Repetto,La comuna mexicana…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 1 / Noviembre 2023 / pp. 232-238 232 ISSN 3008-7619
SOBRE
LA COMUNA MEXICANA
BRUNO BOSTEELS
Akal, 2022
por
Ignacio Repetto
Universidad de Buenos Aires
Licenciado en Letras (UBA). Fue becario UBACyT del proyecto “Archivo y diagrama de lo viviente
(siglo XX)” y actualmente se desempeña como investigador alumno de la Cátedra Libre de Estudios Filológicos
Latinoamericanos “Pedro Henríquez Ureña” y como becario del Centro Interuniversitario Nacional.
Contacto: ignaciolrepetto@gmail.com
ORCID: 0000-0003-2480-5519
DOI: 10.5281/zenodo.10144375
RESEÑAS
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El autor de La comuna mexicana no acude a los trabajos de Foucault ni a las
conceptualizaciones de Derrida, y es posible que la palabra “archivo” se
encuentre mencionada contadas veces a lo largo del libro, pero, sin embargo,
no resulta arriesgado decir que su intervención propone una lectura de corte
arqueológico sobre dos series de archivos que pretende intersectar. La
primera, minada de vacíos, corresponde a los archivos de los alzamientos
populares en México, que atraviesan la historia del territorio, en cuyo
recorrido se enlazan los levantamientos indígenas durante la conquista, la
Revolución mexicana y las protestas ciudadanas vividas en los primeros años
de la década del 2000; la segunda, apenas menos extensa, concierne al vasto
acervo de publicaciones, escritos, cartas y apuntes reunidos bajo la firma de
Marx, y al largo desfile de personas que lo estudiaron y editaron, tanto en
Europa como en América Latina.
A contrapelo de la ratio archivística que instituye jerarquías e impone
clasificaciones de sentidos, Bruno Bosteels interroga ambos ordenamientos a
partir del concepto de “comuna”, de modo que se acerca a la perspectiva que
Andrés Maximiliano Tello ha llamado “anarchivista”. Según el filósofo
chileno, precisamente, las experiencias comuneras y, en particular, la de la
comuna de Oaxaca creada en el 2006, comparten el mismo horizonte y
resultan paradigmáticas de los nuevos movimientos políticos que
interrumpen la máquina social del archivo estatal:
Los ensamblajes anarchivistas tienden hacia una organización que no
jerarquiza los órganos del cuerpo, es decir, que no reproduce las jerarquías
del orden policial del archivo, desactivando sus tecnologías de clasificación e
identificación. En lugar de esto, los ensamblajes anarchivistas expresan una
potencia creativa de soportes comunes para el auto-gobierno de inscripción
de los afectos, los cuerpos y sus registros, generando simultáneamente nuevos
modos de subjetivación política, tecnologías de re-distribución expansiva y
una gestión colectiva de los recursos (2018: 289).
Esta forma de manifestación política pasó desatendida en los dos libros
anteriores de Bosteels quien protestó la “melancolía” de las izquierdas en La
actualidad del comunismo (2011), y rechazó la sentida “obsolescencia” del
pensamiento de los filósofos de la sospecha en Marx y Freud en América Latina.
Política, psicoanálisis y religión en tiempos de terror (2012). Casi una cada después,
en este nuevo volumen, Bosteels se propone adelantar una historia y una
teoría de las experiencias comuneras que tuvieron lugar en el territorio
mexicano.
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La tesis que guía y orienta la lectura, presentada en el prefacio titulado
“La otra comuna”, es que la tradición de estas revueltas, en gran medida
invisibilizadas y ausentes en las historias de las insurrecciones occidentales de
los sin parte, permite elaborar una reflexión sobre la potencia de lo “común”
y de los “comunes”. De lo que se trata es, justamente, de desplazar la
centralidad de la experiencia de la Comuna de París de 1871, hasta ahora el
acontecimiento comunero por antonomasia, debido a los incansables
exámenes hechos por Marx y sus posteriores exégetas. A partir de una
ambiciosa revisión filológica de las traducciones de la Historia general de las
cosas de la Nueva España de Bernardo de Sahagún y la Breve y sumaria relación de
los señores de la Nueva España del fray Alonso de Zorita, el teórico belga sugiere
que las resistencias indígenas a la conquista de Tenochtitlán en 1521 podrían
pensarse como precursoras insospechadas de su contraparte francesa. Las
expresiones “calpulli” o “calpulco” presentes en ambos textos podrían
interpretarse como “la casa común” o “la casa de la comunidad” y se
referirían a formas de organización social, fundadas en un manejo colectivo
de la tierra y de los recursos que ya se encontraban en erosión.
Inversamente, Bosteels pretende desobstruir la lectura de episodios
comuneros europeos y señalar la “simultaneidad de lo no-simultáneo” entre
los acontecimientos. Así sucedió con las Comunidades de Castilla que, desde
la publicación de El manifiesto comunista en 1848, y al menos hasta 1871, fueron
desestimadas por Marx al ser entendidas como antecedente de las
sublevaciones burguesas. Relegado a la transición entre la época medieval y
el período capitalista pues, el concepto de comuna que estancado. La
intención de encontrar una nueva riqueza teórica y práctica a partir de este
choque de tradiciones, sin embargo, no está libre de rechazos, enunciados
desde distintas posiciones y disciplinas, con las que Bosteels dialoga y discute.
Filósofos de cuño marxista como Alain Badiou y Toni Negri se encuentran
reacios a encontrar estrategias políticas creativas en experiencias de
regímenes distantes que mal se conjugan con el estadio tardío del capitalismo
actual; antropólogos como Roger Bartra y Friedrich Katz ponen reparos a la
hora de asociar los calpulli a la teoría marxista. También se incluye en esta
línea Walter Mignolo quien distingue lo comunal como opción decolonial
imposible de reconciliar con el proyecto de las izquierdas europeas.
No obstante esto, lo que se lee en La comuna mexicana es un
compromiso ético y político con el presente. En la introducción, titulada
“Más allá del memorial de agravios”, Bosteels subraya la urgencia de una
reflexión acerca de las experiencias comuneras cuando se detiene a considerar
el contexto político contemporáneo de México, marcado por el autoritarismo
estatal y el crecimiento del crimen organizado. Pesa, sobre todas las cosas, la
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sombra de Ayotzinapa y la desaparición forzada de 43 estudiantes de una
escuela normal rural el 26 y 27 de septiembre de 2014. Este constituye uno
de los hechos más infames del terror vivido en los últimos años, pero pasa a
asimilarse, sin más, a la larga historia de exterminios y derrotas sufridas por
parte de las luchas sociales. En este sentido, aunque contempla la obra de
Cristina Rivera Garza o de David Huerta, que reactivan la memoria del dolor
de quienes han sido asesinados, Bosteels advierte sobre la intensificación de
la victimización y desconfía de sus efectos. El “memorial de agravios”, como
lo entiende el autor, habría comenzado con los icnoccatl, los cantos tristes
aztecas o con los registros de Fray Bartolomé de las Casas, cuyo resultado ha
sido, en cierta medida, paralizante. Apoyándose en las indagaciones de
Wendy Brown, entonces, se cuestiona la potencia emancipadora de las
políticas identitarias que se inscriben en el dolor. Más bien, en este trabajo,
Bosteels apuesta por recoger el “recuerdo de los días de felicidad colectiva
cuya memoria ha sido obliterada bajo el peso del trauma” (104).
El cuerpo del libro se encuentra dividido en dos partes: una histórica,
“La comuna en México”, más extensa, y otra teórica, “México en Marx, Marx
en México”. En los capítulos iniciales del primer segmento, que se titulan
“Razones de un desencuentro” y “La forma política al fin descubierta”,
Bosteels atribuye el desencuentro entre la Revolución mexicana y el
comunismo a un desfasaje tanto cronológico como ideológico. De manera
paradigmática, señala que Villa, al igual que Zapata, ya estaban derrotados
para 1919, año en que se funda el Partido Comunista del país.
Consecuentemente, quienes se dedicaron a estudiar la historia de la
Revolución mexicana no se interesaron por la historia del comunismo en
México y viceversa. En las oportunidades en las que se las abordó a la par, al
contrastarla con el caso de los soviets rusos, la experiencia mexicana fue
interpretada como una versión defectuosa o fallida. Por otra parte, Bosteels
adjudica los motivos del desencuentro ideológico a un enfrentamiento
irresuelto entre el comunismo y el anarquismo y a la adopción de conceptos
y de estrategias de lucha que no se condicen con la singularidad de la realidad
mexicana.
El tercer apartado, “Fragmentos de una historia de la comuna en México”,
traza un recorrido por las experiencias comuneras en el territorio mexicano
que el autor reconstruye prestando atención a acontecimientos que no
necesariamente se pensaron como tales, pero que, de acuerdo con el criterio
poroso que adelanta, merecen ser constelados en el mismo cielo. Ingresan en
esta genealogía la colonia de Topolobampo (1872-1893), dirigida por Albert
K. Owen, la experiencia de Edendale (1914-1916) llevada adelante por los
seguidores de Ricardo Flores Magón al noroeste de Los Ángeles, el Acapulco
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gobernado por Juan Ranulfo Escudero (1919-1923), la Colonia Proletaria
Rubén Jaramillo (1973) y el levantamiento neozapatista en Chiapas (1994).
La recepción de la Comuna de París en los círculos políticos mexicanos entre
los años 1871 y 1877, sin embargo, constituye el primer hito. Ocupa un lugar
central del desarrollo la creación del periódico La Comuna en 1874,
renombrado al poco tiempo como La Comuna Mexicana, órgano que pretendía
hacerse eco de los episodios recientes y expandir su potencia por toda
América. Asimismo, la llamada Comuna de Morelos (1914-1915), organizada
por los zapatistas, inaugura “períodos de latencia” de comunalismo en ese
territorio con sucesivas reactivaciones hasta la década del sesenta. Más
contemporáneamente, incorpora a la mencionada revuelta de Oaxaca (2006),
en la que, por primera vez, sus impulsores autodenominan a su iniciativa
como “comuna”, y el autositio de la municipalidad de Cherán (2011). El
breve capítulo que sigue, titulado “Lecciones desde Lecumberri”, funciona
como una coda del anterior en la que Bosteels propone que el propio Estado
mexicano engendró de manera inintencional una suerte de “metacomuna”.
El Palacio de Lecumberri, la prisión para detenidos políticos que funcionó
hasta 1976 y en la que coincidieron y se asociaron figuras como Adolfo Gilly,
José Revueltas, Gastón García Cantú, junto con una amplia red de activistas,
escritoras y militantes mujeres, habría servido de laboratorio para pensar la
comuna. De hecho, producto de su estadía allí es que Gilly escribe La
revolución interrumpida (1968), obra desde la que Bosteels parte y con la que
dialoga y polemiza a lo largo de su trabajo.
La segunda sección del libro se inicia con el capítulo “Crítica de la
división internacional del trabajo intelectual” en la que el autor propone
regresar a textos menos transitados de Marx, como sus Apuntes etnológicos
(1880-1882), y pensar posibles articulaciones entre la estrategia de la
“comuna” en su acepción moderna y europea con la comunalidad y la
comunidad, formas de organización americanas de tradición indígena. Para
avanzar esta propuesta, Bosteels advierte sobre tres divisiones en el campo
de la investigación y de la producción de conocimiento que identifica como
compartimientos estancos. Así, son puestas en cuestión las relaciones entre
el canon y la marginalia de la producción de Marx, editada en buena medida
por lectores latinoamericanos a partir de los años setenta, las tensiones entre
las reflexión teórica y la investigación empírica, y la falta de valor
epistemológico que se les otorga a espacios no occidentales. Para sortear
estos inconvenientes, Bosteels opera una serie de “cortocircuitos” en la
relación entre el propio Marx y México, e intenta ir más allá de las lecturas
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que se hicieron de los textos marxistas en el país a lo largo del siglo XX,
centrándose en escritos posteriores.
De esto trata el apartado siguiente, “Del New York Daily Tribune a los
Grundrisse”, en el que Bosteels primero se ocupa del Marx que publica
artículos en los diarios neoyorkinos y guarda prejuicios sistemáticos acerca
del pueblo mexicano, en línea con una visión hegeliana de la historia. La
investigación sobre América Latina conduce a Marx a desarrollar conceptos
sobre los modos de producción precapitalistas que, según Bosteels, lo apartan
de la visión evolutiva y teleológica que imponía, como condición necesaria
para alcanzar el comunismo, la modernización y un previo estadio capitalista.
De las anotaciones que realiza en los Grundrisse (1857-1858), ofreciendo un
esquema clasificatorio de los distintos tipos de sociedades entre las cuales
contempla a la azteca y a la incaica, el autor destaca la premisa metodológica
que lo guía. En este sentido, el método material histórico de Marx, que se
sirve de trabajos antropológicos y etnológicos, no solo permite desbaratar la
ilusoria naturalidad del capitalismo, al desplegar la violencia de la acumulación
originaria, sino que además vuelve su atención sobre ese resto de forma de
vida a partir de la cual se podría aún imaginar otro futuro.
El acercamiento a la obra de Marx se desarrolla con toda su potencia
en el último capítulo, “El Marx tardío o la vía mexicana: De los Apuntes
etnológicos a la correspondencia con Vera Zasúlich”. Llegado a este punto,
Bosteels presenta una lectura filológica del original en alemán, y de las
posteriores traducciones de “Formas que preceden a la acumulación
capitalista”, incluido en los Grundrisse, en la que advierte un manejo poco
claro de los términos “comunidad”, “comunalidad” y “ser común” por parte
del filósofo alemán. Para aproximarse a su sentido, Bosteels retoma las
fuentes con las que el propio Marx trabaja casi treinta años más tarde cuando
escribe sus Apuntes etnológicos, en los que se centra en La sociedad primitiva de
Lewis Henry Morgan. Es este libro el que le permite acceder al coautor de El
Manifiesto comunista a datos concretos sobre la organización económica y la
estructura política de la sociedad comunal azteca. A partir de un riguroso y
extraordinario trabajo textual, el autor muestra cómo Marx, por intermedio
de Morgan, se acerca a la conceptualización de la forma del calpulli y a su
modo particular de tenencia y distribución colectiva de la tierra. A su vez, se
subraya cómo toma nota del efecto destructor que produce la consolidación
de un Estado central durante el siglo XIV, en detrimento de la autonomía de
los calpulli. Así también, dado que el mismo proceso significó la exclusión de
las mujeres de las actividades guerreras y, por tanto, de la política, Bosteels
enlaza el surgimiento reciente de propuestas no estado-céntricas elaboradas
desde perspectivas feministas como la que formula Raquel Gutiérrez Aguilar.
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La manera en que estas lecturas llevan a Marx a replantear sus ideas
acerca de la comuna se lee en la respuesta que este le ofrece a la militante
revolucionaria rusa, Vera Ivanova Zasúlich, cuando ella se dirige al filósofo
alemán en relación con el futuro de la comuna agraria rusa en su famosa carta
de 1881. Para sorpresa de Zasúlich, quien esperaba una respuesta acorde con
sus planteos teleológicos de la historia en El Capital, Marx responde
convencido de que la comuna no debe ser eliminada, sino que en realidad
constituye un punto de partida posible. De este modo, Bosteels termina de
presentar su aguda reevaluación del trabajo de Marx, cuyo sentido se nos
revela a partir de una compleja trama de materiales heterogéneos. A su vez,
en el epílogo que resume este extraordinario trabajo, se resalta la actualidad
de la comuna como estrategia de lucha social contemporánea y enseña la
compleja y olvidada historia en la cual abreva. A diferencia de quienes opinan
que experiencias pasadas quedaron “interrumpidas” o “incompletas” por no
alcanzar una dimensión nacional, el teórico belga considera que los
experimentos más recientes carecen de esa pretensión: Ya no se trata
entonces de «estatalizar» la comuna, sino de «comunalizar» la potica en
contra o a distancia del Estado” (314).
Para cerrar, este libro articula la historia de las experiencias comuneras
mexicanas con un renovado examen de la teoría marxista elaborado desde
una perspectiva que se sostiene como americana. Mediante el poder
desclasificatorio de la (archi o pos) filología, que suspende los órdenes de las
disciplinas y las gramáticas de los cuerpos, La comuna mexicana constituye una
mesa de trabajo donde se liberan nuevos sentidos en la reunión de tiempos y
espacios antes separados. Al recuperar la forma del calpulli y trazar una
minuciosa genealogía de los levantamientos comunales, Bosteels dispone la
memoria de esos experimentos para enriquecer el imaginario político de
modos de organización antiestatales. A la par, este trabajo polemiza con
quienes, en estos últimos años, han erigido una crítica de los afectos alegres
asociándolos con discursos y técnicas normalizadoras. Lo que en esta
oportunidad se propone, en cambio, es desarchivar esos momentos de
felicidad colectiva, de juego, de creatividad, para que se nos contagie el
entusiasmo.
Bibliografía
TELLO, ANDRÉS MAXIMILIANO. Anarchivismo. Tecnologías políticas del archivo. Adrogué:
La Cebra, 2018.