Sued, “El espacio literario…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 1 / Noviembre 2023 / pp. 167-193 167 ISSN 3008-7619
EL ESPACIO LITERARIO DE LA DESERCIÓN
THE LITERARY SPACE OF DESERTION
Emiliano Sued
Universidad de Buenos Aires - FFyL
Licenciado en Letras. Docente de literatura argentina del XIX en la carrera de Letras (FFyL / UBA);
investigador del Instituto de Literatura Hispanoamericana (FFyL / UBA). Ha publicado textos críticos sobre
literatura testimonial argentina, tango, José Rivera Indarte y Eugenio Cambaceres. Su investigación de doctorado
aborda producciones literarias sobre matreros a partir de un enfoque que privilegia la relación de este tipo de gauchos
con el espacio.
Contacto: emilianosued@hotmail.com
ORCID: 0000-0002-2195-2962
DOI: 10.5281/zenodo.10144113
ARTÍCULOS
Sued, “El espacio literario…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 1 / Noviembre 2023 / pp. 167-193 168 ISSN 3008-7619
Fecha de envío: 01/10/2023 Fecha de aceptación: 05/11/2023
Deserción
Gaucho matrero
Pampa
Desierto
El artículo tiene como propósito indagar y poner en relación la representación de la deserción en tres textos
literarios: Aventuras de un centauro de la América meridional (1868), de José Joaquín de Vedia;
Pablo o la vida en las pampas (1868), de Eduarda Mansilla; y Martín Fierro (1872 y 1879), de José
Hernández. Al desertar de las filas militares, los gauchos de estas obras se desplazan por la llanura pampeana,
cuya representación responde a diferentes parámetros estéticos, funcionales a los propósitos narrativos y políticos
de los escritores. Las necesidades militares y los mecanismos coercitivos del Estado alejan al gaucho de la vida
doméstica y lo ponen fuera de la ley. De Vedia recrea un paisaje todavía no atravesado por “el carro del
progreso”, contemporáneo del comienzo de las guerras civiles, evitables si las “tendencias” gauchas hubieran sido
“bien dirigidas”. Mansilla condena y explota literariamente el estado primitivo, pero en transformación del
mundo rural. Mediante una descripción espacial austera pero muy funcional a la acción, Hernández denuncia
un sistema corrupto e ineficiente que maltrata y excluye al gaucho. En las tres obras, el “desierto” es un escenario
ilimitado y desconocido, esencial para la construcción del relato de la huida.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
Desertion
Gaucho matrero
Pampas
Desert
ABSTRACT
KEYWORDS
Sued, “El espacio literario…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 1 / Noviembre 2023 / pp. 167-193 169 ISSN 3008-7619
Formas de una llanura
Ezequiel Martínez Estrada celebra la decisión de José Hernández de no
intentar describir la llanura bonaerense por la que transita Martín Fierro;
elogia que la haya dado por conocida y que haya desplegado, a diferencia de
otros escritores que emprendieron la ambición de representar un territorio
vacío y monótono, un escenario de rasgos abstractos, universales (1858: 13-
15, t. II). La llanura por donde se mueven el protagonista y demás personajes
del poema se configura a partir del modelo de lo sublime; pero no como un
espacio pleno de turbulencia y manifestaciones imponentes, sino, en palabras
de Graciela Silvestri: “un sublime más vinculado con la vacuidad del cielo o
el mar que con las dinámicas inflexiones del caos; un sublime, por lo tanto,
tan abstracto como las palabras” (2011: 244-245).
El escenario en que transcurre el Martín Fierro es definido por Martínez
Estrada como una zona fronteriza, uno de cuyos lados está en contacto con
el área efectivamente controlada por el gobierno (incluida la ciudad, donde
se legisla y juzga), mientras que el otro linda con la zona ocupada por los
indios. Es decir, antes de cruzar la línea que conectaba imaginariamente los
fuertes y fortines que pretendían ser el mojón de ocupación territorial del
Estado y el mecanismo de protección contra los avances indígenas, Fierro se
mueve por ese espacio en el que los dispositivos de control gubernamental
sonbiles, la propiedad privada aún no se encuentra claramente establecida
y la ley se aplica con mayor arbitrariedad por parte de los jueces de paz y los
comandantes militares. Hernández, concluye Estrada, no está interesado en
informar dónde está ubicada la línea de fortines; la referencia tendría poco
sentido, ya que esa supuesta certeza territorial es constantemente
desestabilizada por el movimiento del ganado; es así que Estrada define la
frontera como “una cuerda vibrante” (1958: 15-17, t. II).
Por otra parte, sin aportar información que nos ubique
geográficamente, el poema está sembrado de referencias acerca del tipo de
superficie por la que se desplaza el desertor Fierro y, en un sentido más
general, por la que anda un matrero.
1
En Martín Fierro la referencia al espacio
es sumamente funcional a la acción: los accidentes geográficos el cerro, la
sierra, los bajos (que son la contracara de la loma), la vegetación
1
En el siglo XIX, el gaucho matrero es aquel que vive al margen de la ley, el gaucho errante, que huye
de la justicia o hace lo posible por no cruzarse con ella porque no ha querido someterse al sistema
productivo (como peón de estancia) ni al sistema militar (como soldado de nea o miliciano). Esto,
lógicamente, lo pone también al margen del sistema familiar y doméstico.
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sobresaliente los pajonales, los cardales, los yuyos, las vizcacheras y hasta
las taperas (ranchos que, como el de Fierro, se han arruinado por el
abandono) son frecuentes escondites que ocultan momentáneamente al
gaucho fuera de la ley. “Me siento en el plan de un bajo / a cantar un
argumento” (La ida, 43-44),
2
dice Fierro cuando ya es un prófugo de la
justicia. Podemos imaginar que ahora canta a la intemperie, que ya no lo hace
donde tenía lugar la “gran diversión”, la presumible pulpería en la que fue
reclutado. Ahora canta desde una posición que lo haga menos visible, una
depresión en el relieve terrestre, situada a una altura inferior que lo
circundante: una especie de trinchera. En ese paisaje casi escenográfico el
único anclaje referencial no es espacial, sino temporal: según cuenta Fierro,
la autoridad gubernamental que supuestamente visitaría el fortín para llevar a
cabo una expedición contra los indios sería Martín de Gainza (“don Ganza”),
ministro de Guerra y Marina de la Nación cuando aparece El gaucho Martín
Fierro (1872) y durante toda la presidencia de Sarmiento (1868-1874).
En el inicio de este período, se publica la novela Aventuras de un centauro
de la América meridional.
3
El autor, José Joaquín de Vedia, explicita desde el
texto “Preliminar” su decisión de omitir aquello que no tendría ningún valor
estético y, desde el comienzo, anuncia que no describirá las “llanuras
uniformes de Buenos Aires y Santa Fe” por donde se mueve el protagonista
de su obra: el gaucho Irene Campoamor (1868: 5). El relato, que está basado
en una historia real, arranca en las Islas del Tordillo (partido de Magdalena)
en 1820, es decir, la misma época y escenario en que tiene lugar el “Nuevo
diálogo patriótico”, de Bartolomé Hidalgo; donde Chano, siendo capataz de
una estancia, recibe la visita de Contreras. Es una zona cercana a la frontera
que divide el territorio estatal del territorio indio. Irene huye de la partida que
va a su rancho con la intención de reclutarlo para integrar las filas militares
bonaerenses que participarán en las guerras civiles desatadas a comienzos de
1820. Una vez prófugo, Irene pasa por Tandil, donde le vende al cacique
Catriel unos caballos que le ha robado a la partida, y más tarde se dirige a una
pulpería de Monte, el incipiente pueblito protegido por el fortín en el que
permanecía apostado Contreras (el otro personaje de B. Hidalgo), y donde
transcurre el “Diálogo patriótico interesante”. Luego de enfrentar y vencer a
2
Para las citas del Martín Fierro, informaré entre paréntesis los números de versos, aclarando previamente
si se trata de La ida (forma abreviada de El gaucho Martín Fierro, 1872) o de La vuelta (forma abreviada de
La vuelta de Martín Fierro, 1879).
3
La novela fue publicada en 1868, pero el punto temporal de enunciación del escritor/narrador es 1864.
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la partida policial que ha ido a capturarlo, Irene se refugia en un bosque de
durazneros, “cuyas ramas se encorvaban hasta la tierra cargadas de
abundantes y pintados frutos” (15). El narrador traiciona el designio de omitir
descripciones; la pampa por la que transita el desertor (en rigor, el evasor) se
convierte en un agradable entorno natural donde el “rico y tupido césped” y
“la uniformidad de esmeralda de las praderas” (16-24) brindan un plácido
refugio al gaucho matrero. Pero la partida lo encuentra; los hombres que la
componen persiguen a Irene sin querer atraparlo: un poco porque lo
respetan, y otro poco porque sus caballos son inferiores.
Algunos días más tarde, Irene resuelve desplazarse hasta la costa del río
Salado, el límite de “toda poblacn permanente” (43) en 1820; considera que
es necesario “eclipsarse” durante un tiempo. En los alrededores de esa
frontera, el desierto ofrece plena seguridad para Irene, y la naturaleza resulta
aún más bella y hospitalaria, un locus amoenus; se trata de un territorio pródigo
en recursos y alimentos, apreciado por el narrador mediante términos que
componen un espacio mucho más cercano a lo que Silvestri (2011) denomina
lo bello armonioso que a lo sublime:
Admiremos esas praderas dilatadas, tan silenciosas hoy (1820), porque
todavía no cruzó por ellas el carro del progreso. Ved cuál fulguran sobre el
esmalte de verdura, los vapores que embalsaman el ambiente solo incienso
digno de la majestad de la creación emanaciones que aspiradas, robustecen
la materia, fortalecen el espíritu y comunican lucidez a las ideas. Ved aquel
fantástico remolino de plumaje que semeja un hervidero de vapores. ¿Sabéis
lo que es? Una numerosa bandada de avestruces, que a su manera, manifiestan
su alegría y gratitud, por los infinitos beneficios con que alma-naturaleza les
brindó. Dirigid vuestra vista hacia la izquierda, ¿notáis aquella faja
blanquecina que desdice del fondo esmeralda del paisaje, y muchos puntos
diseminados de idéntico matiz? Son rebaños de venados que no por
necesidad sino por hábito, despuntan la espiga nutritiva de la cebadilla, cuyos
granos contiene una harina ebúrnea y dulce. (46)
Es una mirada nostálgica, que recrea un paisaje natural, anterior al progreso
que está transformando la realidad del país en 1864, cuando las montoneras
del interior, resistentes al Estado nacional y al modelo liberal de la presidencia
de Mitre, ya parecían diezmadas, luego de la derrota del Chacho Peñaloza. Ir
al desierto es escaparse, mantenerse oculto, pero también es una “pasión”,
una necesidad de libertad e independencia. El gaucho cabalgando, “excitado
sin saber por qué, [...] suelta la rizada cabellera al viento cual se nos figura
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Atila invadiendo la clásica Italia al frente de sus afamadas hordas” (67), es
también una figura estética, un modelo de belleza salvaje. Luego de raptar del
hogar familiar a su amada, Irene y ella huyen en un “azulejo salva-espacios”,
cabalgan por “la naturaleza poética de los desiertos argentinos” (87). En la
mirada del hombre de letras que convierte al gaucho en centauro podría
observarse algo semejante a lo que Fermín Rodríguez encuentra en Hudson
en su lectura de Allá lejos y hace tiempo: “el deseo de devenir salvaje, ese
movimiento intensivo en el que jinete y caballo se disuelven en un puro flujo
de velocidad” (2010: 120). Se trata de retornar a “un utópico estado de
naturaleza, sin las traumáticas mediaciones de la civilización” (Rodríguez,
2010: 120). La carrera del gaucho sobre la llanura sin límites espaciales ni de
propiedad recupera un imaginario orden previo al proceso de modernización
(material y burocrática) que se irá instalando luego de la batalla de Caseros en
1852.
El mismo año en que aparece Aventuras de un centauro, Eduarda Mansilla
publica en francés y por entregas en la revista L’Artiste la novela Pablo o la vida
en las pampas. En 1870 es traducida al español por Lucio V. Mansilla, y
publicada en el folletín de La Tribuna. El paisaje pampeano por el que se
desplazarán Pablo (antes y desps de desertar de las milicias porteñas) y
otros personajes tiene mucho de la pampa sublime representada por
Sarmiento en Facundo y por Echeverría en La cautiva. Las primeras líneas dicen
así: “Una llanura vasta y abierta se extiende en todas direcciones a la manera
de inmensa sabana. La mirada se pierde por doquier en lejanos horizontes,
cuyas líneas azuladas se confunden con las del cielo” (2007: 97). Como
sabemos, se trata de un espacio enorme y despojado, pleno de vacío,
caracterizado a partir de su carencia, mediante enunciados más o menos
familiares: “silencio absoluto”, “ni un soplo de aire”, “No se ve ni un árbol”
(97), “esa tierra llana y sin accidentes”, “Ni un pájaro surca con su raudo
vuelo en la hora terrible del mediodía esa pampa desierta y silenciosa,
verdadero océano de luz” (98). Sin embargo, vale la pena destacar el
momento en que la conocida descripción incorpora una mirada diacrónica.
La pampa entonces es un escenario provisorio, incompleto, definido de este
modo: “Esa naturaleza gigantesca y severa, esa tierra llana y sin accidentes,
ese suelo blando y desnudo, donde los grandes árboles no han tenido tiempo
de crecer […] parece un bosquejo” (98). El territorio representado es visto y
conceptualizado como el proyecto, como la primera traza, estéticamente
aprovechable y políticamente objetable, de un espacio por venir.
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Partiendo de la lectura de David Viñas sobre el giro telúrico de los
escritores a fines del siglo XIX, Silvestri señala que, en las primeras décadas
del siglo XX, la tradición científica conformada por la acumulación de
publicaciones que dieron a conocer los distintos tipos de relevamiento del
territorio pampeano y patagónico a partir de la década de 1830 fue
aprovechada estéticamente por la literatura. En Don Segundo Sombra, según
Silvestri: “Los rasgos del relato inmemorial sacuden la imaginación con sus
tormentas increíbles, sus catástrofes milenarias, descifradas a través de
piedras, conchas, y los enormes esqueletos de los big sloths” (2011: 246). Pero
este movimiento de asimilación de un discurso que habilitaría una perspectiva
imaginaria que se distinguiría por su anclaje científico ya era posible
observarlo en la descripción de la pampa diseñada por Eduarda Mansilla y en
las visiones políticas de Sarmiento.
En El Chacho, último caudillo de la montonera de los Llanos (también
publicado en 1868), el paso del ferrocarril es símbolo y materialización del
progreso que está borrando y borrará la existencia de la montonera. “El
ferrocarril transformará la pampa dentro de poco, y los recuerdos de sus
escenas y sus héroes quedarán mejor que en las novelas de Cooper, en tipos
reales y en leyendas populares”, anuncia Sarmiento (1973: 180). Y más
adelante, afirma: “Civilización y barbarie era a más de un libro, un antagonismo
social. El ferrocarril llegará en tiempo a Córdoba para estorbar que vuelva a
reproducirse la lucha del desierto, ya que la Pampa está surcada de rieles”
(198). Queda claro que algo está cambiando: la nada de la llanura pampeana
se encuentra ahora “surcada de rieles”. Y en el último párrafo del libro,
Sarmiento expande su profecía:
Las costumbres que Rugendas y Palliere diseñaron con tanto talento,
desaparecerán con el medio ambiente que las produjo, y estas biografías de
los caudillos de la montonera figurarán en nuestra historia como los
megateriums y cliptodontes que Bravard desenterdel terreno pampeano:
monstruos inexplicables, pero reales. (198)
En 1858, una década antes de la publicación de El Chacho, se publica
“Geología de las Pampas” de Auguste Bravard. Allí el geólogo francés
describe las principales características del suelo pampeano y explica su origen.
Parte de su descripción de la llanura coincide con lo ya señalado por otros
viajeros, al tiempo que refuerza la apariencia de infinitud y el estado de
desconocimiento respecto del territorio pampeano, tan bien explotados por
Sarmiento en el Facundo:
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Estando todavía en posesión de diferentes tribus indígenas, la mitad al menos
de su extensión hacia el Sud, no es posible saber con exactitud dónde termina
por ese lado. […] no existe en el mundo una formación tan vasta, y entre
tanto, lo repetimos otra vez, no hay otra que sea menos conocida. (Bravard,
1858: 3-4)
4
Estas descripciones de Bravard colaborarán con las intenciones de Eduarda
Mansilla de diseñar la pampa como un paisaje todavía primitivo, aunque
camino a transformarse. En la ya comentada descripción inicial, leemos:
“Esas sabanas abiertas, esos horizontes sin límites, que la vista abarca con
dificultad, os hacen soñar involuntariamente con el mastodonte gigantesco y
con el colosal megaterium” (98). Es una pampa que habilita la rebeldía gaucha
que Sarmiento, en 1868, solo quiere ver sepultada (en el pasado).
De
aquí
para
allá
Jorge García y Gerardo Tripolone recuerdan el discurso que Nicasio Oroño
pronunció en el Senado en 1869, en el que se pone de manifiesto un cambio
por parte de los grupos gobernantes sobre la valoración del desierto
pampeano-patagónico, considerado ahora como tierra económicamente
valiosa (García y Tripolone, 2017: 128). Hernández incluye un fragmento de
dicho discurso en la primera edición de El gaucho Martín Fierro. Vale destacar,
entonces, que Oroño ya había presentado proyectos de ocupación de ese
territorio y defensa de la frontera en 1863 y 1864, es decir, incluso antes de
que, en 1867, se promulgue la ley 215, que establecía el traslado de la frontera
estatal hasta el río Negro.
5
4
En la hipótesis de Bravard, el suelo pampeano, bajo el cual quedaron sepultados los grandes animales
prehistóricos, es el resultado de la lenta acumulación de arena terrosa y polvo volcánico que los vientos
arrastraron de los médanos de la costa y de los cráteres cordilleranos, respectivamente. Y en caso de que
los vientos ordinarios de la región no representaran una fuerza suficiente para justificar el estado actual
de semejante llanura, Bravard postula fenómenos atmosféricos más poderosos. Y aquí podríamos decir
que acude a la analogía orientalista; evoca las tormentas de arena de los desiertos africanos mediante una
imagen casi shakespeariana: “Veamos por ejemplo lo que se sabe que tiene lugar en África en una
extensión tal vez dos veces más grandes que la de la América del Sud. […] Con frecuencia enormes
columnas de arena, de tan prodigiosa altura […] se levantan repentinamente del seno de las arenas
movibles […]. El número de esas columnas es algunas veces tan considerable, y tan próximas las unas
de las otras, que se creerían una espesa floresta, o un ejército de fantasmas errantes en esas vastas
soledades” (1858: 21).
5
En 1864, Nicasio Oroño, en el discurso que acompañó la presentación de su proyecto sobre fronteras
y colonias en el Congreso Nacional, decía lo siguiente: “en el siglo del vapor y de los grandes progresos,
cuando nada hay difícil para el hombre, mucho menos cuando se trata de hacer un bien al país, a la
humanidad y a la civilización, atrayendo por la conquista de la palabra o de las armas, a millares de seres
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Lo inconmensurable (lo ilimitado, lo que no se puede medir) del
desierto era en realidad lo inconmensurado (lo que no ha sido medido). Mientras
ese territorio permaneciera inconmensurado porque no se lo dominaba, no
se lo ocupaba, ese territorio era inconmensurable. En 1880, el jefe de la
Oficina Topográfica e Ingenieros Militares, el teniente coronel Manuel
Olascoaga, publica Estudio topográfico de La Pampa y Río Negro; allí celebra la
misión técnica cumplida durante la Campaña del Desierto, conducida por el
ministro de Guerra y Marina Julio A. Roca. Puntualmente, celebra el
“revelamiento completo de los misterios topográficos del desierto”
(Olascoaga, 1880: XIII). Pocas páginas después, sostiene que la pampa misma
“era un misterio”; y este estado de desconocimiento sobre el territorio más
allá de las fronteras internas facilitaba los ataques contra la propiedad
perpetrados por los indios, lo cual traía consecuencias negativas para el orden
social y político, ya que “la inseguridad de las campañas, prestaba a la
población nativa el espíritu de la vagancia y la accesibilidad a las inducciones
de la revuelta política” (XV).
El libro incluye “El plano de la Pampa y Río Negro”. Está presentado
por Olascoaga mediante una carta dirigida al presidente Avellaneda, donde
aclara cuáles han sido las fuentes utilizadas para su elaboración:
he seguido los diarios y descripciones de jefes y oficiales que se han dado
tiempo para estudiar la topografía en medio de sus gloriosas marchas, en las
que a la vez que abatían el poder de los indios, solidificaban el triunfo
descorriendo con sus inteligentes observaciones el velo del misterio del
desierto; me he servido de sus prolijas anotaciones itinerarias, numerosas y
cruzadas en diferentes puntos, casi como de una red trigonométrica, a cuya
falta bien puede suplir la que es también una red de triunfos para el ejército.
(279)
En La medida del mundo, Paul Zumthor traza una distinción entre espacio y lugar,
a partir de la percepción (o la experiencia vital) de los hombres en la Edad
Media. El espacio medieval es una extensión continua que permanece
humanos que viven errantes y dispersos, perdidos en la oscuridad de la ignorancia y del vicio, en medio
del inmenso Océano de nuestros desiertos, al gremio de la religión y del trabajo, no es creíble, Señor
Presidente, que el Congreso Argentino deje escapar la ocasión que se le presenta, para derramar con
suceso la semilla del progreso, la semilla de los adelantos materiales y sociales, en el suelo fecundo de la
patria [...]. Vamos, pues, a gastar algunos millones de pesos; pero vamos a recoger en cambio la seguridad
de nuestra frontera, la población de nuestros desiertos, y muchos millones que nos devolverá la industria
de esas poblaciones laboriosas, que van a aumentar los productos de la Nación con las producciones de
la tierra que vamos a conquistar” (1869: 42-43).
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indiferenciada, que no ha sido relevada, medida, marcada, interiormente
amojonada y nombrada; es, pues, un entredós: un vacío que hay que llenar.
Sólo pasa a existir cuando se jalona con puntos de referencia” (Zumthor,
1994: 52). El lugar, en cambio, es el punto que, al interrumpir la continuidad
del espacio, determina una posición que consecuentemente será ubicada y
nombrada; “al ser discontinuo es un hecho en función de la extensión; es el
fragmento de tierra en el que se habita, del que se puede marchar y al que se
puede volver. Con respecto a él se ordenan los movimientos del ser”
(Zumthor, 1994: 52).
La sociedad de este período convive con una amenaza que acecha desde
más allá de sus horizontes familiares: el “desierto”, que podrá tener la forma
de “las landas, las llanuras deshabitadas e incultas [...], en las que se hunden
las raíces de todo un folclore: extensión indiferenciada, confusa, ‘no lugar’ de
tránsito sin origen y sin fin, espacio de dispersión pura” (Zumthor, 1994: 61-
62). Este es un espacio “saturado de peligros, poblado de fuerzas hostiles,
imágenes de sabe Dios qué soledades del alma” (62). Entre todos los espacios
posibles que representan una amenaza por el desconocimiento que se tiene
sobre ellos, por su condición de inexplorados (y supuestamente
deshabitados), para los europeos de aquella época, “la forma por excelencia
del desierto, donde culminan los valores simbólicos que van unidos a esta
vacuidad irreductible, es el bosque” (64-65). En Europa, durante la Baja Edad
Media, el espacio (vacío, lejano y ajeno para los habitantes de las aldeas y las
ciudades) será paulatinamente dominado, controlado, ocupado, interrumpido
por la fijación de lugares; en el siglo XII, por ejemplo, el bosque auténtico ya
no es un territorio intacto, completamente ajeno al control humano; y “hacia
1250, 1300, está casi totalmente controlado, vigilado, administrado, espacio
pleno, sometido a la servidumbre” (67). Sin embargo, la manifestación real
de este desierto “no cuenta para la imaginación. Los esquemas heredados son
duros de pelar; gracias a ellos el espíritu triunfa simbólicamente del mundo
[...]. El bosque es el ‘no lugar’ del bandido, del caballero felón, del siervo
rebelde, de todos los fuera de la ley” (66-67).
Buena parte de la literatura sobre matreros necesita el espacio del
desierto; se configura sobre ese fondo, sobre el territorio que aún no es, pero
está próximo a convertirse en un lugar. La peripecia del matrero requiere la
existencia de ese espacio libre, fuera del orden; más allá de si cruza o no la
frontera, su aventura se recorta sobre ese horizonte de posibilidades; ese
espacio debe estar disponible, debe ser el allá del aquí, para contar la historia
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del gaucho matrero. Ese espacio diferente irradia una oportunidad, ofrece
una salida de la ley, constituye un punto de fuga, es un topos. La frontera
conecta al matrero con el más allá de la ley, con el espacio desconocido e
infinito del que habla Bravard.
David Viñas sostiene que, hacia el final de La ida, como contrapartida
al régimen de servidumbre al que se vio sometido Fierro en la frontera en
beneficio del comandante, va tomando forma la idealización de lo que podría
ser la vida en los toldos indios. “Allá no hay que trabajar / vive uno como un
señor” (La ida, 2245-2246), cita Viñas y a continuación señala: “Es lo que se
presume del otro lado, la fantasía construida sobre las carencias, el infinito
como ensueño y como expresión de deseos” (2003: 171). Los versos citados
son enunciados desde el aq (me pongo a cantar)”, un punto
geográficamente no determinado, de “este” lado de la frontera. Ese aquí se
opone al allá, es el punto de partida hacia las tolderías, hacia el desierto, que
de acuerdo con Zumthor es el allá absoluto. El inesperado narrador del
canto XIII separa a Fierro y a Cruz del aquí para que se entreguen al allá.
Ambos personajes reconocen que ese espacio diferente y fuera del orden que
los oprime es el suyo.
En el relato de Martín Fierro, el sujeto del enunciado, que en el
comienzo de su peripecia ha sido reclutado a la fuerza para ser llevado a la
frontera, avanza hacia el aquí, que es su punto de enunciación, el presente de
la enunciación. Es decir que el “aquí” es también un ahora (que me detengo).
Más allá de ese punto físico, ya no habcanto: Fierro rompe la guitarra. A
partir de ahí, Martín Fierro dice, ya no canta, y lo hace entre comillas, citado
por el narrador, entremezclado, subordinado a su sintaxis: “‘Ruempo’, dijo,
‘la guitarra, / pa no volverme a tentar, / ninguno la ha de tocar / por siguro
tengaló; / pues naides ha de cantar / cuando este gaucho cantó’” (La ida,
2275-2280). El narrador “cruza” a Martín Fierro del otro lado de la frontera
sin que su canto (lo que el personaje cuenta de su vida) la cruce. No hay
guitarra del otro lado de la frontera. Contar y cantar son inseparables para
Fierro,
6
indisociables: si no hay canto, no hay cuento.
6
Y se diría que confundibles en boca del narrador, que en el último verso de la primera edición dice
“naides contó, y en las siguientes dice “naides cantó” (variación que se ha trasladado a las ediciones
posteriores a la muerte de Hernández, ya que en algunas se lee “contó y en otras “cantó”). Además,
este narrador, unos versos más arriba, dice en todas las ediciones “mi relación acabé / por ser ciertas
las conté (La ida, 2306-2307). Sobre ese último verso del poema, Tulio Halperín Donghi sostiene:
“tomada literalmente, la afirmación es absurda: desde los Anales de la Sociedad Rural hasta los órganos de
prensa de todas las facciones porteñas han venido prodigando las denuncias y acusaciones que el poema
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Por otro lado, podemos considerar la voluntad de Hernández de
generar suspenso: el narrador separa a Fierro de la posición de enunciación y
entonces es posible seguirlos (a Fierro y a Cruz) un tramo, hasta perderlos de
vista, sin saber qué les pasará. Hernández quiere que su protagonista, que es
un prófugo, termine en movimiento (no cantando) del otro lado de la
frontera, (entrando) en el desierto. Luego de “se entraron en el desierto” (La
ida, 2300), el narrador los deja ir; al igual que el lector, pierde contacto con
sus personajes; pasa al presente y hace referencia al futuro (“Espero que algún
día / sabré de ellos algo cierto” [La ida, 2303-2304]). Es el fin del relato.
La larga lengua
de la ley
Al presentar a su personaje, cruzando la pampa solitaria con su carreta y sus
dos bueyes, la narradora de Pablo o la vida en las pampas reflexiona sobre la
palabra “querencia”. En la versión española de Lucio, se lee lo siguiente:
Literalmente traducida, querencia quiere decir el lugar querido […], pero los
gauchos no emplean esta palabra sino hablando de los animales. Es quizá
porque el ser errante por naturaleza y por fuerza, el habitante de las pampas,
el gaucho nómade destinado a vivir ya en un lugar, ya en otro, no puede tener
querencia fija. (101)
El sintagma final de este fragmento se podría decir que anticipa un verso de
El gaucho Martín Fierro; el protagonista de este poema explica su necesidad de
cambiar de pago en estos dos octosílabos: “que el gaucho que llaman vago /
no puede tener querencia” (La ida, 1315-1316). Más allá del caso particular
que estos versos comprenden es decir, Fierro, desertor del servicio de
fronteras, acaba de matar al terne, su definición pretende ser general. El
desplazamiento espacial de un gaucho podía ser tanto la causa como la
consecuencia de haber quedado fuera de la ley. Según la reglamentación de
1815 referida a la papeleta de conchabo y al pasaporte o “pase”, reforzada
por la legislación posterior en especial, el Código Rural de 1865, al hombre
de la campaña no propietario, además del ocio, le estaba vedado andar fuera
recoge; la primera edición de este texto que proclama decir lo que todos callan agrega a él un artículo de
La Nación sobre los males del servicio de fronteras” (1985: 284). Quizá Hernández notó la incongruencia
y por eso cambió contar” por “cantar”, entrando en otro tipo de incongruencia. Por otro lado,
interviene Élida Lois: “en su contexto de situación, ‘contar’ no significa ‘dar a conocer’ sino ‘re-presentar
por medio de la palabra’, hacer re-vivir una problemática social tratando de apoderarse de la voz del
sujeto que la sufre” (2001: XLVI).
Sued, “El espacio literario…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 1 / Noviembre 2023 / pp. 167-193 179 ISSN 3008-7619
de su pago sin la licencia del juez territorial. Si infringía la norma podía ser
“reputado por vago” y destinado al servicio de las armas (Garavaglia, 2001).
Escapar de este castigo significaba convertirse en matrero y entonces tener
que huir, desplazarse, para no ser capturado por la justicia.
De las palabras de Fierro se desprende que la ley puede volverse tan
arbitraria como el lenguaje, puede elegir quién es aquel al que se le asigna la
categoría de vago”. La conformación del signo comprende la ya conocida
arbitrariedad de la lengua, pero en la designación del referente puede
manifestarse la arbitrariedad de la ley. En el enunciado “el gaucho que llaman
vago”, hay dos clases de sujeto para el verbo “llamar”: por un lado, los
hablantes en general, pero, sobre todo, aquellos que redactan la ley; y por
otro, los encargados de aplicarla, los que detentan el poder (la fuerza
performativa) y hacen que el gaucho no pueda. Cuando la ley actúa
arbitrariamente, el gaucho, tenga querencia o no, ya no podrá tenerla, porque
será enviado a la frontera o será perseguido. Así, llamar vago es convertir en
vago.
Y lo que en esa estrofa se enuncia en términos generales, en la primera
del canto VII designará de manera particular al protagonista: “De carta de
más me vía / sin saber adónde dirme / mas dijeron que era vago / y entraron
a perseguirme” (La ida, 1123-1126). Martínez Estrada sostiene la hipótesis
(muy plausible pero a esta altura inverificable) de que, debido a la forma
estrófica que los agrupa, los primeros versos compuestos por Hernández
fueron justamente los del canto VII de El gaucho Martín Fierro (1958: 125);
7
es
decir que la estrofa recién citada sería la primera de todas. Por lo tanto, podría
pensarse que la primera imagen que tuvo el autor al empezar a escribir el
poema fue la de Fierro errante y perseguido. Dos estrofas más adelante, el
cantor aclara que ya ha estado en la frontera, ha desertado y al volver se ha
encontrado con que ya no tenía mujer ni rancho. Siendo esa la situación, lo
que pone en claro esa primera estrofa es que es posible andar sin destino ni
ocupación (estar de más en el sistema) sin que ello constituya un problema
acuciante, mas si las autoridades lo reprueban con la ley de la vagancia y
deciden perseguir al designado “vago”, la pregunta que se vuelve crucial para
7
Dice Martínez Estrada: Dos anomalías dentro de la construcción regular en sextetas del Poema, se
ofrecen en los Cantos VII y VIII, a mi juicio las dos piezas más antiguas de la Ida. […] No puede caber
duda, a nadie que conozca el manejo del verso, de que el Canto VII responde a la misma manera y técnica
de los dos cantos de Picardía (XXVII y XXVIII) y que el Canto VIII es ‘posterior a ellos, pero anterior
a todos los demás’” (1958: 125-127, t. I).
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Número 1 / Noviembre 2023 / pp. 167-193 180 ISSN 3008-7619
La ida es adónde irse. La respuesta llega en el final, en el canto XIII. La única
posibilidad es salir del territorio que se reconoce como propio: por adhesión,
el cristiano; por obligación y sometimiento, aquel sobre el cual impera “la
facultá del Gobierno” (La ida, 2190).
Colonias, carriles y güesos
La historia de Pablo o la vida en las pampas se sitúa a mediados de la década de
1850. En el presente de la escritura, 1868, poco antes de que comience la
presidencia de Sarmiento, las características de la época recreada por la novela
están desapareciendo, el escenario y las condiciones socioeconómicas que lo
produjeron están cambiando:
Hasta 1850, ninguna noción de la propiedad, tal cual la entiende la civilización
de nuestros días, ha penetrado en las campañas argentinas. […] Hoy día, todo
cambia en nuestras campañas; con el aumento de población, la propiedad se
divide y las tierras cuadriplican su valor. (146)
Por los años en que transcurre la historia de la novela más precisamente, el
26 de marzo de 1856, Valentín Alsina dirige una serie de preguntas desde el
Ministerio de Gobierno a la Comisión de Hacendados con el objetivo de
modernizar la legislación del ámbito rural bonaerense. Luego de unas
palabras introductorias, Alsina divide su consulta en tres secciones: ganadería,
labranza y comunes. Muchas de las respuestas llegan en la década siguiente.
Alsina las reúne y las publica en 1864 bajo el título Antecedentes y fundamentos
del proyecto de Código Rural. En la sección comunes, estos hacendados, en
general, se ocupan de los peones rurales, de la forma de incrementar su
rendimiento y sujeción al (lugar de) trabajo, de las medidas para evitar que se
(mal)entretengan en las pulperías, de la manera de reprimir la vagancia y de
la prohibición de portar armas en lugares públicos.
Sin embargo, la mayor parte del contenido de las cartas de los
hacendados está referida a una serie de problemas sobre labranza y,
fundamentalmente, sobre ganadería. Los reclamos y las sugerencias para
resolverlos están relacionados con las formas en que debe marcarse el
ganado, la forma en que debe separárselo cuando se ha mezclado, cómo
evitar que ello suceda, la cantidad de hacienda que es posible criar en relación
con la superficie de tierra que se posee, dónde deben beber agua los animales,
dónde alimentarlos, cómo manejarse ante las enfermedades que puedan
contraer, cómo proteger los cultivos, en especial del ganado mayor, dónde
debería permitirse que se lo críe para justamente evitar daños, por dónde
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deberían pasar los troperos, la necesidad de abrir caminos públicos y la de
prohibir o limitar la caza de animales salvajes sin permiso del dueño de la
tierra.
En la respuesta de Eulojio Payan, del 20 de febrero de 1863, puede
encontrarse un resumen de la mayor parte de los problemas que se despliegan
en las cartas de los hacendados. Sus observaciones parecen dar con la fuente
de esos problemas: “no nos sujetamos a vivir, criar ganados y labrar entre
nuestras propiedades” (Alsina, 1868: 276). Y para resolverlos, propone: “Se
salvarían mejor los respetos sagrados a la propiedad, a la Constitución y a los
derechos naturales, dictando una ley que nadie traspase sus límites ni pise
terreno ajeno sin permiso de su dueño” (277). A lo largo de su exposición, a
esta base legal la llama “la ley primera”. Para el estanciero Fernando Pearson,
cuya respuesta es del mismo o, la forma efectiva, aunque costosa y de lenta
implementación, de que la propiedad privada sea respetada es cercar los
terrenos (296). En definitiva, lo que tanto Valentín Alsina como los
hacendados cuyas respuestas serán procesadas para la elaboración del
Código Rural de 1865 se proponen es definir el camino legislativo para llevar
a cabo lo que consideran una necesaria modernización del sistema productivo
agropecuario.
En un sentido complementario de estas preocupaciones, el narrador de
Aventuras de un centauro adopta el punto de vista de un lector europeo para
poner de manifiesto la necesidad de tomar medidas destinadas a poblar la
pampa con inmigrantes propietarios. Mediante una imagen muy sarmientina,
se pregunta:
[¿]qué pensará ese tal [lector europeo], de los destinos de un país, en el cual
uno de sus habitantes conducido por veloz corcel, corre los espacios en busca
de una habitación humana donde echar pie a tierra, y descansar? ¡Fuego de
Dios!, exclamará, es necesario poblar ese país con la exuberancia de la Europa
y anticiparse a poblarlo por el derecho de la propiedad, antes de verlo poblado
por el derecho de conquista. (23)
También en Pablo o la vida en las pampas, el estado primitivo, estéticamente
aprovechable pero no del todo deseado, encontraría remedio en la
inmigración europea: “Quiera el cielo que merced a la laboriosa actividad de
los europeos que emigran a nuestro suelo, huyendo de males desconocidos
para nosotros, podamos ver desaparecidos de nuestras pampas queridas los
tristes vestigios del tiempo pasado(115). En la etapa política que estaba a
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punto de iniciarse, Sarmiento ratificaría su ya difundida confianza en el
progreso que llegaría de la mano agricultora de la inmigración europea.
Como testimonio de los surcos en los que estaba interesado el gobierno
de Sarmiento, el gaucho Cruz canta: “Todos se güelven proyetos / de
colonias y carriles” (La ida, 2113-2114), al tiempo que denuncia la corrupción
de los funcionarios para sacar provecho personal de los emprendimientos
realizables a medida que se expandiera el territorio nacional. Y si bien
Hernández no creía en la idea de que la inmigración fuera la mejor forma de
poblar el desierto y desarrollar nuestra economía, sin duda confiaba en el
ferrocarril como agente del progreso. La inclusión de su artículo periodístico
“Camino tras-andino” en la primera edición de El gaucho Martín Fierro podría
ser considerada una prueba de esa confianza. Allí, pensando en cruzar otra
frontera, distinta de la que cruzarían sus personajes al final de la historia, y
pensando en cruzarla de un modo que nada tiene que ver con las urgencias
de dos matreros que huyen a caballo de la justicia y planean refugiarse entre
los indios, Hernández propone la mejor vía para que el ferrocarril atraviese
Los Andes. Pero lo que es bueno para este autor, podría no serlo para sus
personajes y el gaucho en general. Es así que se da un curioso contrapunto
entre el discurso literario y el discurso periodístico. Según Julio Schvartzman,
“Hernández deja que Cruz lea críticamente, con suspicacia, el texto del
artículo que remata la primera edición del poema” (2013: 511).
Al margen de la corrupción con que pueda planearse o ejecutarse, el
proyecto modernizador de colonias y carriles va imponiendo un nuevo orden
económico, desfavorable para el gaucho; allí se cifra la “suerte reculativa” que
más temprano que tarde conducirá a su extinción, gráficamente sintetizada
por Cruz en esta sextina: “Pero si siguen las cosas / como van hasta el
presente / puede ser que redepente / veamos el campo desierto / y
blanqueando solamente / los güesos de los que han muerto” (La ida, 2119-
2124). Esa pampa en la que se extinguieron los megateriums y los
cliptodontes, los “monstruos inexplicables, pero reales”, ahora podría quedar
sembrada de otros esqueletos. Está claro que Cruz no confía en un proyecto
de progreso que, además de no evitar un proceso de apropiación de la tierra
de modo irregular y latifundista,
8
se sostiene mediante el mismo servicio de
8
De acuerdo con Silvestri: En el ‘desierto’ (en los campos del oeste bonaerense, en los territorios
nacionales, en el sur y el este de las provincias limítrofes con Buenos Aires y La Pampa) tal sueño [el de
parcelas reducidas cultivadas por campesinos preferentemente europeos, que tuvieran a su disposición
los avances de la técnica rural y de transportes] distó de cumplirse: en lugar de la pequeña propiedad en
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fronteras que aleja al gaucho de su rancho, familia y hacienda para explotarlo
y empujarlo a la deserción. La extinción del gaucho comprende su expulsión
de la ley.
Aire, espacio y libertad
En 1864 Lucio V. Mansilla publica una serie de artículos dedicados a rechazar
la conscripción como sistema de reclutamiento de las fuerzas militares.
9
En
uno de ellos, hace referencia al problema de la deserción y a lo difícil que
podía resultar aprehender a quienes habían abandonado su lugar en las filas
del ejército, en caso de que las autoridades tuvieran la intención de
recuperarlos; “un país grande como el mundo, desierto como los mares”
(1864: 2), señalaba Mansilla, comprendía una dificultad para quienes
buscaban y una clara ventaja para quienes huían. Considera que la deserción
es una costumbre inveterada. Según Ricardo Rodríguez Molas, en ese mismo
año, el ministro de Guerra y Marina Juan Andrés Gelly y Obes presenta un
informe ante la Cámara de Diputados en el que demuestra el agravamiento
de la deserción. Y pesar de que las causas le parecen atávicas y racionalmente
incomprensibles, el ministro entiende que la predisposición de los soldados
a la deserción, dado que no se registraban casos en que, al abandonar las filas
de un ejército, se sumaran a las del enemigo, responde a un profundo deseo
de libertad (Rodríguez Molas, 1982: 228).
10
manos de inmigrantes modestos, el latifundio en manos de pocos centenares de familias, la aristocracia
porteña que mezclaba viejos apellidos con nuevos poseedores; y la tecnología no llevó, necesariamente,
progreso cultural y cívico en los modos sarmientinos” (1999: 247).
9
El sistema de conscripción establecía el reclutamiento por medio de un sorteo en el que estaban
incluidos casi todos los ciudadanos masculinos dentro de cierto rango etario. En 1864 se debatía el
proyecto de los diputados Torrent y Granel. En el cuarto de los doce artículos publicados en La Tribuna
en julio de 1864, Mansilla decía: “La conscripción es el sorteo forzoso, impuesto por la ley. [...] La fortuna
es quien decide, no la autoridad, no la ley. Y, he ahí, un argumento que con todos los vicios de liberal, es
de lo más contrario a las prácticas de la democracia y a los principios de la igualdad” (1864: 2). Además
de que el proyecto de ley habilitaba la posibilidad de pagar un personero, eximía de la carga del servicio
a los miembros de los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, tanto de la Nación como de las
provincias. En 1870, cuando su traducción de Pablo o la vida en las pampas para La Tribuna llega al punto
en que la narradora defiende la conscripción por considerarla, en primer lugar, un modo de fortalecer el
compromiso con la patria, y en segundo, un sistema que liberaría al gaucho de ser la principal víctima de
la leva, Lucio insiste en su oposición con una nota al pie: “Nuestro estado de cosas es horrible. No hay
duda. Pero la conscripción no es ley de igualdad. Los legisladores han hecho bien en no refugiarse en
ella. El mal tiene otros remedios” (Mansilla, 1870: 1).
10
Sobre la opinión de Gelly y Obes, Rodríguez Molas observa: Ignora o aparenta ignorar la realidad del
gaucho enrolado y también la condición de un poder que obedece a los dictados de los intereses
latifundistas” (1982: 228).
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En 1869, desde las páginas del periódico El Río de la Plata, José
Hernández expone la injusticia cometida contra el gaucho e imagina su huida
como comprensible reacción, aquella que Fierro, todavía manso, no tendrá:
El gobierno de la provincia [] lanza desde su poltrona su decreto
reglamentario del servicio de fronteras. Nuestros paisanos tienen el oído
acostumbrado a percibir los rumores lejanos y la vista avezada a conocer el
peligro. De algo les ha servido la vida nómade y errante, a que le[s] han
condenado nuestras pasadas disensiones. La noticia ha recorrido con la
velocidad del telégrafo los ámbitos de nuestra abandonada campaña y el
gaucho ha preparado su montura para huir al peligro, para escapar a nuestra
civilización, refugiándose en las tribus de la barbarie. Los caciques se
convierten en sus protectores y se produce ese fenómeno singular [...], esa
derrota de la civilización. [] ¿Y en nombre de qué principio nos
levantaremos nosotros para condenar al hombre oprimido que corre en busca
de aire, de espacio y de libertad? (1869: 2)
En su intento por trazar una relación entre la obra gauchesca de Hernández
y el género épico, Leopoldo Lugones sostiene que la deserción de Fierro
responde, más que a la necesidad de escapar del maltrato y la miseria de la
frontera, del mismo modo que su condición de matrero en general, a una
especie de pulsión interior que anida en su naturaleza: “El encanto de la vida
consiste para el paladín nacional, como para el Campeador de España, en el
goce de la libertad” (2009: 169). Lo considera un paladín “porque este gaucho
[…] lleva relumbrando bajo el rudo cuero que lo envuelve, aquel acero de su
alma, donde lucen el aseo y la integridad, el temple y la firmeza, la intrepidez
y la lealtad, alegremente relampagueados por el reflejo de su desnudez viril”
(169). Debido a esas cualidades lo declara el “postrer caballero andante”
(169).
Si tomamos en consideración la insistencia con que Lugones homologa
a Fierro con el caballero andante, acaso resulte productivo, en primer lugar,
poner en evidencia aquello que los diferencia. Zumthor señala que, en
“tiempos lejanos”, el término aventura hacía referencia al destino, en todo lo
que este tiene de azaroso, para más tarde designar “una prueba voluntaria”.
La palabra conserva un resto de su origen etimológico, como futuro latino,
ya que remite a “lo que, no realizado todavía, corresponde al héroe como
favor del destino”. En la literatura caballeresca, la aventura “es una acción
emprendida como respuesta al desafío de lo Desconocido, de lo Exterior, del
Otro”. Por lo tanto, el relato de aventuras despliega en su narración un
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descubrimiento y “la colonización de un espacio de límites inexplorados”
(1994: 369).
La literatura sobre matreros comprende siempre relatos de aventuras;
pero el matrero, a diferencia del caballero andante, no se mueve en busca de
la aventura, sino que es la “aventura” de la desgracia o el reclutamiento la que
produce su movimiento (su huida). Lugones habla de la errancia del gaucho
como modo de vida requerido por su afán de entretener con su canto y
reforzar o incrementar su fama de payador. Los payadores sostiene son
“los personajes más significativos en la formación de nuestra raza” (2009:
41). Resulta oportuno advertir que la errancia y el canto ponen al payador de
Lugones más cerca de “El cantor” de Sarmiento que del Fierro anterior a la
leva, cuando, si bien cantaba, se podría presumir que no era muy errante,
puesto que, según cuenta: “Tuve en mi pago en un tiempo / hijos, hacienda
y mujer” (La ida, 289-290), y, consecuentemente: “Sosegao vivia en mi rancho
/ como el pájaro en su nido, / allí mis hijos queridos / iban creciendo a mi
lao” (La ida, 295-296).
Lo siguiente que hace Lugones es unir la vagancia con la pobreza y la
libertad: “la pobreza específica constituía una prenda de libertad, y facilitaba
al propio tiempo la vagancia, que no es menos una condición de paladín: el
‘caballero andante’ por definición” (62). En realidad, la libertad de Fierro
como desertor es la del bandido definido por Giorgio Agamben: “El que ha
sido puesto en bando no queda sencillamente fuera de la ley ni es indiferente
a ésta, sino que es abandonado por ella” (2003: 44). En el momento en que el
gaucho abandona sus deberes militares y deviene desertor, su libertad lo
expone a la ley de la manera más absoluta. Por lo tanto, tal como lo señala
Pablo Ansolabehere: “El nomadismo gaucho no debe ser entendido como
una elección sino como una ‘huida’” (2008: 236). Además, si recordamos que
(por lo menos hasta 1873)
11
al hombre de la campaña no propietario le estaba
vedado andar fuera de su partido sin la licencia del juez territorial, está claro
que Lugones imagina un escenario ajeno a toda regulación estatal.
Zumthor afirma que el caballero vaga por un mundo diferente, con una
naturaleza diferente, que debe integrar y someter al nuestro con el fin de que
algún día podamos gobernarlo. Su desplazamiento “hace manifiesta la
existencia de un espacio todavía desprovisto de lugares; el caballero, al
recorrerlo, va despertando en él lugares”. Dado que “su errar tiende a
dominar simbólicamente el espacio exterior” y a “entregarnos el allá al aquí”,
11
El pasaporte interno fue abolido en la provincia de Buenos Aires en enero de 1873 (Slatta, 1985: 200).
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el caballero andante puede ser considerado un héroe civilizador (1994: 201-
203). La lectura en clave épica de Lugones se completa entonces con la
definición de Ricardo Rojas: el Martín Fierro es el poema que comprende la
historia de la civilización de la pampa, “la sede de nuestra nacionalidad”; la
biografía de su protagonista, el gaucho por antonomasia,
12
encierra el proceso
histórico que condujo a la expansión territorial y la ocupación del desierto,
con la consecuente lucha heroica contra la naturaleza y los indios, y el
padecimiento de la injusticia de una primitiva organización social (2001: 891-
899). Al igual que la de Lugones, la intervención de Rojas resultó vital para la
construcción del mito oficial del gaucho.
Gauchos (que se vuelven) malos
En Pablo o la vida en las pampas, el protagonista manifiesta su posición política
frente a la lucha del Estado de Buenos Aires contra la Confederación de
Urquiza en estos términos: “Me hablan de la patria adió con amargura
. ¿Qtengo yo que hacer con su patria y con su libertad?… Yo también amo
la libertad… mi libertad… [...] Unitarios y federales, todos son iguales” (98).
De manera más sucinta, el gaucho Irene, desde el comienzo de la novela,
pone en claro su posición: “yo no quiero servir” (8). A comienzos del siglo
XIX la literatura gauchesca, acompañando el proceso de las guerras de
Independencia, había registrado, al tiempo que ayudado a construir, una
nueva figura social: el gaucho patriota. Hasta la década de 1860, los personajes
de la poesía gauchesca habían manifestado casi siempre su buena disposición
a participar en las causas militares (Ludmer, 2000: 31-32).
Y aunque estos gauchos que se niegan a servir no pertenecen al género
gauchesco tal como ha sido definido por la crítica especializada,
13
podríamos
considerar lo planteado en estas dos novelas como un eslabón, aún más
contundente, de lo que Julio Schvartzman ha llamado una “línea matrera”, al
poner en relación al Martín Fierro de La ida con el gaucho que canta el
12
Borges advierte: “El culto de la obra de Hernández, iniciado por el payador (1916) de Lugones y
abultado luego por Rojas, nos ha inducido a la singular confusión de los conceptos de matrero y de
gaucho” (1970: VII-VIII).
13
En rigor, se llama literatura gauchesca a aquellas composiciones (casi siempre en verso) producidas
por hombres letrados de la ciudad, no por gauchos, cuya convención de lectura establece que lo que se
está leyendo es la versión impresa de algo dicho, cantado o hasta escrito por uno o más gauchos. La
lengua y la entonación mediante la cual se expresaba ese gaucho ficcional, aunque también artificiosa,
más allá de las similitudes que pudiera tener con el habla rural, se diferenciaba de la lengua culta o
estándar.
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“Cielito del blandengue retirado”,
14
en los primeros años de la década de
1820. Sobre lo manifestado en ese poema por una voz gaucha, Schvartzman
señala: “Con síntesis maestra, desde los versos iniciales queda fijada
nítidamente, y por primera vez en la literatura rioplatense, una radical
negatividad, un nihilismo irreductible, un rechazo no negociable respecto de
toda opción política” (2013: 55). Pero la novela de Eduarda Mansilla y la de
José J. de Vedia son anteriores a El gaucho Martín Fierro (y a Una excursión a los
indios ranqueles), y la postura de sus protagonistas es más extrema que la del
blandengue, dado que este ya ha servido sobradamente, y es la experiencia de
las armas la que lo lleva a un rotundo rechazo de toda otra causa política.
¿Situar la historia en el pasado vuelve menos disruptivo el mensaje?
Irene es un gaucho que dice que no a las guerras civiles: la pelea en ese
momento no es con los indios, sino con “otros paisanos, que en nada nos
ofendieron” (9). Irene no quiere participar en las luchas internas que se
disputaban en la década del 20; no quiere responder a las decisiones y
ambiciones de Buenos Aires. Durante el transcurso de la historia, la provincia
va camino a ser gobernada por Rosas. Irene no está dispuesto a participar de
las guerras civiles que enfrentan a gauchos contra gauchos; también se queja
de la desprotección del gobierno, que los expone a los ataques de los indios,
porque quienes deberían vigilar las fronteras están participando de esas
batallas (113).
Podríamos pensar que De Vedia, que participó como oficial de las
tropas porteñas en las batallas de Cepeda (1859) y Pavón (1861), consideraba
que, en 1864, había llegado la hora de pregonar la unión nacional y era
necesario intentar desalentar la participación gaucha en las montoneras que,
desde el interior, se rebelaban contra la consolidación del poder central de
Buenos Aires. El narrador sostiene que la prosperidad material y espiritual de
la nación llegará como consecuencia del final de las guerras civiles: “¡Cuánta
animación, vida y alegría, imprimirá a su fisonomía de virgen naturaleza, la
civilización y el progreso resultante de la unión!(188). Incluso anuncia que
los matreros y el bandidismo desaparecerán gracias a esa unión (184).
14
Se desconoce el autor de esta composición poética que, se presume, fue escrita en los primeros años
de la década de 1820. Cito algunos de los versos donde la voz gaucha expresa su hartazgo de las causas
políticas y militares: “No me vengan con embrollos / de Patria ni montonera, / que para matarse al ñudo
/ le sobra tiempo a cualquiera. [...] / Cansado de padecer / me retiré del servicio / con muchos piojos
de más / y de menos un oficio. // Cielito, cielo que sí, / cielito de los Blandengues, / también me falta
una pierna / y me sobran perendengues” (1968: 92-93).
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La historia de Irene es la de un gaucho que existió realmente, y cuyas
buenas cualidades fueron desaprovechadas. Muere fusilado y su biografía se
cuenta en clave trágica: “un hombre que si hubiese recibido una educación
conveniente a sus facultades, habría quizás hecho honor al país de su
nacimiento. [...] si hubiese sido cultivado, habría dado por resultado el
heroísmo que produce los grandes hechos” (230). El destino que finalmente
no tuvo lugar es el de aquel que pone su vida al servicio de la patria; la historia
del protagonista es el negativo de la historia del héroe militar. El alejamiento
del parámetro moral (del debería haber sido), pone de manifiesto la oportunidad
perdida, da lugar a la sensación de fatalidad (aquello que lamentablemente no
pudo ser, aquello que no se pudo evitar), pero también da lugar a la escritura
(o sea, también se escribe a partir de esta fatalidad).
15
Antes de refugiarse a orillas del Salado, como es necesario que el
matrero no solo huya sino que también demuestre las virtudes que pueden
consagrarlo héroe literario, Irene decide enfrentar a la partida como prueba
de su valentía. Esto lleva al narrador a destacar el espíritu heroico de los
gauchos y a poner en evidencia aquello que los hombres letrados dedicados
a la política no alcanzan a observar: “¡ved lo que se podría hacer con una raza
de hombres que sienten en su ser moral el germen de todo lo que puede
enaltecer a la humanidad, si fuesen bien dirigidas sus tendencias!” (14). Se
trata de una reflexión muy parecida a la que hará Lucio V. Mansilla en
Ranqueles (1870) como corolario de la breve biografía de Rufino Pereira, el
gaucho vago y desertor que, luego de ser incorporado al batallón 12 de línea,
se convierte en un soldado casi ejemplar: “Durante dos años Rufino, el
gaucho malo de Villanueva, el bandido famoso, temido por todos, acusado
de todo linaje de iniquidades, sólo cometió un desliz: el que le hizo
presentarse ebrio delante de Mariano Rosas y de mí” (Mansilla, 2006: 210).
15
Este mecanismo biográfico lo encontramos en otros textos sobre gauchos matreros, como por ejemplo
“Martina Chapanay. Leyenda histórica americana” (1865), de Pedro Desiderio Quiroga, y Juan Moreira
(1879-1880), de Eduardo Gutiérrez. El primer eslabón lo aporta un texto ajeno a la serie: Facundo o
Civilización y barbarie (1845), donde Sarmiento comienza la biografía del caudillo riojano a partir de una
escena en la que Quiroga huye de la ley y exhibe cualidades físicas y temperamentales notables; unas
páginas después, ante el inicio de su vida militar, Sarmiento comenta: “La carrera gloriosa de las armas
se abría para él con los primeros rayos del sol de Mayo; y no hay duda que con el temple de que estaba
dotado, con sus instintos de destrucción y carnicería, Facundo, moralizado por la disciplina y
ennoblecido por la sublimidad del objeto de la lucha, habría vuelto un día del Perú, Chile o Bolivia, uno
de los generales de la República Argentina, como tantos otros valientes gauchos que principiaron su
carrera desde el humilde puesto de soldado” (2000: 106).
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Obviamente, quien logra esa transformación, ese sometimiento, es Mansilla.
Podría decirse que la de Rufino es una conversión en sentido inverso; a
diferencia de lo que sucede con los matreros que Mansilla conoce en los
toldos ranquelinos, en la breve historia de Rufino tenemos su vuelta a la ley.
El relato de Rufino está más intervenido, más mediado que, por ejemplo, el
de Miguelito; leemos su breve testimonio a través de un diálogo en el que
Mansilla lo interroga para tener de él una idea de sus antecedentes y su
personalidad: “No me ha gustado ser soldado; cuando he sabido que me
buscaban he andado a monte. He peleado algunas veces con la partida, y la
he corrido”, sintetiza Rufino (208). Sus razones para evadir el servicio son
incluso más escuetas que las de Irene; en cambio, Mansilla se demora bastante
en contarnos cómo lo compuso e hizo de él un buen soldado. Esto lo anima
a cerrar esta historia ejemplar con palabras muy cercanas a las del narrador
de Aventuras, que denuncian la falta de humanidad de las autoridades. La raza
del gaucho, “ser desheredado”, es excelente y, más importante aún, maleable:
“como blanda cera, puede ser modelada para el bien; pero falta, triste es
decirlo, la protección generosa, el cariño y la benevolencia” (210).
En la novela de Eduarda, la figura del desertor Pablo se completa con
la del desgraciado Anacleto, el gaucho malo. La narradora caracteriza el tipo a
partir de rasgos complementarios a los de Sarmiento; una definición que
involucra el espacio y deja afuera al sistema (no hay responsabilidades
políticas):
El Gaucho Malo es, según yo, una de las producciones más significativas de
esa naturaleza grandiosa y salvaje de las pampas. Es la expresión de ese
combate incesante y progresivo que se establece entre una sociedad naciente,
diseminada sobre una gran extensión de tierra, y el desierto con sus terribles
leyes. Es el choque, la lucha cuerpo a cuerpo, entre el hombre y la tierra, es
lo infinitamente pequeño en oposición a lo infinitamente grande, es la fuerza
contra la fuerza. (129)
Las mayúsculas con que lo nombra parecieran señalar que Anacleto es una
especie de arquetipo, una criatura que reúne las características esenciales de
lo que ese combate entre la sociedad y el desierto produce. Su historia,
narrada breve y algo elípticamente, es la del gaucho que se desgracia: ha
matado a su mujer y a su amante. Lleva la vida del matrero: lejos de toda
población, subsistiendo gracias a la caza de animales silvestres. Lo auxiliará a
Pablo luego de haber desertado y ser herido por sus perseguidores; será quien
le enseñe a sobrevivir como gaucho fugitivo. Pablo y Anacleto permanecen
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escondidos en un pajonal. Por razones sicas (materiales, geográficas),
políticas y culturales, los gauchos fuera de la ley pueden mantenerse prófugos:
El primer sentimiento de un individuo en nuestro país, cuando tiene idea de
que la autoridad busca un culpable es ocultarle. [...]
Yo sé que un francés, que un europeo, comprenderá estas cosas difícilmente;
pero que se imagine ese puñado de hombres diseminados, perdidos en una
extensión tan vasta de tierra, y cuántas ventajas tiene el que se oculta en
aquella inmensidad, contra los que le buscan. En Europa hay los telégrafos,
los ferrocarriles, la aglomeración, los vínculos internacionales, ¡qué yo!,
para ayudar a la autoridad. [...] pero ¡en el desierto!… Y si a todo esto agregáis
los cambios políticos que hoy hacen poderoso al caudillo maldecido y
escarnecido ayer, comprenderéis la especie de impunidad de que por cierto
tiempo, disfrutan en la campaña argentina los hombres como Anacleto. (209)
En 1868, la situación precaria (en términos materiales y sociales) de la
Argentina se articula con la inestabilidad política para favorecer la
supervivencia de gauchos como Anacleto, que no es un caudillo, pero
siguiendo el razonamiento de la narradora acaso podría convertirse en
miembro de una montonera. Aunque esas condiciones se modificaran, la
idiosincrasia nacional sería un obstáculo para que la justicia pueda enfrentar
con solvencia a hombres así.
16
Algunas páginas más adelante, el comandante
de la Guardia Nacional, el capitán Vidal, hablando desde el momento en que
transcurre la historia (mediados de la década de 1850), vaticina un futuro
próximo no tan diferente, pero causado por la forma en que ejercen el poder
los liberales porteños: “con el sistema del terror, de la opresión y de la
arbitrariedad, todos se volverán gauchos malos en seis meses, si nosotros no
ponemos remedio a la cosa. Créame usted coronel, en ese punto los federales
son más hábiles que nosotros” (222). ¿Qué significa para Vidal ser gaucho
malo? ¿Un desertor, un matrero, un montonero? En cualquier caso, lo que
está claro es que existen otras causas para el surgimiento del gaucho fuera de
la ley, del hombre que no está dispuesto a someterse al sistema (militar,
económico, “del terror”); el personaje contradice a la narradora: no se trata
(solo), como también sostenía Sarmiento, del medio y la idiosincrasia que este
16
En 1946, Borges ampliaría esta idea en “Nuestro pobre individualismo”: “El argentino, a diferencia de
los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede
atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de
que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un
ciudadano. […] Su héroe popular es el hombre solo que pelea con la partida” (1998: 57-58).
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produce. En 1868, Eduarda puede ver que hay (otras) razones que empujan al
gaucho a la ilegalidad. Como se dijo, la extinción del gaucho comprende su
expulsión de la ley. Al igual que Irene, Pablo y Anacleto terminan fusilados.
No es este el final de Martín Fierro; en el cierre del poema pareciera que ya
no necesitará huir y esconderse, pero todavía carece de rancho, vagará solo a
la intemperie mientras su figura se disuelve en la lejanía, en el anonimato de
un nombre que ya no conocemos. Lo mismo sucede con sus hijos y Picardía;
“El trabajar es la ley, / porque es preciso alquirir” (La vuelta, 4649-4650),
enseña Fierro: “la ley primera”, como vimos incluso por encima de la que
prescribe que “los hermanos sean unidos” (La vuelta, 4691), es la de la
propiedad.
En 1866, en una carta que Juan Carlos Gómez le escribe a Estanislao
del Campo para darle su opinión sobre el Fausto, el remitente anuncia una
agonía que se va a extender por décadas: “El gaucho se va. Es una raza de
centauros que desaparece” (1981: 56). Como hemos visto, a mediados de la
década de 1860, el gaucho matrero despierta el interés de algunos escritores.
El matrero se hace protagonista de la literatura sobre gauchos (más que de la
poesía gauchesca). El comienzo de la extinción del gaucho y el protagonismo
literario del matrero podrían relacionarse con las transformaciones poticas
y económicas que ocurren en estos años, las cuales sin duda afectan existencia
del gaucho, su modo de vida, su supervivencia. Concretamente, debemos
considerar el proceso de transformación del sistema productivo y de
modernización que se empieza a desarrollar en la provincia de Buenos Aires
después de Caseros (1852), y que en la década siguiente encuentra un aliado
institucional después de la batalla de Pavón en 1861, es decir, cuando empieza
a tomar forma un estado nacional, con un ejército nacional, y se incrementan
y refuerzan los mecanismos legales y las estructuras burocráticas que
controlan la campaña. Es así que la despedida o extinción del gaucho real,
como sujeto histórico, toma en la literatura la forma de una última aventura
contra la ley.
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