Toro, “Rubén Darío, Pierre de Coubertin…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 16 / Julio 2024 / pp. 83-95 87 ISSN 2422-5932
donde se votó que los primeros Juegos se llevarían a cabo dentro de dos
años, en 1896. La noticia era reporteada al otro lado del Atlántico, entre
otros medios, por el boletín telegráfico de La Prensa de Buenos Aires el 18
de junio: “[…] el barón de Courcel [sic] inauguró ayer [en París] el Congreso
Atlético Internacional […]. Los delegados de varias naciones que estaban
presentes tratan de establecer los championships atléticos internacionales,
renovando así bajo forma moderna los antiguos juegos olímpicos de los
griegos” (“Congreso atlético internacional”, 1894: 3). El anuncio, por lo
pronto, tendría la suficiente resonancia como para que Darío, algo despis-
tado en lo que respecta a los encargados de la organización, acusara recibo
de los preparativos del evento al año siguiente: “Aquellos mismos yankees
calibanescos, que tanto se curan del desenvolvimiento de las energías físicas,
a punto de renovar los juegos atléticos que celebrara Píndaro, vuelven los
ojos a Miranda” (cit. en Caresani, 2015: 147). Como luego veremos, Darío
volverá a toparse con Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de 1900,
pero su mirada, a menudo suspicaz, aparecerá esta vez mediada por la par-
ticular versión de la “Grecia de la Francia” que representaban las Olimpía-
das de Pierre de Coubertin.
En cualquier caso, como apuntaba otro cable reproducido por La
Prensa, aquel Primer Congreso de 1894 se había llevado a cabo en la Sor-
bonne (“Concursos atléticos”, 1894: 4). Y, más específicamente, en su gran
anfiteatro. La elección específica del aula –detalle al que ni Darío ni el resto
de los lectores porteños pudieron acceder por el periódico– formaba parte
de una sofisticada puesta en escena orquestada por Coubertin para conse-
guir el respaldo de los miembros del auditorio. Si, por un lado, el barón
había dispuesto la interpretación de un “Himno délfico en honor a Apolo”
de parte del coro de la Opéra française (Guttmann, 1994: 121-2), contaba ade-
más con el efecto que tendría sobre su audiencia el mural de Pierre Puvis
de Chavannes que decoraba el gran anfiteatro. “Le bois sacré” (fig.1.) de
Puvis no era sólo un detalle escenográfico situado en el segundo plano del
Congreso Atlético Internacional, ya que más tarde el mismo Coubertin in-
tentaría en vano convencer al maestro francés de diseñar los premios para
los primeros Juegos Olímpicos de Atenas de 1896 (la peregrina excusa de
Puvis fue decirle al barón que le resultaba imposible helenizarse lo suficiente
para llevar a cabo el encargo [MacAloon, 1981: 199]). Así, releído desde sus
códigos culturales, el retorno de los Juegos Olímpicos venía desde sus
inicios inspirado por el lenguaje de fantasía y sueño del simbolismo, del que
Puvis era considerado una suerte de precursor y vigía. Algo de esa dimen-
sión estética todavía seguiría dando vueltas en el proyecto del barón, pues
años más tarde Coubertin lograría persuadir a los delegados de que los Jue-
gos estarían para siempre incompletos si no contaban con una “pentatlón