Isola, “Verónica Romano” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 16 / Julio 2024/ pp. 346-348 347 ISSN 2422-5932
“Yo persigo una forma”, el poema de Rubén Darío (Prosas profanas y otros
poemas, 1896) comienza con esa decisión de ir tras la “forma que no en-
cuentra mi estilo”. Los versos que siguen dan cuenta de lo que ese libro,
y sobre todo, esa poesía refiere al momento de su carrera. La crítica coin-
cide que el paso por París y por Buenos Aires, la demostración de las
técnicas poéticas, su modernidad, el conocimiento de nuevas corrientes
literarias, adaptadas a la práctica en Hispanoamérica, ponen al poeta ni-
caragüense discutiendo un liderazgo en este sentido. En todo caso, es
casi de falsa modestia, ya que ese “estilo” está bastante conformado. O
bien es una busca eterna sin sosiego a la que va acechando a lo largo de
su obra poética. “Y no hallo sino la palabra que huye,/la iniciación me-
lódica que de la flauta fluye/y la barca del sueño que en el espacio boga”
es el terceto que no hace más que confirmar esta levedad, fluctuación,
huida, seguimiento y acechanza de lo lábil del verso, la liviandad que se
hace carne en el estilo.
Para el final de este soneto pone a jugar el relato infantil, el sueño
como materia difícil de asir (“y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,)
el agua que se escurre y no deja huella (“el sollozo continuo del chorro
de la fuente”) y la aparición del cisne como figura central, como símbolo
y enigma que se repetirá en una idea pregnante, recurrente y mágica: “y
el cuello del gran cisne blanco que me interroga”.
Salidas de estos versos están las esculturas de Verónica Romano,
esta escultora argentina que nació en Buenos Aires en 1969. Son la ma-
terialización de ese interrogante que no cesa. La pregunta por la forma
que repite en cada vuelta del cuello largo del cisne. Las poses del ave
mitológica son recreadas en las esculturas de bronce. Resplandores y opa-
cidades, curvas y contracurvas trazan el recorrido que va desde los siete
cisnes sagrados que dan la vuelta a la isla de Delos, cuando el nacimiento
de Apolo, hasta el mito de Leda. En cuanto al primero, este dios recibe
de Zeus la lira y el carro tirado por estos cisnes que fueron considerados
por los griegos el emblema del poeta inspirado. Para el segundo, Zeus se
enamora de Leda que era mortal y se transforma en cisne y engendra con
ella a los mellizos Helena y Cástor. Asimismo, la mujer tiene a Pólux y
Clitemnestra con su marido que no era un dios.
En el poema “Los Cisnes” de Cantos de Vida y Esperanza, el yo poé-
tico se une al frenesí y quiere ser cisne. Ruega que esa mímesis le depare