
Abadi “Criptobarroco: una clave…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 18 / Julio 2025 / pp. 92-115 98 ISSN 2422-5932
abuso) del lenguaje encriptado en esta literatura. Manifestación de esto fue el
interés que el barroco (y específicamente el novohispano) sostuvo por la obra
del jesuita y matemático alemán Athanasius Kircher. En su obra confluyen el
catolicismo sincretista profesado por la Compañía de Jesús en ese entonces,
cierto hermetismo neoplatónico “egipcio” heredado del Renacimiento, con
las nuevas concepciones y descubrimientos astronómicos y físicos. Según
Octavio Paz, esta obra, “más que una síntesis de estos elementos
contradictorios, [es] una superposición de hechos, ideas y fantasías” (1985:
238). El autor es muchas veces retomado por Sigüenza, pero, sobre todo, su
nombre aparece en el único vestigio que existe de la biblioteca de sor Juana
(en el fondo del retrato hecho por Juan de Miranda) y la poeta lo cita en al
menos dos ocasiones. Una de las menciones se encuentra en un texto
paradigmático para este trabajo: el romance 50 que la monja dirige al Conde
la Granja, en el que revela el nombre de su remitente reiteradas veces a través
de una combinatoria matemática. La misma fue descubierta por Guillermo
Schmidhuber recién en el año 2015, quien, retomando el ars combinatoria de
Kircher revela cómo el poema en cuestión dispone de distintas maneras las
letras que componen la palabra “Granja”, y, probablemente, haya servido esta
constelación de letras dispersas en el papel para escribir un poema
“completando” los espacios alrededor de estas letras con palabras y luego
versos, siguiendo la tradición de los laberintos poéticos medievales.
En este sentido, al poema de sor Juana le cabe la definición neobarroca
de Severo Sarduy en El barroco y el neobarroco: “toda la escritura barroca podría
leerse como la prohibición o la exclusión del espacio escriptural de ciertos
semas —en Góngora, por ejemplo, el nombre de ciertos animales […]— y
que el discurso codifica apelando a la figura típica de la exclusión: la
perífrasis” (2011: 28). Evidentemente, resulta muy productivo a este trabajo
que, en su canónico rescate del barroco, Sarduy utilice el campo semántico
del script, el código, y lo subyacente descifrable. Valga esta cita como otra
muestra de que existe un terreno semántico común entre los estudios del
(neo)barroco y aquellos de la literatura digital. Los recursos que sistematiza
Sarduy para el barroco —rastreables en el mencionado poema de sor Juana—
no distan de los que se emplean en la literatura digital. Es decir, en la estética
maximalista y multiplicadora, se prende el recuerdo de una gran cantidad de
piezas de literatura digital con sólo repasar los recursos que dan título a la
obra de Sarduy: el artificio, la sustitución, la proliferación, la condensación, la
intertextualidad, la intratextualidad, el espejo, la revolución.
Así, por ejemplo, una noción fuerte de intertextualidad, que implica
además referencias veladas, señala un rasgo constitutivo del barroco, que
pone en marcha un reconocimiento del entramado conceptual que es tejido
de la cultura y un trabajo específico con esta red de relaciones. Para decirlo
con Baltazar Gracián, poeta y tratadista, autor de la Agudeza y arte de ingenio