Carballar, “La palabra en el cuerpo…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 1 / Noviembre 2023 / pp. 244-247 244 ISSN 3008-7619
SOBRE
LA PALABRA EN EL CUERPO. 5000
DISPAROS
MARTÍN ALEJANDRO BIAGGINI
Walden Editora, 2022
por
Diego Carballar
Universidad de Buenos Aires Universidad Nacional de Tres de Febrero
Licenciado en Letras (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, UBA), escritor,
poeta y docente en la Maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos (UNTREF) y en la Universidad
Pedagógica Nacional. Participa de proyectos de investigación en la UBA y la UNTREF.
Contacto: diegocarballar@gmail.com
ORCID: 0000-0002-4406-6496
DOI: 10.5281/zenodo.10144315
RESEÑAS
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Número 1 / Noviembre 2023 / pp. 244-247 245 ISSN 3008-7619
Es difícil imaginar hoy un género moderno y popular en el que la voz juegue
un papel tan destacado como en el hip-hop. Todo cae en ella y todo es
reclamado por ella. Lo hace desde uno de los conceptos más importantes del
estilo: el flow, soporte y “porta-voz”, que define a quien empuña el micrófono.
El Hip-Hop es trans-genérico, porque si bien la voz y su encarnadura prosódica
–los MC’s, son pura garganta emitiendo como antenas parlantes en el furor
de sus escuchas se destacan, la voz tiene que estar encarnizada: necesita de la
imagen para ser en el mundo y debe estar situada en una escena (que incluye
la manera de caminar, de hablar, de vestirse, de comunicarse, una suerte de
“vivir juntos”). Como todo género popular, el hip-hop tiene sus reglas, sus
desvíos, sus calles más o menos ntricas y sus baldíos. El beat, la base,
métrica y rigurosa, proviene de máquinas apropiadas por los primeros
cultores de esta música. Es conocida la anécdota de los primeros DJ’s usando
los discos de Kraftwerk grupo de una estética, en principio, alejada del ardor
y la improvisación hip-hoperos para usar de base en las jams callejeras de las
ciudades post-industriales de la costa este norteamericana. La máquina brinda
la métrica, el pulso: es como Apolo que impuso su metro a las ninfas
risueñas, atrevidas y díscolas para la poesía; los rapers, a través del flow,
liberarán la prosodia de esa métrica, como artistas performáticos, en tensión
con la acentuación implacable del beat.
Es tan fuerte la asociacn entre el hip-hop y la voz que la palabra se
escribe, no podría ser de otra manera, en el cuerpo. Asociado a la
improvisación, cada artista de hip-hop es un pliegue sobre la respiración, la
pausa, el ataque, dice al decir. Tomar aquellas grabaciones de la Düsseldorf
transatlántica habla también del aspecto mundial del hip-hop, que, a su vez,
se relaciona con un espacio marginal de América: Jamaica y sus productores
musicales, en un cruce de lecturas heréticas de géneros musicales y textos
sagrados. Toda escuela es heterodoxa.
A riesgo de ser anacrónico de toda anacronía (pero imaginemos que
estamos “recortando y pegando”), cito aquí a Daniel Link (2015), quien cita
a Amado Alonso, cuando en Poesía y estilo en Pablo Neruda escribe:
Las palabras, además de ser unidades de sentido, tienen un peso somático,
requieren una representación sensible de ellas mismas, con su propio sonar,
y sobre todo, con la obligada actividad orgánica para producirlas. No hablo
aquí de la actividad de la mano al escribirlas, me refiero a la actividad de
nuestro organismo entero al hablarlas, y en especial a la acción de los
órganos articuladores, que, aun en la representación silenciosa de la palabra
viva, esquematizan el trabajo productor. Al pensar una frase, nuestro
organismo hace las palabras: la lengua no recorre físicamente todos sus
caminos, pero ahí está dibujado el trayecto en un embrión de movimiento;
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los labios apenas se mueven o no se mueven nada, pero los labios son
sensibles al movimiento que se les exige, el soplo no sale con las crestas y
llanos de intensidad que llamamos sílabas acentuadas o inacentuadas, pero
el pecho, la garganta y la boca sienten en fisiológicamente esas
alternancias. Todo esto es materia; mínima materia en los versos que el poeta
piensa silenciosamente al escribir su poema, mucho menos materia que en
la recitación efectiva (Link, 2015: 152).
Esta hipótesis sotica sobre la creación lírica, de la imaginación hacia los
órganos articuladores, podría ser una descripción de la velocísima creación
de la rima, del acuerdo entre el flow de quien canta y el ritmo. Como dijo el
poeta Diego Maquieira: aquí no hay un hablante lírico, hay un parlante loco. En el
cuerpo se articula la materia lírica.
El hip-hop es, entonces, palabras y cuerpos: voces. El libro de Martín
Biaggini registra los cuerpos del “hip hop de barrio”, los retrata como pasos
de vida (y “pasos de muerte”) con el instante efímero el disparo de la luz
fotográfica. Para leer el hip-hop necesitamos leer los gestos, las voces y las
imágenes, y este libro es un archivo de cuerpos, soporte material para una
historia del género.
En aquella primera apropiación del tecno-pop alemán, ya estaba
inscripta la característica de la composición del hip-hop: tomar lo que hay
disponible, traficar, desarmar y armar de nuevo. En el caso del “hip-hop
argentino”, desde lo que se llama, en este libro, la “vieja escuela” (la old school),
la “primera generación”, hasta los “raperos 2.0” (los que crecieron al calor de
las nuevas tecnologías, el abaratamiento de la disponibilidad de elementos de
grabación y promoción) la regla de vida es la misma.
Los espacios que el hip-hop convoca son los públicos. La escena se
monta en donde se vive, pero las resonancias mundiales del hip-hop son
resonancias locales: cada esquina, cada plaza, cada riña está inscripta en un
territorio.
Aquí, en esta región urbana (el barrio, el conurbano), la imagen se
compone con los saberes, temores, creencias de cada voz: voces encarnadas
(“encarnizadas” dijimos). Se muestran con imágenes del Gauchito Gil, la
divisa punzó de la religiosidad popular. Los chicos bailan breakdance en La
Matanza (un baile traído por las lejanas pantallas de TV de los ’80), y cantan
en las terrazas de Fuerte Apache. Las chicas están tatuadas, rapadas, lucen
mallas Adidas, son esbeltas. Llevan cruces, cruces sobre cruces y tatuajes.
Algunos no dudarían en llamar a cualquiera de quienes aparecen en
las fotografías como la figura de un “enemigo público”, trayendo el temor
urbano desde la célebre banda de Chuck D., que se agita detrás de estas
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figuras de manadas: el hip-hop es un asunto de manada, de pandilla, de crew.
Citamos un famoso pasaje sobre la manada:
Las manadas, las bandas, son grupos de tipo rizoma, por oposición al tipo
arborescente que se concentra en órganos de poder. Por eso las bandas en
general, incluso las de bandidaje, o las de mundanidad, son metamorfosis
de una máquina de guerra, que difiere formalmente de cualquier aparato de
Estado, o algo equivalente, que, por el contrario, estructura las sociedades
centralizadas (Deleuze y Guattari, 2002: 365).
El nombre resulta una toma de posición en el mundo; las grafitteras dejan el
suyo por las paredes, en un dibujo abierto y fluido, como en las rimas, donde
aparece y se esconde el nombre de batalla. Hay chicas y chicos bellísimos,
recortados sobre paredes descascaradas, que miran desafiantes a la cámara:
pueden ser soldados o atletas. Todo es frágil, todo está cargado. La juventud,
parece ser así, se paga cara. El logo de Ferrari (más máquinas), perros
guardianes y autos destartalados. Chicos que tienen aún la marca de la
pubertad y aquel tatuaje terrible de la estrella, un pasaporte a la brutalidad.
Pistolas Uzi y manos en actitud de adoración. Hombres de aspecto cansado.
Barrios sobre arroyos contaminados y escaleras en laberintos y pasillos que
se repiten con la obsesión del beat primario. Bolsas de basura, el margen de
todo margen. No las orillas, sino detrás de las orillas, detrás del espacio
urbano también.
Y allí, en esos intersticios de la vida, se pueden ver las relaciones entre
los artistas del hip-hop: las ruinas y las promesas; y las miradas, desafiantes y
receptivas, siempre voluptuosas, que apuntan hacia el objetivo de la cámara.
Bibliografía
DELEUZE, GILLES Y GUATTARI, FÉLIX. Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Trad.
José Vázquez Pérez con la colaboración de Umbelina Larraceleta. Valencia:
Pre Textos, 2002.
LINK, DANIEL. “Leer lo viviente. Roland Barthes y la posfilología”, en Año Barthes.
Buenos Aires, Museo del Libro y de la lengua: 2015.
https://www.academia.edu/13324068/Daniel_Link_Leer_lo_viviente_Rol
and_Barthes_y_la_posfilolog%C3%ADa_