Mondragón, “Margit Frenk Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 1 / Noviembre 2023 / pp. 213-226 213 ISSN 3008-7619
MARGIT FRENK
por
Rafael Mondragón Velázquez
Universidad Nacional Autónoma de México
Investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y colaborador regular en círculos
de lectura y experiencias de educación popular. Sus últimos libros son Libros de gestos. Poética del pensar
en las biografías de América Latina (2023), El largo instante del incendio. Ensayo biográfico
sobre José Vasconcelos (2023) y Un arte radical de la lectura. Constelaciones de la filología
latinoamericana (2019).
Contacto: mondragon.rafael@gmail.com
ORCID: 0000-0003-0260-4476
DOI: 10.5281/zenodo.10144460
SEMBLANZA
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Margit Frenk nació en 1925 y llecon su familia a México en 1930, justo
antes del inicio de la persecución hacia los judíos en su Hamburgo natal. Su
padre, Ernesto Frenk, era médico, y había pasado por un escándalo que le
impidió seguir ejerciendo su oficio. Su madre, Mariana Frenk, era escritora y
traductora. Un día, por casualidad, Mariana conoció a una mexicana en una
librería en Alemania y se pusieron a platicar. Ella le dijo que México era un
lugar en donde Ernesto podría ejercer su profesión de inmediato. A se
mudaron aquí. Él no hablaba español y tardó en adaptarse a la vida del país.
Ella, por el contrario, hizo abundantes lazos con el mundo intelectual del
país, se hizo cargo de algunas de las traducciones más importantes del Fondo
de Cultura Económica y fue responsable de la difusión de la obra de Juan
Rulfo en alemán. Después de la muerte de Ernesto, Mariana contrajo
matrimonio con Paul Westheim, crítico judío de arte que estuvo en el centro
del nacimiento del movimiento expresionista alemán y que en México
publicó estudios pioneros que llevaron a la revalorización del arte
prehispánico, los grabados de José Guadalupe Posada y la gráfica popular.
Los padres de Margit eran judíos socialistas de vocación democrática, y
legaron a la niña un compromiso por el pueblo, sus problemáticas y sus
manifestaciones culturales, y una confianza en sus capacidades de reflexión,
apropiación y creación. Margit y su hermano Silvestre entraron a estudiar al
Colegio Alemán. Se quedaron allí hasta el día en que encontraron una
esvástica en la entrada: México se nazificaba velozmente. Para protegerlos,
Margit y Silvestre fueron transferidos a una primaria pública, la Alfredo J.
Correa, cerca de la Fuente de las Cibeles. Después Margit entró al bachillerato
en la Escuela Nacional Preparatoria ubicada en el Colegio de San Ildefonso,
y todavía más tarde, a Letras en el edificio de Mascarones de la Facultad de
Filosoa y Letras, en donde asistió como oyente a los cursos de Eduardo
Nicol. Originalmente a Margit le interesaba más la filosofía y la psicología,
pero terminó decantándose por Letras por la necesidad de apoyar
económicamente a su familia: las clases de español se impartían
obligatoriamente en la enseñanza media de todo el país, y ella tenía la
esperanza de conseguir una plaza como profesora. Mientras estudiaba, Margit
ayudó a su familia dando clases de español a refugiados de izquierda, entre
ellos Otto y Alice Rühle, que se volvieron sus amigos. La misma Margit
reconstruyó aquella época muchos os después en la introducción que
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preparó a Aforismos, cuentos y otras aventuras (2013), edición crítica preparada
junto a Esther Janowitz que reúne la totalidad de textos literarios de su madre,
Mariana Frenk-Westheim.
En la carrera de Letras, Margit integró la misma generación de brillantes
estudiantes entre los que se contaba a Ernesto Cardenal, Augusto
Monterroso, Rosario Castellanos y Ernesto Mejía Sánchez. Todos ellos eran
migrantes (de regiones de la provincia de México, como Castellanos, o de
Centroamérica, como Cardenal, Monterroso y Mejía Sánchez): los jóvenes de
la capital con ambiciones literarias no estudiaban Letras, sino Derecho, y de
hecho en la época existía un cierto desdén hacia los estudiantes de Letras
entre los jóvenes escritores de la capital. Margit recordaba la carrera de Letras
como una etapa decepcionante, pero hubo un profesor que la marco: se
trató del poeta catalán Josep Carner, también exiliado, a quien recordaba
sentado y cerrando los ojos para hablar, como si estuviera solo, sobre la gran
poesía del Romanticismo alemán. Tanto en la Escuela Nacional Preparatoria
como en Mascarones, Margit también tuvo contacto cercano con Julio Torri,
Antonio Castro Leal y Julio Jiménez Rueda. En el seminario del primero de
ellos presentó los avances de lo que sería La lírica popular en los Siglos de Oro,
tesis pionera de 1946 en que, casi sin ayuda, encontró el tema al que se
dedicaría el resto de su vida.
En 1946, Margit consiguió una beca para estudiar en el Bryn Mawr
College, un colegio de mujeres cerca de Filadelfia. Desde los 14 años había
comenzado a aprender canciones populares por gusto, que tocaba
acompañada de la guitarra. Hasta sus últimos años recordaba una canción
que le había enseñado una amiga finlandesa del Bryn Mawr, cuya letra
recordaba gracias a sus patrones rítmicos. Después se fue a la Universidad de
Berkeley, donde conoció a su gran maestro, el exiliado JoF. Montesinos,
quien la introdujo en el arte de la lectura cuidadosa. En 1949, tras obtener en
Berkeley el título de Master of Arts, regresó a México para integrarse como
investigadora y laborar junto a los primeros becarios de El Colegio de
México, institución creada a partir del proyecto de Daniel Cosío Villegas y
Alfonso Reyes para dar acogida a los republicanos españoles exiliados. En
1945, la crisis universitaria argentina desencadenada por el gobierno peronista
llevó a Reyes a acelerar la decisión de crear en El Colegio un Centro de
Estudios Filológicos (CEF) donde se pudiera recibir a los filólogos argentinos
necesitados de trabajo. Inicialmente se había pensado en Pedro Henríquez
Ureña para dirigir este centro, pero la súbita muerte del dominicano
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imposibilitó el proyecto. Después se pensó en Amado Alonso, a quien se le
propuso trasladar a El Colegio las tareas y la revista del Instituto de Filología
de Buenos Aires. Como Alonso ya había encontrado refugio en Harvard, éste
propuso a su colaborador más cercano en el Instituto de Filología, Raimundo
Lida, quien llegó a México a mediados de 1947 y comenla planeación de
la Nueva Revista de Filología Hispánica (NRFH), sucesora de la Revista de Filología
Hispánica dirigida en Argentina por Alonso.
A partir de 1948, el Centro de Estudios Filológicos comenzó a recibir
becarios que se formarían como críticos literarios tomando cursos básicos en
la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y cursos especializados en El
Colegio de México. Margit se integró a ese equipo de becarios cuando regresó
a México en 1949: allí se reencontró con Ernesto Mejía Sánchez y conoció a
José Durand y a Antonio Alatorre, quien trabajaba estrechamente con Cosío
Villegas desde la fundación del Fondo de Cultura Económica, y que desde
1947 se había vuelto discípulo de Lida.
Margit y los doce becarios cumplieron un ciclo formativo de tres años,
sin exámenes, tesis o títulos profesionales, en una convivencia estrecha y
cordial que alternaba el trabajo en la revista con la presentación de avances
de investigación en seminario y la toma de cursos con profesores invitados,
todo ello con el presupuesto mínimo que la Fundación Rockefeller otorgaría
durante tres años para conseguir el traslado de Lida y el sostenimiento del
CEF. Los recuerdos de los entonces becarios coinciden en que los cursos que
recibían no eran los que más hubieran querido tomar, sino los que se lograba
contratar con aquel presupuesto magro. De todas maneras, Margit recordaba
la profunda impresión que le dejó el curso de latín de Agustín Millares Carlo,
quien les compartió los avances de su gran edición de los Tratados de
Bartolomé de las Casas. Dentro de aquellos cursos también destacó el magno
seminario de Raimundo Lida, quien “en ‘un solo curso’ dado a lo largo de
tres años abarcó temas que van desde la fonética y la fonología, gramática
histórica (morfología y sintaxis), de lingüística general, de filosofía del
lenguaje, hasta el pensamiento de Platón, sobre mester de clerecía y mester
de juglaría, de Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez, etc.”, según los recuerdos
de Antonio Alatorre recogidos por Clara Lida y José Antonio Matesanz.
Margit y Antonio se enamoraron, se casaron y tuvieron tres hijos. Tras
el final del ciclo formativo de tres años, fueron las únicas personas del grupo
original que continuaron ligadas a El Colegio de México, y desarrollaron allí
sus investigaciones a pesar de las condiciones económicas cada vez más
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estrechas, que obligaron a suspender la impartición de cursos a partir de 1951.
Margit y Antonio se sostuvieron gracias a su actividad como profesores,
traductores y correctores. Entre los libros traducidos por Margit están
Cervantes y Avellaneda (1951) y La Celestina: arte y estructura (1974) de Stephen
Gilman, El gusto literario (1950) de L. Levin Schücking y La poesía (1951) de
Johannes Pfeiffer, con una traducción que es, más bien, reinvención del libro,
pues ella ade en corchetes ejemplos y explicaciones que reconstruyen el
análisis de Pfeiffer a partir de ejemplos de la poesía en lengua española.
Además colaboró con Antonio en la traduccn de El lenguaje (1958) de
Edward Sapir, Consecuencias de la expansión europea para los pueblos de Ultramar
(1966) de Rüdiger Schott, y el monumental Literatura europea y Edad media
latina (1955) de E. R. Curtius: Margit tradujo el texto de Curtius del alemán,
mientras que Antonio hizo un cuidadoso trabajo con las cientos de citas de
poesía griega y latina, traduciendo directamente de ellas con una variedad de
métodos dependiendo del tipo de comentario hecho por Curtius, o eligiendo
para cada texto las mejores traducciones intentadas en lengua española desde
el siglo XVI hasta el presente, con lo que el libro puede leerse como una
antología de los traductores de poesía clásica en lengua española.
En noviembre de 1950, Margit y Antonio se fueron a Europa para
continuar su formación con el apoyo de una beca ofrecida por El Colegio.
Vivieron en París y Madrid entre 1951 y 1952, y en la primera de estas
ciudades tuvieron la oportunidad de tomar clases en el Collège de France con
Marcel Bataillon y Fernand Braudel. La estancia en Madrid le permitió a
Margit trabar amistad cercana con el bibliófilo Antonio Rodríguez-Moñino e
iniciar el trabajo de archivo que la llevaría a recuperar los innumerables
pliegos sueltos que darían origen, décadas después, al monumental Corpus de
la antigua lírica popular hispánica (1987), reeditado en 2003 como Nuevo corpus de
la antigua lírica popular hispánica. Al reunir y organizar por primera vez la
mayoría de los testimonios poéticos de la lírica popular de la Edad Media y
el Renacimiento, Margit permitió la emergencia de un continente
desconocido, con coherencia propia, dotado de una temática y de un
conjunto de dinámicas particulares. La emergencia de este continente
también permitió observar la permanencia de las dinámicas de creación
popular a lo largo de los siglos en España, Arica Latina y los países que
recibieron a migrantes de lengua española.
Margit fue enfática desde el principio en que prefería hablar de antigua
lírica “hispánica” y no “española” porque ella le pertenecía a valencianos,
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portugueses, gallegos y catalanes lo mismo que a castellanos, y que hablaba
de lírica “popular” y no “tradicional” (a pesar de las recomendaciones de
Menéndez Pidal) porque le parecía fundamental expresar que dicha poesía
había surgido y se había desarrollado entre el pueblo. En las reflexiones
teóricas y metodológicas escritas por Margit a lo largo de su carrera,
parcialmente recogidas en su prólogo a los Estudios sobre lírica medieval (2014)
de Ramón Menéndez Pidal, Margit hace explícita las razones que la llevaron
a tomar estas decisiones, y aprovecha para mostrar sus desacuerdos con el
método de investigación del maestro, que se vinculan en parte con el
nacionalismo metodológico que convirtió al hispanismo en una máquina de
producción de textos que justificaban el papel rector de Castilla sobre las
culturas de España e Hispanoamérica.
Margit y Antonio se vieron obligados a volver a México hacia agosto
de 1952, cuando recibieron una carta de Lida en que les informaba que era
urgente su regreso, pues él iba a dejar El Colegio para tomar el puesto que el
recientemente fallecido Amado Alonso había dejado en la Universidad de
Harvard. Antonio tomó la coordinación de la NRFH y del CEF. A mediados
de 1958 se presentó la oportunidad de volver a establecer cursos regulares y
becas para estudiantes. Margit se encargó de dar el seminario de investigación
en literatura, único de los tres cursos abiertos en aquella ocasión que despertó
auténtica pasión entre los estudiantes. Propuso que el tema del seminario
fuera investigar la lírica popular que se cantaba actualmente en México. Los
alumnos de Margit dieron pie a un grupo de investigación. Entre las personas
formadas en aquel grupo estuvieron la estudiosa del romancero Mercedes
Díaz Roig y María Teresa Miaja de la Peña, investigadora de la obra de
Reinaldo Arenas, recopiladora de adivinanzas y acertijos y coautora, junto a
Díaz Roig, de la antología de lírica infantil mexicana Naranja dulce, limón
partido.
En las siguientes cadas, los participantes de este grupo viajaron por
el país recogiendo coplas y conversando con la gente, e integraron un
proyecto único en su tipo en América Latina por la profundidad de su
experiencia de campo, la radicalidad en asumir la autoría colectiva, la amplitud
en el tipo de fuentes consultadas y la rigurosidad en el recogimiento de
variantes. Como fruto de esta experiencia colectiva aparecieron, entre 1975 y
1985, los cinco volúmenes del Cancionero folklórico de México, cuyo mayor honor
es, hasta hoy, el cariño con que sigue siendo utilizado por los músicos e
improvisadores de pueblos de todo el país.
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Margit Frenk participó en el Movimiento del 68 junto a Lorenzo Meyer,
Sergio Aguayo, Julio Boltvinik y otros profesores y estudiantes de El Colegio.
Fue parte de la asamblea que votó ir a huelga el 19 de agosto de ese o, y
junto a sus compañeros presionó infructuosamente para obligar a la
institución a manifestar su apoyo a las demandas del movimiento. Como
resultado de este compromiso, El Colegio sufrió un ataque con ametralladora
el 20 de septiembre del mismo año y los miembros del movimiento
comenzaron a sufrir presiones por parte de Víctor Urquidi, director de la
institución. Dichas presiones no lograron amedrentar a Margit, y la
participación de ella y sus amigos en el Movimiento del 68 radicalizó las
opciones vitales y políticas de todos ellos, y motivó la elección de sus temas
de investigación durante el resto de sus vidas. De la misma época es la
participación de Margit en el grupo de intelectuales que ayudaron a Arnaldo
Orfila tras su salida forzosa del Fondo de Cultura Económica. Dicho grupo
propuso a Orfila la creación de una editorial sostenida colectivamente. La
editorial tomó el nombre de Siglo XXI y fue fundada el 18 de noviembre de
1965.
También fue en aquella época cuando Margit comenzó a trabajar como
profesora de asignatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM:
entre 1966 y 1980, y entre 1986 y 1995, Margit asistió a las aulas de la
universidad de masas más importante del país para ofrecer sus clases a
jóvenes de los más variados estratos sociales. Ese trabajo invisible fue
fundamental en el despertar de innumerables vocaciones. Allí la encontraron
jóvenes como Raúl Eduardo González, cuya tesis de licenciatura La seguidilla
folclórica de México se convertiría en un importante libro y el inicio de un
proyecto de acompañamiento entre los músicos populares del país, y Mariana
Masera, cuya tesis La voz femenina en la antigua lírica popular hispánica sería el
primer borrador de su libro “Que non dormiré sola, non”. La voz femenina en la
lírica popular hispánica y daría pie a una fructífera carrera en la investigación de
la lírica popular. Junto a Alan Deyermond, Mariana fundó en 1996 el
congreso Lyra Minima, fuente de un movimiento mundial en el estudio de
las formas breves de la lírica popular. Mariana además fundó el Laboratorio
de Culturas e Impresos Populares Iberoamericanos, espacio dedicado al
estudio multidisciplinario de los discursos impresos en formatos de gran
difusión y a las manifestaciones asociadas con ellos (sonoridad, memoria,
gestos, corporalidad, devociones, expresiones musicales, etc.). Dicho
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laboratorio alberga el repositorio digital de impresos populares más
importante de América Latina.
En los años en que era profesora de Filosofía y Letras, Margit escrib
su primer ensayo largo sobre las características de la tradición popular de la
Edad Media y el Renacimiento. El ensayo se llamó Entre folklore y literatura, y
aunque se escribiera en 1963 se entregó a la imprenta apenas en 1970 y fue
publicado hasta 1972. El ensayo de Margit defendió de forma pionera la
autenticidad folklórica de los cantares resguardados de forma impresa,
mostró la importancia de la temática amorosa y de la voz femenina, recogió
las intuiciones de Pedro Henríquez Ureña sobre la versificación rítmica y
desplegó el rico universo simbólico que daba a dicha poesía características
diferenciadas respecto de la poesía letrada de la época. El compañero de este
ensayo fue la antología Lírica hispánica de tipo popular, publicada por la UNAM
en 1966 y reimpresa abundantemente por Editorial Cátedra, editorial que le
dio al libro un título más nacionalista (Lírica española de tipo popular) y supo
aprovechar que el libro de Margit fuera adoptado como lectura básica en las
escuelas secundarias de toda España. Margit siguió trabajando a lo largo de
toda su vida en este tema, quizá el más querido por ella, y reunió sus ensayos
más importantes sobre el mismo en el volumen Poesía popular hispánica: 44
estudios (2006).
En 1963 el CEF se reorganizó como Centro de Estudios Lingüísticos
y Literarios (CELL). Se le otorgó presupuesto y se le encargó la organización
del que se volvería el primer programa de doctorado de El Colegio. Margit
decidió entrar al doctorado como estudiante. Obtuvo el título de doctora en
1972 con una tesis publicada en formato de libro en 1975 con el título Las
jarchas mozárabes y los comienzos de la lírica románica. Este libro no sólo se
convirtió en parteaguas, siendo hasta hoy uno de los estudios fundamentales
sobre el tema, sino que también posicionó definitivamente una comprensión
de los orígenes de la poesía románica como un fenómeno intrínsecamente
multilingüe y transcultural.
En el año de obtención de su grado, Margit finalmente asumió el cargo
de coordinadora del CELL (1972-1978), ayudando decisivamente a la
consolidación de su programa de doctorado. Desde 1970 Margit había
comenzado en El Colegio de México uno de los primeros círculos de lectura
de teoría literaria que hubo en medios académicos del país, y las labores de
dicho grupo fueron fundamentales para que el conservador medio académico
mexicano se enfrentara a su miedo a la teoría y al pensamiento filosófico. Así
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dio inicio a la apertura de la filología mexicana a las aportaciones de la
narratología, la semiótica y el pensamiento francés, que hasta entonces sólo
se estudiaba en círculos de creadores inquietos.
Durante esa misma época Margit fue parte del equipo que escribió la
generación de 1972 de los libros de texto gratuitos de las materias de Español
que se usaron en la enseñanza básica de todo el país. Las selecciones de poesía
hechas por Margit y el resto de ese equipo han pasado la prueba del tiempo,
y fueron reutilizadas en generaciones sucesivas de libros de texto hacia fechas
muy recientes. Ellas combinan la poesía del Siglo de Oro con literatura
entonces muy reciente de México y América Latina, así como con coplas y
adivinanzas de distintos lugares del país, y acompañan dichos textos con
ejercicios divertidos e interesantes.
Margit y Antonio se divorciaron en 1975, después de que éste asumiera
su identidad homosexual. Tras esta experiencia ella decidió irse de México
por un tiempo: dejó El Colegio de México en 1980 y aceptó un puesto como
profesora en la Universidad de California, en San Diego, donde sigu
preparando su Corpus, avanzó en una investigación sobre la literatura
novohispana que había iniciado en 1978 y cultivó una estrecha relación con
Michel de Certeau. Fruto de su indagación en la literatura novohispana fue
su edición crítica de las Comedias de Juan Ruiz de Alarcón, a petición de Ángel
Rama, que se publicó en 1983 en la Biblioteca Ayacucho con un extenso
estudio preliminar que desmonta sistemáticamente las interpretaciones
nacionalistas intentadas por Castro Leal y Jiménez Rueda para afirmar la
“mexicanidad” del dramaturgo novohispano.
En 1980, año de su salida del país, leyó en voz alta el primer resultado
de una investigación que la ocuparía diecisiete años más: el de la historia de
la lectura en la época de Cervantes. Margit tenía la intuición de que dicho
tema era fundamental si quería comprenderse la manera en que el “vulgo”,
siempre tan despreciado, se había vuelto capaz de apropiarse de los legados
textuales letrados, con sus referencias mitológicas, sus conceptos y figuras
retóricas. Los trabajos elaborados por ella sobre este tema dieron origen a
Entre la voz y el silencio. La lectura en tiempos de Cervantes de 1997, ensayo literario
que sienta las bases para una lectura del Renacimiento y el Barroco en clave
plebeya. El libro recoge y reelabora los textos más importantes elaborados
por Margit sobre este tema y nació a partir de una sugerencia de Enrique
Flores y Carlos Monsiváis.
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Margit no quiso estar fuera de México por mucho tiempo y aceptó la
invitación de regresar al país para dirigir, a partir de 1985, el recientemente
creado Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones
Filológicas de la UNAM. Allí insistió en la organización del primer seminario
interno para que los investigadores discutieran su trabajo y fundó la Revista de
Literatura Mexicana, que dirigió de 1990 a 1995. Esa primera época de esta
revista ha sido historiada por Edith Negrín, y se distinguió por la creatividad
con que combinaba la investigación académica con la participación de
artistas, ensayistas y pensadores, la experimentación teórica y de formas de
escritura, el acento en la dimensión política de los textos y el deseo de abrir
la filología mexicana a los experimentos más interesantes del pensamiento
mundial, sobre todo en relación a las corrientes traídas por los críticos
rioplatenses que habían llegado exiliados a xico. Margit fue una de las
pocas personas del medio filológico mexicano que recibió con alegría las
aportaciones de dichos críticos, que establecieron importantes centros de
reflexión intelectual en Puebla y Xalapa, pero enfrentaron el desdén
generalizado de buena parte de la crítica académica, no así del pensamiento
de los jóvenes de izquierda que elaboraban su obra en suplementos literarios.
En las páginas de la Revista de Literatura Mexicana dirigida por Margit se
publicaron textos pioneros de Martin Lienhard, Jorge Ruffinelli, Carlos
Monsiváis, Hugo J. Verani, Graziella Pogolotti, Linda Egan, Edith Negrín,
Noé Jitrik, Efraín Kristal, Liliana Weinberg, Evodio Escalante, Mercedes
Díaz Roig, Guillermo Sheridan, Fabienne Bradu, Tatiana Bubnova, Enrique
Flores y Aralia López González, entre muchos otros. De esta época es su
edición crítica de los Villancicos, romances, ensaladas y otras canciones devotas (1989)
de Fernán González de Eslava, con la que Margit continuó su indagación
sobre la literatura novohispana.
En 1993 Margit ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua (AML).
Su discurso de ingreso, Charla de pájaros o las aves en la poesía folklórica mexicana
(1994), es un homenaje a Las aves en la poesía castellana, discurso de ingreso del
crítico y poeta homosexual Salvador Novo a la misma institución. La llegada
de Margit a la AML ocupa un lugar importante en la historia de la apertura
de esa institución a las aportaciones de las mujeres, al reconocimiento de la
diversidad cultural del país y a la valoración de las literaturas y culturas no
hegemónicas, aspectos en los que fue precedida por las aportaciones de
académicos como Carlos Montemayor, y seguida por las de Margo Glantz,
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Patrick Johansson, Natalio Hernández, Eduardo Matos Moctezuma, Juan
Gregorio Regino y Fernando Nava, entre otros.
Tras su salida del Instituto de Investigaciones Filológicas, Margit
ingresó como profesora de tiempo completo en el Posgrado en Letras de la
Facultad de Filosofía y Letras. Allí sostuvo hasta 2018 un seminario
permanente al que asistían lo mismo estudiantes de posgrado que jóvenes
autodidactas, creadores escénicos, músicos, amas de casa e investigadores
consagrados, se entendía sobre todo como un espacio para la lectura en voz
alta y el comentario compartido de las experiencias de lectura, y que a lo largo
de las siguientes cadas pasaría por el comentario de la lírica popular de la
Edad Media y el Renacimiento, el teatro del Siglo de Oro y las Novelas
ejemplares de Cervantes, antes de convertirse definitivamente en un espacio
para la lectura en voz alta de las dos partes del Quijote. Fruto de sus reflexiones
en dicho espacio fue la publicación de sus Cuatro ensayos sobre el Quijote (2014),
reeditado en versión ampliada en el volumen Don Quijote ¿muere cuerdo? Y otras
cuestiones cervantinas (2015). Aquella fue la época en que donde yo la descubrí:
comencé a asistir como oyente a su seminario en 2006 y conocí a personas
que la acompañaban desde hacía años. Y me volví una de ellas.
Además de ser una extraordinaria investigadora, Margit ha sido una
profesora fuera de lo común por su generosidad, su sentido del humor y su
capacidad de escucha. Las personas que hemos pasado como oyentes por sus
cursos somos innumerables. Todos hemos aprendido de su humildad en el
momento de escuchar, de su capacidad de reconocer el valor de la palabra
ajena y de su ironía antisolemne y antiautoritaria. Con el mismo desparpajo,
muchos la hemos acompañado a tomar clases como oyente con amigos y
colegas, y aún recuerdo su alegría cuando, casi con noventa años, se puso a
leer por primera vez a Proust, Lacan y Dostoievsky. Tenía esa forma de elevar
a los demás concediendo su atención y respeto y obligando a que cada quien
tomara en serio sus intuiciones: recuerdo cómo, siendo aún adolescente,
comencé a dar clases en la sala de mi casa porque estaba desempleado y
necesitábamos dinero. Siguiendo el consejo de Margit, preparé un curso
sobre un tema que me gustaba mucho: la poética de la Biblia judía. Ella fue
la primera persona en inscribirse. Desps de leer el programa, me dijo que
no podía creer que había pasado toda su vida sin haber aprendido de ese
tema. Por aquellos entonces su maculopatía había avanzado y tenía
problemas para leer, así que transcribí pacientemente cada pasaje del Tanaj
para que ella pudiera preparar sus clases. Siempre fue mi alumna más
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entusiasta. Así me obligó a tomar en serio mi vocación docente. El regalo de
su presencia cambió mi vida y me comprometió a escuchar a mis alumnos
con el mismo cuidado con que yo había sido escuchado.
También recuerdo cómo en aquellas épocas pedía que los trabajos
finales de sus estudiantes se entregaran en dos juegos y con letra enorme para
que yo se los leyera en voz alta mientras ella trataba de seguir mi lectura con
su ejemplar. Con ella aprendí que un trabajo estudiantil debe leerse con el
mismo cuidado que un poema del Siglo de Oro, y aprendí el cuidado y la
lentitud necesarios para honrar el mundo que nace en una buena elección
léxica, una cadencia sonora o un signo de puntuación. Pasamos largas tardes
leyendo una frase y descansando para comentar en voz alta lo que alse había
dicho, en un ejercicio que luego era repetido con cada uno de los autores de
esos trabajos. Las promesas de cada texto debían ser honradas y valoradas,
sin importar si su autor era un oyente, un autodidacta curioso, un estudiante
de posgrado o un investigador. Era el mismo respeto y la misma exigencia
que, en sus trabajos académicos, Margit había puesto en el “pueblo” como
sujeto político y constructor de literatura. De esa misma manera leímos cada
día el periódico, comentamos programas de radio y manifiestos de
organizaciones de derechos humanos y recogimos cosas escuchadas en la
calle durante marchas y manifestaciones. Para mí, ésa era la forma en que
Margit entendía el socialismo y la izquierda. Ella rehuía palabras gigantescas
como ésas y prefería decir que, simplemente, confiaba en las capacidades de
la gente.
Margit ha tenido la vocación de acompañar a innumerables jóvenes en
el descubrimiento de su talento. Ésa es la razón por la que esta semblanza es
también una biografía colectiva: su obra invisible está dispersa en las
conversaciones, proyectos y espacios en que ayudó a que personas disímiles
comenzaran a escuchar su propia voz. En 2001, rodeada de un grupo de
jóvenes, lanzó el proyecto de la Revista de Literaturas Populares, que se sostuvo
20 años y publiun total de 37 números. Entre sus impulsores estuvieron
Martha Bremauntz, Cecilia López Ridaura, Claudia Carranza, Santiago
Cortés, Berenice Granados, Leonor Fernández Guillermo, José Manuel
Mateo, Edith Negrín, Valentina Quaresma, Araceli Campos, Magdalena
Altamirano, Félix Lerma, Rosa Virginia Sánchez, Elizabeth Corral Peña,
María Teresa Miaja de la Peña, Enrique Flores, Raúl Eduardo González y
Mariana Masera. Esos “jóvenes” hoy están entre los 30 y los 80 años. Para
ella, eran todos jóvenes (recuerdo cómo me dijo, en una conversación de esa
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época, que Fulana de Tal no tenía motivos de estar triste, estaba en la flor
de su juventud, ¡tenía apenas 70 años!... Podía hacer de su vida lo que
quisiera).
Como había ocurrido antes en todas las revistas en las que se involucró
Margit, la Revista de Literaturas Populares se caracterizó por la vastedad de sus
intereses, por su inquietud teórica y metodológica y por el deseo de combinar
textos académicos con obras ensayísticas y el rescate y edición crítica de
obras. La Revista de Literaturas Populares se convirtió en una ventana
privilegiada para la apertura de la filología a la investigación antropológica, el
diálogo con creadores en espacios orales, el trabajo con las múltiples lenguas
y expresiones culturales de México y la puesta en diálogo entre los saberes
letrados, los medios masivos y la cultura popular. En ella emergió una nueva
generación de críticos que ha sabido combinar la investigación con la
creación, la edición de libros objeto y el trabajo en comunidad; que asume su
oficio con una vocación abiertamente intercultural y que llevó a la creación
de espacios únicos en México como la Escuela Nacional de Estudios
Superiores de Morelia, su Licenciatura en Literatura Intercultural y su
Laboratorio Nacional de Materiales Orales, sedes todas ellas del encuentro
cotidiano entre filólogos, raperos, repentistas, contadores de historias y
artistas del performance. El grupo que sostiene estos espacios ha impulsado
la creación del Premio Margit Frenk, dedicado a reconocer las investigaciones
sobre tradiciones poéticas y formas mínimas de la lírica popular.
En 2022, gracias a los esfuerzos de un conjunto de amigos y amigas, la
Academia Mexicana de la Lengua publicó un último libro, en el que Margit
trabajaba desde hacía más de 20 años. Margit habría querido seguir
revisándolo, pero lo que se publicó tiene un enorme valor. Se trata de su
edición crítica del Cancionero poético de Gaspar Fernández (1566-1629),
maestro de capilla en las Catedrales de Puebla y Guatemala. El volumen
ofrece una ventana única al mundo de la poesía americana del siglo XVII y
es la realización de un anhelo que su autora compartió con muchos
compañeros de ruta (entre ellos, el músico Aurelio Tello, quien publicó una
edición parcial de las partituras del cancionero, y el historiador guatemalteco
Omar Morales Abril, con quien en algún momento soñó con realizar la
edición de este libro). La cuidadosa identificación de las fuentes poéticas del
cancionero permitió que Margit mostrara el grado de conocimiento que los
músicos novohispanos tenían de la poesía más moderna de España. Su
cuidadosa lectura de los poemas musicalizados permitió que ella
Mondragón, “Margit Frenk Nueva Revista de Literaturas Populares
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reconstruyera una poética de la fiesta, en búsqueda constante de lo nuevo y
lo sorprendente, formas métricas que privilegian la teatralidad (a partir de la
construcción de personajes y el uso de diálogos y preguntas), referentes que
cruzan lenguas y culturas y un diálogo constante con la tradición popular.
El tratamiento de los poemas es una declaratoria de las posibilidades de
una edición crítica: reconstruye textos dañados en el manuscrito, confronta
variantes entre las versiones de los poemas en el Cancionero y las recogidas en
otros manuscritos, aclara el léxico, identifica correspondencias y analogías y
recoge ediciones e interpretaciones musicales modernas. El libro va
acompañado de una discografía y es un testimonio de las muchas formas en
que puede ejercitarse la lectura cuidadosa. Su manera de entender la literatura
privilegia el diálogo intercultural; su manera de leer pone el acento
constantemente en la mezcla entre lo culto y lo popular, pero también en la
capacidad de apropiación de los legados letrados por parte de sujetos en
situación periférica. Al tiempo, es un libro con sugerentes intuiciones sobre
el inicio de la poesía novomundana y un recordatorio de que los mejores
frutos del espíritu humano tardan décadas en madurar: para alcanzar su mejor
forma, deben ser cuidados a lo largo de los años, alimentados por el
encuentro cotidiano con estudiantes, colegas y amigos, y por ello requieren
paciencia y fidelidad.
Esa manera de confiar en los demás y unx mismo es la parte más difícil
de explicar del legado de Margit Frenk, pero es la que yo estimo como más
importante. Aún hoy, décadas después, regreso cada día a mis recuerdos para
tratar de imitar ese gesto que da sentido a las prácticas de la lectura y la
escucha que usualmente relacionamos con la filología, pero que también
participan del misterio de lo vivo.