Ramos, “Entre raza y ritmo…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 4 / Noviembre 2025 / pp. 145-167 153 ISSN 3008-7619
observadores seleccionados, la representación de la vida familiar (Wisnik,
2003: 29, traducción nuestra).
José Miguel Wisnik propone un análisis sugestivo al plantear que la
introducción del piano en Brasil puede interpretarse como una forma de
sublimación modernizadora de la esclavitud. Según el autor, el piano surge
como un sustituto parcial de la “mercancía-esclavo”, ocupando
simbólicamente el espacio que antes pertenecía al sistema esclavista, al tiempo
que reconfigura los flujos de capital y conecta a la sociedad brasileña con los
centros culturales y económicos avanzados. En este contexto, Wisnik,
citando a Luiz Felipe de Alencastro, identifica el piano como un emblema de
la modernización burguesa. Sin embargo, es imposible ignorar que este
objeto de distinción social ingresa en los salones de la élite por intermedio de
los propios esclavizados, quienes, en palabras del propio Wisnik, permanecen
como “metáfora oculta y metonimia” del instrumento (Wisnik, 2003: 48).
La burguesía brasileña en formación, imbuida de una admiración por el
repertorio europeo, encontró inicialmente en los valses su género musical de
predilección. No obstante, el período también fue testigo de la difusión de
géneros populares europeos, entre ellos la polca, que llegó a Brasil en el siglo
XIX. Originaria de Bohemia, la polca –una danza de pares entrelazados– se
difundió rápidamente por las grandes ciudades europeas y, por extensión, por
las colonias. Al establecerse en Brasil, sin embargo, el género atravesó
transformaciones significativas, incorporando elementos culturales y sonoros
locales en un proceso de fusión que refleja la compleja dinámica cultural del
período.
Es relevante destacar que, en el período en cuestión, la ciudad de Río
de Janeiro, entonces capital federal, se consolidaba como epicentro de la
polifonía cultural centroafricana, promoviendo una fusión incesante de
sonoridades que reverberaban en su dinámica social. En la vida urbana, los
cantos de los estibadores marcaban el ritmo de las operaciones portuarias,
mientras que los pregones de cargadores y vendedores ambulantes imprimían
vitalidad y cadencia al flujo de la ciudad. Los cronistas de la época describían
con frecuencia a Río de Janeiro como inmerso en la atmósfera de una feria
popular africana, donde las manifestaciones musicales estaban
intrínsecamente vinculadas a la vida social.
Esa pulsante musicalidad africana, parte integral del escenario carioca,
también fue registrada en representaciones artísticas, como las del pintor
francés Jean-Baptiste Debret. Sus obras no solo capturaron la exuberancia de
las expresiones culturales afrodescendientes, sino que también constituyen