Meccia, “Ante el vórtice…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 2 / Noviembre 2024 / pp. 82-102 82 ISSN 3008-7619
ANTE EL VÓRTICE. EXPLORANDO SIGNIFICADOS
SOCIOLÓGICOS Y USOS POPULARES DE LA
CONECTIVIDAD DIGITAL DE GAYS MAYORES.
BEFORE THE VORTEX. EXPLORING SOCIOLOGICAL
MEANINGS AND POPULAR USES OF OLDER GAY
MEN'S DIGITAL CONNECTIVITY.
Ernesto Meccia
Universidad de Buenos Aires Universidad Nacional del Litoral
Doctor en Ciencias Sociales, Magíster en Investigación en Ciencias Sociales y Licenciado en Sociología por la
Universidad de Buenos Aires. Profesor titular de grado y posgrado en la UBA y la Universidad Nacional del Litoral.
Dicta "Métodos cualitativos de investigación social" y Biograas y sociedad. Metodologías y técnicas de investigación.
Sus principales temas de interés son homosexualidad, discriminación, subjetividad, identidad e interacción social.
Contacto: ernesto.meccia@gmail.com
ORCID: 0009-0005-0873-0344
DOI: 10.5281/zenodo.14068305
DOSSIER
Pueblos digitales
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Número 2 / Noviembre 2024 / pp. 82-102 83 ISSN 3008-7619
Fecha de envío: 09/06/24 Fecha de aceptación: 10/09/24
Gays mayores
Conexión digital
Subjetividad
Aceleración social
Sociabilidad
El artículo se propone analizar la presencia y los usos de la conectividad digital en la vida cotidiana de gays
mayores. El texto se estructura en partes. La primera trata de la llegada de la conectividad interactiva de la
web 2.0. Aquí se reflexiona sobre el significado primario que tuvo la sociabilidad en redes para personas
discriminadas cuyas subjetividades estaban habituadas a la sociabilidad territorial. La segunda parte se ocupa
de los usos que los gays mayores hacen de la conectividad, es decir, de las formas en que paulatinamente
desarrollan otros bitos y descubren nuevas posibilidades de interacción (en sentido amplio) en los espacios
digitales.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
Older gays
Digital connection
Subjectivity
Social acceleration
Sociability.
sense) in digital spaces. In other words, the text adresses the interruption of a habit and its consequences.
ABSTRACT
KEYWORDS
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Número 2 / Noviembre 2024 / pp. 82-102 84 ISSN 3008-7619
1. La propuesta
En este texto me propongo explorar algunos usos y significados de la
conectividad digital para gays mayores,
12
asumiendo que estas personas, en
un contexto de aceleración del tiempo social, debieron enfrentar una
problemática migratoria: desplazarse (con menos o más intensidad) desde la
sociabilidad territorial a la sociabilidad virtual. Por supuesto, se puede señalar
que por la misma situación han pasado sus pares etarios heterosexuales. Sin
embargo, existen algunas particularidades sociohistóricas dentro del mundo
gay que hacen de esta dislocación de la sociabilidad un fenómeno particular.
La llamada brecha digital, que alude mayoritariamente a cuestiones de
localización geográfica, de clase social y edad, encuentra aquí un ejemplo
poco transitado y desafiante para los estudiosos de las Ciencias Sociales ya
que incita a pensar la desigualdad en el acceso a las Tecnologías de la
Información y la Comunicación (TIC) en términos de la edad combinada con
la pertenencia a un grupo social discriminado.
2. Significados sociológicos de la conectividad digital
2.1. Subjetividad, territorio e interacción social
Como han mostrado muchas investigaciones que se preguntaban sobre la
construcción de identidades y comunidades sexuales minoritarias (en tiempos
lejanos de represión abierta, pero tambn más cercanos), el espacio y el
tiempo funcionaban como variables fundamentales que operaban en
conjunto. Acaso el famoso concepto condensante de “cronotopo” de Mijail
Bajtin (1989) pueda ser evocado aquí: era solo de algunos espacios de la
ciudad que brotaba vida gay y eso sucedía (o era posible) solo en algunos
momentos del día. En este plano, la experiencia de un tiempo non sancto
dentro de espacios expresamente acondicionados a tal fin, y donde la
amenaza o el recuerdo de la represión formaban parte del contexto,
1
La Convención de Derechos Humanos de las personas mayores del año 2015 ratificada en Argentina
en el 2017 define a la persona mayor como: “aquella de 60 años o más”, y entiende la vejez “como
construcción social de la última etapa del curso de viday al envejecimiento como un “proceso gradual”.
https://www.argentina.gob.ar/salud
2
En otros escritos (especialmente, Meccia, 2021) suelo llamar a los integrantes de esta generación como
los “últimos homosexuales”.
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representa un contenido vivencial singular de la sociabilidad joven de los gays
que hoy son mayores.
Puede señalarse la clandestinidad y la marginalidad de los antiguos
lugares de encuentro de los gays que hoy son veteranos (los baños públicos,
las plazas, los baldíos). Sin embargo, desde el punto de vista de ellos, los
encuentros representaban mucho más que una posibilidad erótica: eran
también lugares que funcionaban como estímulos cognitivos para pensar que
no estaban solos en el mundo. Si era cierto que aquello de lo que no se
hablaba en gran medida no existía, los gays que se socializaron en la segunda
mitad del siglo XX tuvieron una compensación: las interacciones cara a cara
en esos espacios. Se trataba de comportamientos recíprocamente referidos
que valieron mucho, tanto, como si hubieran sido las palabras que no
tuvieron. Ver en un lugar aquello a lo que se niega espacio en el espacio
mental, ver ahí mismo la postal imposible de encontrar en el álbum familiar
fueron, en perspectiva, posibilidades para localizar su yo en el mundo, que
excedían el sentido sexualizado del uso del lugar.
3
Para un estudioso que asuma que el sentido de mismo no se lo pueden
auto suministrar las personas, sino que es adquirido mediante la interacción
social, una experiencia como la aludida tiene un carácter profundamente
formativo que deja huellas perdurables en la subjetividad. En efecto, los
entornos territoriales dentro de los cuales los cuerpos de los gays
comparecían ante los cuerpos de otros gays (aún sin palabras, aún en la
oscuridad, aún lo a través de lo táctil, aún en el anonimato), funcionaban,
probablemente, como el único medio que les concedía algún grado de
certidumbre sobre quiénes eran por los tiempos en que la demonización de
la homosexualidad hacía que fuera palabra prohibida.
El historiador George Chauncey (2023) suscribe a la conjetura cuando
sostiene que en circunstancias de represión de la homosexualidad lo se
podía tener privacidad en público y que eso, justamente, más que un
obstáculo fue una condición para la creación de un mundo gay en las calles.
Con el paso del tiempo y en consonancia con nuevas configuraciones
políticas, jurídicas y culturales, muchos entornos territoriales dejaron de ser
oscuros y estar al borde de la clandestinidad; aparecieron circuitos gays
visibles en medio de la noche, inclusive institucionalizados, como los pubs y
3
Un extenso desarrollo de estas hipótesis se puede encontrar en Meccia, Ernesto (2021): capítulo 3.
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las discotecas, que se convirtieron en los espacios sucedáneos para la
interacción y el desarrollo de afinidades identitarias.
Quiero decir que, de una u otra forma, cuando fueron jóvenes, los gays
que hoy son mayores fueron “territorialmente dependientes” para hacerse
ver y hacerse valer como gays: todo un modus operandi grupal para la
inteligibilidad personal.
Ciertamente, este modus operandi no se reducía solo a las interacciones
con fines erótico sexuales en los territorios. También, para las generaciones
que nos ocupan, la cuestión interaccional fue necesaria para la adquisición de
esa clase de saberes ad hoc que los grupos impopulares crean para encarar
asuntos derivados de la discriminación. En nuestro caso, saberes que se
desprendían de amargas experiencias vividas, por ejemplo, en la familia y en
el trabajo y, de gran importancia, saberes para encarar los momentos más
difíciles de la crisis del SIDA en los años 90 y otras cuestiones referidas a la
salud sexual en los temibles escenarios médicos.
Si los observamos desde esta perspectiva, también podríamos decir que,
a la vez que “territorialmente dependientes”, estas personas fueron
“interaccionalmente dependientes” para estabilizar significados de mismos.
Esta doble dependencia es central para el desarrollo de nuestro argumento,
ya que muestra una singularidad que no puede extrapolarse a sus coetáneos
heterosexuales e, inclusive, a otros colectivos discriminados.
Si pensamos en los gays nacidos en los años 40, 50 y 60 (en la actualidad,
grosso modo, de 80, 70 y 60 años), no es posible entender la toma de conciencia
de en tanto que gays si no es través del peculiar entrelazamiento entre las
escenas construidas sobre los territorios y los saberes transmitidos durante
interacciones conversacionales entre “compañeros de infortunio” (Goffman,
2006).
Esta conjetura remite a mucho más que a una cuestión genérica de
socialización secundaria o de resocialización cognitiva; antes bien nos habla
de algo existencial, es decir, de la manera particular en que un conjunto de
personas fue arrojado al mundo y pudo, a pesar de todo, ir construyendo su
propio mundo.
Intento describir, como para resumir esta parte, el trabajo cotidiano de
un pueblo invisible (oculto entre y por el pueblo oficial) para hacerse un lugar
habitable bajo el sol y las condiciones de doble dependencia en que lo realizó.
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Por el tiempo en que empezó a popularizarse la conectividad interactiva
(traigamos como referencia 2004, año de aparición de la web 2.0), los gays
nacidos en los os 40, 50 y 60 (en la actualidad, grosso modo, de 80, 70 y 60
años) tenían 60, 50 y 40 años, respectivamente. ¿De qué formas pudieron, 20
años atrás, darle significado a la web con los usos que entonces permitía? ¿De
qué formas podrán significarla hoy, luego de que ésta sumara más
capacidades para la interacción, tantas, que se asemeja a un vórtice a punto
de engullir la vida social? ¿De qué maneras aquel pueblo silencioso y anónimo
sigue (si es que lo hace) construyendo comunidad y/o afinidades identitarias?
¿De qué clase de comunidad se trataría? ¿Cómo condicionarán las antiguas
rutinas de socialización de estas personas los significados y los usos de
Internet? En suma: ¿cómo seguirá on line el derrotero vital de una
generación que pertenece a un grupo discriminado que aprendió a
hacerse inteligible off line?
El cuadro 1 trata procura situar a los lectores en nuestra problemática:
muestra el tiempo biográfico individual de los gays (en especial, de los
mayores) rodeados, hacia a la izquierda, por el tiempo histórico, social y
político y, hacia la derecha, por el tiempo en que Internet superó su función
informativa incorporando TICs que posibilitaban la interacción y la
producción de contenidos de auto representación escritos y visuales.
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2.2. Ante el vórtice: resonancias literarias para una reflexión
sociológica
Como podemos observar en el cuadro, la web 2.0 comenzó a funcionar en
2004. Cuesta transmitir, aunque no imaginar, las sensaciones que pudieron
despertar las pantallas en los gays que por entonces tenían 60, 50 y 40 años.
Resultaba que habían construido un mundo poniendo el cuerpo en el espacio
y ahora enfrentaban una pantalla y tenían a mano un mouse para,
teóricamente, hacer lo que hacían, pero sentados y en pijama.
Escribo y recuerdo al campesino de Franz Kafka sentado ante la puerta
de la ley. El narrador dice que cuando el guardián se alejaba de ella el
campesino asomaba la cabeza para espiar, como para ver cómo era el mundo
ahí adentro. Sentía su magnetismo, pero no podía entrar. Tal vez, por enésima
vez, los sujetos de mi reflexión miraban el mundo desde afuera y también por
enésima vez sentían que se los reducía a la condición de espectadores.
En paralelo, el recuerdo de las leyes de Arthur C. Clarke (1962) me
resulta estimulante para pensar la actitud de los gays mayores ante la súbita
tecnologización digital de la vida. La tercera ley decía que cualquier tecnología
suficientemente avanzada es indistinguible de la magia (¿podría pensar muy
distinto un señor gay de 60 os habituado durante décadas a caminar y
caminar para agenciarse un partenaire?). La primera, por su parte, sostenía que
cuando un científico distinguido, pero de edad avanzada afirmaba que algo
es posible, era casi seguro que tenía razón. En cambio, cuando afirmaba que
algo era imposible, es casi seguro que estaba equivocado. Los imagino frente
a la pantalla de la computadora, a inicios del siglo XXI, dando crédito
paulatinamente a la magia de los primeros chats, pero pienso que, salvo para
los nativos digitales, no había esfuerzo imaginativo que les hiciera dar el salto
desde ahí a la pantalla de los celulares con el logo de Grindr. Este lugar era
un imposible para el pensamiento de entonces y una equivocación desde el
día de hoy.
Pero cuando pienso en los gays que hoy son mayores recuerdo más que
nada a don Quijote, quien, fiel al espíritu caballeresco, hundió su lanza en un
molino de viento creyendo que sus aspas eran los brazos de un gigante a
combatir. Era claro: don Quijote hacía una lectura de lo que tenía ante los
ojos con imágenes de un mundo (de fantasía) que había forjado su mente.
Tal vez a estos gays les haya sucedido algo parecido: al menos al principio,
vieron en las promesas interactivas de la pantalla algo a combatir porque el
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mundo real estaba afuera y nadie mejor que ellos (sus constructores) para
asegurarlo. Todavía no sabían que ese mundo se convertiría tambn en otro
mundo de fantasía.
Así, tironeados por la sorpresa, la desconfianza y el desconcierto, pero
también por una extraña atracción, los gays veteranos de la sociabilidad de
territorio tuvieron sus primeros contactos con el mundo de la web interactiva.
Pienso que sus sensaciones también pudieron compararse con las que, según
los antropólogos, tienen quienes se encuentran frente a un totem: simultánea
o sucesivamente, dan ganas de tocarlo para adorarlo, dan ganas de alejarse
para no profanarlo.
El face to face de estas personas con las computadoras y luego con otros
dispositivos móviles cuyas marcas distintivas son la interacción y la
producción de contenidos de visibilización y auto representación, traen temas
de gran interés. Presentamos tres de ellos.
El primer tema es la relación entre la cultura y las tecnologías digitales.
El poder succionante de vida social por parte de la conectividad digital
conduce a la existencia de una biblioteca cuyas dos etiquetas principales son
el “panoptismo digital” y la “gubernamentalidad algorítmica” (Domínguez y
Domínguez, 2023). Estas formas de pensar la relación entre las personas y
los entornos virtuales ponen énfasis en la eficiencia de las TIC para delinear
y fijar sujetos mediante el almacenamiento de datos. Tiñe la relación con
sospechas alienantes. En paralelo, se desarrolla otra biblioteca que, sin
desconocer los aportes de la anterior, se ubica del otro lado del mostrador
para estudiar las formas de presentificación de la cultura en la web y los usos
de la gente. Aquí se quiere significar que los espacios virtuales funcionan
como cajas de resonancia de asuntos que ya estaban instalados o, al menos,
resonando, en el mundo de la cultura en general.
Tomemos como caso la “salida del armario” de los gays que hoy son
mayores. En el libro El efecto Facebook, de David Kirkpatrick, Marc
Zuckerberg hace un comentario que resuena particularmente dentro del
mundo gay, en especial, para la generación que analizamos, para la cual el
secreto y, como grado más desarrollado, la “discreción” (Pecheny, 1994), eran
marcas singulares de la interacción social.
Se tiene una única identidad. Aquellos días en los que se tenía una imagen
distinta ante los compañeros de trabajo y otra ante el resto de las personas
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conocidas acaso llegue pronto a su fin. Tener dos identidades es un ejemplo
de falta de integridad (2010: 199)
La cita expresa las expectativas oficiales de la compañía (algo así como volver
más transparente el mundo) y lo hace en términos morales. Sin embargo, con
anterioridad, en el mundo gay, desde los años 80, ya existía el imperativo de
la transparentación de uno mismo ante el mundo; ello sucedió desde que los
movimientos políticos lograron colocar en el imaginario social la idea de la
“salida del armario”, idea de un éxito sorprendente en el imaginario popular
gay y no gay porque, en efecto, nació en como una receta de vida para un
grupo minoritario y, sobre el fin de siglo XX, otros colectivos discriminados
y hasta el habla cotidiana la habían incorporado como una especie de mantra
liberador (Plummer, 1995).
Por lo tanto, es relevante preguntarse qué puede suceder cuando una
oferta de subjetivación ya existente en la cultura se convierte en una oferta
de la tecnología. Primero, porque permitiría observar con qué nuevas reglas
del juego la segunda condiciona la realización de la primera. Segundo, porque,
al mismo tiempo, la digitalización trae recursos que posibilitan que los
usuarios creen productos de auto representación de diferente nivel de
alineamiento con las imágenes hegemónicas presentes en la cultura (en este
caso, de la salida del armario). Tercero, porque para la generación de gays que
hoy son mayores, tanto la salida del armario como la posibilidad de que la se
tramite digitalmente deben considerarse como cuestiones que atañen a una
inédita aceleración del tiempo social y al modo en que ésta afecta la
experiencia. (Rosa, 2016; Cristiano, 2020) De esta manera, los gays veteranos
no encontrarían algo nuevo en la web en el nivel de los contenidos culturales
sino novedades en cuanto a la operatoria o, mejor dicho, a la gestión de los
mismos.
El segundo tema es la relación entre la aceleración del cambio social y
el cambio subjetivo. En parte importante de mis investigaciones (Meccia,
2021) me dediqué a inventariar los cambios sociales que afectaron la vida de
los gays en Buenos Aires y sus alrededores desde la reapertura democrática
de 1983 hasta la actualidad. Fue así que detallé tres procesos de desenclave:
el territorial, el relacional y el representacional que, entendí, podían verse
como efectos de la extensión de la vida democrática y, más n, de la
legitimidad (siempre relativa, siempre en comparación) que iba adquiriendo
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Número 2 / Noviembre 2024 / pp. 82-102 92 ISSN 3008-7619
la homosexualidad en el plano de la cultura, cada vez más sensible a los
proyectos de vida y a las elecciones personales.
Una prueba de ello fue el creciente vaciamiento de los territorios
tradicionales de socialización que, habíamos sostenido, fueron vectores
centrales en la conformación del mundo gay para la generación que estamos
tratando. Si la vida gay estaba hasta entonces enclavada en ciertos territorios
que transitaba la misma gente, con posterioridad comenzó a esparcirse por
otros espacios de la ciudad en los que se mezclaba gente gay y no gay; un
fenómeno de des-diferenciación social que se puede corroborar, por ejemplo,
con el ocaso del “boliche gay” y el éxito de las “fiestas”.
El boliche estaba sito (fijo) en un lugar, las fiestas, al contrario, son
itinerantes y no sólo eso: se autoproclaman como “heterofriendly”.
Concomitantemente, muchos sitios y eventos de ocio nocturno son
promocionados como “gayfriendly”. Imagínese la significación que esta
dislocación de la experiencia pudo tener para personas cuyos espíritus
estaban acondicionados a una sociabilidad unitaria fuertemente anclada en lo
territorial. Pero imagínese también (sugiero consultar otra vez las neas del
tiempo del gráfico 1) que este sacudón llegaba en un momento en que estas
personas ya no eran jóvenes.
Uno podría pensar que estaban acostumbrados a tener el mundo “ahí”
(quieto, al alcance de la mano), y que el cambio social lo hizo más grande y,
por eso, menos aprehensible. Es en este contexto de cambio que aparece otro
cambio: el cambio representado por las posibilidades de socialización a través
de la web, y, como si fuera poco, son sabidos los cambios descomunales en
materia de tecnologías digitales de los últimos veinte años.
En el habla cotidiana de los gays que hoy son mayores aparecen con
frecuencia razonamientos que desestiman la interacción social vía TICs y
ensalzan con adjetivos graciosamente generosos la antigua sociabilidad
territorial, evocada como un paraíso perdido. Es una desestimación cuyo
origen da lugar a un interrogante difícil de responder: cuesta creer que
provenga solamente de experiencias negativas repetidas con la web. Antes
bien, se podría pensar que estas personas tendrían disposiciones de
sociabilidad que duraron más de lo debido porque sobrevivieron a las
condiciones sociales en que se habían producido; es decir, bien podría
proponerse que la desestimación representa un fenómeno de inadaptación e
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indisposición frente a demandas inesperadas de reconversión personal, una
situación que describió muy bien Pierre Bourdieu:
La remanencia, en la forma de habitus, del efecto de los condicionamientos
primarios explica los casos en los que las disposiciones funcionan a destiempo
y donde las pcticas están objetivamente inadaptadas a las condiciones presentes
debido a que se ajustan a condiciones caducas o abolidas (2006: 101)
Por esto, más arriba, habíamos traído a don Quijote cuando luchaba contra
molinos de viento que él cra que eran gigantes: porque don Quijote, en
realidad, no sabía contra qué estaba luchando. A los gays que hoy son
mayores les sucedió algo parecido: pudieron creer que luchaban contra las
pantallas de las computadoras y los dispositivos viles (es más, hasta podría
pensar que hundían sus lanzas contra la tecnología en general), pero, tal vez,
la verdad era que estaban fastidiados la sucesión de cambios que cambiaban
y siguen cambiando a un ritmo vertiginoso y no les dejan hacer pie, tal como
lo hacían en el piso del territorio, otrora centro de su gravitación social. El
territorio secreto se vaciaba, es mi opinión, menos por la invasión tecno-
digital y más porque la homosexualidad iba tomando un estatus de
legitimidad ciudadana que la arrancaba de allí. Acaso las pantallas hayan sido
una sinécdoque del tiempo que no paraba y funcionado como chivo
expiatorio.
Pero lo expresado por Bourdieu aplicaba bastante bien a procesos de
cambio en configuraciones sociales no aceleradas, en las cuales la duración
de lo nuevo era prolongada. Los gays que hoy son mayores, en cambio, se
enfrentaron con la web 2.0 a inicios del siglo XXI, cuando la aceleración en
varios planos de la vida social ya no llevaba a períodos prolongados sino a
momentos de duración provisoria, de esos que solemos comprobar cuando
en la pantalla del celular aparece el amable aviso de la nueva configuración de
un entorno operativo que, de no adoptarse, impedirá su uso o su
aprovechamiento integral.
Por lo tanto, la significación de la web como una presencia molesta y
demandante para los gays que hoy son veteranos también debe una parte
importante a la incitación al cambio acelerado. La otra parte fue la migración
de golpe y porrazo desde los territorios al mundo virtual. Tal vez, demasiada
exigencia de reconversiones subjetivas y prácticas para un segmento que se
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había formado en los formatos fijos de la discriminación y de los resguardos
territoriales que habían construido a su alrededor.
El tercer tema se desprende casi lógicamente de los dos anteriores: es
la relación entre la pertenencia generacional a un colectivo discriminado y la
falta de moratoria social. Puesto a repasar las consecuencias de la aceleración
en el plano de la acción social, Javier Cristiano comenta que este proceso
lleva:
1) a la reducción de la duración del pasado incorporado que resulta
pragmáticamente útil para la acción; 2) a la reducción de la duración de las
situaciones de acción conocidas y aprendidas previamente; 3) a la reducción
de la duración de las representaciones del futuro postuladas por el actor como
posibles (2020: 844)
Por supuesto, el autor se refiere al saldo neto que la aceleración deja en el
conjunto de las sociedades.
Sobre esta situación transversal se debería pensar en una suerte de
estratificación entre los más y los menos proclives a convivir (sin conflictos
o sin mayores conflictos) con la nueva rítmica social portadora de novedades
que están a punto de vencer. Aq nos encontraríamos ante un ejemplo
clásico de la brecha digital ampliamente mostrado por los estudios
estadísticos, donde los jóvenes irían a la delantera y los mayores muy detrás.
Sin embargo, si a la variable etaria adherimos la variable de la orientación
sexual no hegemónica, el ejemplo dejaría de ser tan clásico (y, dicho no sea
de paso, de ser tan expuesto por lo estudios estadísticos). En pocas palabras:
¿qué habrá significado para los integrantes de un grupo que había
permanecido en los márgenes de lo social el imperativo de la adaptación a un
ritmo acelerado central y unitario (remarco los dos últimos adjetivos)? ¿Cómo
habrán experimentado los gays que hoy son mayores la falta de “moratoria
social” para integrarse a ese mundo que absorbía cada vez más al mundo que
se pensaba era el mundo único y real?
Concluyo esta primera parte, en la que intenté reflexionar sobre las
significaciones sociológicas de la conectividad digital para los gays veteranos.
Estoy transitando una escritura difícil que me genera dilemas con los tiempos
verbales. Tomé una decisión: la redacción de lo que se leyó hasta ahora está
anclada en el tiempo pasado y recurre al modo condicional. Esto último,
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porque quise aventurarme con algunas conjeturas inspiradas por
formulaciones teóricas sobre el tiempo. Lo primero (y es lo que más me
interesa destacar), porque quise retratar el momento del choque de
civilizaciones, es decir, del impacto de la sociabilidad digital en la sociabilidad
territorial. En la segunda parte, en la que utilizaré el tiempo presente y el
gerundio, trataré de observar algo de cómo siguió la historia tras el impacto,
es decir, no ya conjeturar lo sobre aquello que la sociabilidad conectiva hizo
con los gays, sino mostrar lo que éstos pudieron hacer con ella.
3. Algunos usos populares gays de la conectividad digital
Dos lemas alientan el desarrollo de lo que sigue: primero, el significado
originario de la sociabilidad digital no debe distraer de los usos de la
digitalidad que hace el pueblo gay veterano; segundo, que los significados se
adquieren, cuestionan y descartan a medida que se desenvuelve la propia
experiencia; y la experiencia de la sociabilidad mediada por TICs tiene ya una
historia que ronda los veinte años, tomando como referencia un tanto grosera
la aparición de la web 2.0, en 2004.
Aparecerían, entonces, dos cuestiones: una jaula tecnológica cuya
presencia, con el paso del tiempo, podría ir asimilándose y un sujeto digital
genérico que, a la vez que no puede desconocerla, también puede moldearla
con fines de representación y auto representación identitarias. La famosa
figura del “prosumidor”,
4
extensamente evocada en los estudios culturales de
la web, también viene muy bien aquí. Como nunca antes, una oferta
tecnológica permitió semejante grado no sólo de uso sino también de
manipulación, a tal punto que quien navega por las cañerías invisibles de la
web puede hacer nudos estrafalarios con los caños menos pensados, si va
advirtiendo que son útiles para la construcción de sentidos para sí mismo.
Por supuesto: estas posibilidades de subjetivación activa no están
distribuidas igualmente por grupos de edad, señalan de inmediato los críticos,
más aún si pensamos en los gays que hoy son mayores. Las conclusiones no
4
Una historia del concepto de prosumidor puede encontrarse en Sánchez Carrero y Contreras Pulido
(2012): “Se cree erróneamente que el término prosumidor ha surgido en los últimos años. En este artículo
indagamos sobre el origen del concepto que emerge en los años 70 del siglo XX de la mano de McLuhan
y Alvin Toffler, relacionando sus postulados con algunos de los nuevos medios como son las redes
sociales” (62).
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tardan en llegar: quedaría demostrado que en el ágora pública digital el pueblo
gay veterano no encuentra un lugar.
Marciano y Nimrod (2021), entienden que este problema que se
manifiesta en la web es, en realidad, el efecto de una causa gravosa que hay
que buscar en el exterior, lejos de las pantallas. Citan un texto de Nancy J.
Knauer:
Hoy, el complejo interjuego entre el envejecimiento y la homofobia oscurece
aún más las identidades gays de quienes están envejeciendo y mantiene sus
preocupaciones fuera de la mirada pública. Los estereotipos sobre la vejez y
las construcciones homofóbicas trabajan en conjunto para hacer verdadera la
idea de que ser gay y viejo es una imposibilidad porque ser mayor no es sexual
y porque los gays son, por definición, solamente sexuales. De acuerdo a este
razonamiento, un mayor no puede ser también homosexual ni tampoco un
homosexual puede ser también un mayor (Knauer, 2016: 55)
No me resulta fácil adherir a una consideración tan tajante que, por
momentos, recuerda más al imaginario heterosexista sobre los mayores gays
que a mis recuerdos de cómo viven varios mayores gays que me son cercanos.
Soy observador, tengo buena memoria. Aun así, es indudable que el
argumento tiene representatividad y, justamente por eso es interesante
preguntarse si, dentro del conjunto de posibilidades interactivas y de
producción de contenidos de la web 2.0, los gays veteranos pueden hacer
algo para volver más factible la combinatoria que Knauer observa tan
problemática en el exterior.
A continuación, basado en fuentes heterogéneas como entrevistas en
profundidad, observaciones participantes y no participantes en la web y, en
menor medida, estudios académicos, presento algunos de esos haceres. Lo
hago mediante cinco afirmaciones que no aspiran a ninguna generalidad y
que sólo quieren alentar (y alentarme) a la profundización de este tipo de
estudios, prácticamente inexistentes en el campo académico de mi país.
La conectividad digital es utilizada para realizar de una forma indirecta la salida
del armario.
Orlando tiene 76 os y es padre de tres hijos, productos de un
matrimonio celebrado en la segunda mitad de los años 80. Conversé varias
veces con él. Manifiesta que no tuvo coraje de sentarse frente su familia para
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contarles y siente que está ante un dilema: piensa que no tiene derecho a
darles una noticia que no querrían escuchar pero que tiene la necesidad de
que sepan que es gay. Entonces Orlando aprovecha Facebook para confirmar
lo que todo el mundo sabe. Sus hijos más otros miembros de la familia son
amigos en la red. Me cuenta que los hijos, con solo recorrer la sección
“amigos” suya ya pueden darse cuenta de que muchos de sus amigos son gays
y que, por lo tanto, pueden sacar sus propias conclusiones. Pero Orlando no
se detiene: sube contenidos que, según él, cualquier persona podría identificar
como contenidos gays o, al menos, no heterosexuales. A tal efecto, es
infalible, dice, compartir en el muro propio posts de referentes populares del
mundo gay (desde Freddie Mercury hasta Cris Miró). Orlando también sube
imágenes de sus salidas al teatro con amigos y, a veces, hace copy-paste de
poemas o sentencias que valoran la autenticidad. Razona: cualquiera que se
ponga a hacer las cuentas se daría cuenta que esante una persona gay. Y
concluye diciendo que, si sobre las señales que él dio, en el futuro sus hijos
quieren preguntar, él les confirmaría. Desea que la revelación recorra ese
camino: de la familia a él y no al revés porque no quiere sentirse culpable de
causarles daño.
Pareciera que la conectividad digital le sirve a Orlando para amortiguar
el supuesto costo presencial de la salida del armario, bajo el entendimiento
de quien avisa no decepciona y confiando en el beneficioso efecto dominó
que puede provocar la colocación de sus imágenes en la web. En otras
entrevistas a gays mayores también apareció esta forma de desclosetamiento
acompañadas de razonamientos parecidos.
La conectividad es un medio valorado para informarse en asuntos referidos a la
salud.
Armando tiene 72 años. Cuando le pregunté qué anda haciendo por la
web me dijo que no existe nada mejor que navegar para informarse sobre la
salud en general, las enfermedades de transmisión sexual y sobre algunas
situaciones particulares de la edad como el recupero de la función eréctil por
medio del sildenafil o el disfrute juicioso del sexo anal. Si bien esos temas
aparecen en las conversaciones cotidianas con amigos íntimos, considera que,
directamente, son temas tabúes cuando él entra en los escenarios médicos.
Lee sobre síntomas, contraindicaciones, efectos secundarios, modos de
administración de los estimulantes, profilaxis, etcétera. También sigue por
Instagram a un joven proctólogo que se animó a hablar sobre salud anal,
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convirtiéndose en un influencer que hace militancia contra el terror.
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No está
seguro de lo fidedigno de la información que encuentra en cada web page; aún
así dice que con la lectura conjunta puede armarse un cuadro de situación
(algo parecido a un mapa mental) para ir a la consulta médica con dudas y
temas definidos que, si el contexto lo permite, puede convertir en preguntas.
No siempre lo puede hacer. Me contó que la empatía con el personal de salud
representa un punto de llegada difícil y que le ha sucedido más de una vez
que cuando logró tener confianza con alguien, la obra social luego lo cambió
de centro de atención. Dijo que es muy espinoso hablar sobre algunos temas
pero que la web le sirve, por lo menos, para reducir la asimetría de los saberes
y manejar un vocabulario común con los médicos.
En un estudio con encuestas, Chio, Kittle y Meyer (2018), señalan que,
si bien los mayores gays parecen tener estados de salud similares a los de sus
coetáneos heterosexuales, los primeros consultan más Internet para buscar
información sobre salud, lo que podría reflejar, tal vez, una necesidad de
información más especializada, siendo probable que dicha necesidad se
origine en la circunstancia de vivir solos en un porcentaje significativo. O,
quisiera agregar yo, a la decisión de mantenerse sexualmente activos y
explorar cuáles son los nuevos límites físicos para hacerlo sin mayores riesgos
para la salud.
La conectividad digital posibilita encuentros sexuales con grados no desdeñables de
seguridad.
Albano (72 años) visita páginas de escorts, algunos de los cuales se
publicitan como especialistas en atención a gente mayor y/o discapacitada.
Luego de pedir fotos precisas, propone una cita (la primera vez) en un hotel
alojamiento. Manifiesta que le va bastante bien, aunque no todos son
profesionales y algunas veces se siente defraudado. Cuando esto sucede se
dirige a un sitio web donde los clientes cuentan sus experiencias fallidas con
la expectativa de encontrar el nombre de los no profesionales que estuvieron
con él. Pero también en ese sitio puede encontrar relatos de experiencias
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El diario argentino presentaba una entrevista al proctólogo así: “Desde la literatura canónica hasta la
charla de sobremesa, el sexo anal es blanco de bromas y vergüenza, y sinónimo de sometimiento,
deshonra y hasta terrorismo político. ¿De cuántas cosas más puede ser metáfora? En esta conversación
son SOY, Lucas Quen, médico proctólogo cuyo contenido es furor en las redes, desarma la idea de
‘culo roto’ y con ella también, las peores resonancias –perjudiciales para la salud sobre esa zona del
cuerpo que sigue siendo tabú.” https://www.pagina12.com.ar/542362-lucas-quelin-el-proctologo-que-
se-animo-a-hablar-de-salud-an
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fabulosas con otros escorts que estimulan la imaginación y refundan la mística
morbosa del comercio sexual con chongos sub 30. Por supuesto, en la era de
la conectividad digital, los muchachos también tienen un lugar donde contar
sus propias experiencias porque hay clientes de todo tipo. Una noche,
Yónatan, que había atendido varias veces a Albano, me mostró un nutrido
grupo de whatsapp.
De forma concurrente, entonces, la sociabilidad digital serviría, por un
lado, como un facilitador para conseguir sexo a medida y, por otro, para
ampliar la imaginación mientras se hace de voyeur de las experiencias sexuales
placenteras de los demás. Este último me parece un uso muy sugerente que
quisiera desarrollar un poco más.
La conectividad digital estimula la imaginación erótica con nuevas imágenes de lo
sexualmente posible vía la pornografía.
Lejanos del tiempo en que, en contextos urbanos, podían comprar
revistas cuyas portadas estaban cubiertas con celofán oscuro, los gays que
hoy son mayores transitan gratis por las páginas pornográficas estructuradas
por un sinnúmero de categorías para el visionado, que les brindan una
verdadera ventana para observar los mundos de la experimentación sexual
entre varones. No se trata, sencillamente, de un voyeurismo pasivo. Se
encuentran ante imágenes que cubren con un manto de realidad prácticas
que, más que probablemente, hayan realizado años atrás en la nebulosa, bajo
sospechas inducidas de parafilias y desórdenes psicológicos. En otros
términos, se trataría de un voyeurismo activo porque, a su modo, alienta un
imaginario de grupalidad alimentando por la idea de que en ese mismo
momento otros están mirando lo mismo o que entre todos se están mirando
haciendo lo mismo. Otro ejemplo de consumo colectivo que podría agregarse
al catálogo siempre provisorio de los consumos masivos y populares.
El uso de la conectividad digital brinda oportunidades para seguir creando sentidos
generales de pertenencia.
Cuando comencé este escrito dije que los gays que hoy son mayores se
socializaron en los territorios secretos que habían logrado arrancarle a la
ciudad oficial, y que esa comparecencia cara a cara, aún realizada en silencio,
les daba peso en un mundo que, por el contrario, los hacía flotar en el espacio
del sinsentido, visto que la homosexualidad era palabra prohibida. Se trataba
de un contenido vivencial singular de esas generaciones.
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Desde hace mucho tiempo, la palabra “comunidad” acompaña el
derrotero de la vida social de los gays en Occidente. Ocurre algo curioso: la
palabra forma parte del habla cotidiana, tanto como del habla política y de la
literatura académica; posee un encanto difícil de resistir, aunque se tiene
conciencia de que su ubicuidad puede terminar por desorientar respecto de
cuáles serían sus referentes empíricos. Nada grave, desde luego. Es insensato
pelearse con las ramificaciones de los significados. Lo único que corresponde
sería situar a cada uno en sus contextos de producción y de uso.
Si se hace depender la existencia de una comunidad de las interacciones
recurrentes de personas de cierto tipo en un tiempo y en un lugar donde
escenifican ideas más o menos compartidas, se tendría una comunidad
morfológica. Uno puede recorrer, por ejemplo, los mapas de la ciudad de
Buenos Aires (Meccia, 2021) y observar las formas que adquiría la comunidad
observando los puntitos estampados sobre los territorios que los gays
usufructuaron tiempo atrás. Sin dudas, que esa comunidad morfológica (y
silenciosa, como dijimos) no existe más, se perdió. 40 os de democracia,
más la creciente legitimidad de los proyectos de vida individuales más la
llegada de la conectividad digital hicieron lo suyo.
Pero: ¿qué pasó con lo comunitario?
La conectividad hizo que el tiempo no dependiera más del espacio y las
interacciones no tan estrechamente. En paralelo, virtualmente, todo el
mundo puede sumarse a las interacciones mediadas por las nuevas
tecnologías. Tal vez para algunos colegas ya no corresponda hablar de
comunidad, pero pareciera que los dedos de los internautas piden a los
sociólogos que reconsideren la gravedad de esa posible supresión. Todo un
dilema.
Recorro los muros de Facebook de unos cuantos gays que hoy son
mayores. A veces participo de algunos de sus posts con mis comentarios.
Llama la atención el tono de rememoración y, en particular, de efemérides
que suele aparecer. Una foto (trucha) de Salvador Dalí abrazado a Federico
García Lorca, Lucchino Visconti dando instrucciones en el set a Alain Delon,
un video (extraído de Youtube) en el que Jorge Donn besaba la mano a
Roberto Goyeneche, otro video de Carlos Jáuregui entrevistado en la
televisión, Freddie Mercury, Marlon Brando, Alejandra Pizarnik, Brad Davis,
Arturo Bonín, Mario Pasik, Montgomery Clift, Susana Rinaldi, más el
colorido etcétera que se imagina.
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Es difícil concluir que esto viene a cuenta de la existencia de una
comunidad, pero tampoco es fácil concluir todo lo contrario. Tal vez
convenga decir solamente (ni más ni menos) que los gays que hoy son
mayores se mudaron a las pantallas y que desde allí siguen tramitando
sentidos de pertenencia a una comunidad que necesitan imaginar. Y varios
signos indicarían que ya no combaten las pantallas como hizo don Quijote
con los gigantes. Ahora, ellos verían que las pantallas son más parecidas a los
molinos de viento.
4. Reflexiones de cierre
Cuando leo artículos o escucho intervenciones académicas sobre los gays
veteranos, suele suceder que me encuentro con una narrativa lastimosa
anclada en una narrativa victimista mayor. Hay presunciones fuertes, por
ejemplo, que desde el mundo gay juvenilista se los discrimina, que tienen
dificultades de sociabilidad y por eso se aíslan, que sus vínculos con la
conectividad digital son deficitarios debido al extrañamiento que les produce
y que, por lo tanto, serían sobrevivientes que habitan un mundo impasible.
Pero decirles “sobrevivientes” acaso sea insuficientemente descriptivo
y seguro que no es justo. Son más que eso. Pienso que es más afortunada la
figura de los “forasteros” de Alfred Schutz (1974), quien retrató los tropiezos
y los aciertos de personas que querían incorporarse a la vida cotidiana de un
escenario social desconocido. Ellos ya tenían su propia historia, pero también
eran unos recién llegados.
A lo largo de estas páginas espero haber retratado con verosimilitud a
ese conjunto de individuos que experimentaron la interrupción de la corriente
del hábito e hicieron cosas para conectarse con su mundo desde otro lugar.
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