Rivero, “Personajes africanos…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 4 / Noviembre 2025 / pp. 168-199 168 ISSN 3008-7619
PERSONAJES AFRICANOS Y
AFRODESCENDIENTES EN LAS NOVELAS
HISTÓRICAS DE EDUARDO ACEVEDO DÍAZ
AFRICAN AND AFRO-DESCENDANT CHARACTERS IN THE HISTORICAL
NOVELS OF EDUARDO ACEVEDO DÍAZ
Alejandra Rivero Ramborger
Universidad de la República Centro Regional de Profesores del Norte
Profesora de Literatura egresada del Instituto de Formación Docente de Rivera y Magíster en Ciencias
Humanas, opción Lenguaje, Cultura y Sociedad por la Universidad de la República (Montevideo- Uruguay).
Doctoranda en Lingüística también por la Universidad de la República. Profesora efectiva en Literatura Uruguaya y
Literatura Moderna y Contemporánea en Lenguas Extranjeras por el Consejo de Formación en Educación. Trabaja
en el Centro Regional de Profesores del Norte (Rivera - Uruguay).
Contacto: aleriverouy@gmail.com
ORCID: 0009-0009-7547-9320
DOI: 10.5281/zenodo.17476445
DOSSIER
Rivero, “Personajes africanos…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 4 / Noviembre 2025 / pp. 168-199 169 ISSN 3008-7619
Fecha de envío: 07/09/2025 Fecha de aceptación: 24/09/2025
Literatura
Afrodescendientes
Novelas históricas
Personajes de origen
africano
Subalternos
El artículo presenta una reflexión acerca de las representaciones literarias de africanos y afrodescendientes en
las novelas históricas del escritor uruguayo Eduardo Acevedo Díaz (1851-1821), con especial énfasis en sus
estrategias lingüísticas. Posee como marco teórico las reflexiones realizadas por Étienne Balibar (1988) acerca
de las posibles implicaciones entre la hegemonía y el racismo y entre este último y la conformación de las
nacionalidades; los aportes de Gayatri Spivak (1985) sobre la posibilidad / no posibilidad comunicativa del
subalterno en su relación con la ideología del poder y, finalmente, la noción de Rita Segato (2007) sobre las
“formaciones nacionales de alteridad” que, según la autora, “no son otra cosa que representaciones hegemónicas
de nación que producen realidades” (29). Acevedo Díaz describe a los personajes afros de sus novelas históricas
resaltando excesivamente sus rasgos físicos y presentando como ambivalentes sus relaciones con amos o examos.
En el caso de sus rasgos lingüísticos, estos presentan dos tendencias: a) una actitud lingüística que podría
equipararse a la diglosia (Ferguson, 1959) y b) otra que tiende hacia el monolingüismo en español. Estas
tendencias ordenan a los personajes africanos y afrodescendientes en una escala de menor a mayor grado de
asimilación a la sociedad hegemónica representada por el narrador-autor.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
Literature
Afro-descendants
Historical novels
Characters of African
origin
Subalterns
ABSTRACT
KEYWORDS
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Número 4 / Noviembre 2025 / pp. 168-199 170 ISSN 3008-7619
Introducción
1
Este trabajo presenta un estudio de las representaciones literarias de africanos
y afrodescendientes en las novelas históricas del escritor uruguayo Eduardo
Acevedo Díaz (1851-1921), con especial énfasis en sus estrategias
lingüísticas. Busca arrojar luz sobre la mirada letrada y hegemónica (del
escritor) dirigida a uno de los grupos socialmente marginados (los africanos
y sus descendientes) en el contexto histórico de la construcción de la nación
uruguaya. El objetivo es lograr un acercamiento a las posibles concepciones
del autor acerca de ese grupo social y de qué manera lo incluye literariamente
en una “comunidad imaginada” como nacional. La gestación de esa
comunidad se da en Uruguay a fines del siglo XIX, período histórico en el
que Acevedo Díaz desarrolla su carrera de escritor y desde la que se impone
como el creador de la novela histórica en el país (Zum Felde, 1930). Mediante
la inclinación histórico-cientificista que lo caracterizó como narrador en
buena parte de sus producciones, nuestro autor forja una propuesta literaria
de los orígenes de la nación oriental en cuyo desarrollo aparecen personajes
africanos y afrodescendientes desde una mirada patricia
2
y hegemónica. Al
mismo tiempo, subyace en esa mirada un discurso étnico-racial que se adecua,
en su mayor parte, a las concepciones de la intelectualidad eurocriolla acerca
de la otredad.
El norte teórico que guía este trabajo apunta a las reflexiones realizadas
por Étienne Balibar (1988) acerca de las posibles implicaciones entre la
hegemonía y el racismo y entre este último y la conformación de las
nacionalidades; a los aportes de Gayatri Spivak (1985) sobre la posibilidad /
no posibilidad comunicativa del subalterno en su relación con la ideología del
poder y, finalmente, a la noción de Rita Segato (2007) sobre las formaciones
1
Este artículo es una adaptación de una parte de mi tesis de maestría, Palabras y personajes de origen africano
en la narrativa de Eduardo Acevedo Díaz, defendida y aprobada en 2015 en la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación de la Universidad de la República del Uruguay.
2
Williman (1968) define a patricio como “la trasmutación americana de los ‘hidalgos’ ibéricos” que, como
sus progenitores, se imaginan a sí mismos como “hijos de algo” y de “alguien” (Williman 1968: 62). Lo
que los diferencia de sus ancestros es que su condición hidalga “les viene de sí mismos” por ser “vecinos
fundadores o colonos avecindados” conformando un estamento superior conocido como la “gente
principal” y que en el último cuarto del siglo XVIII se autodefine como “patricio” (62). Acevedo Díaz
era un patricio en momentos de la declinación de su clase (Cotelo 1968: 88).
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nacionales de alteridad” que, según la autora, “no son otra cosa que
representaciones hegemónicas de nación que producen realidades” (29).
Afirma Balibar que las naciones, al no poseer una base étnica específica,
crean lo que denomina una “etnicidad ficticia” (Balibar, [1988] 1991: 80) que
constituye “un sistema histórico de exclusiones y de dominaciones
complementarias, vinculadas entre sí” (81). Esos discursos confieren una
forma estereotipada tanto a sus “objetos” como a sus “sujetos” y ofrecen
determinados “espejos” en los que individuos y colectividades que son el
“blanco del racismo” se espejan en pos de un determinado ideal (32). Spivak
(1985), por su parte, hablará acerca de la representación de la voz del
subalterno realizada por un “intelectual hegemónico”, construido en algunos
casos como “intelectual solidario” o “benevolente intelectual occidental”
([1985] 2003: 335), que puede ser elaborada en el sentido de “hablar por”
como en la política o en el sentido de hablar de” –como en la filosofía y el
arte (308). En tales casos, el subalterno representado tendrá como
característica principal la homogeneidad y su imagen se verá impregnada por
las concepciones que de él posea el intelectual que realice su representación.
Ya para Segato (2007), la categoría de “raza” en el continente latinoamericano
designará no a un pueblo o grupo étnico específico, sino a un signo en la
historia de aquel sujeto determinado como “no blanco” y que lleva “la marca
del indio o del africano”, o sea, “la huella de su subordinación histórica(23).
Estas reflexiones tienen el propósito de situar a Acevedo Díaz en un contexto
intelectual en el que predominaron como hegemónicos y sin ningún tipo de
cuestionamiento varios “discursos racializadores” (Dos Santos, 2002) que,
desde la intelectualidad letrada, fueron conformando la sensibilidad
ciudadana en dirección a la formación nacional de una alteridad africana y
afrodescendiente, construyendo una imagen subalterna de esas identidades,
en el contexto de una “etnicidad ficticia” específica.
Se ha elegido a Acevedo Díaz para emprender esta reflexión justamente
por su condición de escritor canonizado por la crítica, razón por la cual posee
un lugar de privilegio en el imaginario simbólico, literario y cultural del país.
A raíz de esto Acevedo Díaz es un caso ejemplar en lo que concierne a la
creación de la mitopeya nacional por la importante función educadora que le
adjudicó a la literatura en relación con el futuro de la joven nación uruguaya.
Tuvo la inquietud de representar en sus obras, con la mayor fidelidad posible,
las diferentes formas de hablar de los personajes provenientes del extranjero
o de los más variados estratos sociales. Sin embargo, a sus personajes
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africanos y afrodescendientes Acevedo Díaz no les confiere un habla
específica vinculada a su origen étnico. Tales personajes, en cambio y en
diferentes niveles, comparten el español normativo de las clases cultas (de las
que es representante el narrador), demostrando su grado de asimilación a la
cultura hegemónica de la época (principalmente los más importantes,
Esteban y Guadalupe), pero también, probablemente, reflejando la ausencia
del uso de lenguas africanas por parte de personas de ese origen en el ámbito
urbano de Montevideo en el momento histórico en que nuestro escritor
desarrolla su carrera literaria.
3
Contexto histórico e intelectual de Eduardo Acevedo Díaz en el
Montevideo de la segunda mitad del siglo XIX
En la segunda mitad del siglo XIX, Uruguay inicia su introducción al ámbito
de la modernización, entendida como un proceso por el cual las jóvenes
naciones latinoamericanas, periféricas a escala mundial, realizan la
“adaptación y puesta al día” de sus economías tradicionales a los nuevos
patrones del sistema capitalista, liderado en aquel entonces por Gran Bretaña
(Méndez, 2007: 5). Dicho proceso no solo afeclos sectores económicos
del país, sino que produjo también cambios importantes en el ámbito
político, administrativo, social y cultural de la sociedad uruguaya de aquella
época, haciendo del Uruguay “una región cada vez más dependiente de los
centros mundiales del poder” (5). Si bien los signos de ese proceso ya habían
comenzado a manifestarse a fines de la Guerra Grande, fue a partir de 1876
que se hicieron más notorios. A los gobiernos militares de Lorenzo Latorre
(1876-1880) y Máximo Santos (1880-1886) correspondió la tarea de crear las
condiciones indispensables para la inserción del Uruguay en la órbita
capitalista. En este contexto social, político y económico que atravesó
nuestro país en esta segunda mitad del siglo XIX, ubicamos el accionar
literario e ideológico de Eduardo Acevedo Díaz.
Eduardo Acevedo Díaz nace en Montevideo en 1851 y muere en
Buenos Aires en 1921. Fue narrador, periodista e historiador. Entre 1870 y
1903 participó activamente en la vida política uruguaya y en tres
3
Afirma Coll (2010) que las lenguas africanas desaparecieron prontamente en el Río de la Plata (Coll,
2010: 27) y Lipski (1998), por su parte, anota que esas hablas prácticamente ya no existían a fines del
siglo XIX (Lipski ,1998: 286; Rodríguez, 2006: 54). Sin embargo, uno de los personajes de origen africano
de Acevedo Díaz, que forma parte de la novela Ismael (1888), pronuncia una sola frase en lo que Lipski
(1998) denomina “lengua bozal”, de la que se hablará más adelante.
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oportunidades tomó las armas para intervenir en movimientos
revolucionarios. Desde diferentes periódicos de la época (La República, La
Democracia, La Razón, El Nacional) desató violentos debates que, en ocasiones,
tuvieron profunda incidencia en la vida política del país. En 1899 fue electo
senador, pero en 1903 y como consecuencia de su posición disidente respecto
a la mayoría del Partido Nacional,
4
concluye su actividad política e inicia, así,
una carrera diplomática que lo alejará del país, al que no regresará hasta su
muerte (Visca, 2001: 11-14). Las novelas históricas Ismael (1888), Nativa
(1890), Grito de gloria (1893) y Lanza y sable (1914) constituyen el núcleo de su
obra narrativa, que se completa con las “novelas autónomas”
5
Brenda (1886),
Soledad (1894) y Minés (1907) además de una serie de cuentos publicados en
diversos periódicos de la época entre los años 1872 y 1915. Cabría mencionar
además sus ensayos Épocas militares en los países del Plata (1911) y El mito del
Plata (1916), en los cuales reivindica, respectivamente, las figuras de su abuelo
materno, el general Antonio Díaz, y la del prócer uruguayo José Gervasio
Artigas.
Integró, junto a los liberales Julio Herrera y Obes, los hermanos (Carlos
María, José Pedro y Gonzalo) Ramírez, Agustín de Vedia, JoPedro Varela,
Daniel Muñoz y Luis Melián Lafinur, la tercera generación patricia
montevideana que al igual que sus adversarios católicos Francisco Bauzá y
Juan Zorrilla de San Martín, buscó construir, a fines del siglo XIX, un
imaginario nacionalista percibido como indispensable en el fortalecimiento
del frágil estado oriental de posguerra (Rocca, 2000: 241). Esta generación,
llamada también “del 68” o “del Ateneo”, fue la encargada de cimentar el
imaginario social que pretendió reconocerse y ser reconocido como nacional
en su proceso de modernización (244). Tal proceso representó la inserción
económica e ideológica del Uruguay en la órbita capitalista impulsada por los
gobiernos militares de Lorenzo Latorre (1876-1880) y Máximo Santos (1880-
1886), como se dijo anteriormente.
El accionar periodístico y literario de Acevedo Díaz coincide en el
ámbito uruguayo con la transición que se realiza, a fines del siglo XIX, del
romanticismo al realismo, cuyos respectivos correlatos filosóficos fueron,
según Arturo Ardao, el espiritualismo metafísico y el positivismo filosófico
4
También conocido como Partido Blanco.
5
A llama Rodríguez Monegal (1968) a las novelas que se nombrarán a continuación por estar
desvinculadas del ciclo histórico. También las denomina “novelas femeninas” por llevar el nombre de
sus protagonistas.
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(Ardao, 1971). Las relaciones que se establecen entre esas modalidades
estéticas e intelectuales nos permiten diseñar un panorama letrado de la
segunda mitad del siglo XIX montevideano, en el que nuestro escritor
adquiere protagonismo y relevancia. En 1872 figura como militante del Club
Universitario, encabezando junto con otros jóvenes intelectuales la
insurgencia racionalista contra la tradición católica. La proclama explícita de
esa insurgencia lo constituye la Profesión de Fe Racionalista que hace su aparición
ese mismo año (Ardao, 1971: 209-210). Este hecho indica el primer paso de
Acevedo Díaz hacia el positivismo filosófico, reflejado en su obra literaria en
la elección del realismo con el consecuente abandono, aunque parcial, del
romanticismo, correlato artístico del espiritualismo metafísico (217).
6
Las novelas históricas de Acevedo Díaz serán concebidas, entonces, en
estricta consonancia con el positivismo filosófico, arraigado en nuestro país
en las propuestas educativas y pedagógicas de la época.
7
El registro novelesco
del pasado inmediato será el motor que impulsará el accionar literario de
Acevedo Díaz hacia ese objetivo, transformándose de esa manera en uno de
los representantes de la corriente del revisionismo histórico de fines del siglo
XIX. Esta corriente pretendió oponer a la historia oficial “otra historia más
viva y real, mejor documentada y, al cabo, más fecunda” (Rodríguez Monegal,
1964: XXI) que, acompañada por un propósito de pedagogía social,
caracterizó la obra de Acevedo Díaz, adquiriendo vigencia póstuma gracias a
su empeño de instruir y educar a las nuevas generaciones (Ibáñez, 1985: X).
Esto se observa en el prólogo de Lanza y sable (1914), en el que el autor realiza
6
La presencia del positivismo en el Uruguay se inicia a través de la prédica de Ángel Floro Costa y del
empuje renovador de la obra de José Pedro Varela (Ardao, 1971: 109). Como lo afirma Ardao, “una
disposición espiritual y mental hasta entonces desconocida en el país” (Ardao, 1968: 95) se expresa con
este positivismo inspirado fundamentalmente en Charles Darwin y Herbert Spencer que contribuye a
una profunda renovación intelectual entre los años 1873 y 1876 (Ardao, 1968: 84). La transformación
del Club Universitario en el Ateneo acaecida en 1877 y la publicación del diario La Razón en 1878 (del
que participa Acevedo Díaz), reflejan también ese clima positivista que comienza a dominar la vida
letrada uruguaya, cuya atmósfera intelectualmente efervescente fomentará enconados debates entre los
militantes de La Razón y sus opositores de El Bien Público, órgano de prensa este último publicado también
en 1878 por el Club Católico, en el que encontramos entre sus participantes a Juan Zorrilla de San Martín
(Ardao, 1971: 108).
7
José Pedro Varela (1874, 1876), uno de los introductores del positivismo en nuestro país y principal
figura en la implementación de la educación pública en el Uruguay, afirma que la inteligencia humana ha
sido creada para ser “activa en la adquisición de la verdad”, por lo que la educación “debe inspirarse en
un profundo amor de lo verdadero” (Varela, [1874] 1964: 26). Plantea la necesidad de emprender el
conocimiento cabal del país, del que diagnostica a fines del siglo XIX “al borde del abismo” y amenazado
en su propia nacionalidad (Varela, [1876] 1964: 59, 147).
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un informe de lo que se ha propuesto en esta y en las otras novelas históricas
anteriores:
Lo que interesa, pues, a los pósteros, es conocer de dónde ellos mismos han
venido, para qué van y a dónde se dirigen. Todos saben que la verdadera
literatura de un pueblo está en sus orígenes, en la reproducción exacta de los
tipos, hábitos y costumbres ya casi extinguidos por completo, en el estudio
de los instintos primitivos, cómo se adobaron esos instintos y a qué extremos
los condujo el arranque inicial del cambio hasta llegar a la primera etapa del
progreso (Acevedo Díaz, [1914] 1965: 6).
En este entramado ideológico y literario ubicamos la producción narrativa de
nuestro escritor, de la que se pueden distinguir cuatro etapas que siguen sus
circunstancias vitales. A la primera denominamos primera etapa uruguaya y en
ella encontramos su producción literaria comprendida entre los años 1869 y
1876. Es el período de juventud, cuando se incorpora al levantamiento blanco
contra el gobierno de Lorenzo Batlle en 1870 y cuando forma parte del Club
Universitario. Esta etapa se inicia con el artículo “Débil tributo a la memoria
de mi venerable abuelo, el Brigadier General D. Antonio Díaz” publicado en
El Siglo del 18 de setiembre de 1869 (Castellanos, 1981: 210). Llamamos a la
segunda etapa de su producción narrativa etapa del exilio argentino en la que el
escritor se ve forzado a residir en el vecino país por fustigar el militarismo
uruguayo. Constituye el epicentro de su producción narrativa que abarca las
publicaciones realizadas entre los años 1877 y 1895 (tres novelas históricas,
una de las “novelas autónomas” y una serie de cuentos). Su tercera etapa, a
la que denominamos segunda etapa uruguaya, transcurre entre los años 1896 y
1903 y se inicia con el regreso del escritor al Uruguay a pedido del sector
joven del Partido Nacional. En este período lo encontramos involucrado en
contiendas partidarias hasta tomar la decisión de apoyar la candidatura del
líder colorado José Batlle y Ordóñez. La cuarta y última etapa de su
producción narrativa la ubicamos entre los años 1904 y 1920 y la nombramos
etapa extranjera. En ella nuestro escritor concluye sus últimas producciones
narrativas mientras cumple funciones diplomáticas para el gobierno del ya
presidente José Batlle y Ordóñez. En esta etapa también situamos sus ensayos
más importantes Épocas militares en los países del Plata (1911) y El mito del Plata
(1916).
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Los personajes afrodescendientes analizados en este trabajo, como ya
se dijo, forman parte de las novelas históricas de Acevedo Díaz creadas en la
etapa del exilio argentino (Ismael, Nativa y Grito de gloria) y participan de los
acontecimientos históricos considerados por el autor como los que dieron
origen a la nación uruguaya.
Personajes africanos y afrodescendientes en las novelas históricas de
Eduardo Acevedo Díaz
Las novelas históricas de Acevedo Díaz constituyen un documento literario
ineludible referido a la gesta independentista del Uruguay. En ellas se narran
acontecimientos que giran en torno al Grito de Asencio (Ismael, 1888), al
período cisplatino (Nativa, 1890), a la Cruzada Libertadora (Grito de gloria,
1893) y al primer enfrentamiento de los bandos políticos tradicionales que se
resuelve con la renuncia del presidente Manuel Oribe en 1838 (Lanza y sable,
1914), etapas históricas en las que el novelista ubica los orígenes de la nación
oriental.
Los personajes de origen africano presentes en las novelas históricas
acevedianas (Macario, Gertrudis, Pitanga, Esteban, Guadalupe y Nerea) se
encuentran distribuidos en las novelas Ismael (1888), Nativa (1890) y Grito de
gloria (1893), y la representación que se hace de ellos se relaciona con la época
en la que el escritor los ubica. Ismael (1888), novela que narra los
acontecimientos previos a la independencia, los primeros levantamientos de
los sectores rurales y la victoria artiguista en Las Piedras, transcurre entre los
años 1808 y 1811. En esta novela aparecen personajes africanos que cumplen
funciones episódicas, con una importancia mínima en la trama narrativa
central. Ellos son tres: Macario, encargado del servicio doméstico en la
estancia de Capilla Nueva; Gertrudis, cocinera en la estancia de la viuda de
Alvar Fuentes, y Pitanga, peón de esa misma estancia (llamado también por
el narrador “el negro de chiripá rojo”). Nativa (1890) cuenta el período de la
dominación luso-brasileña que convierte a la Banda Oriental en la Cisplatina
entre los años 1817 y 1825. En esta obra aparecen dos personajes
afrodescendientes muy importantes, Esteban y Guadalupe, que volverán a
aparecer en Grito de gloria (1894). Esteban es un liberto que acompaña como
asistente al protagonista Luis María Berón, joven patricio montevideano hijo
de españoles que se alista en las filas revolucionarias. Guadalupe es la esclava
de Luciano Robledo (personaje que representa al estanciero del interior del
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país) y esal servicio de la casa y de sus hijas Natalia y Dorila. En Grito de
gloria (1914) se cuenta el desembarco de los Treinta y Tres Orientales y las
victorias de Rincón y Sarandí contra las fuerzas brasileñas (1825). Además de
los dos personajes afrodescendientes anteriormente nombrados, aparece
también Nerea, ex esclava de la familia de Luis María Berón.
Situación de los personajes de origen africano de
Ismael
(1888) en el
contexto de la revolución artiguista: Macario, Gertrudis y Pitanga
El período histórico evocado en Ismael (1888) abarca los años 1808 y 1811, y
se relatan los preparativos de la revolución, los primeros levantamientos
rurales y la victoria artiguista en la batalla de Las Piedras, como se dijo
anteriormente. Ismael, un joven gaucho, decide emplearse de peón en la
estancia de la viuda de Alvar Fuentes en la que conoce a su nieta, Felisa, con
la cual comparte un idilio amoroso interrumpido por los intereses de Jorge
Almagro, hombre de origen español, mayordomo de la estancia y primo de
la muchacha. La rivalidad entre Ismael y Almagro por el amor de Felisa
culmina con un duelo entre ambos en el que Ismael hiere a Almagro. Ismael,
pensando que le ha dado muerte, huye y se convierte en matrero. En esa
situación se enrola en las huestes revolucionarias y participa en las primeras
contiendas vinculadas al grito de Asencio. El enfrentamiento, en la Batalla de
las Piedras, entre Ismael y Almagro (ahora como integrante del ejército
español) culmina con la muerte del segundo en manos del primero y cierra la
trama novelesca que involucra a estos personajes. En esta novela aparecen
tres personajes de origen africano: Macario, Gertrudis y Pitanga. También
aparece un colectivo afro involucrado en las contiendas revolucionarias cuya
descripción nos da a entender que se tratan de esclavos cimarrones.
8
Macario, el
muleque
El contexto en el que aparece Macario podría considerarse uno de los cuadros
más pintorescos de la novela y nos recuerda el universo dominado por lo que
Barrán (2001) llama la sensibilidad bárbara”. El narrador lo presenta como
un “mulato de cabellera crespa, negra y espesa como un matorral, que
revolvía en sus manos un sobre-costillar jugoso y caliente” (Acevedo Díaz,
8
“Cimarrón es el esclavo huido de su dueño, que rompiendo todo lazo de sujeción, se independiza y se
asocia con otros de su misma condición, se defiende de sus perseguidores en una lucha tremenda, en la
que la vida y la libertad son el precio de su rebeldía” (Beraza, 1968: 165)
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[1888] 1985: 172). A su vez, Perico
9
se dirige a Macario gritando en su
lenguaje pintoresco y a través de sus interjecciones descubrimos otras
características del personaje:
¡Eh, muleque! ¿Trujiste el pan bazo? ¡Mové esas tabas, muleque!
10
El apostrofado corrió hacia la cocina (172).
A través de las referencias de Perico (la caracterización de su aspecto físico
corrió por cuenta del narrador) conocemos la edad de Macario (por la
utilización que realiza el luso-brasileño de la palabra muleque, vocablo de
origen africano que significa “niño)
11
y que se dedica a las tareas domésticas.
Luego Perico hace una breve referencia sobre Macario a los demás presentes
(“Este diavo foi parido n’uma zanja¡Presto Macario!...”) a través de la cual
conocemos su nombre (173). No se realiza de este personaje ninguna
representación lingüística que lo caracterice.
Gertrudis, la negra semi bozal y gruñidora
Por otro lado, el caso de Gertrudis corresponde a la representación lingüística
indirecta, observada en el ejemplo que sigue:
[Felisa] Algunas veces hablaba con Gertrudis, la negra semi-bozal y gruñidora;
y en una de estas oportunidades, después de ver cómo se consumía la abuela
9
Personaje histórico llamado Pedro José Viera (1779-1844), “oriundo de Porto-Alegre, Brasil, colonia
entonces de Portugal” (Acevedo Díaz, [1888] 1985: 170) apodado por el paisanaje de “Perico el bailarín”
por sus habilidades de bailar en zancos (171).
10
Cursiva del autor, de la misma manera que en la próxima cita.
11
La voz muleque significa “negrito”, “niño” (Pereda Valdés, 1965: 185). Para Laguarda Trías (1969: 91)
tiene el significado de “niño o mozo de servicio” y resalta la persistencia de su uso en el Brasil, ya perdido
en el Río de la Plata. El Diccionario de la RAE (2014, en línea) le confiere el mismo significado, limitando
su uso a Cuba. Pessoa de Castro (2001) lo considera término bantú, derivado del quimbundo, cuyo
significado es el de “jovem, garoto, discípulo, subordinado”. Ortiz Oderigo (2007) agrega que se usaba
esta palabra para referir también “al hijo de negro o de mulato durante la misma etapa de la vida [la
niñez] o, en general, de corta edad o joven”. Añade que también adquiría un valor afectivo. Aparece por
primera vez en diccionarios españoles en 1846 y designa al “negro bozal de siete a diez años”, con
marcación diatópica para Cuba (NTLLE, en línea). En 1984 se agrega una nueva marcación diatópica
para Argentina y se define como el “nombre que se daba al esclavo africano de siete a diez años de edad”
(NTLLE,en línea). Granada ([1889] 1957) dice que es voz africana. Houaiss (2004) y Michaelis (2009) la
derivan del quimbundo.
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en su sillón de baqueta sin abrir jamás la boca, preguntó a la negra con acento
bajo y desolado, si no había visto a Mael galopando por la loma. Gertrudis
contestó que no (Acevedo Díaz, [1888] 1985: 259).
En la sociedad colonial, se denominaba bozal a aquellos “esclavos recién
llegados que no habían aprendido el castellano y a quienes no se les conocían
sus buenas o malas costumbres” (Isola, 1975: 47). Laguarda Trías (1969) dice
que “se les aplicó ese nombre porque producían el mismo efecto que si
tuvieran un bozal que les impidiese hablar” (37). Según Lipski (1998), la
palabra bozal fue utilizada por primera vez hacia finales del siglo XV para
designar “al negro nacido en África que no había adquirido casi nada de
cultura europea”. Siempre se la consideró como una palabra despectiva,
equivalente a “salvaje” o “bárbaro” (298). Con el tiempo pasó a referir a
aquellos africanos que no hablaban español o portugués o hablaban una
forma muy reducida de esas lenguas, a su arribo a Europa. Al trasladar la
terminología esclavista a las colonias hispanoamericanas, la palabra bozal
mantuvo la acepción de “africano que hablaba poco o nada de español” (298).
El habla bozal era “el lenguaje reducido del que aprende el español por
primera vez, en condiciones difíciles y sin lograr un dominio completo de la
gramática y de la pronunciación” (299). Constituyó “un lenguaje de urgencia
utilizado por la primera generación de africanos enfrentados a la necesidad
de aprender la lengua de los amos” (299).
El comentario “semi-bozal y gruñidora” realizado por el narrador
demuestra lo que consideramos la opinión generalizada de la sensibilidad
letrada del siglo XIX con respecto a las lenguas de los subalternos, más
específicamente a las lenguas africanas.
12
En la representación lingüística del
indígena, por ejemplo, que realiza Acevedo Díaz en sus novelas históricas, se
informa acerca de los gritos, ruidos y gestos que acompañan la comunicación
de esos personajes (López, 2013: 28), caracteres que seguramente reproducen
el imaginario del narrador (y de su época) acerca de su “salvajismo”. De igual
manera, la expresión semi-bozal y gruñidora” con la cual representa a
Gertrudis, tendría como cometido representar a este personaje portador de
12
El campo semántico de bozal parece ampliarse más allá de la referencia a los africanos, como lo vemos
en el siguiente ejemplo de un pasaje del Martín Fierro, donde observamos esa palabra designando a un
italiano que no sabe hablar adecuadamente el español: “Era un gringo tan bozal, / que nada se le entendía.
/ ¡Quién sabe de ande seria! / Tal vez no juera cristiano, / pues lo único que decía, / es que era pa-po-
litano” (Hernández, [1872] 2009: 36).
Rivero, “Personajes africanos…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 4 / Noviembre 2025 / pp. 168-199 180 ISSN 3008-7619
una condición semi-salvaje (Lipski, 1998: 298) por lo cual el sonido de su
lengua (“gruñidora”) repercutiría en la sensibilidad letrada de manera
grotesca. En este mismo orden de cosas, Ayestarán (1953) habla sobre la
representación realizada por viajeros en sus crónicas acerca de los cantos de
los africanos esclavizados en América, que, según ellos, “gritan” y “aúllan”
(65).
En la descripción de Gertrudis se destaca su esclavitud, su costumbre
de fumar en cachimbo
13
y de dormir sobre pellones (en cursiva en el original),
su escasa estatura y obesidad, su desaliño y su gusto por la carne de
comadreja. Los demás personajes le confieren caracteres animalizados al
apodarla de “Garrapata” (Acevedo Díaz, [1888] 1985: 254). La
representación de los rasgos físicos de Gertrudis responde a la visión
estereotipada de los africanos desde la óptica del intelectual hegemónico: “la
negra estiróse con los dedos la pulpa de sus labios” (255); andaba “con un
trapo incoloro sobre su casco lanudo y haciendo sonar los chanclos de
madera en los talones encallecidos” (283). Por otro lado, es el único personaje
de origen africano de la narrativa de Acevedo Díaz que expone una visión
acerca de lo sobrenatural. Luego de la muerte de Felisa, el viejo Melchor
cuenta que
del fondo del campo por atrás de las cuchillas que caían al monte, venían los
aullidos de un animal extraño que se acercaba y se alejaba, como si no se atreviese
a llegar a las “casas”. La negra imbécil añadía que era “un ánima” con cabeza de
perro, grande como un buey, la que ella vio desde la enramada (277).
En este fragmento el narrador se extiende un poco en la representación
indirecta del discurso de Gertrudis. Debemos tener en cuenta su concepción
13
La palabra cachimbo es de origen bantú, también del quimbundo (Pessoa de Castro 2001). Con respecto
a su significado, Pereda Valdés (1965: 181) dice que consiste en una pipa de fumar ordinaria y tosca, que
usaban “los negros viejos”. Granada ([1889]1957) y Laguarda Trías (1969: 64) comparten ese significado.
La RAE (2014, en línea) registra, en su primera entrada, “pipa para fumar”. Ortiz Oderigo (2007) brinda
el mismo significado agregando que lo fumaban “los negros y las negras”, sobre todo en la época de la
esclavitud. En 1853 aparece con la acepción equivalente a cachumbo, “pipa que usan los negros para fumar
en América” (NTLLE [en línea]). En 1917 deriva de cacimba y a partir de 1925 de cachimba (NTLLE [en
línea]). El DEU (Diccionario del español del Uruguay, 2011) dice que posee etimología controvertida. Aurélio
(2004), Houaiss (2004) y Michaelis (2009) derivan a la palabra del quimbundo.
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Número 4 / Noviembre 2025 / pp. 168-199 181 ISSN 3008-7619
positivista-racionalista frente a concepciones religiosas animistas propias de
alguien al que denomina “negra imbécil”, como lo hace notar en su texto.
14
Pitanga, el negro de chiripá rojo
Pasemos ahora al caso de Pitanga, único representante de los personajes de
origen africano de Ismael (1888) que pronuncia algunas palabras a través del
discurso directo. Es identificado por el narrador a través de su vestimenta:
“el negro de chiripá rojo” (Acevedo Díaz, [1888] 1985: 98, 108, 110).
También se resalta su aspecto físico del que se destacan rasgos animalizados
cuando el personaje gesticula al hablar, “alargando su boca pulposa como una
trompa de tapir” (98). Parece ser un esclavo
15
encargado del cuidado de los
animales y en las descripciones de esas tareas se resalta su destreza en el
manejo del caballo (98, 108, 110). Conocemos su nombre (o apodo) a través
de Almagro (110), único personaje con el que dialoga y parece formar parte
de su bando.
Después de la muerte de Tristán Hermosa propiciada por Fernando
Torgués en un duelo feroz, Almagro le pregunta a Pitanga sobre la situación
en que se encuentra Torgués, a lo que nuestro personaje contesta: Cribao y
manco, señó(109). En esta frase, Pitanga habla un lenguaje gauchesco (cribao)
en el que se deja entrever un término (señó) que evidencia la caída de la /r/
final de palabra que, según Lipski (1998), es característica del lenguaje de los
esclavos africanos en el Río de la Plata.
Si consideramos que los personajes que acabamos de analizar forman
parte de lo que Barrán (2001) llamó la “sensibilidad bárbara”, ahora
pasaremos a analizar a Esteban y Guadalupe, personajes que incursionan ya
en la “sensibilidad civilizada”, como lo veremos a continuación.
14
El siguiente comentario de Asensi (2009) referido al texto de Spivak (1985) puede hablar acerca de
Gertrudis también: “¿En qué sentido se puede decir que esas mujeres “hablan”? Incluso en el caso de
que consideremos que tales actos encuentran una sanción social y, por ello, una respuesta institucional,
funcionan únicamente como ejemplos del sujeto subalterno mudo, en especial, de la mujer subalterna
muda” (Asensi 2009: 15).
15
Llama la atención el hecho de que se dice del personaje Gertrudis que es una esclava, no ocurriendo
lo mismo con Macario y Pitanga.
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Personajes de origen africano de
Nativa
(1890) y
Grito de gloria
(1893)
en el contexto de la Cisplatina y la Cruzada Libertadora: Esteban,
Guadalupe y Nerea
Dentro del ciclo histórico de las novelas de Acevedo Díaz, Nativa (1890) y
Grito de gloria (1893) forman un conjunto temático que abarca los años 1817
y 1825, y centran la acción en el período de la Cisplatina y en los hechos
revolucionarios que culminaron con la dominación luso-brasileña. Rodríguez
Monegal considera a las cuatro novelas históricas de Acevedo Díaz no como
una tetralogía sino como un tríptico en el que el segundo volante estaría
formado por estas dos obras (Rodríguez Monegal, 1964: XVI). Ambas
presentan como protagonista a Luis María Berón,
16
joven montevideano que
decide alistarse en las filas revolucionarias. Procedente de una familia patricia
de la capital, es hijo de Carlos Berón, un español acaudalado. Lo seguirá en
esta travesía (que culminará con su muerte acaecida en Grito de gloria) su fiel
compañero, el liberto Esteban (exesclavo de la familia Berón), con el que
compartirá varias aventuras y del que dependerá incondicionalmente en las
duras jornadas bélicas. En estas novelas, como se dijo anteriormente,
aparecen tres personajes de origen africano: Esteban, Guadalupe y Nerea.
Esteban, el baqueano
Esteban adquiere la condición de liberto la noche en la que Luis María Berón,
hijo de su amo, decide alistarse en las filas del comandante Álvarez de Olivera
en pos de la causa revolucionaria contra la dominación portuguesa. En ese
episodio descubrimos que Esteban fue criado desde que nació en compañía
del joven patricio
17
y que fue empleado junto con otros esclavos en las faenas
del campo. (Acevedo Díaz, [1890] 1964: 149). En numerosas escenas de
Nativa (1890) y Grito de gloria (1893) se crea a este personaje como baqueano
y gran conocedor de la campaña uruguaya. Esas observaciones nos
demuestran que en Nativa (1890) el contacto de Esteban con el campo ha
16
Este personaje es visto por Rodríguez Monegal (1964, 1968) como el alter ego de Acevedo Díaz. Dice
que a través de él el autor realiza una “autobiografía simbólica” en la que la novela histórica pasa a ser
también una novela de aprendizaje (Rodríguez Monegal, 1968: 13, 23). Afirma el crítico que la turba que
contempla el montevideano Luis María Berón “es la misma turba eterna que llegó a ver y registrar el
joven Acevedo Díaz [de 19 años] cuando abandonó las aulas y se incorporó a la Revolución de las
Lanzas” (25). Luis María Berón oficiaría, entonces, como un “testigo imaginario” que le permite al autor
analizar a medida que observa la acción (36).
17
En Grito de gloria (1893) se dice que Esteban y Luis María Berón fueron hermanos de leche (Acevedo
Díaz, [1893] 1964: 245).
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conformado intensamente su carácter, confiriéndole un conocimiento que el
joven patricio no posee.
18
La posesión de ese conocimiento hace que Luis
María Berón se vea en una situación de dependencia frente al joven liberto,
dependencia relacionada con su propia sobrevivencia en el campo oriental
convertido en campo de guerra.
Como en los demás personajes de origen africano analizados hasta
ahora, de Esteban también se resaltan sus rasgos físicos, pero más se resalta
su negritud.
19
En Nativa (1890) la primera impresión que tenemos sobre
Esteban es a través de don Anacleto, capataz de la estancia “Los Tres
Ombúes”. Vemos que su negritud es la causa de que esa primera impresión
sea la de desconfianza:
El capataz se paró, mirando muy atento al que se aproximaba; y como hallase
demasiado misterioso y negro al jinete, al punto de no descubrirle ni una pinta
blanca en el cuerpo, y que se avanzaba callado, cubierto con un sombrero
como un hongo, repuso con aire grave:
Permítanme, niñas, que vaya a buscar el trabuco, porque se me hace que ése
que se allega “no es trigo limpio”.
20
(84).
Otro rasgo destacado de Esteban es su sonrisa. En Nativa (1890) podemos
apreciar el siguiente ejemplo, en el que vemos repetirse una de las imágenes
estereotipadas sobre los personajes de origen africano: Sonrióse Esteban
hasta blanquearle los dientes, resaltantes como el globo de sus ojos en la
oscuridad (Acevedo Díaz, [1890] 1964: 87). En Grito de gloria (1893) se dirá
que su sonrisa le era peculiar y que al esbozarla “dejaba a la vista todas sus
encías” (271). Este rasgo de Esteban en esa novela se amalgama a su
personalidad y hasta dice el narrador que Esteban sonreía cuando “lo agitaba
alguna idea útil y provechosa para sus amos” (271).
Al igual que Pitanga, su antecesor de Ismael (1888), Esteban es hábil en
el adiestramiento del caballo,
21
labor de la que se darán detallados ejemplos
18
De la misma forma, Guadalupe posee un conocimiento que no tiene su ama Natalia pero de otra
índole y por otros motivos, datos que veremos más adelante.
19
Utilizamos esta palabra para designar las connotaciones de color adjudicadas al personaje.
20
Las comillas son del original.
21
Con respecto a este oficio, Sala et al (1968) comentan que para prevenir posibles fugas los señores de
las estancias no permitían que sus esclavos montaran a caballo, aunque en algunos documentos aparecen
esclavos muy diestros en ese trabajo lo que evidencia su participación en variadas faenas (143).
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en el transcurso de Nativa (Acevedo Díaz, [1890] 1964: 106-108). También
se destacan sus modales en el hablar que despiertan exclamaciones como
“¡qué negro bien criado!pronunciadas por Dora (88) en el primer encuentro
con ese personaje.
22
El hecho de que sea “bien hablado” contribuirá también
y con mayor eficacia a despertar la confianza en los demás.
23
La apostura
militar le confiere a Esteban un carácter respetuoso que le va sumando
cualidades positivas a su imagen (85-88).
Como hemos visto en Nativa (1890), las habilidades y destrezas de
Esteban son explicitadas de manera recurrente por el narrador, por los demás
personajes y por sus propias acciones, y van construyendo la figura de este
personaje como la del baqueano. Ya en Grito de gloria (1893) lo vemos
totalmente asimilado a la cultura hegemónica montevideana del XIX, donde
leemos la siguiente descripción del personaje: Seguía a Berón como su
sombra, un negro liberto con todos los aires de una buena crianza, mozo,
robusto, bien plantado y gran jinete, el chambergo sobre la oreja, bota a media
pierna, un haba del aire en el ojal de la blusa y el trabuco cruzado a los
riñones (Acevedo Díaz, [1893] 1964: 49). La asimilación de Esteban, vista
con preponderancia en Grito de gloria (1893), se vincula con la forma en que
se plantea su educación en la obra, relacionada a su vez con las características
que tuvo la esclavitud en el territorio uruguayo, principalmente en la capital.
Esteban fue criado como hermano de Luis María Berón (hasta fueron
hermanos de leche)
24
y este contacto directo que reproduce Acevedo Díaz
refleja la realidad vivida por muchos afrodescendientes de Montevideo que
padecieron la pérdida de su propia cultura de manera paulatina, debido al
frecuente trato con la sociedad receptora.
25
La vivencia militar también
22
Guadalupe dirá de él a sus amas Natalia y Dorila que “aunque es trompudo, se las echa de muy leído”
(Acevedo Díaz [1890] 1964: 97-98), comentario que le confiere a este personaje rasgos, aunque vagos,
de la figura del “negro catedrático” (Lipski 1998: 286, en nota).
23
La utilización recurrente que realiza Esteban de las fórmulas “mi señor” y “su merced” influyen
poderosamente en esas apreciaciones.
24
Es curioso que ni de Esteban ni de Guadalupe se mencione ningún dato acerca de sus familiares y
antepasados, aunque el propio texto indique, a través de esta referencia implícita a la ama de leche, la
figura de una mujer de origen africano.
25
Desde el punto de vista lingüístico, este proceso también se lleva a cabo en las mismas condiciones. La
incorporación lingüística de los africanos a la sociedad receptora de europeos y de eurocriollos en estas
latitudes, facilitó el proceso de pérdida de sus lenguas originarias, dado que el esclavo no estuvo
condenado al aislamiento lingüístico por el carácter de su trabajo en esta sociedad, que era básicamente
urbano y doméstico y que lo ponía en contacto cotidiano con el español. Coll (2010) explica este
fenómeno desde la perspectiva del proceso de extinción o pérdida de lenguas.
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amolda a este joven personaje afrodescendiente, junto con la estricta
educación que le han propiciado sus amos dentro de una rígida estructura
patriarcal.
26
Asimismo Acevedo Díaz introduce la imitación como otra forma
de asimilación, cuando dice de Esteban que es “un mocetón robusto que
tenía el don de imitar el aire y hasta el vestir de su amo” (Acevedo Díaz,
[1893] 1964: 250-251).
Para que suceda la interiorización de los discursos asimiladores que
realiza Esteban es necesario que el personaje se construya en el marco de una
“sensibilidad civilizada (Barrán, 2001). Aunque Esteban representa un
hombre de la Cisplatina, como personaje se despliega desde la ideología del
disciplinamiento y eso se patentiza en la introducción de un nuevo elemento
(no visto en Nativa) que se suma a la construcción del personaje del joven
liberto: la idea de un mundo interior. Aspectos como la posibilidad de la
autocensura (evita hacer “cosas de negro”), el enamoramiento (encomienda
su alma a Dios y a Guadalupe) y la represión (piensa hablar, pero no lo hace)
sólo pueden ser posibles desde una concepción de la interioridad
27
. Por otro
lado, en el discurso asimilador y “contrainsurgente” que construye a Esteban
como un personaje fiel, obediente y humilde, identificamos la imagen de la
“sombra” como una de las más representativas de su identidad en Grito de
gloria. Ya se ha visto que Esteban seguía a Luis María Berón “como su
sombra” (Acevedo Díaz, [1893] 1964: 49) y “como una sombra negra” lo vio
Carlos Berón un día en su casa, junto a la verja (268). En otra oportunidad el
26
La militarización de la sociedad uruguaya (1810-1870) hizo que el ejército desempeñara un rol clave
en la naciente república que buscaba ajustarse a los cánones de la modernidad. Los sectores populares,
rurales y urbanos, fueron especialmente afectados por este proceso, que perderá fuerza hacia 1886. Tales
sectores estaban integrados por los habitantes más pobres del país, entre ellos los“morenos y pardos”.
Estos, a causa de su condición étnico-racial y su situación socioeconómica, habrían sido los más
afectados desde los albores del estado oriental, sujetos a levas justificadas por la mentalidad esclavista
que suponía la existencia de los africanos y sus descendientes “solo en función de servir a los criollo-
europeos, integrando la estructura de interacción esclavista del imaginario republicano” (Borucki et al,
[2004] 2009: 75). Tal imaginario elaboró la asociación “negro-esclavo”, complementándola con la dupla
“negro-soldado”, tras la inserción social de los antiguos esclavos al ejército, favorecida por la abolición
(79). Cabe recordar que la ley de abolición de 1842 del Uruguay concedía la libertad a todos los hombres
útiles, en tanto que aquellos no aptos para la guerra, las mujeres y los niños, quedaban en situación de
pupilos (Pi Hugarte y Vidart, 1969: 24).
27
Como lo afirma Barrán (2001), la sociedad civilizada, antes que vencer prefiere convencer a través de
la culpa y la represión (Barrán, 2001: 28 y 90, tomo II). Dice que la mejor estrategia de control que adoptó
la sensibilidad disciplinada fue aquella en la que el dominado ama a su dominador, “pues el desobediente
se vivía a sí mismo como un desamorado o asocial” (Barrán, 2001: 90, tomo II).
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narrador dirá que Guadalupe no deja de pensar en la “sombra negra” que
sigue a Luis María Berón (157).
Guadalupe, la lista
Guadalupe, como ya se dijo, es esclava de la estancia de Luciano Robledo.
En Nativa vive en el campo y en Grito de gloria en Montevideo. En la estancia
está encargada de la cocina y también es lavandera. En la capital será cocinera,
función que cumple con mucha eficacia. Por su edad mantiene una relación
estrecha con las hijas de Luciano Robledo, Natalia y Dorila, y se la describe
como una muchacha jovial, alegre y muy lista. Las primeras referencias que
tenemos de este personaje en Nativa son a través del narrador que la presenta
como “la negra Guadalupe” (Acevedo Díaz, [1890] 1964: 44) y de un diálogo
entre Don Anacleto y Dorila referente a una lechiguana que encuentran en el
campo (65-66).
En Grito de gloria el narrador dirá de Guadalupe que es “una mujer de
plenitud fisiológica, maciza y fuerte” (Acevedo Díaz, [1893] 1964: 244-249),
lo que demuestra que en el transcurso entre una novela y otra el personaje
adquiere su adultez (lo mismo sucede con Esteban). En Nativa, Guadalupe
es una adolescente que disfruta de los juegos en compañía de Dorila y las
descripciones de su participación en ellos caracterizan las actitudes de la
esclava a través de imágenes vinculadas con animales: corre como “una gata
montaraz” (Acevedo az, [1890] 1964: 44), juega con la velocidad de “una
cabra montés” (366), salta al igual que “una ternera que brinca retozando”
(367). Es un personaje que transita también fuera del espacio doméstico y en
Grito de gloria, cuando se encuentra en Montevideo, actúa en las esferas de lo
público y de lo privado. En Nativa el personaje se construye como un artificio
literario a través del cual el narrador logra conectar los dos mundos
representados por el ranchejo de los forasteros y el cuarto de las hermanas.
Guadalupe funciona como vínculo comunicativo entre esos espacios pues a
través de sus relatos acerca de lo que ve, sus amas descubren sobre el mundo
más allá de sus juegos y bordados. Como dice Dora: “ahora vamos a saber
por Guadalupe todo” (95).
En Grito de gloria, donde lo público y lo privado están muy demarcados,
Guadalupe también representa una puerta abierta al mundo exterior para el
pequeño mundo femenino. Dice el narrador de Guadalupe que “no perdía
ocasión de recoger en la calle toda novedad cuyo conocimiento interesase a
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su ama” (Acevedo Díaz, [1893] 1964: 244).
28
Este personaje detiene su
atención en lo que se conversa en los grupos de la calle o en el café de la
esquina, en lo que dicen los esclavos de confianza o los “negros pasteleros”
que colman las aceras y las plazas (137). Al ser muy astuta, “sabía distinguir
los cuerpos del ejército por sus números, aun por sus uniformes, y conocía a
sus jefes por haberlos visto muchas veces en revistas y paradas” (141). Por lo
tanto, la importancia del personaje radica en su capacidad de comunicación,
de transmitir la información, de hablar. Es en Grito de gloria que Guadalupe
adquiere mayor relevancia como personaje y su función logra mayor
importancia desde el punto de vista narrativo por el hecho de que los demás
personajes femeninos (además del anciano padre del joven protagonista
montevideano) dependen de sus relatos para enterarse de los hechos. Aunque
es esclava (y probablemente por ello), circula con mayor libertad que su ama
Natalia.
El narrador destaca varias veces la vestimenta de Guadalupe, de la que
se detiene en sus vivos colores. En Nativa, en una ocasión, dice que entró a
la habitación de las jóvenes arreglándose en la cabeza “un pañuelo a cuadros
rojos y amarillos(Acevedo Díaz [1890]1964: 95) y más adelante dirá que
llevaba “un vestido de percal a pintas moradas y su pañuelo de algodón
floreado sobre el pecho” (Acevedo Díaz [1890]1964: 110). En Grito de gloria
Guadalupe sigue luciendo vivos colores, como por ejemplo “un vestido
nuevo a listas moradas y un pañuelo de colores vivos cruzado por el pecho”
(Acevedo Díaz [1893]1964: 141). De las amas no se observan referencias a
su vestimenta. Esto puede relacionarse con la mirada del intelectual
hegemónico cuando pretende resaltar como uno de los rasgos propios de los
afrodescendientes la extravagancia en el vestir, un estereotipo más, presente
ya en la obra Montevideo antiguo de Isidoro de María cuando se refiere a Jacinto
Ventura de Molina
29
(de María [1888] 957: 240-245, tomo I).
28
Guadalupe recuerda, por momentos, al personaje de la “negrilla delatora” de la literatura argentina, en
la dicotomía rosismo / antirrosismo, analizado por Alejandro Solomianski (2003).
29
Jacinto Ventura de Molina (1766-1841) es considerado el primer escritor afrouruguayo del que se tiene
noticia. Es contemporáneo de la generación del Parnaso Oriental (1835/1837), aunque su obra no formó
parte de la nombrada antología fundacional. Era hijo de Ventura de Molina quien, por su parte, era
esclavo del brigadier español Don José Eusebio de Molina. Jacinto creció en Montevideo y recibió del
brigadier educación en teología, jurisprudencia, economía, historia, filosofía y religión. Conquistó un
capital cultural similar al de muchos de sus contemporáneos descendientes de europeos y desarrolló una
vasta escritura amoldada a los cánones literarios de la época. Sin embargo no ha sido considerado entre
los fundadores de la literatura uruguaya, con los que comparte una importancia de índole estética e
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De su intimidad el narrador, a través del estilo indirecto libre, nos da
algunas pistas. Teme ser descubierta en sus pensamientos egoístas acerca de
Esteban, lo que demuestra un sentimiento de culpa producto del
disciplinamiento en el que se enmarca su creación como personaje. El
narrador expone que Guadalupe dice a media voz “algún gusto ha de llegar a
una también” (Acevedo Díaz [1893]1964: 157). En su pensamiento también
discurren halagos a su propia raza y en ellos el narrador introduce su
concepción sobre los afrodescendientes y su relación con la cultura
eurocriolla: “¡Verdad que eran nativos [nacidos en territorio uruguayo] y se
habían criado entre señores! (Acevedo Díaz [1893]1964: 158). Esta
expresión de Guadalupe es ajustada síntesis de la representación de lo que el
narrador y su época concebían como la suerte corrida por el afrodescendiente
en su trayecto hacia la asimilación.
Nerea, la lavandera
Fue esclava en la casa de Berón hasta que Luis María cumplió sus quince
años. Aparece solamente en Grito de gloria (1893). Su función narrativa es
estrictamente circunstancial pero le ofrece al narrador la oportunidad de
presentar un cuadro costumbrista del Montevideo de inicios del siglo XIX
(en el que aparecen las lavanderas) y caracterizar un poco s a los ex
esclavos que mantenían sus oficios de cuando lo eran.
El lugar específico en el que aparece este personaje es descripto por el
narrador como “un vallecito muy verde” donde se veían diseminadas varias
“bocas a flor de tierra” a las que llamaban “cachimbas”,
30
pozos donde se
histórica (Gortázar, 2003, 2006, 2007, 2008 et al 2010). Por su carácter de letrado, Jacinto fue objeto de
constantes burlas, “estrategias que utilizó la elite montevideana para manifestar su incomodidad frente
al Licenciado negro” (Gortázar, 2007: 15). Su ideología monárquica y católica contribuyó a que quedara
como una figura marginal, “cuando la idea de un estado-nación soberano comienza a tomar forma”
(Gortázar, 2007: 55).
30
La palabra cachimba también es de origen africano y se define como “pozo poco profundo del que se
extrae agua fresca” (Pereda Valdés, 1965: 182). Laguarda Trías (1969: 59-60) dice haber sido
documentada por primera vez en territorio uruguayo en 1737, en portugués. Es un vocablo de origen
bantú, derivado del quimbundo y significa “vasija” (Pessoa de Castro, 2001; Britos Serrat, 1999). En la
RAE (2014, en línea) aparece como derivado del portugués cacimba –y este, a su vez, del bantú cazimba
con una marcación diatópica para Argentina y Uruguay como “hoyo para buscar agua potable”. Granada
([1890]1957) afirma ser una “voz importada del África” y apunta además que es en el Río de Plata donde
se la aplica con mayor propiedad. En 1936 aparece la primera referencia de cachimba como “voz africana”
en diccionarios académicos del español (NTLLE [en línea]). El DEU (2011) le confiere origen en la voz
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Número 4 / Noviembre 2025 / pp. 168-199 189 ISSN 3008-7619
acumulaba agua limpia y en los que las esclavas lavaban la ropa (Acevedo
Díaz, [1893] 1964: 202). Parece que la presencia de las lavanderas era una
constante en la sociedad rioplatense del XIX a juzgar por la representación
que también realizan de ellas el uruguayo, nombrado anteriormente, Isidoro
de María en su Montevideo antiguo (tomo I de 1887 y tomo II de 1895) y el
argentino Antonio Wilde en Buenos Aires desde setenta años atrás (1882).
En el diálogo entre Nerea y Luis María podemos apreciar cuatro
momentos: el primero es el encuentro entre ambos personajes en el que se
describe la alegría del muchacho al ver a la ex esclava de su casa cuya antigua
relación se traduce en el vocablo “mama utilizado por el joven al
reconocerla. Sin pérdida de tiempo se pasa al segundo momento en el que
Nerea se pone a disposición del joven para lo que ordene y Luis María le pide
que lleve una carta a su familia. La vieja esclava, con actitud maternal, hace
una referencia a la piel del muchacho quemada por el sol. En el tercer
momento Nerea se dispone a entregar la carta y para evitar la vigilancia le
dice a Luis María que la esconda entre sus “motas”, lugar que ofrecerá total
seguridad. En el último momento Nerea se despide muy nerviosa y aconseja
a Luis María a no confiar en los “mamelucos”.
31
El narrador se detiene en los rasgos sicos de Nerea, principalmente en
las descripciones realizadas sobre su “cráneo”, en el momento en que Nerea
descubre su cabeza para esconder la carta de Luis María: Esto diciendo,
Nerea se desataba el pañuelo de algodón que ceñía su cabeza, un cráneo
achatado en el frontal y saliente en el occipucio, cubierto en parte por motas
blancas tan nutridas aún, que bien podían ocultarse dos cartas debajo del
vellón (Acevedo Díaz, [1893] 1964: 204). Más adelante el narrador, en una
nueva referencia a su cráneo, dirá que es “subdividido en isletas y ranuras”
(Acevedo Díaz, [1893] 1964: 205), empleando términos provenientes de la
craneometría para describir la forma de la cabeza de Nerea, dato que utiliza
para construir este personaje como de origen africano. Otro detalle que
destacamos de la comunicación realizada por Nerea y que se observa también
en Esteban y Guadalupe, es la utilización de la fórmula “su merced” para
referirse a sus antiguos amos o ex amos, rasgo lingüístico alusivo a su antigua
kixima proveniente del quimbundo. Aurélio (2004), Houaiss (2004) y Michaelis (2009) también la derivan
del quimbundo.
31
Palabra que se utilizaba en la Banda Oriental para designar a los brasileños.
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situación de esclavitud (de Granda, 2004 y 2005; Álvarez López, 2008 y 2009;
Álvarez López y Bertolotti, 2013).
Al hablar con la familia Berón, cuando les lleva la carta de Luis María,
Nerea despliega otros recursos comunicativos. Aunque el narrador
anteriormente nos dijo que Nerea dialogaba con otra lavandera “con mucho
calor”, frente a sus antiguos amos la ex esclava no logra expresarse con la
misma competencia que en la situación comunicativa anterior. El narrador
dice que “si bien no la ayudaba su manera de expresarse, desempeñóse con
éxito, narrando todo lo sucedido desde que la encontró en las ‘cachimbas’
Luis María hasta que se fue” (Acevedo Díaz, [1893]1964: 230). Podemos
imaginar a este personaje intimidado frente a sus antiguos amos, ya que el
narrador nos da la pauta de que Nerea hablaba una misma lengua
(seguramente africana) con su compañera lavandera (“gruñó la otra”, dirá)
pero que pasará a tener dificultades al intentar comunicarse en español con
sus ex amos.
Como vimos, estos personajes fueron creados desde determinados
parámetros ideológicos y estéticos que les asignan lugares y características
específicas en el contexto de una comunidad imaginada como nacional.
A modo de conclusión
Para concluir este análisis sobre los personajes de origen africano en las
novelas históricas de Acevedo Díaz, podemos realizar una primera
observación con respecto a sus rasgos lingüísticos. Estos presentan dos
tendencias: a) una actitud lingüística que podría equipararse a la diglosia
(Ferguson, 1959) y b) otra que tiende hacia el monolingüismo en español.
Los personajes de la primera tendencia son Pitanga, Gertrudis y Nerea, a los
que el narrador caracteriza con algún atributo lingüístico que podría
evidenciar una cultura africana (pues no son personajes totalmente asimilados
aún a la cultura hegemónica). De la segunda tendencia los personajes son
Esteban y Guadalupe, cuya educación, realizada en estrecho contacto con la
clase dirigente, hizo que se presenten como personajes carentes de cualquier
forma de contacto cultural con África.
Con respecto a los personajes afrodescendientes de la novela Ismael
(1888) en lo que concierne a su desempeño comunicativo, se destaca, como
recurso estilístico en sus representaciones, una forma de evolución lingüística
que parte del silencio (Macario), continúa con la ausencia de representación
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lingüística directa (Gertrudis) y culmina en un tímido balbuceo (Pitanga).
Según nuestra visión, esa evolución propone una categorización ascendente
dentro de una posible escala de subalternidad lingüística que culmina con la
práctica del lenguaje, que se resume en la secuencia silencio - discurso
indirecto - discurso directo. Consideramos que esa escala de subalternidad
lingüística reproduce una concepción social que parte del menos al más
favorecido y que se resume, a su vez, en la secuencia niño-mujer-hombre.
Por otra parte, en la prosopografía de los personajes de origen africano
en la novela Ismael (1888), vista también en Nativa (1890), sus aspectos físicos
son intensamente marcados por el narrador (generalmente a través de
comparaciones) y en algunos momentos animalizados. Esas marcas van
conformando una visión que estanca a esos personajes en un determinado
estereotipo que representa, según nuestra visión, el proceso de asimilación a
la sociedad eurocriolla diseñado por el “intelectual hegemónico” (Spivak
1985) en el desarrollo del ciclo novelesco, proceso que se imagina como una
“evolución ascendente” desde la barbarie al disciplinamiento. Gertrudis y
Pitanga se configuran, entonces, como una preparación de Guadalupe y
Esteban, personajes de origen africano más importantes de las novelas
históricas de Acevedo Díaz que participan tanto en Nativa (1890) como en
Grito de gloria (1893). Debemos decir, además, que Esteban y Guadalupe son
personajes fronterizos en el sentido de que en su evolución como tales
poseen marcas y rasgos relacionados con el medio rural y con el medio
urbano. El trayecto realizado por Esteban de la ciudad al campo y por
Guadalupe del campo a la ciudad, confiere a estos personajes ciertos saberes
que les proporcionan una relación contingente con su subalternidad, que
genera para con ellos la dependencia de sus amos.
En el caso de Esteban, nacido y criado en la ciudad, su aprendizaje
definitivo se produce en el medio rural donde aprende lo necesario para ser
el guía y mano derecha de Luis María Berón en su decisión de pelear en las
filas revolucionarias en pos de la liberación del territorio uruguayo de la
dominación luso-brasileña. En Nativa (1890) es un baqueano hombre de
campo, insistentemente definido así tanto por el narrador como por
mismo. En Grito de gloria (1893) no perderá esa condición, pero la impronta
militar, la evocación constante de la educación propiciada en la casa de Carlos
Berón y la imitación que realiza de Luis María Berón van borrando
paulatinamente aquel Esteban que en Nativa despliega una personalidad más
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definida, orgulloso de sus “cosas de negro” y de su condición de “cambá”,
32
como lo demuestra por lo menos frente a los indígenas (Acevedo Díaz, [1890]
1964: 320-321). Este Esteban deja paso a un Esteban que contiene en
mismo, a pesar de ser liberto, las tres características del buen esclavo definidas
por Mattoso (1982): obediencia, fidelidad y humildad.
Por su parte, Guadalupe, esclava cocinera de la estancia de Robledo, se
configura como un personaje doblemente fronterizo, tanto en su educación
rural y urbana (igual a Esteban) como en su constante transitar entre las
esferas de lo privado y lo público principalmente cuando se encuentra en
Montevideo. Esto es visto con mayor énfasis en Grito de gloria, novela en la
que este personaje logra un despliegue mayor, contrariamente a Esteban. Sus
cualidades personales (astucia y locuacidad) le confieren la capacidad de
manejarse con soltura en un mundo ciudadano en tiempos de guerra y
adquirir su significado como personaje en la recolección y transmisión de
información para sus amas, dependientes de ella en ese sentido. Guadalupe
también ha construido su crianza en base a la asimilación. Esto es demostrado
cuando piensa en los exponentes de su “raza” y en las cualidades que poseen
al ser “nativosy haber sido criados entre señores (Acevedo Díaz, [1893]
1964: 158).
Todas las cualidades que hemos expuesto aquí acerca de Esteban y
Guadalupe están enmarcadas en el universo narrativo de Nativa (1890) y Grito
de gloria (1893) hacia un único fin: servir a sus amos. La existencia de los
personajes de origen africano en esas novelas se concibe en su capacidad de
ser por y para sus amos o ex amos. Pareciera que para los representantes de
la cultura hegemónica los africanos y sus descendientes no poseen
“resistencia ontológica” (Fanon, 1952) suficiente como para decidir su propia
existencia. Esteban es la “sombra negra” de Luis María Berón, un producto
del mimetismo que elabora un sujeto de una diferencia que es casi lo mismo, pero no
exactamente (Bhabha, [1994] 2002: 112. Cursiva en el original). El afrocriollo
es una sombra del eurocriollo como una presencia “parcial, incompleta y
virtual” (112), que hasta en sus pensamientos está pendiente de sus amos.
Guadalupe, por su parte, no demuestra tanta sumisión; por el contrario, sus
amas la califican de insubordinada, y “revoltosa” es el adjetivo utilizado por
un centinela para referirse a ella (Acevedo Díaz, [1893] 1964: 152). Posee
libertad de movimientos, libertad en el vestir, de exponer sus propias
32
Palabra del guara que significa negro” (Muniagurria, 1947; Peralta y Osuna, 1950; Guasch y Ortiz, 1998).
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conclusiones hasta sobre temas relacionados con la guerra y, además, piensa
en la posibilidad del disfrute personal (Acevedo Díaz, [1893] 1964: 157). Pero
su extrema fidelidad y su condición de mujer no le permiten ser un personaje
independiente de sus amos.
Notamos también que se trazan algunas diferencias entre los personajes
de origen africano, ya asimilados, y aquellos que aún no han logrado
sumergirse de lleno en el proceso de asimilación. Hacia estos últimos la
mirada del letrado se hace más objetiva y racional al juzgar, por ejemplo,
como imbecilidad la concepción de Gertrudis acerca de la muerte (Acevedo
Díaz, [1888] 1985: 277) u observar, desde un horizonte “científico”, a la ex
esclava Nerea cuando se refiere a su “cráneo achatado en el frontal y saliente
en el occipucio” (Acevedo Díaz, [1893] 1964: 204). Esto vale también para
cuando representa las formas de hablar de Gertrudis y de la lavandera
compañera de Nerea como si fueran gruñidos (Acevedo Díaz, [1893] 1964:
203).
Por lo que hemos visto hasta aquí, el imaginario acerca de los africanos
y afrodescendientes que se ha analizado en este trabajo ha pautado una serie
de rasgos particulares atribuidos a esos personajes en estrecha relación con la
idea de subalternidad (Spivak, 1983). El vínculo histórico existente entre la
esclavitud y las personas de origen africano ha determinado que una serie de
características y actitudes se encauzaran hacia su desempeño como
subalternos en esta parte del continente durante el siglo XIX.
Podemos decir que en la “formación nacional de la alteridad” (Segato,
2007), en conjunto con la construcción de la “etnicidad ficticia” (Balibar,
1988) diseñada en las novelas históricas de Acevedo Díaz, coexisten, a
grandes rasgos, cuatro bloques “raciales” bien definidos: a) el bloque de los
“blancos”, b) el de los indígenas, c) el de los africanos aún no totalmente
asimilados y d) el de los afrodescendientes asimilados. En el primer bloque
se agrupan aquellos personajes pertenecientes a la clase patricia
montevideana (los caudillos y deres del proceso revolucionario) vistos como
representantes puros de la “raza caucásica” superior, según los discursos
racializadores (Dos Santos, 2002) de la época. En este bloque también se
incluyen algunos de los protagonistas de las obras analizadas en este trabajo
(Luis María Berón, Luciano Robledo, Natalia, Dorila, entre otros),
representantes del patriciado montevideano ya decadente a fines del siglo
XIX (Cotelo, 1968: 88).
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Como segundo “bloque racial” de las novelas históricas de Acevedo
Díaz identificamos aquí al grupo de los indígenas, totalmente aparte y en las
antípodas del grupo de los “blancos patricios”. En el tercer bloque, ubicamos
a los personajes de origen africano que aparecen en la novela Ismael (1888),
desde los esclavos cimarrones hasta Macario, Gertrudis y Pitanga. También
participan de este grupo el personaje Nerea, la lavandera de Grito de gloria
(1893) y su compañera de oficio, de la que el narrador realiza aquella
significativa mención a su forma de hablar.
33
Por otra parte, los personajes
afrodescendientes asimilados y que forman parte del cuarto bloque racial, son
aquellos que mantienen un estrecho contacto con el bloque de la clase
dirigente. Se construyen como fieles propagadores de la ideología dominante
dado que son criollos productos de la esclavitud. Destacamos como únicos
representantes de esta categoría a Esteban y Guadalupe. Estos personajes
constituyen lo que consideramos afrodescendientes modelos o ideales desde
la perspectiva acevediana ya que asumen como horizonte cultural e
ideológico justamente el de la clase blanca dominante. La desafiliación total
existente entre esos personajes y una posible cultura africana o afrouruguaya
se observa en la ausencia de ligaduras culturales que los conecten a sus
antepasados (ligaduras observadas, por ejemplo, en Gertrudis y Nerea en su
insistente costumbre de fumar en cachimbo, elemento configurador de la
cultura afrouruguaya, como también en la caracterización que hace el
narrador de sus formas de hablar).
Estas apreciaciones permiten vislumbrar cuales eran los lugares
adjudicados para los afrodescendientes en las novelas históricas de Acevedo
Díaz y cuáles eran las concepciones acerca de ese grupo social que su autor
deja aflorar en la ficción creada sobre ellos. Esos lugares fueron
determinantes en la configuración de la nacionalidad uruguaya, tanto que
toda la historia del Movimiento Afrouruguayo (Rodríguez, 2006) ha sido una
intensa lucha por romper los paradigmas raciales y los estereotipos
discriminadores estipulados por los letrados uruguayos del siglo XIX.
Bibliografía
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Uruguay. Montevideo: Banda Oriental, 2011.
33
Al ver al joven patricio, exclama una fórmula religiosa cuya réplica, proferida por su compañera
lavandera, es representada por el narrador al decir “gruñó la otra” (Acevedo Díaz [1893]1964: 203)
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