Alves “Tentaciones del diarista…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 17 / Diciembre 2024 / pp. 49-69 56 ISSN 2422-5932
metido en (o responsable de) una situación (académica, familiar u otra
cualquiera) que bordea lo melodramático. Su moralismo es, asimismo,
bromista. Los chistes y las imposturas suelen resolver algunos proble-
mas e impugnan el sentimentalismo de situaciones demasiado patéticas,
el chiste devenido en alternativa a las lágrimas. Un lector de Puig que
escribe historias de reír y de llorar, disfrazándolas de ensayismo crítico
(¿o sería al revés?). Ya su otra persona de escritor está anclada en el de-
seo de una libertad absoluta, que puede acercarse a la irresponsabilidad,
al juego o a la pereza. En cuanto a eso, “el concepto mismo de trabajo,
la idea de seriedad, esfuerzo, sacrificio, resultado, coerción con la que
está asociado, [es] lo que parece en definitiva recusado”, señala Grossi
(2019: 232). Son las dos caras de la medalla: de un lado, el melancólico,
misántropo, egotista; del otro, el niño, artista, flâneur.
En la escritura esa doble tensión se manifiesta bajo la figura del
hombre mayor (motivo reiterado de estos diarios) y de una curiosidad
conversadora e interrogativa más bien propia del niño. Dicha duplicidad
convoca a toda una tradición moderna a través de la amalgama del elogio
de lo inútil y la angustia de lo profesional: de Baudelaire a Benjamin. Con
movimientos como este el diarista funda a sus precursores (Borges, Ma-
cedonio, Blanchot, Barthes, Masotta, Levrero, Aira…). Un rasgo relevan-
te de sus diarios de lector es, justamente, el paideuma que registran, cues-
tión que requeriría en otra oportunidad una discusión particular y que en
su momento deberá considerar tanto las referencias a la literatura y la
teoría literaria como el universo de la canción y el cine, así como las afi-
nidades electivas en juego. Su relación con los libros no es la del bibliófi-
lo, sino la del misántropo, pero curioso, que puede sentirse incapacitado
para una tarea o situación ordinaria, pero está siempre dispuesto a reac-
cionar a una lectura, sin esquivar la posibilidad de abandonarla.
Hay momentos en que, “Movido por el deseo de escribir, el crítico
se retiene más acá del punto a partir del cual, por fidelidad a ese deseo,
podría perderse: elige el saber antes que la experiencia, incluso si concibe
el saber en los términos del ensayo: como experiencia de búsqueda”, sos-
tiene Giordano en “Con Barthes. Apuntes tomados en un diario” (2015:
239). Sin embargo, ni siquiera cuando intenta frenar el impulso al juego
desaparece el deseo de la experiencia en los diarios de la trilogía. En epi-
sodios generalmente breves, la iluminación, más que sencillamente aten-
der a una ocurrencia o una confesión, atisba lo Real y pone de relieve a la
propia búsqueda (inútil, inalcanzable y, por eso mismo, vital). Por esto
un epíteto oportuno para las figuraciones del escritor en estos diarios
podría ser el de diarista que andaba buscando. Tras unas consideraciones
sobre investigadores que auténticamente se tomarían el saber en sí mis-
mo como un juego, el diarista anota lo siguiente en una entrada de Tiempo