Sued, “El espacio literario…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 1 / Noviembre 2023 / pp. 167-193 176 ISSN 3008-7619
indiferenciada, que no ha sido relevada, medida, marcada, interiormente
amojonada y nombrada; “es, pues, un entredós: un vacío que hay que llenar.
Sólo pasa a existir cuando se jalona con puntos de referencia” (Zumthor,
1994: 52). El lugar, en cambio, es el punto que, al interrumpir la continuidad
del espacio, determina una posición que consecuentemente será ubicada y
nombrada; “al ser discontinuo es un hecho en función de la extensión; es el
fragmento de tierra en el que se habita, del que se puede marchar y al que se
puede volver. Con respecto a él se ordenan los movimientos del ser”
(Zumthor, 1994: 52).
La sociedad de este período convive con una amenaza que acecha desde
más allá de sus horizontes familiares: el “desierto”, que podrá tener la forma
de “las landas, las llanuras deshabitadas e incultas [...], en las que se hunden
las raíces de todo un folclore: extensión indiferenciada, confusa, ‘no lugar’ de
tránsito sin origen y sin fin, espacio de dispersión pura” (Zumthor, 1994: 61-
62). Este es un espacio “saturado de peligros, poblado de fuerzas hostiles,
imágenes de sabe Dios qué soledades del alma” (62). Entre todos los espacios
posibles que representan una amenaza por el desconocimiento que se tiene
sobre ellos, por su condición de inexplorados (y supuestamente
deshabitados), para los europeos de aquella época, “la forma por excelencia
del desierto, donde culminan los valores simbólicos que van unidos a esta
vacuidad irreductible, es el bosque” (64-65). En Europa, durante la Baja Edad
Media, el espacio (vacío, lejano y ajeno para los habitantes de las aldeas y las
ciudades) será paulatinamente dominado, controlado, ocupado, interrumpido
por la fijación de lugares; en el siglo XII, por ejemplo, el bosque auténtico ya
no es un territorio intacto, completamente ajeno al control humano; y “hacia
1250, 1300, está casi totalmente controlado, vigilado, administrado, espacio
pleno, sometido a la servidumbre” (67). Sin embargo, la manifestación real
de este desierto “no cuenta para la imaginación. Los esquemas heredados son
duros de pelar; gracias a ellos el espíritu triunfa simbólicamente del mundo
[...]. El bosque es el ‘no lugar’ del bandido, del caballero felón, del siervo
rebelde, de todos los fuera de la ley” (66-67).
Buena parte de la literatura sobre matreros necesita el espacio del
desierto; se configura sobre ese fondo, sobre el territorio que aún no es, pero
está próximo a convertirse en un lugar. La peripecia del matrero requiere la
existencia de ese espacio libre, fuera del orden; más allá de si cruza o no la
frontera, su aventura se recorta sobre ese horizonte de posibilidades; ese
espacio debe estar disponible, debe ser el allá del aquí, para contar la historia