De Mauro Rucovsky, “Las marcas del genocidio” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 7 / Diciembre 2019 / pp. 163-189 163 ISSN 2422-5932
LAS MARCAS DEL GENOCIDIO: LAS
MUERTAS SIN FIN
THE MARKS OF GENOCIDE: THE ENDLESS DEAD
Martin De Mauro Rucovsky
Instituto de Humanidades (CONICET)
Doctor en filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba, Becario posdoctoral CONICET. Investigador en
el Área de Feminismos, género y sexualidades (FemGeS, CIFFyH, UNC). Es autor de Cuerpos en escena.
Materialidad y cuerpo sexuado en Judith Butler y Paul B. Preciado (Egales, Madrid-Barcelona, 2016)
Contacto: martinadriandemauro@gmail.com
ARTÍCULOS
De Mauro Rucovsky, “Las marcas del genocidio” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 7 / Diciembre 2019 / pp. 163-189 164 ISSN 2422-5932
Fecha de envío: 27/5/19 Fecha de aceptación: 25/09/2019
Roberto Bolaño
“La parte de los
crímenes”
2666
Precariedad como
gubernamentalidad
Feminicidio
Un tipo de violencia sistemática y sostenida sobre los cuerpos feminizados pero también un hacer sobre
los cuerpos, una técnica detallada y precisa en el acto de dar la muerte es lo que define un tipo de
genocidio y una insistencia en el imaginario cultural latinoamericano reciente. En las páginas
siguientes vamos a considerar “La parte de los crímenes” incluida en 2666 de Roberto Bolaño
alrededor de la figura del feminicidio que se trama a partir de la vulnerabilidad y la exposición
corporal selectiva: ¿qué es lo que define esa deriva genocida -vinculada a los modos precisos de la
violencia patriarcal y la gestión de la muerte a través de la destrucción de los cuerpos- que habita en
los procesos de precarización de la vida? “La parte de los crímenes” trabaja sobre una cierta
sensibilidad de los procesos de precarización de la vida, esto es, un tipo de violencia desmesurada que
se expande y desplaza los límites de los espacios sociales de inscripción de la muerte y la vida, del
cadáver y de los vivos, los sobrevivientes. Esta obra logra capturar algo de esa vibración perceptible y
las marcas de época. En otros términos, se trata de la deriva genocida de la precariedad, el revés
constitutivo de la vida precaria, que en esta obra se trabaja como razón de gobierno o como dimensión
femigenocida ligada a la gubernamentalidad precaria.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
Roberto Bolaño
“La parte de los
crímenes”
2666
Precarity as
governmentality
Feminicide
A type of systematic and sustained violence on the feminized bodies but also a doing on the bodies, a
detailed and precise technique in the act of giving death is what defines a type of genocide and an
insistence on the recent cultural imaginary. In the following pages we will consider “La parte de los
crímenes” included in 2666 of Roberto Bolaño around the figure of feminicide that is framed from
vulnerability and selective body exposure: What is it that defines this genocidal drift -linked to the
precise ways of patriarchal violence and to the management of death through the destruction of bodies-
that lives in the processes of precarization of life? Over a certain sensitivity of the processes of
precarization of life works “La parte de los crímenes”, that is, a type of excessive violence that
expands and displaces the limits, something of that perceptible vibration and the marks of time, is
what manages to capture this cultural material. In other words, it is about the genocidal drift of
precariousness, the constitutive setback of precarious life, which in this work works as a reason for
government or as a femgenocide dimension linked to precarious governmentality.
KEYSWORD
De Mauro Rucovsky, “Las marcas del genocidio” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 7 / Diciembre 2019 / pp. 163-189 165 ISSN 2422-5932
El 2 de mayo de 2005, desapareció Edith Aranda Longoria, de 22
años, mientras caminaba en el centro de aquella urbe. A la fecha nada se sabe de
ella. El mismo día, fue allá secuestrada Airis Estrella Enríquez Pando en una
calle cercana a su casa. Se halló el cadáver el 15 de mayo dentro de un recinto de
plástico relleno de cemento. Sufrió ataque y mutilaciones sexuales. Tenía 7 años de
edad. Hubo en el origen un deslizamiento fuera de los límites.
Sergio González Rodríguez - Huesos en el desierto (2002)
Hubo en el origen un deslizamiento fuera de los límites, como escribe Sergio
González Rodríguez a propósito de los crímenes por feminicidio en
Ciudad Juárez (Chihuahua, frontera norte de México). Lo
subrayemos, un desborde excesivo de violencia es lo que marca el
imaginario cultural reciente alrededor de la figura del feminicidio.
1
Un tipo de violencia sistemática y sostenida sobre mujeres, trans,
cuerpos y posiciones feminizadas, pero también un hacer sobre los
cuerpos, una técnica detallada y precisa en el acto de dar la muerte es
lo que define un tipo de genocidio que se trama a partir de la
vulnerabilidad y la exposición corporal selectiva. Deslizamiento fuera de
los límites, lo que nos señala la cita de González Rodríguez es una
ruptura en el imaginario social, un exceso en el uso de la violencia y
una recurrencia irrefrenable, acaso un deslizamiento más allá de los
espacios de inscripción de la muerte y la vida, del cadáver y de los
vivos, los sobrevivientes. Es sobre ese fondo, ese horizonte de saber
1
En este sentido puede leerse la oscilación constitutiva entre las nociones femicidio (entramado de
relaciones de poder patriarcal y de dominación masculina) y feminicidio (responsabilidad del Estado y las
agencias de estatalidad): de un lado, el término femicidio (del inglés feminice), definido por la psicóloga
sudafricana Diana Russel junto a Jane Caputi (1992), es una figura jurídico-penal que ilumina un
entramado de relaciones de poder y de dominación masculina. De otro lado, el vocablo más castizo de
feminicidio (traducción que realizara la antropóloga feminista mexicana Marcela Lagarde) pondera la
responsabilidad del estado cuando este no da garantías a las mujeres y no crea condiciones de seguridad
para sus vidas en la comunidad, en el hogar, ni en el lugar de trabajo, en la vía pública o en lugares de
ocio. Lo que marca, sin embargo, el signo de una tensión irresoluble o una dialéctica en suspenso entre
femicidio y feminicidio: esta violencia ulterior alude a una matriz cultural desde la cual se lee la violencia de
género más radical y asesina, y por lo mismo, se refiere al accionar deliberado del estado en su
protección o abandono selectivo de poblaciones, la racionalidad política neoliberal (de otros tantos
actores, el capital financiero, los interese económicos, los mandatos de género heredados), las agencias
de estatalidad y el narco-estado.
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y de percepción de lo viviente, desde donde se hace visible que las
garantías de reproducción y supervivencia de la vida no están dadas
(Pérez Oroz, 2014: 34). Porque sabemos, que la precariedad se
conjuga (por principio) en precariedad femenina y esa es, la deriva
genocida que constituye al feminicidio: explotar la exposición y
entrega hacia los otros, exponer los cuerpos feminizados a la
violencia, el desamparo, el abandono y la desprotección de modo
selectivo e inducido, reducir toda persona a cuerpos-cadáveres-cosas,
aleccionar a través de la punición, restablecer un orden de cosas a
través del asesinato, decidir y gestionar sobre esa vida precaria.
2
Entonces, si la biopolítica incluye necesariamente una lógica
de muerte, su reverso constitutivo y complementario, la
tanatopolítica, una deriva genocida de la precariedad, atraviesa las lógicas
de la violencia en el presente latinoamericano y hace de la
destrucción de los cuerpos una de sus operaciones centrales.
La violencia feminicida que se alberga en los procesos de
precarización, esa violencia decíamos, es una política del cadáver pero
también es una política de la exposición corporal selectiva, un
ordenamiento político de los cuerpos feminizados. Y ese
ordenamiento se realiza sobre la base de una matriz normativa
fuertemente patriarcal. Precisamente, el reparto sensible de esa
vulnerabilidad corporal feminizada determina el grado de exposición
y entrega de acuerdo a códigos y normas masculinas
heteropatriarcales, mandatos y estereotipos de género heredados,
pero el grado de vulnerabilidad y exposición responde también a
2
Con el neologismo sintagmático de precariedad como gubernamentalidad pretendemos vincular la
racionalidad de gobierno neoliberal y precarizante (tácticas de las conductas, subjetividades, modos
precisos de protección-desprotección de poblaciones) con su dimensión gore en el ejercicio de la
violencia y la administración y gestión de la muerte. A diferencia de la biopolítica que es una de las
formas restringida de la gubernamentalidad, esta última alude a la racionalidad de gobierno que excede
al estado, esto es, el arte-táctica-estrategia de gobierno que son prácticas múltiples, plurales e
inmanentes (lo que incluye al narco, el crimen organizado, la mafia policial y militar cómplice, los
intereses y grupos económicos y empresariales, los asesinos seriales, los bandas de delincuencia, etc.),
asimismo las técnicas de gobierno de las conductas (subjetividades) y de las poblaciones, su forma de
saber que es la economía política (financiera y global) y su instrumento técnico esencial que es el
dispositivo de seguridad-inseguridad. A la fuente foucaultiana la leemos atravesada y en conjunción con
el término de precarización como gubernamentalidad de Isabell Lorey (2016) y de Capitalismo gore de Sayak
Valencia (2010). El primero permite recoger el trato productivo con lo incalculable, con lo
inconmensurable y lo no modularizable, con lo que se sustrae a un gobierno basado en la inseguridad y
además, remite al proceso de normalización de la precarización en los actuales regímenes neoliberales
(Lorey, 2016:29). Por Capitalismo Gore hacemos referencia, en las páginas siguientes, a la desmesura de la
violencia y la acumulación de poder en relación a los mandatos de género pero también vinculados a los
circuitos de la economía financiera neoliberal emplazados en la frontera norte de México
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racionalidades de gobierno heterogéneas, sobre agencias de
estatalidad en retirada y sobre agentes y actores múltiples.
En las páginas siguientes vamos a considerar La parte de los
crímenes incluida en 2666 de Roberto Bolaño (1953 Santiago, Chile
- 2003 Barcelona, Cataluña). 2666 es, enrminos de Bolaño, una
novela río (del francés roman-fleuve se refiere a un ciclo novelístico
con varios volúmenes donde las acciones confluyen en la narración
como los afluentes en los ríos) cuyo punto magnético son los
asesinatos de mujeres en la ciudad ficticia de Santa Teresa pero que
recurre, como trasfondo temático-narrativo, a la búsqueda del
escritor alemán Benno von Archiboldi. Organizada en cinco
secciones La parte de los críticos, La parte de Amalfitano, La
parte de Fate, La parte de de Archiboldi y la cuarta sección, La
parte de los crímenes que constituye un acercamiento al nudo
aglutinante de la novela río. Entre las descripciones infinitas de
crímenes se intercalan otras historias paralelas como la investigación
que se acomete el policía Juan de Dios Martínez y su relación con
Elvira Campos, directora del nosocomio de Santa Teresa; o la de
Klaus Haas considerado el autor de los asesinatos, o la historia de
una adivina que interviene en un programa de televisión para
solicitar que se resuelvan los casos o también la de una diputada del
Partido Revolucionario Institucional que, a raíz de la desaparición de
una amiga, le encarga a un periodista que investigue el caso.
En La parte de los crímenes intentaremos de manera
explícita evitar una aproximación tanto autoral como nacional
porque, justamente, queremos seguir o formular un abordaje en
torno a un eje: ¿qué es lo que define esa deriva genocida vinculada a
los modos precisos de la violencia patriarcal y la gestión de la muerte
a través de la destrucción de los cuerpos que habita en los procesos
de precarización de la vida? ¿Qué puede saber lo estético, la ficción
documental, sobre el feminicidio y la precariedad feminicida?
Estamos pensando en el terreno de resignificaciones culturales, de
imaginarios que la cultura ensaya alrededor de la figura del
feminicidio. Materiales muy heterogéneos que funcionan como
artefactos de lectura y por ello, gravitan alrededor de un régimen de
sensibilidad dislocado o un régimen desplazado (escribe Gonzaléz
Rodríguez, 2002). Si pensamos en La parte de los crímenes allí la
operación en torno a la precariedad y el feminicidio tienen una marca
principal: la de registrar ese deslizamiento fuera de los límites como
consecuencia de un tipo de violencia ominosa que resulta, de algún
modo, inasible a las gramáticas culturales disponibles. Sobre una
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cierta sensibilidad de los procesos de precarización de la vida (como
sensorium de lo real) trabaja La parte de los crímenes, esto es, un
tipo de violencia desmesurada que se expande y desplaza los límites,
algo de esa vibración perceptible y las marcas de época, es lo que
logra captar este texto. Feminicio y ficción, exterminio y precariedad,
genocidio y ficción son los pares que componen este trabajo, pero
también los registros y los procedimientos formales en los que se
leen un ordenamiento político de los cuerpos. En otros términos, se
trata de la deriva genocida de la precariedad, el revés constitutivo de
la vida precaria, que en esta obra se trabaja como razón de gobierno
o como dimensión femigenocida ligada a la gubernamentalidad
precaria.
Un desplazamiento marca, justamente, esta deriva genocida de
la precariedad. O más bien, un solapamiento de niveles señala,
precisamente, la amplitud expansiva de esta deriva genocida de la
precariedad. Desde la racionalidad de gobierno neoliberal por
precariedad (a un nivel molar, de una mayor amplitud y
abarcamiento) que reconocemos en La parte de los crímenes de
Bolaño pero que bien podemos incluir en otros materiales recientes,
como en la novela Chicas Muertas (2014) de la escritora argentina
Selva Almada que hace foco en la gestión de vidas feminizadas, vidas
calificadas en la exposición selectiva (escala que irrumpe a nivel de la
micropolítica y lo molecular o a nivel del registro de las vidas, las
biografías del feminicidio) y las tecnologías precisas del hacer morir
o también en el cuento breve Las cosas que perdimos en el fuego
(2016) de la escritora argentina Mariana Enríquez donde cobran
relevancia los espacios de agenciamiento disruptivos, los márgenes
de autonomía y de resistencia trágica.
3
3
Si bien nos focalizaremos en “La parte de los crímenes” de Bolaño, es interesante notar los
desplazamientos y recorridos que iluminan, por contraposición, el relato de Selva Almada y Mariana
Enriquez. En el texto de Selva Almada, Chicas Muertas (publicado en 2014), podemos notar que la
racionalidad de gobierno y el vector genocida de la precariedad se muestra a nivel de los cuerpos, de la
vida y las biografías del feminicidio. Ubicado en una geografica disgregada (pueblos de provincia del
interior de Argentina) y en un recorte temporal-histórico anómalo (los estertores finales de la dictadura
militar y los primeros años del proceso de retorno democrático) cuando aún no se conocía el término
feminicidio, Chicas muertas gravita alrededor de la cuestión de la violencia y el modo de enmarcar las
biografías del feminicidio. En "Las cosas que perdimos en el fuego" de Mariana Enríquez (publicado en
2016), la deriva genocida de la precariedad es un escenario, condición de posibilidad, desde donde
construir instancias y espacios de agenciamiento. Y justamente, en el relato breve de Mariana Enríquez,
el feminicidio es el espacio mismo en donde la ficción (el terror) ensaya un imaginario trágico de la
resistencia. En escenarios de violencia generalizada hacia los cuerpos feminizados, lo que se organiza,
son modos colectivos de resistencia frente a la muerte. El procedimiento último que Enríquez explora
es hacer ver, volver visible y tangible esta deriva genocida de la precariedad que persiste pero no
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Así, en los desplazamientos y recorridos que iluminan estos
materiales culturales vamos hacer foco en una escala particular.
Como decíamos, la dimensión femigenocida ligada a la
gubernamentalidad precaria que leemos en La parte de los
crímenes de Roberto Bolaño. Allí se escenifica, como sensorio
narrativo, la razón de gobierno neoliberal que procede a través de la
gestión calculada de la muerte y los modos del hacer morir. Gestión
de la muerte que se vincula a una nueva razón del mundo neoliberal
y la economía financiera global, los conflictos informales no
declarados, la capitalización de la vida (o la consolidación del
conflicto capital y vida) y la forma-estado reconvertida en narco
estado o tercer estado. En este escenario, la captura y los asesinatos
sistemáticos a mujeres, se revelan como parte constitutiva de los
procesos de precarización pero en una escala aún más amplia, las
técnicas de gobierno que Foucault (1978) denomina gubernamentalidad
y la gestión del morir y de los modos precisos del hacer morir.
4
El
texto de Bolaño describe un paisaje social asediado por una
visibilidad hiperbólica de la muerte y ese es su punto de partida
formal y narrativo. Dentro del género policial y ficcional, La parte
de los crímenes hace hablar a los cadáveres en su materialidad y
detalles específicos. Santa Teresa, el doble espejo de Ciudad Juárez,
es el emplazamiento geopolítico donde los cuerpos muertos se
acumulan como materia ilegible, muertes que devienen anónimas
porque antes que cuerpos son cadáveres, la destrucción de los
cuerpos es un tipo de genocidio gore (Valencia, 2010) que borra sus
huellas, destruye los cuerpos hasta confundirlos con cosas, objetos
inanimados, no-humanos o con animales.
5
obstante, de un modo organizadamente colectivo, se invierte y se reapropia - somos nosotras quienes
elegimos como morir-, lo que es decir, se transforma en terreno de una potencia inusitada.
4
Por necropolítica Achille Mbembe hace referencia a la fusión creciente entre política y guerra o de otro
modo, a las políticas de muerte inmediatamente consiguientes al 11 de septiembre de 2001. El término
necropoder se refere a ese tipo de política, como el trabajo de la muerte en la producción de un mundo
en que se acaba con el límite de la muerte o con el tabú de la matanza. Política de muerte instaurada
originalmente por el poder colonial y su respectivo modelo de producción y experimentación
biopolítica, las plantaciones. El necropoder, entonces, es presencia de la muerte lo que define un
mundo de violencia sin reserva en que la figura de la soberanía se realiza como estado de excepción e
instrumentalización generalizada de la existencia humana. Se trata de la destrucción material de los
cuerpos y poblaciones humanas juzgadas como desechables o superfluas (Mbembe, 2003;2011).
5
Con la noción de capitalismo gore, Sayak Valencia (2010) subraya una modalidad del capitalismo
contemporáneo en tiempos de neoliberalismo (de pacto masculinista) que funciona alterando la lógica
de producción del capital. Volatilidad y deslocalización, mercancías que tienden a la espectralidad del
mercado financiero o quizás deberíamos agregar que se deshacen en el aire. En el capitalismo gore este
proceso se verifica a través de la acumulación de cosas físicas, a través de la producción de una cierta
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Maquiladoras, desierto y capital
Estoy hablando de visiones que le cortarían el
aliento al más macho de los machos. En sueños veo los crímenes y es como si un
aparato de televisión explotara y siguiera viendo, en los trocitos de pantalla esparcidos
por mi dormitorio, escenas horribles, llantos que nunca acaban.
Roberto
Bolaño 2666
Fechado entre los primeros años de la década del noventa, el
capítuloLa parte de los crímenes del extenso 2666 es un texto
iniciático que refleja la condición contemporánea del feminicidio y su
alianza con la narcoviolencia Christiansen, 2016: 25-40). La mirada
de Roberto Bolaño exhibe un procedimiento estético que resuena en
distintos materiales contemporáneos tales como la obra ¿De qué otra
cosa podemos hablar? Preparación de sangre recuperada de la mexicana
Teresa Margolles (primavera-verano de 2009), la instalación Sumisión
(antes palabra de fuego) de Santiago Sierra (octubre de 2006 y marzo de
2007), las performances de la artista Lorena Wolffer Territorio
Mexicano (1995) y Mientras dormías -El caso Juárez- (2002), la novela del
escritor y periodista Imanol Caneyada Tardarás un rato en morir (2008)
y la instalación del colombiano Juan Manuel Echavarría NN -
Fragmento- en 2008, entre tantos otros.
Bolaño utiliza como fuente para la construcción de su novela
el libro de crónicas Huesos en el desierto (2002) del periodista mexicano
González Rodríguez que citamos al inicio y que es personaje también
en 2666. A su vez, La parte de los crímenes contiene referencias
casi textuales de otro libro póstumo de Bolaño, Los sinsabores del
verdadero policía, en donde el personaje Pancho Monje reconstruye una
saga, que se remonta al año 1865, de nueves mujeres violadas y
abandonadas en las que llega hasta su madre, María Expósito. Esta
historia que se reconstruye casi explícitamente en 2666, tiene como
protagonista al policía reconvertido en Pedro Olegario Expósito, más
conocido como Lalo Cura, quien recompone La parte de los
crímenes varado entre el sueño y la vigilia frente a las manchas de
semen y de sangre que ilustran los libros de criminología que estudia
después de las horas de servicio.
materialidad, es decir, el uso predatorio y la destrucción de los cuerpos. El número de muertos, cuerpos
mutilados o vejados se convierten en sí mismo en el producto y la forma de capital acumulable
(Valencia, 2010 y 2012)
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Eso de que hay lugares que son iguales a otros es mentira. El
mundo es como un temblor (Bolaño, 2014: 538). La parte de los
crímenes tiene lugar en Santa Teresa, espacio urbano ficcional que
ya se alude en Los detectives Salvajes en referencia al pueblo donde
trabajó como maestra la poeta Cesárea Tinajero. Santa Teresa es un
doble real de Ciudad Juárez, ciudad fronteriza entre México y
Estados Unidos. Ciudad de migrantes pero también zona de
promoción industrial, con las maquiladoras como telón de fondo,
oasis del horror pero también de oportunidades laborales. Las
maquiladoras representan una fuente de trabajo estacionario y
precarizante. Las empresas maquiladoras son fábricas, en su mayoría
de capitales extranjeros y multinacionales, ubicadas en ciudades
mexicanas de la frontera norte con Estados Unidos (principalmente
Tijuana, Mexicali, Reynosa y Heroica Nogales) que se dedican al
ensamblaje de productos. Estas empresas importan materiales sin
pagar aranceles y sus productos (electrónica, dispositivosdicos,
autopartes y componentes aeroespaciales) se comercializan en el país
de origen de la materia prima. Se trata de un trabajo marcadamente
femenino, de trabajadoras migrantes, en condiciones de pobreza y
escasa permanencia, con mano de obra barata de acuerdo a criterios
de competitividad para favorecer la permanencia de las empresas
establecidas en México dentro de las plantas de ensamblaje.
Santa Teresa es, en este sentido, un enclave en la geopolítica
entre México y Estados Unidos, donde la circulación de mercancías,
personas, bienes y servicios marca el pulso de un paisaje social tejido
alrededor del tratado de libre comercio (TLCAN) y la inflexión
neoliberal a cielo abierto. Un oasis, una ciudad, nuevos desiertos del
mercado y el capital, se trata de espacios privatizados, donde el
Estado ha retirado su control o gestionado su abandono,
superpoblado de trabajadores invisibles y migrantes, en constante
movilidad, sin infraestructura, servicios ni vivienda, abandonado a la
violencia del crimen organizado, el narcopoder y al crecimiento
desregulado del capital: un desierto muy grande, una ciudad muy
grande, en el norte del estado, niñas asesinadas, mujeres asesinadas
(Bolaño, 2014: 546). Desiertos del mercado financiero que moldean
el espacio de lo público y lo común. Sobre este nuevo paisaje del
capital, entonces, se ubica la figura paradigmática e histórica de la
exclusión: la mujer trabajadora precarizada.
Es precisamente en este paisaje social donde tiene lugar la
apropiación neoliberal del trabajo, de las cualidades históricas de las
mujeres (su maleabilidad y versatilidad leídas en términos de
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polivalencia y multiactividad). La modalidad de explotación de las
mujeres tiene aspectos de no valor social, de flexibilidad infinita, de
invisibilidad, de allí que en este escenario de precarización
generalizada de lo social, la feminización se convierta en paradigma
general fundado sobre la expropiación de la productividad de la
vida que excede de largo la mera esfera del trabajo (Morini, 2014:
84). Y como en Santa Teresa, la violencia continua en el centro del
mecanismo, la creación, reproducción y capitalización del valor a
partir del trabajo femenino, o más bien su indistinción, desde donde
se hace visible que las garantías de reproducción y supervivencia de
la vida no están dadas. O de otro modo, la actual dinámica de
acumulación de capital resulta incompatible con la vida (humana y
no-humana). En este sentido, la producción solo puede escindirse
de la reproducción en la medida en que funciona una lógica distinta y
contrapuesta a la propia generación de vida (Pérez Oroz, 2014: 34)
6
La serie infinita de la muerte
Googleá empalamiento
Lucía Reissig - Intervención callejera (2016)
La parte de los crímenes es una de las cinco secciones que
componen el inconcluso y póstumo 2666 de Roberto Bolaño, relato
que se conecta ambiguamente con la figura espectral de un novelista
alemán a quien se pretende encontrar pero cuyo rastro se desdibuja.
6
Desde los análisis de la economía feminista (Marianne A. Ferber, Julie A. Nelson, Pérez Oroz, Silvia
Federici, Carrazco Bengoa, etc.) se insiste con especial énfasis en el cambio de paradigma de los pares
capital y trabajo hacia el conflicto irresoluble entre capital y vida. El punto de partida es la pregunta
feminista sobre cómo se reproducen las sociedades y sobre la sostenibilidad de la vida. En efecto, estos
análisis cuestionan las corrientes de economía hegemónicas (incluyendo posturas marxistas) porque no
consideran la reciprocidad entre los mercados financieros globales-nacionales y los flujos monetarios
(macroeconomía) en relación a la administración doméstica, la gestión del cuidado y el afecto, la
alimentación y el acceso a recursos cotidianos (microeconomía o esfera económica invisibilizada). E
incluso más, esta mirada ortodoxa (cuyo paradigma es la economía neoclásica) desatiende al
heteropatriarcado como nivel de análisis en tanto organizador de la economía y tampoco logra dar
cuenta de los procesos vitales, los trabajos no remunerados, el hogar y el ámbito de lo privado-
doméstico. La economía, en este sentido recursivo y más específico, se refiere no solo a los espacios
mercantiles donde se intercambian bienes y servicios o a los mercados financieros donde se compra y
vende dinero sino sobre todo a los procesos mercantiles y financieros que ponen a la vida al servicio de
la acumulación del capital. Es decir, “no se produce nada nuevo, sino que solo se extraen y transforman
los materiales que ya estaban” (Pérez Oroz, 2014:34).
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Sección que comienza con una descripción minuciosa de una muerte,
la primera muerta Esperanza Gómez Saldaña. A continuación se
detalla el accionar policial, el jefe de policía de Santa Teresa se reúne
con el juez y proceden a la identificación de la víctima. Así se inicia
este largo capítulo de 2666, con un crimen irresuelto, sin motivos
aparentes o explicación alguna. Lo que sigue es una larga
enumeración de muertes. Las listas, las clasificaciones y las series son
una marca recurrente en la literatura y en la concepción de obra de
Bolaño (donde todos sus textos están de algún modo entrelazados,
conformando una constelación narrativa propia) y que aquí se
convierten en una cifra apocalíptica, así parece indicar el título 2666,
que remite a la misma serialidad inconcebible de las muertes. Pero,
justamente, el título y la cifra se inspiran tanto en Detectives Salvajes
como en Amuleto. En la primera obra, publicada en 1998, el número
indica una cifra aproximada, pronunciada precisamente en Santa
Teresa, en ese viaje errático por el desierto con motivo de la
búsqueda de la poeta realista visceral original Cesárea Tinajero:
Pero Cesárea habló de los tiempos que iban a venir y la maestra, por
cambiar de tema, le preguntó qué tiempos eran aquéllos y cuándo. Y
Cesárea apuntó una fecha: allá por el año 2600. Dos mil seiscientos y
pico (Bolaño, 1998: 596)
Por su parte, en Amuleto publicado en 1999, en donde Auxilio
Lacouture su protagonista sigue los pasos de Arturo Belano y Ernesto
San Epifanio, la cifra se vincula a una visión apocalíptica de la avenida
guerrero en Ciudad de México como un gigantesco cementerio
olvidado:
la Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un
cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de
1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio de 2666, un
cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las
acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha
terminado por olvidarlo todo (Bolaño, 1999: 77)
De eso está hecho La parte de los crímenes y ese es su
procedimiento, un artefacto mayor que es el verdadero
funcionamiento de la maquinaria, la serie de asesinatos desde la
primera página hasta la última que Bolaño reconstruye a partir de los
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cadáveres. Serie que es abierta e indefinida por principio, ciento
nueve cadáveres de mujeres asesinadas fechadas entre 1993 y 1997.
Pero sabemos que Esperanza Saldaña no se trata de la primera,
hubo otrasque quedaron fuera de la lista o que jamás nadie las
encontró (Bolaño, 2014: 444). La cuenta resulta agobiante, toda
cifra o estadística posible carecen de sentido, por acumulación de
casos, por la cantidad de muertes, por la masividad y la recurrencia
de los asesinatos (Rodríguez, 2014a: 106). Frente a las estadísticas
que aplanan la magnitud de los crímenes, la reconstrucción
pormenorizada de La parte de los crímenes cuantifica, acumula,
clasifica, repite y particulariza con variaciones imperceptibles. Y así
los crímenes se multiplican, matan a cientos de mujeres, matan una
tras otra, sin motivos claros o causales definidos: El informe
forense no fue capaz de dictaminar la causa de la muerte, aunque
vagamente aludía a la posibilidad de un estrangulamiento, pero si fue
capaz de afirmar que el cadáver no llevaba menos de siete días en el
desierto ni más de un mes (Bolaño, 2014: 490).
El texto de Bolaño introduce también otro registro acerca de
la muerte de mujeres, de la serie extendida de muertes o para ser
precisos, del genocidio de mujeres. El judicial Juan de Dios Martínez
investiga el caso del profanador de iglesias (bautizado por un
periodista como el penitente endemoniado) quien se dedica a
profanar los templos con su propia orina y excrementos, golpeando a
sacerdotes o saboteando iglesias. En un diálogo cómplice e
interesado con la directora del manicomio de Santa Teresa, el texto
despliega un verdadero catálogo de enfermedades y patologías
asociadas al miedo: sacrofobia, pecatofobia, hematofobia,
balistofobia, antropofobia y necrofobia; claustrofobia, agorafobia,
agirofobia y gefidrofobia; ombrofobia, talasofobia y astrofobia;
nictofobia, antofobia y dendrofobia; cromofobia y iatrofobia;
pedifobia y zoofobia; tricofobia, verbofobia, vestiofobia. La
directora y el judicial introducen un discurso médico-legal que busca
catalogar como enfermedad ilusión de ordenamiento o pretensión
explicativ, una violencia indeterminada, ubicua e inasible,
enterradas en fosas comunes en el desierto o esparcidas sus cenizas
en medio de la noche, cuando ni el que siembra sabe en dónde, en
qué lugar se encuentra (Bolaño, 2014: 444). Se trata del lenguaje de
la psiquiatría, la criminología y el positivismo decimonónico que
buscan explicar, en taxonomías llevadas al absurdo, ese mapa
sensible del miedo que atraviesa este territorio. Porque en los
basureros, los baldíos, las villas miserias, los barrios periféricos o las
De Mauro Rucovsky, “Las marcas del genocidio” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 7 / Diciembre 2019 / pp. 163-189 175 ISSN 2422-5932
calles mal iluminadas de Santa Teresa desaparecen obreras o porque
aparecen muertas arrojadas en un desierto de aburrimiento o en un oasis de
horror (como reza la cita de Baudelaire que inaugura 2666).
La parte de los crímenes de 2666 se trama alrededor de un
escenario social del miedo que componen un verdadero ecosistema
de la muerte:
Si es que es posible transmitir lo que se siente cuando cae la noche y
salen las estrellas y uno está solo en la inmensidad, y las verdades de
la vida empiezan a desfilar una a una, como desvanecidas o como si
el que está a la intemperie se fuera a desvanecer o como si una
enfermedad desconocida circulara por la sangre y nosotros no nos
diéramos cuenta (Bolaño, 2014:541).
Los cadáveres de mujeres asesinadas reflejan una metamorfosis
epistémica basada en la violencia, como si el que está a la intemperie se
fuera a desvanecer. Alrededor de las mujeres asesinadas se vuelve
explícita una dimensión administrativa, diferencial, técnica, semiótica
y managerial de la relación con los cuerpos y la exposición a la
muerte: esto es, el feminicidio puede entenderse aquí como instancia
de gestión y administración, de práctica política y de acumulación de
poder por medio de un tipo de violencia dirigida, igualmente
sostenida y sistemática, sobre la vida de mujeres precarizadas. La
vulnerabilidad del cuerpo, su mutilación y desacralización se
convierten en sí mismo en el producto, en la mercancía y el resultado
más acabado de una violencia desmesurada, un poder genocida por
precarización: había sido violada anal y vaginalmente, repetidas
veces, según el forense, y el cuerpo presentaba hematomas múltiples
que revelaban que se había ejercido con ella una violencia
desmesurada (Bolaño, 2014: 569). Esto es, una lógica y
racionalidades diversas en torno a los modos de hacer vivir, de
incrementar y organizar las fuerzas, pero más aún, los modos de
matar, abandonar, ralentizar o dejar morir (slow death). En efecto, ya
no es la vida sino, su revés y complemento, la decisión de otorgar y
administrar la muerte, la que adquiere mayor centralidad.
En La parte de los crímenes se narra un espacio donde los
cuerpos de mujeres asesinadas se acumulan como cadáveres
olvidados y carne irreconocible. Donde la muerte se superpone en
una serie que parece infinita, sinécdoque macabra de los más de
trescientos asesinatos registrados en los primeros años de la década
De Mauro Rucovsky, “Las marcas del genocidio” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 7 / Diciembre 2019 / pp. 163-189 176 ISSN 2422-5932
del noventa en el doble real de Santa Teresa, Ciudad Juárez.
7
La
descripción de cada uno de los casos se solapa con el siguiente,
suerte de cadena periodística-policial que gira espiraladamente sobre
sí misma (ante un caso irresuelto se descubre otra muerte). Cadena
sucesiva que se reconoce en el régimen de la imaginación policial, se
trata de casos irresueltos e irresolubles. Y ese es, en definitiva, su
registro. Bolaño construye un patrón o arquetipo ideal del crimen a
partir del detalle: frente a los cadáveres de mujeres desnudas se
describe la edad, la ropa que llevaba puesta, el interior de las casas, el
nombre y la causa de la muerte, las palabras de sus conocidos, sus
biografías fragmentarias e inciertas.
Las palabras contabilizan cadáveres en un lenguaje desafectado
e impersonal, pero en un registro policial y ficcional también, con el
que Bolaño logra construir una lengua aséptica propia de un informe
forense: “el cuerpo, que había sido violado y estrangulado, estaba
envuelto en una cobija blanca había sido violada y golpeada en la
cara repetidas veces, en ocasiones con especial ensañamiento,
presentándose incluso una fractura de palatino estaba debajo de la
cama, envuelta en una sábana, vestida únicamente con un sostén
blanco (Bolaño, 2014: 563-565). En el informe, al modo de un atlas
de criminología malsano (Speranza, 2012: 119) o un atlas taxonómico
imposible, los datos secos del parte policial corren el foco, trastocan
el conjunto hacia un cambio de tono imperceptible: Bolaño no da
voz a los muertos pero si deja que hablen los cadáveres (Speranza,
2012: 119). En efecto, en La parte de los crímenes se lee un
conjunto detallado de cuerpos en estado de descomposición,
putrefactos, desmembrados y mutilados. Lo que La parte de los
crímenes registra es un tipo de gestión de la muerte que es, antes
que nada, una política del cadáver (Giorgi, 2014:199), lo que es decir,
una dinámica política que hace foco en la destrucción de los cuerpos,
en su materialidad específica y sus rasgos más singulares. Política del
7
Las investigaciones y estadísticas actuales parecen indicar un desplazamiento, un corrimiento del locus
(ubicación y espacialidad) de la violencia feminicida que va desde Ciudad Juárez (frontera norte) hacia el
Estado de México y el Estado de Puebla. Para mayor información, puede consultarse el mapeo de
feminicidios en Puebla (desde 2012 a la fecha) realizado por el Observatorio Ciudadano de Derechos
Sexuales y Reproductivos AC:
https://www.google.com/maps/d/viewer?ll=18.992359995712697%2C-
98.20987726562498&spn=0.17
6218%2C0.338173&msa=0&mid=1ggmdbYsvvK5uWuvL8sdfnz52Ims&z=11 (consultado 29/4/19).
Asimismo puede consultarse el mapeo completo de México realizado por María Salguero:
https://www.google.com/maps/d/u/0/viewer?mid=174IjBzP-
fl_6wpRHg5pkGSj2egE&ll=18.34086508145887%2C-98.725819671875&z=5 (consultado 29/4/19)
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Número 7 / Diciembre 2019 / pp. 163-189 177 ISSN 2422-5932
cadáver que es también una operación formal y narrativa, Bolaño
escribe sobre las variaciones minúsculas de lo que queda entre los
cadáveres.
Y esa política del cadáver, su especificidad y materialidad narrada
al infinito, es la que forma parte de la dinámica genocida de la
precariedad. Porque de lo que trata La parte de los crímenes es del
genocidio sistemático y continuo de cuerpos feminizados, donde el
asesinato de mujeres es ejecutado mayormente por perpetradores que
no tenían vínculos personales con las víctimas, genocidio que Rita
Segato (2006; 2013) apunta en términos de la dimensión
femigenocida de los feminicidios (de nuevo, el carácter impersonal y
desconocido de los perpetradores). Ya sean ejecutados por
desconocidos y sujetos anónimos, sin vínculos personales con las
víctimas, o sean crímenes realizados por parientes próximos (parejas,
maridos, familiares, amantes, novios o exparejas), en el escenario que
muestra Bolaño la diferencia entre esos se vuelve irrelevante. De lo
que se trata es que este tipo de asesinato de mujeres se vincula a un
tipo de racionalidad de gobierno (neoliberal) que procede por la
protección-desprotección de poblaciones, precariedad como
gubernamentalidad según apunta Isabell Lorey (2016) y que se vincula
también a un modo de acumulación geopolítica del capital financiero,
la frontera norte de México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados
Unidos.
La precariedad como gubernamentalidad vuelve explícita esa
dimensión administrativa, instrumental y managerial de la relación
con los cuerpos muertos y con la materialidad del cadáver: agrupados
por fechas, por proximidad geográfica, por parentescos, a veces
aislados, en casi todos los casos La parte de los crímenes registra
los nombres completos de las mujeres, las edades, algún detalle en la
vestimenta, el color de pelo, los motivos de la muerte (balas,
cuchilladas, paros cardíacos, golpes, estrangulamientos), las marcas
de la tortura, vejaciones, agresiones y maltratos. Lo que queda entre
los cadáveres son detalles y precisiones en los cuerpos, y este es,
quizá, un punto clave del exterminio feminicida y de la materialidad
política del cadáver, donde ningún cuerpo desaparece del todo, algo
queda como materia y tejido: señas particulares o marcas femeninas,
un vestido de tela ligera de color morado de los que se abrochan por
delante, unas sandalias de cuero labrado, una bragas blancas con
lacitos a los costados, un anillo dorado con una piedra negra, una
falda de mezclilla puesta al revés, un pantalón debajo de otro
pantalón, una blusa verde oscuro recién comprada, un guante de
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Número 7 / Diciembre 2019 / pp. 163-189 178 ISSN 2422-5932
terciopelo, unas tenis converse de color negro con agujetas blancas,
una pequeña cicatriz en la espalda con forma de rayo.
La parte de los crímenes retrata el desconcierto que produce
la desmesura de una violencia cruda, ese exceso ulterior de agresión
sobre los cuerpos de mujeres. Existe un paralelismo o zona
compartida entre la condición generalizada del capitalismo neoliberal
(gubernamentalidad neoliberal) y su fase gore. Es decir, la profanación
de los procesos del morir que se inscriben en una economía libidinal
de los géneros y en el crecimiento desregulado del capital financiero.
Entonces, la violencia feminicida visibiliza un vector de poder y de
racionalidades diversas que no solo decide la muerte, sino las formas
precisas del morir y la vulnerabilidad de las vidas, los modos precisos
de la desprotección social y estatal, la exposición corporal inducida y
el destino final de los cuerpos.
La violencia y su espectacularización se erigen como el modelo
de interpretación transversal de la actualidad, la violencia bajo la
lógica del capitalismo gore incluye tanto el ejercicio fáctico y brutal de
ésta (mutilación, profanación y vulnerabilidad del cuerpo humano)
como su relación con lo mediático, lo simbólico y lo afectivo. Como
elemento de empoderamiento y enriquecimiento económico para
precarios, desocupados y desempleados, el capitalismo gore se afianza
sobre el poder de hacerse con la decisión de otorgar la muerte y en la
comercialización necropolítica del asesinato.
Capitalismo gore apunta a la economía global-local en espacios
fronterizos, siendo Tijuana o Ciudad Juárez ejemplos paradigmáticos.
El término gore hace referencia al género cinematográfico que se
encuadra a partir de la violencia extrema y desmesurada, el
injustificado derramamiento de sangre, vísceras y
desmembramientos, combinados con el crimen organizado y los
pactos con el poder público, el lavado de dinero como industria
anexa, la corrupción a grandes escalas, el narcotráfico y el
necropoder. Fenómeno creciente que tiene como protagonistas al
crimen organizado en la contienda por la gestión y monopolio del
estado-nación, su territorio y la gestión sobre los cuerpos. El estado
no es detentado por una gestión de gobierno especifica (un partido
cual sea) sino más bien por un entramado de corrupción política y
principalmente por los carteles organizados que integran un segundo
estado o estado paralelo al tiempo que hacen cumplimiento literal de
las lógicas mercantiles y de la violencia como herramienta de
empoderamiento.
De Mauro Rucovsky, “Las marcas del genocidio” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 7 / Diciembre 2019 / pp. 163-189 179 ISSN 2422-5932
Necropolitica y capitalismo gore son términos que apuntan a los
modos de gestión, regulación y gobierno de la muerte-vida que en
principio exceden el marco del estado nación. Frente a la imagen
consolidada del aparato estatal como forma administrativa de
organización racionalizada (monopolio de la fuerza), la violencia gore
hace referencia no sólo al carácter heterogéneo y contradictorio del
estado y en este sentido conviene hablar de agencias de estatalidad
sino también a un modo de gestión de la precarización como
gubernamentalidad (Lorey, 2016: 28) del territorio, de los cuerpos y las
poblaciones que es común tanto a los cárteles y organizaciones narco
como a la policía, los intereses económicos, el crimen organizado, las
fuerzas militares y los distintos estamentos del gobierno:
de la ciudad, del goteo de emigrantes centroamericanos, de los
cientos de mexicanos que cada día llegaban en busca de trabajo en
las maquiladoras o intentando pasar al lado norteamericano, del
tráfico de los polleros y coyotes, de los sueldos de hambre que se
pagan en las fábricas (Bolaño, 2014:474)
Esa violencia narco-estatal supone un ejercicio de poder en tensión y
complicidad constante con las funciones (desestructuradas e
ineficaces) del estado-nación en tiempos de neoliberalismo.
Vinculación no exenta de contradicciones, pactos de acuerdos y en
continua tensión entre el estado, el poder público y la clase criminal,
el narcotráfico y los intereses económicos que se vuelven modo de
regulación de una masculinidad (violentamente concentrada) que se
emparenta a las demandas de reconstrucción de un imaginario de lo
nacional (el macho colombiano, mexicano o argentino).
La parte de los crímenes, la parte de los narcos, la parte de las
migrantes
Dime quién fue a tu velorio
y te diré quién eres
Jorge Villegas Revista Elefante #13
En efecto, lo que finalmente promueve esta sobreespecialización de
la violencia en tanto tecnología del asesinato y producción,
desaparición y tachadura de cadáveres, es volver imposible la
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inscripción de ese cuerpo femenino en los rituales comunitarios, su
inscripción simbólica y memorialización. Como se narra en el texto
de Bolaño, lo que ocurre es una dislocación del pacto sepulcral (funus
imaginarium). De acuerdo con Harrison (2003: 174) y la interpretación
de Giorgi (2014) el rito funerario materializa, justamente, este
dispositivo de separación entre la dimensión espiritual, moral, social
y cultural (la imagen-máscara de la persona) y la materialidad del
cuerpo en continuidad con lo orgánico, lo biológico-animal, y el
objeto-cosa-fósil (el cadáver):
Si bien el ritual funerario encuentra persona y cadáver todavía
juntos, y lo que hace es entregar este último al orden de los procesos
naturales y biológicos para así iniciar el proceso ritual de inscripción,
a través del duelo-la condolencia y el llanto, en la memoria de una
comunidad de vivos y sobrevivientes. (Giorgi, 2014: 197)
Lo que logra la respectiva violencia feminicida, es dislocar este
pacto sepulcral en tanto destruye los lazos de ese cuerpo con la
comunidad, lo que hace de ellos individuos, personas. Así, en La
parte de los crímenes de Roberto Bolaño nos encontramos con
rostros desfigurados, cuerpos intervenidos e inasignables hasta
dislocar o borrar aquellos signos de pertenencia que los ubica en un
mapa social.
La cara de la mujer, a medias oculta por el antebrazo, era un
amasijo de carne roja y morada (Bolaño, 2014: 447). En tanto
precarización selectiva de cuerpos generizados, la violencia
feminicida reduce las personas a restos corporales (un amasijo de carne
roja y morada) y por ello mismo produce cuerpos sin personas, vale
decir, cuerpos disponibles para la muerte, cadáveres. Producto de
una doble herencia, una mágico-jurídica y otra religioso-mesiánica, la
persona es fundamentalmente la memoria e imagen del muerto.
Entendida como vestimenta escénica y disfraz teatral, la persona
remite, a la vez, a la máscara y al rostro, a la imagen y a la sustancia,
a la ficción y a la realidad. Lo que el dispositivo de la persona hace es
figurar esa imagen (máscara fúnebre-imago) más allá de la biología y la
propia finitud del cuerpo (Agamben, 2002: 78-79; Esposito, 2009:
111-112).
La serie de cadáveres de mujeres que se detallan en La parte
de los crímenes habla de una insistencia en destrozar, profanar y
masacrar los cuerpos, volverlos irreconocibles como humanos. Antes
De Mauro Rucovsky, “Las marcas del genocidio” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 7 / Diciembre 2019 / pp. 163-189 181 ISSN 2422-5932
que eliminar una persona, La parte de los crímenes es la instancia
de un cuerpo y una fisiología a denigrar que hace de las personas una
anatomía anómala, una carne irreconocible, de nuevo, un amasijo de
carne roja y morada. Y ese es el signo característico de la violencia
(siempre excesiva) del feminicidio, pues no solo disloca el pacto
sepulcral (produciendo cadáveres sin nombres y cuerpos sin
personas), sino también la desecración de los cuerpos: muchas de las
torturas que muestran en los cuerpos tuvieron lugar después de la
muerte de las víctimas, como si la muerte fuese una sucesión de
múltiples instancias, y como si después de muerta la persona, el
cuerpo de estas mujeres perdura como materia a violar, torturar,
marcar (Giorgi, 2014: 217).
Esta zona o espacialidad imposible es el escenario de un
experimento gore y genocida que pasa por la suspensión de la
ilegibilidad de los cuerpos, según apuntábamos se trata de la
tachadura de la persona como marca de pertenencia comunitaria. En
Santa Teresa, espacio limítrofe entre México y Estados Unidos, los
asesinatos seriales de mujeres son la ocasión para el despliegue
incesante de un cuerpo irreconocible, que emerge en una contigüidad
inquietante con el desecho, la basura, la cosa, lo animal y cuyo
estatus humano (su identificación, biografía o pertenencia social)
queda anulado.
Asimismo, el texto de Bolaño nos invita, en un tipo de
narrativa muy sugerente, a reconsiderar la problemática del territorio
fronterizo o más bien la frontera como problema. Cómo determinar el
límite que marca, separa y distingue un adentro de un afuera en un
mapa social marcado por un continuum de violencia. Santa Teresa es
tanto un territorio ficcional como una zona expansiva, contagiosa,
cuyos límites son imprecisos y porosos. De allí que esta racionalidad
política o deriva genocida de la precariedad (el hacer morir) contamine
el espacio social todo, esto es, los cuerpos muertos, cadáveres y
mujeres asesinadas se encuentran por todos lados. Los espacios
simbólicos e institucionales que asignan un lugar a la muerte se
hallan fracturados, no hay cementerio, duelo, urna o lápida que
contenga los cuerpos asesinados. En Santa Teresa la muerte carece
de localización específica y por ello resulta ubicua como si allí nada
pudiera crecer o expandirse (Bolaño, 2014: 451). La muerte contagia
el espacio social y es por ello que las muertas aparecen por todos
lados: en un basural clandestino cercano a la calle Yucatecos, en un
descampado en la colonia Flores, arrojados en el borde de la
carretera en medio del desierto, en un terreno baldío próximo a la
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preparatoria Morelos, en el interior de un coche a espaldas de la
colonia Lindavista, en el desierto a pocos metros de la carretera que
une Santa Teresa con Villaviciosa, tirada en el suelo de su
dormitorio, en uno de los reservados del local nocturno La Riviera,
etc., etc.
En esos enclaves se dibuja una suerte de geografía de los
dominios corporales o una territorialidad del espacio corporal
conquistado, de cuerpos como parte de terrenos móviles e inestables.
En otros términos, se trata de una modalidad de la narcoviolencia y
del estado cómplice, de una racionalidad de gobierno que se ejerce
selectivamente sobre las poblaciones (protegiendo o abandonando,
exponiendo o resguardando) y de una geopolítica de la economía
global que se ejerce de modo interseccional, donde los cuerpos que
habitan esa geografía de frontera son marcados en tanto femeninos,
migrantes, pobres, despojados, precarizados (trabajadoras de las
maquiladoras, estudiantes o trabajadoras sexuales, amas de casa o
periodistas). Y aquí el punto de condensación de la violencia se
observa en el solapamiento de los flujos económicos, migratorios, de
circulación del capital y de personas, de los bienes, las mercancías y
del tráfico de cuerpos. La mayoría de las víctimas trabajan en
empresas multinacionales, maquiladoras y fábricas trilladoras, la
referencia es insistente: Key-Corp, File-Sis, K&T, Multizone-West,
entre otras.
Los géneros del feminicidio, las formas del exterminio
Realism is a thing
John Carroll Lynch - Lucky (2017)
Un desplazamiento marca esta deriva genocida de la precariedad:
Deslizamiento fuera de los límites, como escribe González Rodríguez, lo
que nos señala es una ruptura en el imaginario social, un exceso en el
uso de la violencia y una recurrencia irrefrenable, acaso un
deslizamiento más allá de los espacios de inscripción de la muerte y
la vida, del cadáver y de los vivos, los sobrevivientes. Un desborde
excesivo de violencia es lo que marca el imaginario cultural reciente
alrededor de la figura del feminicidio en Latinoamérica. Estamos
pensando en el terreno de resignificaciones culturales, de
figuraciones que la cultura y en distintos registros ensaya alrededor
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de la figura del feminicidio y la deriva genocida; feminicidio y
precariedad, figuras paradigmáticas de la violencia patriarcal que
hacen visible un cierto resplandor del presente.
Un tipo de violencia sistemática y sostenida sobre los cuerpos
feminizados, pero también un hacer sobre los cuerpos, una técnica
detallada y precisa en el acto de dar la muerte es lo que define un
tipo de genocidio que se trama a partir de la vulnerabilidad y la
exposición corporal selectiva. Es sobre ese fondo, ese horizonte de
saber y de percepción de lo viviente, desde donde se hace visible que
las garantías de reproducción y supervivencia de la vida no están
dadas (Pérez Oroz, 2014: 34). Porque sabemos, la precariedad se
conjuga (por principio) en precariedad femenina y esa es, la deriva
genocida que constituye al feminicidio.
Materiales muy heterogéneos que funcionan como artefactos
de lectura y por ello, gravitan alrededor de un régimen de
sensibilidad dislocado o que producen una interrupción del orden
simbólico, escribe Luz Horne (2011: 16). Si pensamos en Bolaño, en
la secuencia que traza La parte de los crímenes, allí la operación en
torno a la precariedad y el feminicidio tiene una marca principal: la
de registrar ese deslizamiento fuera de los límites como consecuencia
de un tipo de violencia ominosa que resulta, de algún modo,
desbordante a las gramáticas culturales disponibles. Lo que se
produce es un cambio en los modos de percibir la realidad y en las
pautas que definen lo verosímil, y dentro de ese contexto,
precisamente, los signos del presente y las marcas de una época en
movimiento, es donde se sitúan estos materiales.
Y aquí puede notarse, una dimensión no explorada que se
refiere a la expansión en el espectro de los afectos precarios. Porque,
justamente, alrededor del genocidio y la centralidad que adquiere la
figura del feminicidio, lo que cobra especial relevancia es el miedo
como mapa sensible y afectivo de los cuerpos feminizados. En este
sentido es pertinente preguntarse ¿puede considerarse al miedo como
un afecto igualmente central para la configuración de un tipo de vida
precaria? ¿el miedo es privativo de los cuerpos feminizados o
responde a la vulnerabilidad del cuerpo? Por otro lado, ¿es posible
pensar en una dimensión afectiva que potencie las formas de vida en
común o permita una comunalidad? El miedo es un afecto y no una
pulsión porque, como escribe Sedwick (2003), las pulsiones son
reacciones libidinales constreñidas en relación a sus fines y a nivel
temporal, necesito respirar beber y comer para seguir viviendo, y
están constreñidas a nivel de los objetos, beber está atado a un
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conjunto delimitado de objetos para satisfacer la sed. El miedo es,
siguiendo a Sara Ahmed (2004), un afecto (como también lo son el
odio, el dolor, la repugnancia o la vergüenza), el miedo es un afecto
que circula, con temporalidades disímiles entre sí y al cual se la
adhieren significados, objetos heterogéneos, ideas y marcaciones
sociales (desde la inseguridad ante potenciales ataques delictivos, la
oscuridad del espacio público, la agresión física, el miedo ante el
porvenir y el futuro existencial, etc.). Pero también, podemos
agregar, el miedo es un modo de gestionar políticamente atmósferas
afectivas en regímenes de securitización, en efecto, el miedo es un
atmósfera afectiva envolvente y transversal que, al modo de la
ontología butleriana está distribuido diferencialmente en todo mapa
social, esto es, algunos cuerpos y algunas vidas están más protegidas
y resguardadas (de la circulación del miedo) que otras.
8
La cuestión, entonces, vuelve. Lo que nos interesa es una
pregunta que se reitera ¿qué es lo que define esa deriva genocida
vinculada a los modos precisos de la violencia patriarcal y a la
gestión de la muerte a través de la destrucción de los cuerpos que
habita en los procesos de precarización de la vida? Pero más
específicamente, en La parte de los crímenes lo que se construye
son distintas modulaciones de la relación entre feminicidio y efectos
de realidad que tienden a tornar borroso el límite entre lo real y lo
ficticio. En otras palabras, puede encontrarse la siguiente
preocupación ¿cuáles son los límites de la realidad y la ficción?
¿cómo se escribe el feminicidio? ¿cuáles son los géneros y
procedimientos formales en los cuales se registra el feminicidio? ¿qué
puede saber lo estético sobre el feminicidio y la precariedad
femenina? En la secuencia de La parte de los crímenes lo que se
escenifica es esta deriva genocida del feminicidio en los límites de la
realidad y que gira en torno a los modos de narrar el feminicidio. Lo
8
En este sentido, la politización colectiva del miedo es un afecto que ha sido y es objeto de disputa
social. Un ejemplo, ante la tragedia y el duelo público de los feminicidios lo que se puede leer en las
movilizaciones del #niunamenos es un tipo de afectividad ligada también a la furia política (o al
“derecho al grito”, como escribe Clarice Lispector en La hora de la estrella). Suerte de reconversión o
transmutación de los códigos afectivos disponibles, del miedo como imposición de vulnerabilidad
corporal femenina (el espacio público es constantemente citado como una espacialidad masculina,
territorio de la violencia, la persecución y el acoso) a la pasión política que se produce en el encuentro
colectivo. Ante la circulación de ese afecto y las reverberaciones corporales que produce, esto es, la
adhesión de la vulnerabilidad corporal como paradigma de lo femenino. Ante este modo de gestión
política, lo que sucede, es un trabajo sobre las infraestructuras, las redes comunitarias y populares, los
emplazamientos y circulaciones corporales que las movilizaciones feministas, de la disidencia y aliados
construyen de modo colectivo y en comunalidad.
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que está en juego aquí es qué escritura, qué formas expresivas y qué
procedimientos textuales son necesarias para lograr, como escribe
Joao Gilberto Noll (1996), un fresco de la época actual o un momento
coagulado del presente. Así, la obra literaria aquí abordada muestra
algo del orden de lo real de su propia época, pero para lograrlo,
produce un cierto efecto sensible que incluye otros modos de
significación y formas diferentes a las del realismo clásico.
Consecuentemente, ya no se busca representar lo real sino más bien
señalar o incluir lo real en forma de indicio o huella y, al mismo
tiempo, producir una intervención en lo real (Horne, 2011: 15).
Lo real y lo posible, lo que es familiar y lo probable son aquí
interrogados sobre un sensorium común, los procesos de precarización
de la vida. En vistas de dar cuenta de esta deriva genocida que habita
en los procesos de precarización, algunas de las operaciones que este
material realiza sobre el teatro de la violencia patriarcal implican un
vínculo con la representación de lo real y de lo familiar al que
ensombrecen y amenazan. De uno u otro modo pero con tonos
propios, la obra de Bolaño recrea e invierte lo real pero no escapa a
su esfera, lo que es decir, existe una relación simbiótica o parasitaria,
de una relacionalidad mimética pero también de fagocitación con los
códigos de representación realista. Antes que el dogma de un
conjunto invariable de procedimientos o de características formales
reconocibles, el código realista se define aquí según los propios
paradigmas que cada literatura crea o según lo inventa, cada vez, un
escritor (Contreras, 2013: 7).
Muchos de los rasgos semánticos y estructurales de la
narrativa de Bolaño son principios miméticos que presentan
objetivamente un estado de las cosas o apelan a una representación
fiel y adecuada pero que luego cambian a otro recurso. Contra un
tipo de registro simbólico, representativo y verosímil que recurre al
intimismo, a la autorreferencialidad psicológica y a la descripción
transparente, o que apela también a la confianza (más o menos
ingenua) en el vínculo entre signo y referente; contra ese código
realista al que se oponen pero que tampoco pueden dejar de citar e
invocar, La parte de los crímenes combina elementos formales y
estructuras narrativas en las que tiene lugar una irrupción de lo
inadmisible -o la inscripción de otro significado- dentro de la
legalidad de lo corriente o dentro de una prosa llana e informativa,
directa y ostensiva. En esta dialéctica infinita y recursiva de aquello
que no puede ser pero no obstante es, el texto de Bolaño expone las
definiciones de una cultura sobre la violencia genocida o en otros
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términos, intenta delimitar los límites de su marco ontológico y
epistemológico.
En esta obra, el elemento de significación otra, de aquello que
no puede ser o simplemente de aquello inadmisible se lee como una
proyección de miedos y deseos, de complejos e imaginarios
reprimidos a través de su percepción subjetiva. La parte de los
crímenes introduce lo siniestro y lo extraño pero difiere de aquello
que constituye una economía de lo sobrenatural (Jackson, 1986: 21) y
de los gestos de experimentación vanguardista: el recurso a lo
maravilloso o mágico (espectros, zombies, muertos vivientes,
mutantes, ángeles o demonios), los principios trascendentales (el
inframundo, el submundo, los mundos imaginarios o los universos
futuros), la estrategia de producir discontinuidad y fragmentación, la
ilegibilidad entendida como vacío representacional, el espacio de lo
onírico, el trabajo con la percepción, el sin-sentido o el fluir del
inconsciente. En La parte de los crímenes de lo que se trata es de
los efectos que se producen a partir de la representación de lo real,
de la extrañeza a nivel de lo familiar, de los miedos internalizados y
de la vivencia subjetiva del sujeto. Efecto ominoso y extraño de estos
textos, se interpela al lector a considerar los acontecimientos
evocados como un estado no alegórico de cosas reales y al mismo
tiempo, producen vacilación e indistinción entre una explicación
natural o sobrenatural de los mismos o en otros términos, producen
un desdibujamiento del límite entre lo real y lo ficticio. La serie de
textos de Bolaño logra, pues, que el lector no pueda llegar a una
versión definitiva de la verdad porque todo recuento preciso de
acontecimientos, toda interpretación confiable se aleja en la distancia
o mejor aún, toda versión resulta ser una verdad equívoca.
En La parte de los crímenes de Roberto Bolaño se describe
un paisaje social asediado por una visibilidad hiperbólica de la
muerte y ese es su punto de partida formal y narrativo: las palabras
desafectadas y anestesiantes con que se contabilizan los cadáveres
(Rodríguez, 2014a: 106). Más cercano al informe forense, el texto de
Bolaño construye una crónica policial que hace de la muerte una
herramienta de la ficción. Las series infinitas y el peso de la
estadística, el recuento maquínico y los detalles precisos conjugan un
manierismo del cadáver que no obstante evita caer en el esteticismo
del crimen. Carne desmembrada, cadáveres por todos lados y la
repetición compulsiva de las formas de morir, así y todo Bolaño no
estiliza los asesinatos como objetos artísticos (Rodríguez, 2014a:
106). Antes bien, lo que se muestra en el cadáver, en la gestión de los
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modos de hacer morir, es un estado de indeterminación en las causas
de los mismos. Sean crímenes ocurridos en el orden doméstico,
ejecutados por parientes próximos, o sean llevados a cabo por
sujetos impersonales y anónimos (más cercano al crimen organizado,
el tercer estado o el narcoestado), en cualquier caso se vuelven
indistinguibles. Bolaño trabaja, en este sentido, sobre la superficie
visible del genocidio que no pretende ocultar nada ni esconder
mecanismo alguno, enigma que descubrir o representaciones que
interpretar. Marcado por la imaginación biopolítica, y agreguemos, la
deriva genocida que habita en estos paisajes de precarización
generalizada de la vida, la narrativa de La parte de los crímenes en
cuanto efecto realista puede pasar desapercibida por demasiado
obvia y evidente porque, precisamente, no pretende ocultar ni
esconder nada, todo está expuesto en la superficie textual, las
muertas y sus cadáveres, los restos y sus marcas.
Algo de la escala y la magnitud de la muerte se muestra en el
registro de una lengua que resulta desbordada continuamente, al
igual que la investigación policial que no conduce a ningún lado
porque se ve excedida por nuevos casos. Pareciera que el registro
ficcional no pudiera dar cuenta de esa escala desmesurada, de ese
grado de sistematicidad en el asesinato, de esa magnitud sostenida en
el genocidio de mujeres. La operación narrativa que realiza La parte
de los crímenes es la de marcar el límite que tiene la representación
mimética realista pero sin recurrir a procedimientos de vanguardia
la desarticulación del lenguaje o la ilegibilidad como programa
estético porque se propone otro modo de mostrar. De allí que se
enumeran listas infinitas, las muertes se encadenan sin solución de
continuidad, los detalles y la microscopía de la mirada puesta en los
cadáveres, en los modos precisos y particulares en que ocurre cada
muerte pero este registro, justamente, pareciera que no logra develar
nada, puesto que no hay testimonio que valga para abarcar ese
exceso ominoso de violencia. Así, en vez de negar la capacidad del
lenguaje para nombrar, la narrativa de Bolaño señala el límite
simbólico mediante un corte inverosímil pero sigue avanzando en la
construcción de un lenguaje ostensivo (Horne, 2011: 22). O en todo
caso, el lenguaje de Bolaño trata de una voluntad narrativa que parte
de un desajuste constitutivo entre un conjunto de dispositivos,
estrategias y procedimientos estéticos y la materia de la vida que se
encarga de representar. Sin dejar de señalar una y otra vez que hay
algo de la dimensión de la violencia que no se puede decir y que de
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un modo despiadado el lenguaje resulta insuficiente, la escritura de
Bolaño sigue avanzando.
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