Toro, Rubén Darío, Pierre de Coubertin…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 16 / Julio 2024 / pp. 83-95 83 ISSN 2422-5932
RUBÉN DARÍO, PIERRE DE COUBERTIN Y LOS JUEGOS
OMPICOS DE 1900
RUBÉN DARÍO, PIERRE DE COUBERTIN AND THE 1900 OLYMPIC GAMES
Felipe Toro Franco
Pontificia Universidad Católica de Chile
Doctor en literatura hispanoamericana (Universidad de Georgetown) y magíster en literatura
(Universidad de Chile). Actualmente se desempeña como investigador y docente en la Facultad de Le-
tras de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Contacto: fetoro@uc.cl
ORCID: 0009-0007-3511-4314
DOI: 10.5281/zenodo.12795727
DOSSIER
Rubén Darío:
el archivo, lo efímero y la vida
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Fecha de envío: 10/04/24 Fecha de aceptación: 05/06/24
Rubén Darío
Juegos Olímpicos
Deporte
Modernismo
Este artículo aborda el cruce entre dos proyectos estéticos contemporáneos que intentaron recrear para
la modernidad del fin de siglo los mármoles de la antigua Grecia: Rubén Darío y la resurrección de
los Juegos Olímpicos impulsada por el francés Pierre de Coubertin. Darío se encontraría con el
proyecto de Coubertin en el París de 1900, cuando sus Juegos Olímpicos eran apenas un evento
anexo a la Exposición Universal. Convertido en una suerte de comentarista deportivo por accidente,
Darío interpreta la competencia del lanzamiento del disco como un espacio en que cada jugador sale
a disputar la herencia cultural de la antigüedad clásica y donde priman las relaciones de afiliación
por sobre las de filiación. Notablemente, en la viñeta deportiva narrada por Dao, los griegos son
inapelable y sucesivamente derrotados por franceses y norteamericanos versión que no se condice con
los registros del Comité Olímpico en lo que respecta al medallero de Estados Unidos. Así, la escritura
rubendariana, sugerimos, vuelve los Juegos Olímpicos una nueva versión de la querella entre antiguos
y modernos y, de paso, los convierte en la confirmación atlética de sus versos de “Divagación”: “Amo
más que la Grecia de los griegos/la Grecia de la Francia”.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
Rubén Darío
Olympic Games
Sports
Modernism
a marble-like imaginary of ancient Greece for turn of the century’s modernity: Rubén Darío’s modern-
ABSTRACT
KEYWORDS
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Gimnasia del estilo
1
¿Por qué rastrear el comienzo de la fiebre deportiva en el fin de siècle desde
la mirada de Darío? En principio, porque resulta difícil encontrar una fuerza
modernizadora y globalizante comparable a la impulsada por la resurreccn
de los Juegos Olímpicos del barón Pierre de Coubertin.
2
Se trata, además,
de un proyecto contemporáneo al de Darío, cuyo ideal sporting type ap-
pears as real (or related to reality) as Huysman’s Des Esseintes (Weber,
1986: 230). Y no es descartable que los sueños de Coubertin se encontraran
secretamente animados por la misma naturaleza oximonórica del decaden-
tismo: si Des Esseintes famosamente prefería las flores naturales que imita-
ban las artificiales (1978: 133), el ideal atlético moderno, desde el fin de siècle
en adelante, nos conmina a soñar con cuerpos esculpidos a imitación del
mármol de las estatuas. Agréguese a ello que, en 1900, Run Darío, en una
fecha n no registrada por los almanaques deportivos, se convertiría en
testigo privilegiado del proyecto del barón por restaurar los Juegos Olímpi-
cos de la antigüedad, en su segunda versión en París (la primera había tenido
lugar en Atenas, en 1896). Para entonces las Olimpíadas eran un espectáculo
anexo al de las Exposiciones Universales en las que se habían inspirado y,
aunque representaban un evento menor en relación con las demás atraccio-
nes que encandilaban a los visitantes (Goldblatt, 2016: 56), nuestro poeta
terminará despachando para La Nacn un improvisado reporte de la com-
petencia del lanzamiento del disco.
De este modo, el cruce entre las musas del modernismo hispanoame-
ricano y las musas de Pierre de Coubertin nos invita a preguntarnos si acaso
los Juegos Olímpicos modernos no pudieran imaginarse en la versión de
Darío también como Juegos Ompicos modernistas; es decir, como una
escena de pantomima desde la que pudieran leerse a contraluz las disloca-
ciones de nuestro poeta, quien alguna vez se imaginó gimnásticamente
“pensando en francés y escribiendo en castellano” (1896: 3). Decimos “gim-
násticamente” porque la célebre expresión a la que Darío echaría mano para
describir su galicismo mental” tiene como antecedente directo una crónica
deportiva de 1888 escrita para el Heraldo de Valparaíso en la que conminaba
a sus lectores a moverse entre lenguas por medio del lawn tennis y el turverein,
a tener el sueño en español y vivir la vida en inglés o en alen” (1934:
166). En otras palabras, el procedimiento de pensar en francés y escribir en
1
Este texto corresponde a una versión del primer capítulo del libro Atlas. Un mapa literario del deporte
(1888-1940), publicado por Editorial Cuarto Propio (2023).
2
Dice Steven Connor: Sport was not merely modernized in the twentieth century: in a sense what we
now mean by sport was the invention of the twentieth century, and, reciprocally, one of the most dis-
tinctive ways in which modernity of the twentieth century was produced” (2009: 2). Y, de acuerdo a
Roland Robertson, los Juegos Olímpicos habrían sido uno de los escenarios que dieron forma a la glo-
balización en su take-off phase, lasting from 1870s until the mid-1920s (1990: 27).
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castellano que en su debate con Groussac presentaría como “traducción”
(Siskind 2016: 280), antes lo había presentado como parte de las posibilida-
des del sport y su cosmopolitismo encarnado.
Al mismo tiempo, todo parece indicar que fue allí también donde Da-
o descubrque las lenguas no solo se hablaban, sino que se actuaban con
el cuerpo, performáticamente, como anotará más tarde en el poema “Diva-
gación”. De hecho, para confirmarlo basta con comparar el proyecto babé-
lico de traducir atléticamente la vida a otros idiomas (“tener el suo en
español y vivir la vida en inglés o en alen”) con alguno de sus versos:
“¿Te gusta amar en griego?” (2016: 15). Por si fuera poco, en esa misma
crónica deportiva de 1888, Darío hacía referencia a Gerón de Siracusa, rey
sportsman, como se diría ahora” (1934: 164), nombre que luego reaparecerá
ese mismo año en la dedicatoria de Azul: “Gen, rey de Siracusa, inmorta-
lizado en sonoros versos griegos []” (1983: 157).
3
Y si el perfil de un “rey
sportman” aparecido primero en el perdico terminará situado al comienzo
de Azul, quizá valga la pena entonces tomarnos al pie de la letra la afirma-
ción de Darío en la que definía el periodismo como “una gimnasia del es-
tilo” (“Letras chilenas”, 1950: 635). ¿Qué ve Darío en la gimnasia?, ¿qué
relación mantiene su escritura con la irrupción del deporte moderno como
para que este aparezca de pronto convertido en un teatro capaz de repre-
sentar sus contorsiones lingüísticas entre el castellano y las lenguas del
mundo, entre poesía y prensa? En último término, si nuestra apuesta con-
siste en releer desde las coordenadas del deporte el periodismo rubenda-
riano como una gimnasia del estilo, puede que no haya ocasión s propicia
que cuando el poeta, en su faceta de cronista, se asoma a los Juegos Olím-
picos de Pierre de Coubertin.
Preparativos
Para enmarcar el encuentro entre Darío y Coubertin es necesario, sin em-
bargo, dar un breve rodeo y retroceder hasta 1894, fecha en la que el barón
de Coubertin lanzaría su ofensiva definitiva para resucitar los Juegos Olím-
picos. Lo haría en la reunión del Primer Congreso Atlético Internacional,
3
La diferencia reside en que si en la crónica deportiva de Darío para el Heraldo el nombre de Gerón de
Siracusa (“un rey que gustaba de guiar corceles y correr en carros [1934: 164]) aparece en relación a
Píndaro y a Teócrito (“los poetas a quienes amaba y protegía de veras […]. Rey a quien Teócrito dedicó
uno de sus mejores cánticos [sic]; rey a quien loó Píndaro por tantas razones [1934: 164]), en la dedica-
toria de Azul aparece solo uno de ellos: “No sé qué sembraría Teócrito, pero creo que fue un cítiso y un
rosal” (1983: 157). De todos modos, téngase en cuenta que el Gerón al que Teócrito dedicara “uno de
sus mejores cánticos” no era el mismo Gerón al que cantó Píndaro, pero lo relevante aquí es que Darío
en 1888 los confunde por el alcance de nombres y los toma como si fueran versiones distintas de un
mismo mecenas, privilegiando la cara del “Gerón” de Píndaro en el periódico y la del “Gerón” de Teó-
crito en la dedicatoria de Azul. Dos caras, entonces, de la misma moneda.
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donde se votó que los primeros Juegos se llevarían a cabo dentro de dos
años, en 1896. La noticia era reporteada al otro lado del Atlántico, entre
otros medios, por el boletín telegráfico de La Prensa de Buenos Aires el 18
de junio: [] el barón de Courcel [sic] inauguró ayer [en París] el Congreso
Atlético Internacional […]. Los delegados de varias naciones que estaban
presentes tratan de establecer los championships atléticos internacionales,
renovando a bajo forma moderna los antiguos juegos olímpicos de los
griegos(“Congreso atlético internacional”, 1894: 3). El anuncio, por lo
pronto, tendría la suficiente resonancia como para que Darío, algo despis-
tado en lo que respecta a los encargados de la organización, acusara recibo
de los preparativos del evento al año siguiente: “Aquellos mismos yankees
calibanescos, que tanto se curan del desenvolvimiento de las energías físicas,
a punto de renovar los juegos atléticos que celebrara Píndaro, vuelven los
ojos a Miranda” (cit. en Caresani, 2015: 147). Como luego veremos, Darío
volverá a toparse con Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de 1900,
pero su mirada, a menudo suspicaz, apareceesta vez mediada por la par-
ticular versión de la “Grecia de la Franciaque representaban las Olimpía-
das de Pierre de Coubertin.
En cualquier caso, como apuntaba otro cable reproducido por La
Prensa, aquel Primer Congreso de 1894 se había llevado a cabo en la Sor-
bonne (“Concursos atléticos”, 1894: 4). Y, más específicamente, en su gran
anfiteatro. La elección específica del aula detalle al que ni Darío ni el resto
de los lectores porteños pudieron acceder por el periódico formaba parte
de una sofisticada puesta en escena orquestada por Coubertin para conse-
guir el respaldo de los miembros del auditorio. Si, por un lado, el ban
había dispuesto la interpretación de un “Himno délfico en honor a Apolo
de parte del coro de la Opéra française (Guttmann, 1994: 121-2), contaba ade-
más con el efecto que tendría sobre su audiencia el mural de Pierre Puvis
de Chavannes que decoraba el gran anfiteatro. “Le bois sacré” (fig.1.) de
Puvis no era sólo un detalle escenográfico situado en el segundo plano del
Congreso Atlético Internacional, ya que s tarde el mismo Coubertin in-
tentaría en vano convencer al maestro francés de diseñar los premios para
los primeros Juegos Olímpicos de Atenas de 1896 (la peregrina excusa de
Puvis fue decirle al barón que le resultaba imposible helenizarse lo suficiente
para llevar a cabo el encargo [MacAloon, 1981: 199]). Así, releído desde sus
códigos culturales, el retorno de los Juegos Olímpicos venía desde sus
inicios inspirado por el lenguaje de fantasía y suo del simbolismo, del que
Puvis era considerado una suerte de precursor y vigía. Algo de esa dimen-
sión estética todavía seguiría dando vueltas en el proyecto del barón, pues
años más tarde Coubertin lograría persuadir a los delegados de que los Jue-
gos estarían para siempre incompletos si no contaban con una pentatlón
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de las musas”, vale decir, una competencia artística (música, pintura, escul-
tura, literatura y arquitectura) que se desarrollara en paralelo a la competen-
cia deportiva (Guttmann, 1992: 28).
Fig.1. “Le bois sacré” de Puvis de Chavannes en el gran anfiteatro de la Sor-
bona, 1888-1889. Fotografía de Bibliothèque Numérique de la Sorbonne, 1903.
Se ha indicado en s de una ocasión, siguiendo una interesada lista que
Coubertin hiciera de los asistentes, que el pedagogo argentino José Zubiaur
se habría encontrado en 1894 entre los miembros congregados en la Sor-
bonne, convirtndose de esta manera en el único representante latinoame-
ricano en el Congreso Internacional (al menos, afigura nominalmente).
Según el esclarecedor artículo de César Torres, “[i]n all probability, the first
and only personal encounter between Zubiaur and Coubertin took place
during the Paris Universal Exposition [1889] (1998: 67). La lista amañada
de los asistentes hecha por Coubertin, junto a los deseos de ver a un lati-
noamericano como testigo y protagonista del momento histórico, habrían
hecho lo restante para crear la leyenda de su presencia. Lo mismo ocurriría
para el caso de la supuesta participación del chileno Luis Subercaseaux Errá-
zuriz en los primeros Juegos de Atenas de 1896: the Chilean national
Olympic Committee continues to insist that [] [he] competed in the heats
of the 100 metres, 800 metres and 1,500 metres, but no one else, including
the IOC, agrees” (Goldblatt, 2016: 46). Por eso, si de conexiones olímpicas
con nuestra América se trata, aunque quizá s tenues que el encuentro
entre delegados y deportistas, nuestra intención consiste en privilegiar en su
lugar las redes de comunicación tejidas alrededor de las formas del deseo
simbolista y del lenguaje del parnaso.
Porque para quienes hayan conocido a Darío antes que a Coubertin
es decir, puestos a interpretar las Olimpíadas desde este lado del Atlántico
, no resultará difícil reconocer cierta afinidad entre ambos proyectos, que
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por lo demás llevaban a Píndaro estampado en sus pasaportes como em-
blema de su ambición global.
4
Diríamos que entre uno y otro hay un cierto
“aire de familiabasado en un patrimonio común de citas, como si moder-
nismo y olimpismo estuvieran trabajando con los mismos materiales o, me-
jor dicho, con el mismo mármol de lo clásico: Depuis les Poèmes antiques de
Leconte de Lisle, le Parnasse offrait de la Grèce l’image sublime d’une -
roïque beauté; de ce marbre un peu froid naît le symbolisme, qui n’est pas
moins amateur d’antique, mais esthétiquement moderne […]. Sans doute
Coubertin s’inscrit-il dans ce courant nostalgique et symboliste, incapable
au demeurant de penser la société, mais soucieux de la rêver (Gaillard,
1993: 95-6). En esta galería de espejos y refracciones, ¿cómo se veía enton-
ces el evento del barón de Coubertin retratado por la pluma de Darío?
Ludus
En su recorrido por la Exposición Universal de 1900
5
registrado en la en-
trada del 27 de agosto de sus Peregrinaciones (“Los anglosajones”), yendo y
viniendo entre la marea humana, Darío desemboca en los Juegos de Cou-
bertin casi por casualidad, mientras reconoce los méritos del pabellón de
Estados Unidos: “En el palacio de las artes liberales muestran […] sus gru-
pos de estudiantes, en sus ejercicios, nutridos de ciencia y fuertes de sport,
helenistas y remeros, y que van con Aristóteles y Horacio a una partida de
football” (429). Ambivalente en lo que respecta al vecino del norte, esta vez
el tono conciliador de su viñeta cae s cerca de la fraternidad de “Saluta-
ción al águila” (1906) que de la invectiva de A Roosevelt” (1904). Lo in-
teresante es que, marginal y todo como era el evento de Coubertin para la
época, la mirada panorámica de Darío se detiene en la competencia atlética
y comienza a narrar:
En el concurso atlético. Los franceses han ganado la carrera de Maratón,
que en los juegos de Atenas fue lograda por un griego. Va a tirarse el disco,
4
Para una noción de cómo el costado cosmopolita y el costado helenístico del proyecto de Coubertin se
complementaban en los Juegos Olímpicos, remito a MacAloon: Such [Olympic] encounters, in which
real cultural differences were discovered and celebrated, had led foreigners to true experiences of com-
mon humanity, from their shared emotional reaction to epic events to their recognition of the common,
if multivocal, Greek heritage which ‘united’ the people of the civilized world” (MacAloon, 1981: 267).
5
El ensayo de Alejandra Uslenghi se ha encargado de despejar la sintaxis visual del reporteo de Darío en
la Exposición Universal de 1900, de modo que este específico episodio del encuentro entre Darío y
Coubertin se enriquece al enmarcarse en la perspectiva, más amplia, otorgada por la lectura de su Latin
America at Fin-de-Siècle Universal Exhibitions: His chronicles present a visual narration that sought to
recreate for his geographically distant audience the perceptual and aesthetic experience of the exposition:
they are written in present tense, following the patterns of his walks around the grounds, detailing visual
impressions and employing direct appeals to his readers in order to create a sense of simultaneity between
the act of seeing and the moment of reading” (2016: 174-5).
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va a lograrse el campeonato del mundo en ese ludus antiguo, y los griegos
no encuentran rivales en el bando internacional, cuando se presenta un jo-
ven, vivaz, hermoso, de hermosura clásica, casi adolescente, de impecable
anatoa apolónica, propio para ser trasladado a un cuadro de gracia natural
y primitiva por Puvis de Chavannes. En cuanto los griegos le miraron tomar
el disco, con el mismo ademán y con la misma planta que el discóbolo del
Louvre, y con una agilidad y elasticidad de miembros que maravillaban, se
consideraron vencidos. Triunfó, en efecto, el joven extranjero; triunfó sere-
namente y sin fatiga. Ese joven pindárico es un ciudadano de los Estados
Unidos (“Los anglosajones”, 1950: 431).
La breve “conexión olímpica” entre esta Grecia soñada y el principal repre-
sentante del modernismo hispanoamericano no reside tanto en el hecho de
que Darío esen el lugar y en el momento indicados para reportear los
Juegos de París de 1900 para La Nación. s bien, lo notable de esta viñeta,
a mi juicio, es en la versatilidad con que nuestro poeta interpreta y descifra
los códigos culturales con los que trabajaba la imaginación deportiva de
Coubertin. De hecho, a partir de la mirada de Dao podríamos perfecta-
mente reconstruir el anfiteatro de la Sorbonne de su primera puesta en es-
cena. Darío, en este sentido, es un inesperado lector ideal de Coubertin ve-
nido de ultramar; uno que, por cierto, avecindado en Argentina en 1894, no
tenía cómo saber que la empresa de los Juegos Olímpicos estuvo anclada
desde sus inicios en el mural de Puvis de Chavannes.
Antes de encontrarse con el tableau vivant de Coubertin, Darío escribía
en 1898 para El Mercurio de América con motivo de la muerte de Puvis:[]
y en un tiempo en que la abyección de la fotografía aplicada al detalle de la
obra artística es común entre medallados profesores, él confesaba […] con
esta rama de pino hice el bosque de la Sorbona’” (“Puvis”, 1955: 924-925).
Cabe preguntarse si esta vez, al contemplar ese “ludus antiguo” en la Expo-
sición, como insinúa su mismo vocabulario, no esta refiriéndose en espe-
cífico a Ludus pro patria (c. 1882, fig. 2), el mural de Puvis que ilustra, tam-
bién con “gracia natural y primitiva”, el concurso del lanzamiento de la ja-
balina de una muchachada francesa traspuesta a un escenario pastoril.
6
De
ser así, Darío se instala al interior del mural como si fuera un trompe l’oeil en
un gesto que ensancha los estrictos límites de la Francia imaginada que lo
recibe
7
y superpone un lanzamiento a otro, describiéndolos como parte de
6
A propósito de Ludus pro patria, Verlaine, maestro y liróforo celeste, escribe en 1895:Race blonde aux
corps blancs brunis par le grand air;/Ludus pro patria, beaux éphèbes, sang fier/ et chair forte et des
yeux où rit la mort songeuse” (1926: 132).
7
Contrario a la interpretación cosmopolita de Darío, en la que un joven americano puede ser trasladado
a un cuadro francés de Puvis de Chavannes, la lectura tradicional de Ludus pro patria era que esta pintura
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una sola trayectoria: la del disco de las Olimpíadas de Coubertin y la de la
jabalina del tiempo idílico de la Francia primigenia del mural de Puvis.
Fig. 2. Pierre Puvis de Chavannes, Ludus pro patria, ca. 1883-1889. Detalle. The
MET Museum, réplica del mural instalado en Musée de Picardie en Amiens.
Pero, s importante, ¿qué clase de escena nos pinta Dao, devenido en
comentarista deportivo por accidente? Dao nos presenta un mural que es
pura paradoja, en la que cada atleta no hace s que reclamar la herencia
cultural del otro, ganando en la arena deportiva el derecho a apropiarse de
una tradición que (a primera vista) no le pertenece. Borges avant la lettre,
literalmente esta crónica nos demuestra que es posible ser s griegos que
los griegos(2005: 67).
8
En efecto, Grecia aquí es la gran derrotada: primero
pierde frente a Francia la Maran (ganada por el local Spiridon Louis en la
versión anterior de Atenas de 1896); y luego cede la corona del lanzamiento
del disco ante Estados Unidos. Difícil no especular que nuestro poeta es
viendo aquí, en vivo y en directo, el espaldarazo o la confirmación atlética
de sus propios versos de “Divagación”: Amo s que la Grecia de los
griegos / la Grecia de la Francia” (2016: 15). El legado de la Grecia olímpica,
en suma, ya no es exclusivamente en manos de los griegos: serán ellos
“carried both a nationalist and a powerful regionalist message […]. In 1882 it also referred to the reor-
ganization of the French army after the defeat of 1871 and could be understood as a rallying cry for the
defense of the motherland” (Golan, 1995: 180).
8
En consonancia con sus reflexiones en “El escritor argentino y la tradición”, dice Borges: [] aquella
expresión Magna Grecia’, expresión que se aplica al Asia menor, al sur de Italia, a ciertas islas, podría
aplicarse al mundo entero o, en todo caso, al Occidente entero. Es decir, que todos somos Magna Grecia.
Eso lo dije allí [] que todos somos griegos en el destierro en un destierro no necesariamente elegiaco
o desdichado, ya que quizá nos permite ser más griegos que los griegos []” (Borges, 2005: 67).
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mismos quienes confesarán blicamente que la quintaescencia de los va-
lores helénicos está hoy encarnada no en un muchacho ateniense, sino en
un “joven extranjero”.
Y, en una ironía del destino, el equipo griego del lanzamiento del
disco, según la parcialísima dramatización de Darío, reconocerá a priori las
habilidades de su contrincante solo con verlo, recordando una conocida va-
loración de la apariencia física en la literatura clásica, la kalokagathía de los
héroes homéricos: la coincidencia de la belleza exterior del héroe con su
virtud moral o su excelencia en el campo de batalla. Ganan franceses y nor-
teamericanos, aunque la verdad sea dicha, a Darío convenientemente se le
traspapelan los resultados del concurso que cubre con s detalle. De
acuerdo con los registros del Comité Olímpico, el ganador de la prueba del
disco de las Olimpíadas de 1900 fue un húngaro, mientras que el ciudadano
de Estados Unidos, Richard Sheldon, a quien nuestro poeta le atribuye aquí
la victoria, solo obtuvo la medalla de bronce, superando por un puesto al
único griego en competencia, Panagiotis Paraskevopoulos (Mallon, 2009:
54). En cualquier caso, según el reporte de Darío, negligente o interesado,
ganan franceses y norteamericanos, lo que reviste este pasaje de una dimen-
sión alegórica, en cuanto se nos ofrece como una recreación física de la
querella de los antiguos y los modernos.
9
En suma, esta es una viñeta en que todas las identidades nacionales
con sus mitos de los orígenes aparecen dislocadas, construida como un es-
pejismo para frustrar sus expectativas, incluidas, por cierto, las del mural
francés de Puvis: los griegos ya se daban por ganadores, decía nuestro im-
provisado comentarista, jugando al suspenso con las prerrogativas de la he-
rencia para luego mostrarlas inapelablemente derrotadas. En esta crónica de
Darío celebramos el triunfo de las relaciones de afiliacn por sobre las relaciones
de filiación (Said, 1983: 19-20); el triunfo de la cultura por sobre la descen-
dencia, y de ala importancia de que la hazaña sea llevada a cabo por “un
joven extranjero” o, s sugerente aún, por un atleta proveniente del
“bando internacional”. Cada oración suya supone un astuto desplazamiento
de la tradición de su lugar de origen. Nada aquí esen su lugar, empezando
por la errancia de Darío, que es otro extranjero que aspira a triunfar en París,
9
En defensa del profesionalismo reporteril de Darío, es posible también que el yerro periodístico de
nuestro poeta se deba a la proverbial desorganización del evento de París de 1900. Para hacerse una idea
sobre las condiciones, harto micas y precarias de la competencia del disco que Darío escoge narrar
desde el registro de lo sublime, a la manera Puvis de Chavannes, véase, por contraste, el breve recuento
de Mallon: “The biggest problem in the discus was that the landing area was basically a lane through two
rows of trees, and many of the competitor’s best throws hit the trees. Thus, one had to throw not only
long, but accurately. It has been said that defending champion Bob Garretts biggest problem was that
he kept hitting the trees with his throws” (2009: 54)
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así como tampoco el discóbolo es en Grecia, sino en el Louvre, y encon-
trará su versión de carne y hueso en un joven estadounidense. He aquí el
triunfo de la metonimia, cuyo infinito movimiento avanza hasta alcanzar la
escritura misma de nuestro poeta: lo que parece una competencia del lanza-
miento del disco, Darío lo describe en realidad como una carrera de relevos
(la Grecia antigua pasa la posta a la Grecia de la Francia, los antiguos a los
modernos, suma y sigue).
Tregua
Finalmente, habría que preguntarse dónde se ubica la mirada extranjera de
Darío en esta secuencia. “Ese joven pindárico es un ciudadano de Estados
Unidos”, remataba al final de este reporte atlético. Creo que podemos, en
este caso, jugar a traducir el enunciado y suponer que en esta carrera de
relevos Darío está cifrando aquí un comentario sobre su propia irreverencia
ante la tradición. Si ese joven pindárico es un ciudadano de Estados Unidos,
entonces también es posible que un poeta de América Latina, como Dao,
pueda ser Píndaro (recordemos su invocación a Gerón de Siracusa). Sobre
todo porque la gesta poética de Darío en “Los anglosajones” se ha identifi-
cado unas líneas s arriba con la independencia intelectual de Estados
Unidos al prodigar elogios a Poe y Whitman (a quienes por lo demás antes
ya había atribuido una vocación deportiva):
10
“Entre estos millones de Ca-
libanes nacen los s maravillosos Arieles. Su lengua ha evolucionado -
pida y vigorosamente, y los escritores yankis se parecen menos a los ingleses
que los hispanoamericanos a los españoles” (1950: 427). ¿Será que estamos
ante una reconciliacn parcial, tejida con la trama de los voladores de luces
de la Exposición?
Llamémosla nosotros una moderna “tregua olímpicaentre norte y
sur en el suelo neutral y sagrado de París, tal como aquella que celebraron
antiguamente Licurgo de Esparta e Ífito de Olimpia, y de la que quedó por
testimonio un disco de bronce, según asegura Aristóteles (Plutarch, 1967:
205). Después de todo, quizá no sea casualidad que Darío quien llegará a
10
En su semblanza de Poe en Los raros, Darío se encarga de exaltar su condición atlética: “Su imagina-
ción y su temperamento nervioso estaban contrapesados por la fuerza de sus músculos. El amable y
delicado ángel de poesía, saa dar excelentes puñetazos […]. Sábese, pues, que aquella alma potente y
extraña estaba encerrada en un hermoso vaso […]. Vuelto a América, vémosle en la escuela de Clarke,
en Richmond, en donde al mismo tiempo que se nutre de los clásicos y recita odas latinas, boxea y llega
a ser algo como un ‘champion estudiantil’; en la carrera hubiera dejado atrás a Atalanta, y aspiraba a los
lauros natatorios de Byron” (“Edgar Allan Poe”, 1950: 265-8). Whitman, por su parte, haa salido al
ruedo en una de sus reflexiones sobre el gimnasio anglosan en el Heraldo de Valparaíso: “Es en esas
naciones sajonas donde se ha dado vida al moderno gimnasio. El gimnasio es hermoso […]. La huma-
nidad nueva que desea el poeta yanqui Walt Whitman será dueña de la fuerza, robusta y fragante por el
gimnasio” (1934: 158-9).
Toro, Rubén Darío, Pierre de Coubertin…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 16 / Julio 2024 / pp. 83-95 94 ISSN 2422-5932
decir: “Hay en mí un griego antiguo [] (“Epístola”, 1953: 1028) haya
relatado precisamente el lanzamiento del disco para sellar esta tregua sim-
bólica. Tampoco habría encontrado un mejor lugar para hacerlo, si toma-
mos en cuenta que antes de que los Juegos Olímpicos de Coubertin se ins-
piraran en las Exposiciones, el espectáculo mismo de las Exposiciones era
a su vez comparado con el de los Juegos de la antigüedad (Goldblatt, 2016:
58). A cada Olimpíada le correspondería su propia paz olímpica y Dao
parece dispuesto a respetar la tregua.
Por breve que sea.
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