vez más, cómo las reflexiones de Darío sobre las
razones de la crisis espola finisecular coinciden, en muchos puntos, con
algunas de las ideas centrales del programa cultural y político modernizador
y, en el fondo, también regeneracionista promovido por el Modernismo
catalán. Compárese, por ejemplo, la expresiónencerrarse en cuatro muros
y vivir del olor de cosas viejas”, presente en esta última sección de la crónica
dariana, con un artículo muy conocido de Jaume Brossa, “Viure del passat”.
En este texto, escrito en ocasión de las celebraciones colombinas de 1892 y
publicado en L’Avenç en setiembre de ese mismo o, el autor critica, con
ideas muy cercanas a aquellas expresadas por Darío, el culto excesivo y
excesivamente autorreferencial al pasado nacional que caracterizaba el
clima cultural español de la Restauración (argumentos de tono parecido apa-
recen también, como ya comentamos, en la “Oda a Espa” de Maragall).
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Les cncies històriques tenen aquí vida migrada. En els països centrals
d’Europa són conegudes tant detalladament les diferents èpoques de llur
respectiva historia, que la resurrecció del passat ha arribat a adquirir una
plasticitat viva i enèrgica. Res d’això tenim nosaltres. El poble espanyol
té consagrats dins la imaginació, per medi duna representac mítica,
herois, personatges, batalles i revolucions; de manera que per ell no hi
ha més historia que la que resulta de la llegenda [...]. Què té d’estrany,
doncs, que hagin arribat a tenir una grandiositat fabulosa i poemàtica,
estereotipada en el cervell del poble, fets com la Reconquista, el
descobriment dAmèrica, les batalles de Pavia, Sant Quintí i Lepanto, i
homes com el Cid, el Gran Capitán, Carlos V, D. Joan d’Àustria? Una
nació que es creu haver sigut la més gran del món durant una època
determinada, sexplica que s’encarinyi amb son passat, visqui de contar
ses glòries i no faci cas de res de modern (Brossa, 1892: 257).
Como podemos ver, el autor critica que el conocimiento del pasado quede
reducido a una serie de mitos nacionales de fácil digestión, porque esta sim-
plificación abre el camino al uso propagandístico de la historia (en otro frag-
mento del texto reconoce que gran parte de la culpa la tiene el sistema edu-
cativo oficial, con su énfasis en la memorizacn de nombres y fechas). No
resulta casual que, detrás del entusiasmo por las celebraciones colombinas,
Brossa no dude en reconocer un intento, por parte del mundo político y de
la nación entera, de negar la gravedad de la crisis finisecular.
Sembla que el govern i la naces facin el següent raonament: ja que no
tenim victòries presents de què sentir orgull; per tapar la misèria moral que
ens corseca; a fi de fer veure que no som tant pobres com diuen, hem agafat
per motiu el centenari de Colomb i durant tres o quatre setmanes els
espanyols ens entregarem al goig i al divertiment. Entremig de la disbauxa
ens oblidarem de nostro decaïment polític, de la nostra anèmia intel·lectual
i de la nostra desfeta isendística (Brossa, 1892: 258).
No se trata, naturalmente, de un problema únicamente español. En Cata-
luña, explica el autor, durante la Renaixença también había habido un exce-
sivo culto del pasado, siendo este responsable de haber esterilizado tota
concepció moderna” y de haber convertido el catalanismo literario, a la par
de las enseñanzas del romanticismo francés y su obsesión por la Edad Me-
dia, en una resurrecció arqueogica(Brossa, 1892: 261). Al contrario,
insiste el autor, a cada época nueva le deben corresponder formas nuevas
de arte. La base sobre la que tienen que construir las nuevas generaciones,
concluye Brossa, no es el legado del pasado en su conjunto, sino solamente
lo bueno que estas han recibido de las generaciones anteriores.
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Encerrarse en cuatro muros y vivir del olor de cosas viejas
La dimensión ‘modernista’ de la admiración de Darío por Barcelona se hace
aún más clara al analizar algunos pasajes de aquellas crónicas, escritas desde
Madrid, en que Darío reflexiona abiertamente sobre la situación espola
de 1898-1899. Como veremos a continuación, a partir del análisis de algu-
nos ejemplos, el contraste no podría ser más evidente.
Desde las primeras líneas del tercer capítulo de España contemponea,
“Madrid, Darío presenta el ambiente de la capital española como el exacto
contrario del ambiente barcelonés. A diferencia de la Barcelona “moderní-
sima” con la que el autor se encuentra justo al bajar del barco que le ha
traído de Argentina, efectivamente, la Villa y Corte destaca por el estanca-
miento de su vida ciudadana.
Poco es el cambio, al primer vistazo: y lo único que no ha dejado de sor-
prenderme al pasar por la típica Puerta del Sol, es ver cortar el río de capas
[...] un tranvía eléctrico. Al llegar, advertí el mismo ambiente ciudadano de
siempre; Madrid es invariable en su espíritu, hoy como ayer, y aquellas cari-
caturas verbales con que don Francisco de Quevedo significaba a las gentes
madrileñas, serían, con corta diferencia, aplicables en esta sazón (55).
El tono, como podemos ver, no es en ningún caso negativo. Al contrario,
Darío demuestra sentir un cariño sincero hacia el pueblo madrileño, cuyo
carácter alegre le recuerda el “buen humor tradicional de nuestros abuelos
(55).
11
Pero deja bien claro que en Madrid no hay rastro de aquellos elemen-
tos que definen el dinamismo y la modernidad barcelonesas. En lugar de la
Rambla, espacio urbano moderno en el que conviven y se mezclan “el som-
brero de copa y la gorra obrera, el smoking y la blusa, la señorita y la mene-
gilda” (45), lo primero que encuentra al bajar del tren en Madrid es una serie
de personajes típicos y estereotípicos del imaginario romántico: unos
mendigos; un personaje que parece salido del Don César de Bazán; unas mu-
jeres populares, sucesoras de Paca la Salada y de otras manolas”; y una
carreta tirada por bueyes, “como en tiempos de Wamba”, que va por la
misma calle céntrica recorrida por los carruajes elegantes; unos carteles que
anuncian dos zarzuelas; los cafés llenos de humo “que rebosan de desocu-
pados(56). Si no fuera por la presencia del tranvía eléctrico, la Madrid
contemporánea sería pcticamente indistinguible de la Madrid de los siglos
pasados. Para el autor, es como si el tiempo se hubiera parado, o como si la
11
En la primera crónica, En el Mar, ya había declarado: “De nuevo en marcha, y hacia el país maternal
que el alma americana americanoespañola ha de saludar siempre con respeto, ha de querer con cariño
hondo. Porque si ya no es la antigua poderosa, la dominadora imperial, amarla el doble, y si está herida,
tender a ella mucho más” (37).
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ciudad, y con ella toda España (fuera de Cataluña), pretendiera negar el paso
del tiempo e ignorar los cambios que se haan producido a su alrededor.
Tanto es así, observa Darío, que el pueblo madrileño parece ni acordarse de
la recién derrota en la guerra ultramarina.
12
España ya sabéis en qué estado de salud se encuentra; y todo el
mundo, con el mundo al hombro o en el bolsillo, se divierte: ¡Viva mi
España!
Acaba de suceder el más espantoso de los desastres […]: pues aq
podría decirse que la caída no tuvo resonancia. Usada como una vieja
‘perra chica’ está la frase de Shakespeare sobre el olor de Dinamarca,
si no, que sería el momento de gastarla. Hay en la atmósfera una exal-
tación de organismo descompuesto […]. Entretanto van llegando a
los puertos de la patria los infelices soldados de Cuba y Filipinas […].
Y el madroño está florido y a su sombra se ríe y se bebe y se canta, y
el oso danza sus pasos cerca de la casa de Trimalción. (56-57)
Según el autor, esta indiferencia generalizada hacia los problemas del pre-
sente, resultante de una política cultural tradicional y autorreferencial (ya
mencionamos anteriormente su comentario sobre la falta de voluntad y de
vocación artística moderna por parte de la juventud letrada española), es
sólo una de las razones de la crisis española finisecular. La otra, más grave,
es la ineptitud de la clase política y dirigente espola: El mal vino de arriba
[…]. Los estadistas de hoy […] son los que han encanijado al León simbó-
lico de antes; ellos los que han influido en el estado de indigencia moral en
que el espíritu se encentra (58). Son estos los que no han querido o sabido
poner remedio al “atraso generaldel pueblo español y sacar al ps de su
“secular muralla” (59). No en vano, insiste el autor, en Madrid, cabeza y
centro de la vida intelectual y literaria de la nación, el viento de la moderni-
dad es todavía “un soploque entra “por la ventana que se han atrevido a
abrir en el castillo feudal unos pocos valerosos(59). De la misma forma,
insiste Darío, la mayoría de la producción literaria madrileña a diferencia
de la americana, ya transformada por el cosmopolitismo se caracteriza por
su desconocimiento del “progreso mental del mundoy por su “iconoclas-
ticismoligado a “viejos y desechos fetiches” (60). Entre los literatos e in-
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El autor expresa ideas parecidas en la crónica “Carnaval”: “Entretanto, Madrid ha bailado como nuca.
No hay recuerdos de una época en que las gentes se hayan entregado a tal ejercicio con mayor entusiasmo
[…]. Parece que pasase con los pueblos lo que con los individuos, que estas embriagueces fuesen seme-
jantes a la de aquellos que buscan alivio u olvido de sus dolores refugiándose en los peligrosos paraísos
artificiales” (104).
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telectuales espoles finiseculares (véase, por ejemplo, las crónicas “La jo-
ven literatura”, “Novelas y novelistas”, Los poetas”, “El Modernismoy
“La joven literatura II”), sólo destacan unos pocos que se empan en abrir
los ojos de sus compatriotas para demostrarles que la Tizona de Rodrigo
de Vivar no corta ya más que el vacío y que dentro de las viejas armaduras
no cabe hoy más que el aire” (60). Una reflexn de tono parecido la pode-
mos encontrar, también, en El crepúsculo de España. Aquí Darío critica a Es-
paña por haber querido permanecer encerrada “en una múltiple muralla
china”, sin dejar que se desarrollasen sus “fuerzas interiores” y que pene-
trase en ella la vida libre de fuera”, y a sus clases dirigentes, influidas por
una “ciega megalomanía”, por haberse limitado a guardar “las viejas arma-
duras” sin poner nada en ellas (Darío, 1950: IV 577). Otro ejemplo s
aparece al final de la crónica “Carnaval”, donde el poeta afirma que en “esta
tierra de murallas” aquel que quiera organizar una verdadera reconstruccn
nacional debe, antes de todo, “abrir todas las ventanas para que los vientos
del mundo barran los polvos y telarasy para que queden limpias las
gloriosas armaduras y los oros de los estandartes(105). Aquí, como en
muchas de las crónicas incluidas en Espa contemporánea, las referencias de
gusto medievalista a las espadas, al Cid y a las viejas armaduras sirven para
enfatizar la esencia de su reflexión sobre la necesidad de superar el culto
excesivo y estéril del pasado que seguía dominando la cultura espola fini-
secular. Se trata de una distinción importante, porque su crítica se dirige
hacia los excesos anticuarios de la tradición nacional y, en ningún momento,
hacia la tradición española, por la que siente caro y respecto. Así lo declara
en muchas ocasiones a lo largo de sus crónicas españolas, pero también, y
quizá de forma aún más clara, en El triunfo de Calibán:
Y usted ¿no ha atacado siempre a España? Jamás. España no es el fanático
curial, ni el pedantón, ni el dómine infeliz, desdeñoso de la América que no
conoce; la España que yo defiendo se llama Hidalguía, Ideal, Nobleza; se
llama Cervantes, Quevedo, Góngora, Gracián, Velázquez; se llama el Cid,
Loyola, Isabel; se llama la Hija de Roma, la Hermana de Francia, la Madre
de América (Darío, 1955: IV 575).
El objeto de la crítica dariana, en definitiva, no son las armaduras” mismas,
sino que dentro de ellas ya no esté el verdadero espíritu español. Este con-
cepto se hace evidente al final de la ya citada crónica Carnival”, donde el
autor lamenta que en la Espa finisecular el españolismo tradicional” haya
sido arrinconado “como una armadura vieja (90). Aquí, como en otras
obras darianas (véase, por ejemplo, la “Letanía por nuestro señor Don qui-
jote” o el cuento “D. Q.”), el autor identifica lo bueno del esritu español
tradicional con la figura del caballero Don Quijote y, al contrario, la visn
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inmovilista, esclerotizada, autorreferencial y castellanocéntrica del naciona-
lismo español de la Restauración con “el espíritu sanchesco […] que sirve
de lastre a las almas nacionales o individuales” (90). Es interesante notar,
aunque lo de forma anecdótica pues se trata de un tema que sale del
alcance de este trabajo, cómo su lectura del Quijote como símbolo de es-
pañolidad resulta prácticamente opuesta a la de Unamuno. Ambos autores
defienden la necesidad de regenerar la verdadera alma española, rescatán-
dola de la decadencia política. Sin embargo, para Darío la figura de Don
Quijote representa la valena y el coraje del héroe idealista que lucha hasta
el final, aun sabiendo que no ganará, para defender sus ideales; para el Una-
muno de “¡Muera Don Quijote!”, al contrario, lo que tiene que morir para
que España pueda curarse de su locura imperial y colonial es justamente el
idealismo quijotesco alejado de la realidad y su obsesión, anacrónica y auto-
destructiva, hacia la defensa de la honra (sobre este tema véanse Varela,
2003 y 2013; y Maestro 1989).
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España, la caballeresca Espa histórica, tiene como Don Quijote que re-
nacer en el eterno hidalgo Alonso el Bueno, en el pueblo español, que vive
bajo la historia, ignorándola en su mayor parte por su fortuna. La nación
española -la nación, no el pueblo-, molida y quebrantada, ha de curar, si
cura, como curó su héroe, para morir. Sí, para morir como nación y vivir
como pueblo. (Unamuno, 1898: 1).
El centralismo autorreferencial y “sanchesco del que habla Darío es el
mismo al que el autor atribuye, al final de la misma crónica madrileña, la
responsabilidad del desconocimiento casi total de los españoles hacia todo
lo americano y, al mismo tiempo, el alejamiento que las dieciséis “repúblicas
hermanas” sienten por la madre patria. “Se nos procuró ignorar lo más po-
sible”, lamenta Darío, adiendo que España, a diferencia de lo hecho por
Inglaterra con respecto a los Estados Unidos, nunca quiso tomar en serio,
y mucho menos reconocer como ‘suyos’, los “adelantosy lasconquistas
de los países hispanoamericanos (63). También en las relaciones culturales
e intelectuales, insiste, “ha habido siempre un desconocimiento desastroso
por parte de la crítica española por la producción literaria americana, porque
aparte de algunas excepciones “fuera de lo que se produce en España
todo es desconocido” (64-65). En la crónica La novela americana en Es-
paña”, el autor vuelve a expresar todo esto al afirmar que el desconoci-
miento de los españoles hacia América inclusive de los aculturados no es
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Darío menciona el artículo de Unamuno al final de la crónica “Cyrano en la casa de Lope” (90-91).
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sólo literario, sino que se extiende a la vida política y social, y hasta a la “más
elemental geografía” (345).
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Toda América es tierra caliente; lo que si para París es excusable, no lo puede
ser por motivo alguno para el país que nos ha enviado con sus conquista-
dores, su habla, su religión, sus buenas cualidades y sus defectos […]. La
ignorancia española a este respecto es más o menos como la de un pari-
siense. Nuestros nombres más ilustres son completamente extros […]. Y
en la literatura, todo lo nuestro es irremediablemente tropical, o cubano.
Nuestros poetas les evocan un jaro y una fruta: el sinsonte y la guayaba.
Y todos hacemos guajiras y tenemos algo de Maceo. Tal es el conocimiento.
No exagero. (345-346)
Todo esto es exactamente lo contrario de lo que pasaba entonces en Cata-
luña, donde los modernistas ya promovían, desde hacía al menos una dé-
cada, una fuerte apertura hacia las influencias extranjeras incluidas las ame-
ricanas en el campo de las ciencias y de las artes, y donde hasta la celebra-
ción del pasado podía llegar a ser un claro factor de modernización. El autor
rearticula esta idea en muchas de sus otras obras. En El crepúsculo de España,
por ejemplo, declara que el camino de la renovación española debe desarro-
llarse en dos direcciones: poner la idea nacional en contacto con el “soplo
universal”, y preservar la esencia del espíritu español, haciéndolo crecer a
la luz del mundo” (Darío, 1950: IV 578).
El ‘modelo’ catalán
En Cataluña, como en la América española”, en definitiva, Darío reconoce
algo que por esas fechas todavía no consigue ver en el resto de España: el
consolidarse de un espíritu moderno y modernizador, cosmopolita, abierto al
mundo; un espíritu que, además, no quiere necesariamente rechazar la tradi-
ción autóctona, ni la propia ni la compartida, sino que pretende actualizarla y
‘regenerarla’ de acuerdo con las necesidades del presente. Esta idea no es en
el fondo muy diferente de la ‘unión’ hispánica que Darío imagina entre la
América española y el país “maternal”, y que él extendería también, ideal-
mente, a todos los países latinos. Es decir: una relación de cordialidad y cariño
fundada sobre el respeto mutuo y la reciprocidad. Para Darío, efectivamente,
es importante que los americanos no olviden la tradición lingüística y cultural
heredada de la “madre patria” y, mucho menos, que la abandonen en favor
de otras tradiciones foráneas que no le pertenecen, como la norteamericana.
Pero es igualmente importante que los españoles empiecen a reconocer la
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En la crónica “La crítica”, Darío se queja de que “la más seria revista de Madrid” sólo dedique cuatro
líneas a Del Plata al Niágara de Groussac, definiéndole como un autor “que promete”, y que dedique, en
cambio, “dos o tres páginas a cualquier producto nacional” (354).
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personalidad propia de los países americanos y a valorar sus aportes. De la
misma forma, es también esencial que esa tradición no se convierta, como en
el caso de la España finisecular, en un lastre que dificulte su camino hacia la
modernidad. lo así será posible crear aquella “grande España” que Darío
menciona en Tierras solares (1904), al final del ya citado capítulo sobre Barce-
lona. Una realidad transatlántica en que cada región tenga y conserve su per-
sonalidad, porque, según afirma el autor, “es de la suma de todas las grande-
zas individuales que se forma la grandeza común” (20).
Lo que el modernista Darío ve en la Barcelona modernista y catala-
nista, en definitiva, y que reconoce también en ‘su’ Buenos Aires, no es sólo
la ciudad moderna, el desarrollo urbano, las fábricas, los obreros, sino tam-
bién un modelo alternativo de modernidad al mismo tiempo europea, latina
e hispánica no-castellana, construido a partir de la celebración de la tradi-
ción propria y del rechazo de aquel aislacionismo mental que por entonces
seguía definiendo el contexto político y cultural español. Un modelo que,
precisamente por eso, no resultaba en el fondo muy alejado del panhispa-
nismo transatlántico, cosmopolita, antiimperialista y post-colonial promo-
vido por el mismo Darío; y que, además, podía servir de contrapunto a la
expansión por tierras “latinasde otros modelos más calibánicos, o caliba-
nescos, de modernidad.
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