Aranda Brito¿Puede el código ser decolonial? Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 18 / Julio 2025 / pp. 13-33 13 ISSN 2422-5932
¿PUEDE EL CÓDIGO SER DECOLONIAL?
CAN CODE BE DECOLONIAL?
Leonardo Aranda Brito
Medialabmx
Artista electrónico y Doctor en estudio de medios por el departamento de Media Study de SUNY
Buffalo. Director del Medialabmx, organización enfocada en la investigación sobre los vínculos entre
arte, tecnología y política. Su trabajo se centra en el uso tecnologías y sus posibles intersecciones con
participación y ciudadanía. Recientemente fue becario del New School Institute for Critical Social In-
quiry. Su trabajo forma parte de la Electronic Literature Collection Vol. 3 y 4.
Contacto: leonardo@medialabmx.org
ORCID: 0000-0002-5069-7542
DOI: 10.5281/zenodo.16386884
DOSSIER
Literatura digital,
cultura algorítmica y decolonialidad
Aranda Brito¿Puede el código ser decolonial? Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 18 / Julio 2025 / pp. 13-33 14 ISSN 2422-5932
Fecha de envío: 13/05/25 Fecha de aceptación: 01/07/25
Código
Colonialidad
Decolonialidad
Estudios de medios
Apropiación tecnológica
Este ensayo propone una revisn crítica del código computacional como tecnología central en la orga-
nización del mundo digital contemporáneo. A partir de una genealogía histórica se argumenta que el
código debe ser comprendido a través de cuatro propiedades fundamentales: comunicación, control,
comando y secrecía. Estas propiedades no solo revelan su funcionalidad técnica, sino también su rol
en la producción de orden social, político y epistémico. Desde estas propiedades, el ensayo argumenta
que el código computacional funciona como instrumento y dispositivo de la colonialidad, operando
como estructura racional, método de acumulación y herramienta de control. Finalmente, el texto
propone una perspectiva decolonial del código basada en su apropiación crítica, planteando nuevas
formas epistémicas, sociales e infraestructurales de relación con la tecnoloa. A partir de experiencias
latinoamericanas, se afirma la necesidad de replantear el código como herramienta situada, plural y
políticamente liberadora.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
Code
Coloniality
Decoloniality
Medias Studies
Technological appropriation
This essay proposes a critical review of computer code as a central technology in the organization of
the contemporary digital world. Based on a historical genealogy, it argues that code must be understood
through four fundamental properties: communication, control, command, and secrecy. These properties
reveal not only its technical functionality but also its role in the production of social, political, and
epistemic order. Based on these properties, the essay argues that computer code functions as an instru-
ment and device of coloniality, operating as a rational structure, a method of accumulation, and a
tool of control. Finally, the text proposes a decolonial perspective on code based on its critical appro-
priation, proposing new epistemic, social, and infrastructural forms of relationship with technology.
Drawing on Latin American experiences, it affirms the need to rethink code as a situated, plural,
and politically liberating tool.
KEYWORDS
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Número 18 / Julio 2025 / pp. 13-33 15 ISSN 2422-5932
Introducción
En el vasto campo de los estudios de medios, el código ha sido una figura
recurrente para analizar las formas contemporáneas de comunicación, pro-
ducción y control. Sin embargo, en años recientes, el énfasis se ha despla-
zado hacia nociones como “algoritmo” o “inteligencia artificial”, trasla-
dando la atención del código como objeto teórico y material fundamental.
Este ensayo propone regresar al código para repensarlo como una tecnolo-
gía central en la organización del mundo digital contemporáneo y sus es-
tructuras coloniales. Para ello, se plantea que el código puede ser compren-
dido a través de cuatro propiedades interrelacionadas: comunicación, con-
trol, comando y secrecía. Estas no solo remiten a funciones técnicas del
código computacional, sino que permiten vislumbrar sus efectos sociales,
políticos y epistémicos más amplios.
Siguiendo la genealogía planteada por Friedrich Kittler, el código no
surge en la era digital, sino que tiene raíces profundas en procesos históricos
de codificación del lenguaje, las leyes y la información. Desde la invención
del alfabeto como forma de numeración fonética hasta la emergencia del
código legal romano como instrumento de gubernamentalidad, el código se
presenta como un medio privilegiado de inscripción, normalización y re-
producción del orden social. Esta genealogía nos permite comprender que
el código no es únicamente un lenguaje de programación, sino una forma
histórica de ordenar el mundo, que articula simultáneamente poder, len-
guaje y técnica.
El código, en su dimensión contemporánea, conserva y actualiza estas
propiedades. Como comunicación, regula la interacción entre humanos y
máquinas, pero también entre dispositivos autónomos; como control, mo-
dula los entornos físicos y digitales que habitamos, conforme a reglas que
suelen ser invisibles; como comando, ejecuta acciones sobre el mundo ma-
terial a través de instrucciones automatizadas; y como secrecía, opera bajo
formas de cifrado y opacidad que restringen el acceso y concentran el poder.
Estas cuatro propiedades no son exclusivas del digo computacional, pero
adquieren nuevas intensidades y formas de manifestación en el marco de la
infraestructura digital global.
Por ello, estudiar el código hoy implica una doble operación. Por un
lado, desentrañar los modos en que organiza la vida colectiva, traduciendo
órdenes en acciones materiales y modelando comportamientos, lenguajes y
formas de pensamiento. Por otro, cuestionar las condiciones sociales, his-
tóricas y políticas bajo las cuales se produce, se distribuye y se accede al
código. El objetivo de este análisis no es únicamente proponer un marco
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crítico, sino que, en última instancia, tiene la finalidad de proponer los prin-
cipios de un código que cuestiona la colonialidad y habilita la pluralización
del hacer y del saber.
Este ensayo se propone, entonces, interrogar el código no solo desde
su funcionalidad técnica, sino como objeto teórico, histórico, político, y
como una forma de producción textual con profundas significaciones cul-
turales. En este sentido, el código no es mera instrumentalidad o herra-
mienta descriptiva de instrucciones algorítmicas, sino que tiene una presen-
cia legítima dentro del ámbito de la producción social, política y cultural. A
partir del análisis de sus propiedades se busca mostrar que el código cons-
tituye una gramática del poder en la era digital, una gica que estructura
nuestras interacciones, nuestras instituciones y nuestras infraestructuras.
Recuperar el código como centro de análisis es, por tanto, una tarea urgente
para comprender las formas contemporáneas de subjetivación, gobernanza
y dominación, así como para imaginar espacios de resistencia que abran el
horizonte a una opción decolonial.
Código: secrecía, comunicación, control y comando
En uno de sus textos seminales, el teórico de medios alemán Friedrich
Kittler traza una genealogía del código que se remonta a la invención del
alfabeto y, posteriormente, a la creación de los códigos legales en la antigua
Roma (Kittler, 2008). La primera aparición del código, según Kittler, se ex-
presa en la codificación del lenguaje natural en símbolos discretos a través
del alfabeto. Este acto supuso una numeralización del lenguaje, de acuerdo
a la frecuencia de ocurrencia de ciertos sonidos traducidos en caracteres.
Pero en un sentido más amplio vislumbra ciertas propiedades del código
como el control y la comunicación. En otras palabras, la institución de este
sistema deja ver un fenómeno más amplio de normalización, que a través
de su socialización se constituye como medio de comunicación. Esto se
traduce en una cierta racionalidad técnica, pero también en un diagrama de
discriminación social: están aquellos que tienen acceso a el código y aquellos
que no.
Estas dos características son más evidentes en el siguiente ejemplo que
propone Kittler a través de los códigos legales del Imperio romano. Explica
el autor que la innovación de estos documentos reside en su capacidad de
cifrar el poder. Las leyes que rigen el imperio, cuya existencia anteriormente
supondría la necesidad de un acto enunciativo y de la presencia física de
algún representante del rey, encuentran una forma de materialización y
transmisión en el código legal. En este caso, el código aparece de nuevo
como medio de comunicación y control: las leyes escritas unifican y norma-
lizan códigos sociales dentro de un territorio, al mismo tiempo en que ge-
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neran jerarquías, en tanto que no todos pueden leerlas y menos aún escri-
birlas. Sin embargo, aunado a estas características, el código expresa ahora
una nueva propiedad: la de aparecer como un comando u orden. En este
sentido, el digo exhibe lo que podría describirse como una capacidad per-
formativa. Esto es que, su inscripción e ilocución como explica Witt-
genstein tienen una capacidad de acción en el mundo (Wittgenstein,
2009). En la ley, el código aparece como una mediación directa del poder.
La presencia del emperador ya no es necesaria, dado que la materialización
de sus órdenes hace posible su influencia de una forma dislocada en tiempo
y en espacio. Y aunque la aplicación de la ley depende aún de un acto sub-
jetivo de interpretación, no así la obligación de obedecerlas.
En la genealogía que nos propone Kittler, aparece una cuarta propie-
dad: la secrecía. Esta propiedad se expresa sobre todo en la codificación
entendida como encriptación. Esto es una forma de codificación que se
desvincula de las formas naturales del lenguaje para privilegiar la transmi-
sión y el secreto, y cuyo origen Kittler ubica en la Edad Media tardía. Ade-
lantándose a la noción contemporánea de información, esta forma de codi-
ficación supone un acto de ciframiento y desciframiento en cada extremo
de la comunicación, al tiempo que vuelve al mensaje completamente depen-
diente del algoritmo de cifrado como del canal de transmisión. En otras
palabras, el mensaje funciona más como información que como contenido,
y el código es la llave entre ambas. Como bien menciona Kittler, no es casual
que la primera computadora la quina de Turing estuviera dedicada
justo a la tarea de cifrar y descifrar mensajes durante la Segunda Guerra
Mundial.
En la actualidad, el código computacional exhibe las mismas caracte-
rísticas que hemos enumerado anteriormente, como una forma de comuni-
cación, control, comando y secrecía. Sin embargo, los registros y formas de
materialización de cada una de estos rasgos se han adaptado a las formas
contemporáneas de producción y comunicación. Como afirma el teórico de
medios Adrian Mackenzie “El código está profundamente arraigado en la
infraestructura y los entornos, cada vez más regulados informáticamente,
que recorremos y habitamos. [...] Modula las relaciones dentro de la vida
colectiva. Organiza y altera las relaciones de poder.” (Mackenzie, 2003).
Aquí la noción de código fuente da cuenta de la forma en que el código compu-
tacional se interpreta como el punto de origen y una clase de manual pro-
gramático de cómo se comportan los sistemas informáticos. Al mismo
tiempo, a este código fuente se le atribuyen, tanto una intencionalidad, como
una performatividad, que quedan ofuscadas por los crípticos lenguajes in-
formáticos, así como la secrecía institucional.
En este contexto, resulta evidente que el código determina las formas
actuales de comunicación a través de y entre dispositivos digitales. Como
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consecuencia, resulta más interesante profundizar en las formas actualiza-
das de control, comando y secrecía.
Se puede afirmar que el código presenta las nuevas formas de control
algorítmico que describen autores como Antoninette Rouvroy y Thomas
Berns. Para estos autores, más allá de los modos de control que describía-
mos anteriormente, relacionadas con el acceso a la información y la regla-
mentación del espacio social a través de códigos legales, las nuevas formas
de control están relacionadas con la modulación algorítmica de los entor-
nos, tanto físicos como digitales, en los que se desenvuelve nuestra existen-
cia. (Rouvroy y Berns, 2018) De esta manera, el control ya no es un ejercicio
directo del poder, sino que éste se encuentra mediado a través de un sinfín
de interacciones que comprometen la vida social en la era digital. En este
sentido, podemos afirmar que el control se expresa de una forma opaca y
cifrada, que radica en la secrecía del código. Primero como gesto gremial de
los profesionales informáticos, y después como franco secreto empresarial
o gubernamental.
Sin embargo, las formas en que el código expresa su propiedad como
orden o comando resultan más complicadas. Por un lado, porque como ya
mencionábamos, estas ya no son órdenes directas, sino que están mediadas,
normalizadas y traducidas dentro de los sistemas informáticos con los que
interactuamos. Pero, por otro lado, porque el origen de estas órdenes tam-
poco resulta evidente. La indagación sobre esta propiedad del código, en el
fondo se convierte en una pregunta sobre la agencia dentro de los sistemas
digitales. Y esta agencia, como nos recuerdan autores como Thomas
Hughes y Wiebe Bijker, es una agencia distribuida (Hughes, 1989; Bijker,
Hughes y Pinch, 1987). Al respecto, la teórica de medios Wendy Chun, in-
siste en no fetichizar la escritura del código como una forma de poder. Con-
tra aquellos que defienden la postura de que quien escribe el código, guarda
el control dentro de la sociedad informática (Rushkoff, 2010), Chun nos
invita a mirar el complejo entramado de máquinas, humanos e instituciones
que hacen posible la producción del código (Chun, 2008, 2011).
Así como la noción de control se complejiza con el código compu-
tacional, lo mismo sucede con la performatividad del código. El tipo de
actividad o efecto en el mundo que tiene el código ya no se puede describir
en términos instituyentes, sino que está dada por su capacidad de ejecución.
Es decir, por la capacidad que tiene el código de ejecutar sus comandos y
volver operativas distintas máquinas, sistemas e infraestructuras. Esto es a
lo que apuntaba ya Kittler en otro de sus textos seminales cuando argu-
menta que no es posible que haya software sin la existencia de máquinas, y
que todas las operaciones del código tienen como límite material las posi-
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bles configuraciones de estas. Por ello, Kittler afirma que una de las funcio-
nes del código es ofuscar la materialidad existente y dar lugar a su propia
performatividad (Kittler, 2014).
Es justo este vínculo entre el código y su performatividad el que ha
abierto la puerta dentro de los estudios de medios a una forma de materia-
lismo radical, en el que el trabajo, los protocolos y la infraestructura han
adquirido una vital importancia. Teóricos y antropólogos como Lilly Irani
(Irani, 2019) Geoff Cox y Alex McLean (Cox and Mclean, 2013) o Héctor
Beltrán (Beltrán, 2020) advierten sobre las diferentes formas situadas de
trabajo que existen detrás de la producción del código. En este sentido,
contrario al imaginario hegemónico del programador atado a la cultura em-
presarial del Big Tech y Sillycon Valley, estos autores apuntan a la multipli-
cidad de espacios, condiciones e ideologías en las que el código es produ-
cido en diferentes regiones. Por su parte, autores como Alexander Galloway
(Galloway, 2004) y Paul Doursih (Dourish, 2017; Dourish, 2015) debaten
sobre las condiciones de posibilidad del cómputo entre los materiales, las
señales de voltaje y los protocolos. Finalmente, teóricos como Nicole Sta-
rosielski (Starosielski, 2015), Lisa Parks (Parks, 2015), Shannon Mattern
(Mattern, 2015) y Brian Larkin (Larkin, 2013) lideran lo que en los estudios
de medios se ha dado a conocer como el giro infraestructural. En estos
trabajos argumentan que la performatividad del código se experimenta de
forma diferenciada de acuerdo a la capacidad de la infraestructura digital de
cada región para procesar y movilizar información. 1
Para finalizar esta sección, quiero extender la provocación que hace el
escritor y teórico de medios Mark Marino cuando nos invita a leer el código
de forma crítica en sus múltiples encarnaciones (Marino, 2020; Marino,
2018): como texto ejecutable, como producto altamente colaborativo, como
propiedad intelectual, como producto cultural que suscita controversias y
efectos en el mundo, y como material textual que refleja hasta cierto punto
la idiosincrasia y decisiones estilísticas del conjunto de sus autores. Si que-
remos hablar de código en una clave decolonial es precisamente en estos
registros que deberíamos interrogar el código.
1 Habría que reconocer que, sobre todo en la actualidad, la performatividad del código no es lineal,
sino que se trata de una función recursiva. En otras palabras, la función del código es producir algo-
ritmos que operan con ecuaciones estadísticas, que a su vez ajustan recursivamente su ponderación de
acuerdo a los datos que reciben en tiempo real. En tanto que el digo es subsidiario de los algoritmos,
casi en la misma medida que los datos, es que su importancia se ha desplazado en el discurso actual
sobre la tecnología. Sin embargo, este acento sobre los algoritmos y los datos por sobre el código no
ha hecho más que volver menos visible la materialidad y el trabajo que se encuentra detrás de tecno-
logías como la IA.
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La colonialidad del código
En el presente apartado me gustaría argumentar en qué sentidos el digo
se puede entender como un instrumento y un dispositivo de la colonialidad.
Utilizo aquí ambos términos para enfatizar que, por un lado, el código es
una herramienta que facilita la operación y reproducción de estructuras y
valores dominantes; al mismo tiempo en quede acuerdo a la definición
que da Agamben a la noción de dispositivo (Agamben, 2018)la perfor-
matividad del código dispone una compleja red entre sistemas, infraestruc-
turas, trabajo, procesos y espacios que organiza el mundo de acuerdo a una
visión colonial.
El sociólogo peruano Aníbal Quijano define la colonialidad como el
marco epistémico que ha permitido la persistencia de las estructuras de do-
minación coloniales, incluso después de que el colonialismo histórico y su
poder político fueron destronados (Quijano, 2007). Se nombra como marco
epistémico, no porque exista únicamente en términos abstractos, sino por-
que a través de su internalización subjetiva es que se da un fundamento a
las prácticas, estructuras y formas de construcción del conocimiento neo-
coloniales, al mismo tiempo en que se organizan las nuevas formas de ex-
tracción y dominación.
Para Quijano, la colonialidad construye una división donde, el Yo del
colonizador define sus propias prácticas y experiencias desde una posición
universalista y totalizante, mientras que al colonizado lo designa como una
otredad. En base a esta división el colonizador concibe su propia superiori-
dad, a la que fundamenta a través de la construcción de categorías raciales.
Alrededor de estas categorías, el colonizador afirma como superior su co-
nocimiento, su cultura, sus formas de organización y producción y espe-
cialmente relevante en este contexto su tecnología.
Tomando como fundamente este marco, las estructuras neocoloniales
naturalizan relaciones geopolíticas intra y transnacionales que centralizan el
poder, donde los flujos de capital y conocimiento son unilaterales y suma-
mente inequitativos. A partir de estas estructuras se crean nuevas formas de
extracción de valor, al mismo tiempo que se imponen nuevas formas de
control a través de renovados sistemas de vigilancia, violencia y organiza-
ción social.
Entendida así la colonialidad, podemos afirmar que el código es un
instrumento de ésta por lo menos en tres distintos sentidos: como estruc-
tura racional, como método de acumulación, y como instrumento de con-
trol. De estos tres sentidos, tal vez el más difícil de exponer por su grado
de abstracción es su dimensión como estructura racional. Para entender este
aspecto del código, debemos de apelar a tres funciones del mismo íntima-
mente interrelacionadas: como ontología, como lógica y como temporali-
dad.
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La primera de estas funciones responde a una tendencia de desarrollo
que históricamente ha buscado representar a la realidad con cada vez mayor
complejidad, a través de elementos que traducen una serie de representa-
ciones y de principios ontológicos dentro de los lenguajes de programación.
Estas formas de traducción funcionan de modo incremental, desde las abs-
tracciones numéricas propias de las operaciones de voltaje de los transisto-
res que conforman los núcleos de procesamiento, hasta las representaciones
complejas de los lenguajes de alto nivel. En el caso de lenguajes modernos
de alto nivel, basados en el paradigma de OOP (Programación Orientada a
Objetos), por ejemplo, se busca representar a las cosas a través de abstrac-
ciones que corresponden a cómo organizamos cognitivamente a los objetos
en el mundo real. En este sentido, la programación se estructura a través de
Clases de Objetos, que se definen a través de sus propiedades y funciones.
Durante la ejecución de un programa, estos objetos se instancian y actuali-
zan invocando las funciones del objeto. En otras palabras, durante la ejecu-
ción del código, la definición abstracta de la clase se concretiza a través de
su instanciación como objeto, y constantemente actualizará el valor de sus
propiedades y la ejecución de sus funciones a partir de las condiciones del
programa.
Este modelo de abstracción y representación puede interpretarse
como la traducción de una ontología que corresponde a la tradición meta-
física de Occidente. La división del mundo en objetos estables, cuya identi-
dad es, en primera instancia, metafísica, y cuya actualización en la vida real
se da en el marco de una dimensión temporal, es una forma de representa-
ción y organización rastreable dentro de la racionalidad occidental. El ejer-
cicio de programar, en este sentido, es un ejercicio de asimilación de esta
ontología, así como un trabajo de traducción del mundo dentro de esta es-
tructura racional.
Por otro lado, la función lógica del código, refiere a la traducción de
tareas o problemas en arboles de decisión lógica, definidos por estructuras
iterativas y estructuras condicionales, que en última instancia se decantan
entre una opción binaria: cierto o falso. Este modelo, basado en los princi-
pios de la lógica booleana, tiene un fundamento material en el comporta-
miento de los semiconductores o transistores. Sin embargo, como hemos
visto, en lenguajes de más alto nivel alcanzan formas de representación mu-
cho más complejas, que fácilmente permitirían plantear otros modelos ló-
gicos. Que esta sea la forma en que traducimos los problemas dentro de la
programación no es tanto una necesidad técnica como una convención so-
cial. En última instancia, este modelo lógico nos remite una vez más a la
tradición occidental en sus fundamentos parmenídeo y en su progreso den-
tro de la razón instrumental.
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Finalmente, en su performatividad, el código expresa una temporali-
dad u organización del tiempo que en términos técnicos se conoce como
‘tiempo de ejecución’ y se refiere al lapso durante el cual se mantiene activo
un programa y realiza sus tareas. Este tiempo es a la par lineal y recursivo.
Lineal, en tanto que tiene un principio y un fin; recursivo, en tanto que sus
funciones se ejecutan a partir de los resultados del estado de ejecución an-
terior. La forma lineal de esta temporalidad está supeditada a una estructura
temporal de escala planetaria que se conoce como Tiempo Universal Coordi-
nado (UTC). Esta estructura marca un mismo tiempo para todos los dispo-
sitivos a partir del cual realizan tareas coordinadas sin importar su localiza-
ción. Esta forma de temporalidad claramente toma su inspiración de otras
temporalidades coloniales, pero lleva su lógica totalizante a una escala pla-
netaria. En cuanto al tiempo recursivo, como ya ha expuesto Yuk Hui (Hui,
2022), este principio se hereda del desarrollo histórico de la cibernética e
intenta introducir información del mundo exterior en el proceso de ejecu-
ción del programa. Sin embargo, como lo argumentan Luciana Parisi y Eze-
quiel Dixon-Roman (Parisi y Dixon-Román, 2020) este principio fácilmente
se puede traducir en una herramienta colonialista en tanto que los bucles de
retroalimentación de los programas tienden a priorizar la información de su
estado inicial y, en este sentido, proyectar al futuro el estado presente. En
otras palabras, privilegian el tiempo como continuidad y no como ruptura
o cambio.
En estas tres funciones podemos ver que, más allá de tareas concretas
de encriptación, lo que el código computacional cifra o traduce es una forma
particular de organizar el mundo a través de abstracciones y representacio-
nes, estructuras lógicas, y formas totalizantes de temporalidad.
En un registro distinto, la colonialidad del código también puede
leerse como un método de acumulación que refuerza y reproduce brechas
geopolíticas y sociales de carácter colonial (Kwet, 2019). Apoyados en la
propia naturaleza críptica del código hay múltiples mecanismos de segrega-
ción y acumulación que atraviesan la geografía, la clase social, el nivel edu-
cativo y el género. En otras palabras, el acceso al código o a su manipulación
se encuentra atravesado por todas estas dimensiones. Además, estas brechas
se refuerzan por otros mecanismos que aventajan a las entidades del Norte
global, como las licencias u otras medidas de carácter privativo. Por otro
lado, la performatividad del código expresa otra forma de concentración y
acumulación. Especialmente aquellos códigos que exigen un trabajo
computacional intensivo y un gran volumen de datos, no son ejecutables en
infraestructuras de capacidad limitada, por lo que cierto tipo de tareas o
procesos acaban centralizados en el Norte global como una medida estraté-
gica. En este sentido, los principios racionales que veíamos anteriormente,
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son también un método para ofuscar las condiciones materiales y ambien-
tales que hacen posible el mundo digital detrás de una apariencia de objeti-
vidad. Esto es el caso, por ejemplo, del entrenamiento de modelos de IA
con Modelos Extensos de Lenguaje (LLM, por sus siglas en inglés), cuyas
exigencias de procesamiento energéticas hacen poco factible su desarrollo
en países del Sur global, pero que a su vez están organizados a través de una
gran empresa colonial basada en la extracción y acumulación de datos (Me-
jias and Couldry, 2019).
Finalmente, tal vez la aplicación más violenta, que vuelve al código un
dispositivo colonial, es su utilización como instrumento de control. Esta
dimensión se expresa de múltiples formas, igualmente, durante su perfor-
matividad. Aunque la manera más obvia en que estas herramientas eviden-
cian su poder es como estrategias de vigilancia y acumulación de informa-
ción (Zuboff, 2020), cuyos antecedentes se pueden rastrear a los métodos
estadísticos utilizados durante la colonia (Terranova y Sundaran, 2021),
existen otras formas más opacas y sutiles, pero no por ello menos violentas,
en que se ejerce el control a través del código. En este caso, me refiero a la
capacidad del código de traducir formas de vida, conductas y comporta-
mientos del Norte global, normalizándolas y volviéndolas modelos totali-
zantes de reproducción de los social. El control ocurre en múltiples aspec-
tos, que van desde la organización y logística de sistemas y ambientes que
reflejan las formas organización de las sociedades del Norte global, pasando
por la universalización de prácticas sociales y económicas a través de las
plataformas digitales y las redes sociales, hasta la manipulación de conductas
y afectos a través de estímulos algorítmicos. En todos estos casos, el código
cifra y operacionaliza prácticas sociales que se imponen bajo una lógica co-
lonial, cuyo objetivo es conducir las conductas individuales a través de la
internalización y naturalización de los regímenes de sentido, formas de pro-
ducción de conocimiento y prácticas que se engloban dentro de la colonia-
lidad.
Hacia un código decolonial
En esta sección mi intención es proponer algunos caminos para pensar el
código desde una perspectiva decolonial. Por decolonialidad se entiende el
proyecto político para desvincularse tanto del marco epistémico de la colo-
nialidad, como de las estructuras que éste produce (Mignolo, 2011).
Como primera condición para plantear el código en clave decolonial,
debemos impulsar su apropiación crítica. Aunque la apropiación tecnoló-
gica suele describirse como la diversificación y adaptación en el uso de las
tecnologías (Carroll, 2004), Latinoamérica es rico en experiencias que am-
pliamente exceden esta definición para plantear otras relaciones situadas
con la tecnología que apuntan a un proceso político de apropiación. Como
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he argumentado en otros momentos (Aranda Brito, 2023a; 2023b; 2023c),
la apropiación crítica de la tecnología va más allá de la diversificación en el
uso de la tecnología o incluso de la socialización de su propiedad, e implica
en cambio un replanteamiento profundo del sentido de lo tecnológico, que
atraviesa distintas dimensiones y que implica repensar la ética de sus proce-
sos, resignificar su campo estético ampliando nuestro imaginario sobre lo
tecnológico y reorientar el horizonte político de nuestras herramientas a
través de otras formas de organización para y a través de las tecnologías. En
este sentido, la apropiación crítica no se presenta como una forma de asi-
milación, que en el caso del código únicamente diversificaría los usuarios
del código, dejando intocadas las dimensiones epistémicas, ontológicas y
estructurales que ya hemos mencionado. En su lugar, una apropiación crí-
tica supondría una forma de resistencia que replantearía el código desde su
racionalidad, sus formas de producción y sus formas de implementación y
socialización. Como propone Maldonado Rivera:
Habitar la sociedad de la información desde la opción decolonial es situarse en
el espacio telecomunicativo como agentes de cambio, promoviendo un paso
trascendental para la conformación de sociedades comunicantes y generadoras
de conocimientos plurales. Para su logro, apropiarse de estas tecnologías se torna
fundamental, pues ello permite activar una racionalidad confrontada al determi-
nismo tecnológico.(Maldonado Rivera, 2013: 143)
Entre las diferentes experiencias políticas en Latinoamérica, la apropiación
tecnológica ha aparecido como una forma de negociar las relaciones colo-
niales entre centro y periferia. También ha servido para disputar la división
epistémica entre la modernidad y la tradición para afirmar tanto la posibili-
dad de agencia sobre la tecnología, como la posibilidad de crear tecnologías
de una forma situada. María Isabel Neüman, por ejemplo, plantea la apro-
piación tecnológica como una instancia de negociación y resistencia frente
a la modernidad. En lugar de negarla, crea un espacio de hibridación en el
cual los agentes de la apropiación logran dejar de experimentar aquello de
lo que se han apropiado como ajeno, a partir de un proceso de resignifica-
ción epistémico que les permite integrar lo tecnológico a su propia visión
de mundo (Neüman, 2008b; Neüman, 2008a).
A través de la apropiación tecnológica se vislumbran claves que per-
miten resignificar la tecnología desde un panorama cultural local. François
Bar, Matthew Weber y Francis Pisani dan un ejemplo de ello analizando la
apropiación de las tecnologías móviles en Brasil (Bar, Weber and Pisani,
2016). En su trabajo estos autores llegan a la conclusión de que la relación
que se instaura con la tecnología en ese contexto sigue la genealogía de
prácticas culturales de largo aliento que se establecieron como formas de
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resistencia a la colonización, tales como la barroquización, la canibalización
y la criollización. Por otro lado, estas formas de apropiación plantean for-
mas de diversidad e inclusión que van más allá de la asimilación de nuevos
agentes dentro de las estructuras tecnológicas existentes, y plantean nuevas
formas de socialización y sociabilidad a través de la tecnología.
Por otra parte, centrándose en el contexto brasileño, Heather Horst
argumenta que la apropiación tecnológica de dispositivos móviles, video-
juegos o redes sociales a través de proyectos puntuales como casas LAN o
movimientos culturales como el tecno-brega revelan formas de inclusión
fuera de una lógica consumista y en cambio demuestran cómo los espacios
tecnológicos pueden convertirse en esferas culturales, y cómo las tecnolo-
gías pueden transformarse, dentro de esas instancias, en herramientas que
expresan una verdadera diversidad (Horst, 2011). Entre estas formas de so-
cialización, se han propuesto modos de organización que se construyen
desde experiencias comunitarias. Rocío Rueda Ortiz da cuenta de esto en
su descripción de los telecentros de Latinoamérica y el Caribe cuyo funcio-
namiento se articula a través de las experiencias locales de organización que
los convierte en espacio políticos emergentes, donde se lleva a cabo un re-
planteamiento de la noción de participación y ciudadanía en el ámbito digital
(Rueda Ortiz, 2005).
Finalmente, en la vertiente más política de estas experiencias, la apro-
piación tecnológica apuntala la autonomía política en su dimensión colec-
tiva como el horizonte de sus esfuerzos. Este es el argumento que tratan de
empujar autores como Francisco Sierra Caballero y Tommaso Gravante,
quienes ven en la apropiación de las tecnologías digitales una continuidad
de las luchas por la creación de autonomía y la posibilidad de autogestión
frente a las estructuras del Estado y de los centros de poder de Occidente
(Sierra Caballero y Gravante, 2012).
Siguiendo las lecciones de estas experiencias, podemos plantear la de-
colonialidad del código en tres dimensiones: en una dimensión epistémica-
ontológica, en una dimensión social y en una dimensión infraestructural.
Desde una dimensión epistémica-ontológica, la decolonización del có-
digo significaría la pluralización de saberes tanto dentro de las estructuras
formales y lingüísticas del código, como en sus métodos de adquisición de
información. Sin embargo, vale la pena aclarar que el planteamiento aquí no
se basa en una visión ontológica trascendental, en la vena de propuestas
como las que plantea dentro de la noción de cosmotécnica el filósofo hong-
konés Yuk Hui (Hui, 2020; 2018; 2017), que corre el riesgo de generar na-
rrativas totalizantes en clave identitaria y de simplificar el conjunto de prác-
ticas que dan lugar a redes complejas como es la producción del código. En
cambio, el planteamiento aquí se fundamenta en una ontología histórica que
sostiene que nuestra forma de entender y conocer el mundo se construye
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de forma situada a través de las prácticas, densas en historicidad, que nos
atraviesan, y que en un mundo globalizado se caracterizan por ser multidi-
reccionales, complejas y repletas de contradicciones y antagonismos.
En este sentido, como sugiere Syed Mustafa Ali, en oposición a una
racionalidad basada en la abstracción como operación homogeneizante,
cuya epistemología se sostiene en los datos como entidades discretas que
instrumentalizan la relación con el mundo y la naturaleza (Mustafa Ali,
2016), la decolonialidad del código debería sostenerse en formas de
cómputo situadas, donde otras ontologías y estructuras lógicas puedan
emerger. Este es un ejercicio crítico que parte de desnaturalizar las estruc-
turas del código y propone experimentar incluso en una clave especula-
tivaotras formas de racionalidad. Mientras que el ejercicio de traducción
que proponen diversas iniciativas es un paso importante y necesario, la pro-
puesta aquí es tomar el código como una estructura textual que evidencia
formas de entender, estructurar y representar el mundo. Abrir estas estruc-
turas a la crítica habilita un horizonte de posibilidad donde otras ontologías
pueden emerger.
Igualmente, adentrándonos en la dimensión epistémica de estas posi-
bles formas alternativas del código, la noción de dato debería aparecer de
forma encarnada. Es decir, no como un mecanismo extractivista, sino como
una traducción holística del mundo. Como evidencian trabajos de autores
como Roger Batty (Batty, 2013), la noción imperante de los datos en la ac-
tualidad es una visión que apuesta por una representación abstracta y tota-
lizante del mundo, construida desde una relación vertical e instaurada sobre
la base de una lógica de acumulación sin límites que se construye de forma
aditiva. Desde esta perspectiva, todo puede ser traducido a una medida
cuantitativa y representado como un conjunto de datos. Mientras más datos,
más precisa la representación, según este paradigma. Bajo esta premisa se
fundamenta una nueva fuente de valor económico que ve una potencial uti-
lidad en la extracción de información de todos y todo, sin importar real-
mente si ello vaya o no a ser utilizado. Esta lógica expande la razón instru-
mental, que ya denunciaba la teoría crítica, hacia nuevos horizontes, y
apunta a nuevos mecanismos de colonización, que autores como Nick
Couldry, Ulises Mejías o Paola Ricaurte (Mejías y Couldry, 2019; Ricaurte
Quijano, 2023) han nombrado como colonialismo de datos. En este sentido, el
código decolonial no puede tener su base epistémica en una construcción
de esta naturaleza. El problema va más allá de la privacidad, y en cambio
pone frente a nosotros la tarea de repensar la naturaleza misma de los datos,
cuestionando su supuesta neutralidad y objetividad, para indagar la forma
en que estas estructuras de representación se construyen como entidades
epistémicas, para proponer otras formas de representación cuyo carácter no
sea totalizante ni extractivo.
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Desde una dimensión social, la decolonialidad de código se debe sos-
tener en la abolición de aquellas estructuras que reproducen las injustas re-
laciones de poder entre el Norte y el Sur global, así como otras estructuras
cuya inercia es parte de las practicas epistémicas de la colonialidad. Como
afirman Sareeta Amrute y Luis Felipe Murillo, esto significa “regresar a
cuestiones sobre el control y la redistribución de la manera en que las tec-
nologías son designadas, desarrolladas, y diseminadas” (Amrute y Murillo,
2020). En otras palabras, en esta dimensión, la decolonialidad del código
supone interrogar los espacios y los agentes de producción del código. En
cuanto a los espacios, la importancia radica en desvincular la producción
del código de una lógica meramente productiva y abrir espacios para la pro-
ducción de código bajo imperativos sociales e incluso artísticos y poéticos.
Esto supone que no sólo los espacios de producción de código deben de
ser otros, sino que las lógicas organizativas de estos no deben responder a
estructuras verticales y a la racionalidad privativa que impera en la produc-
ción del código comercial. Como muestran diversos proyectos que se apro-
pian de la cultura jáquer en Latinoamérica, existen modos colaborativos de
producción de código e incluso siguen formas de organización comunales
cuya estructura puede rastrearse en los movimientos de resistencia sociales,
tanto urbanos como rurales. A su vez, es fundamental crear estructuras plu-
rales, que fomenten el agenciamiento de sujetos diversos en la escritura de
código.
Finalmente, desde una dimensión infraestructural, la decolonialidad
del código supondría enfrentar dos problemáticas. Por un lado, implica ata-
car la opacidad de la materialidad de los procesos computacionales, eviden-
ciando sus costos ambientales y sociales, que en el Sur global se traducen
en desertificación y trabajo digital precarizado. En este sentido, desde el
código es necesario eficientar procesos tanto en términos de trabajo compu-
tacional y consumo energético, como en la ingesta de datos de los sistemas
digitales actuales. Por otro lado, en un horizonte temporal más amplio,
supone el desarrollo de infraestructuras que permitan descentralizar los pro-
cesos computacionales, a de modo de redistribuir el poder de cómputo a
escala planetaria y como un método para la construcción de autonomías
locales y regionales. En relación a esto último, como lo han demostrado
otras iniciativas que han buscado construir una infraestructura autogestivas,
como es el caso de los movimientos de radios y más recientemente de
redescomunitarias (Almaraz Funes, 2020; Binder y García Gago, 2020),
es necesario repensar la escala de las infraestructuras, al igual que su relación
con las comunidades que la utilizan y los métodos de administración, tra-
bajo y mantenimiento, para abrir el horizonte a otras formas de relacionarse
con la tecnología. En el caso del código, más allá de la experiencia diferen-
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ciada de éste desde su performatividad, la autonomía infraestructural su-
pone la posibilidad de gobernar las tecnologías digitales de forma local, ade-
más de tener control sobre los herramientas y algoritmos que determinan
los procesos sociales en la era digital.
Conclusiones
Proponer una perspectiva decolonial del código no es simplemente una in-
vitación a utilizarlo desde contextos diversos, sino a repensarlo profunda-
mente desde sus fundamentos. Partimos de la premisa de que el código no
es una entidad neutra o meramente técnica, sino un entramado epistemoló-
gico, ontológico y político profundamente atravesado por estructuras his-
tóricas de poder, como las que constituyen el régimen de la colonialidad.
A lo largo de este ensayo se ha planteado que, para imaginar una de-
colonización del código, es necesario comprenderlo no solo como un ins-
trumento técnico, sino como una construcción epistémica, social e infraes-
tructural que refleja y reproduce relaciones de poder históricas ancladas en
la colonialidad. En este sentido, el desafío consiste en desnaturalizar sus
supuestos universales y abrir espacio a otras racionalidades, formas de co-
nocimiento y relaciones con la tecnología. De esta manera, propusimos que
el eje de esta decolonialidad debe ser la apropiación crítica del código, entendida
como una práctica situada de resignificación, resistencia y producción alter-
nativa de lo tecnológico. Una apropiación crítica implica asumir el código
como campo de disputa, donde se puedan desarticular sus lógicas de ho-
mogeneización e instrumentalización.
Este tipo de apropiación ha sido cultivada por diversos proyectos la-
tinoamericanos que no solo adaptan tecnologías, sino que las resignifican
desde marcos culturales, políticos y comunitarios propios. Estas experien-
cias muestran que es posible generar tecnologías situadas, no subordinadas
a la lógica extractiva o a la dependencia del centro global, sino articuladas
con formas de vida y conocimientos locales. A partir de diversas experien-
cias, vimos que esta apropiación crítica ya está en marcha, expresándose en
prácticas culturales, formas de organización comunitaria y proyectos de au-
tonomía que rehúsan someterse a los imperativos del mercado o del deter-
minismo tecnológico. Estas experiencias muestran que es posible negociar
y subvertir la hegemonía epistémica de la modernidad-colonialidad a través
de modos creativos y políticos de relación con la tecnología. Desde este
enfoque, la apropiación crítica implica una reapropiación del sentido mismo
de lo técnico, desde otras racionalidades, otros imaginarios, y otras formas
de organización colectiva.
Para organizar estas propuestas, planteamos que la decolonialidad del
código puede pensarse desde tres dimensiones interconectadas: la episté-
mico-ontológica, la social y la infraestructural.
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En la dimensión epistémica-ontológica, sugerimos que el código debe
ser repensado como una estructura que no sólo organiza instrucciones para
una máquina, sino que modela formas de conocer, representar y actuar en
el mundo. Esto se traduce en la necesidad de pluralizar los lenguajes del
código y permitir que otros sistemas de pensamiento informen su diseño.
La crítica a la abstracción homogeneizante debe abrir paso a un cómputo
encarnado, donde los datos no sean entidades neutras, sino huellas de mun-
dos vividos, traducidos desde otras ontologías. De esta manera, el código
se puede reimaginar como un lugar de encuentro entre saberes diversos,
más allá de la epistemología dominante de la modernidad. En este marco,
desnaturalizar la noción hegemónica de “dato” es fundamental, así como
cuestionar los supuestos de neutralidad y objetividad que legitiman formas
de extracción epistémica y acumulación.
En la dimensión social, la decolonialidad del código exige una trans-
formación de las estructuras que controlan su producción y distribución.
Argumentamos que la decolonialidad del código requiere desmontar las es-
tructuras de poder que sostienen la hegemonía del Norte global sobre la
producción, diseño y diseminación de las tecnologías digitales. Esto implica
no sólo redistribuir los recursos, sino también abrir el código a otras formas
de producción organizativa que no respondan a lógicas privativas, jerárqui-
cas o extractivas. Implica repensar la manera en que las tecnologías son
diseñadas, quién tiene acceso a ellas y cómo se distribuyen sus beneficios.
Es decir, es necesario crear condiciones para que el código pueda desarro-
llarse en contextos colaborativos, horizontales y comunitarios, y que per-
mita la participación de sujetos que históricamente han sido excluidos de
los procesos de diseño tecnológico. Sin embargo, esta inclusión no debe
entenderse como una simple apertura de las estructuras existentes, sino
como una transformación radical de dichas estructuras hacia modelos orga-
nizativos más justos, diversos y abiertos.
Finalmente, desde una dimensión infraestructural, el reto decolonial
es doble. Por un lado, la decolonialidad del código pasa por visibilizar y
transformar las condiciones materiales que sustentan su existencia. Ello
exige una crítica a la opacidad de los procesos computacionales y sus efectos
materiales, visibilizando su huella ambiental y social, especialmente en los
territorios del Sur global. Por otro lado, se debe apostar por el desarrollo de
infraestructuras descentralizadas que permitan redistribuir el poder compu-
tacional, reduciendo la concentración y fomentando la autonomía tecnoló-
gica. En este sentido, es fundamental repensar la escala, la propiedad y el
mantenimiento de estas infraestructuras, y orientarlas hacia formas de go-
bernanza participativa y comunitaria. La posibilidad de autogestionar las
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tecnologías no sólo en su uso, sino también en su diseño, operación y evo-
lución, es clave para construir una soberanía tecnológica que resista los pa-
trones neocoloniales de dependencia digital.
En conjunto, estas tres dimensiones apuntan hacia una transforma-
ción profunda del campo tecnológico. La decolonialidad del código, enton-
ces, no es un proyecto meramente técnico, sino ético, estético y político,
que nos obliga a repensar los fundamentos sobre los que se construyen
nuestras herramientas, nuestras redes y nuestros lenguajes. Este ensayo, más
que ofrecer respuestas cerradas, propone una invitación a imaginar y cons-
truir otras formas de codificación que no reproduzcan las lógicas de domi-
nación, exclusión y extractivismo que históricamente han acompañado a la
tecnología moderna. Una tecnología situada, plural, encarnada y relacional
es posible, si estamos dispuestos a repensar radicalmente nuestras prácticas,
nuestros saberes y nuestras infraestructuras.
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