Mena, “Pedro Henríquez Ureña…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 4 / Noviembre 2025 / pp. 237-252 238 ISSN 3008-7619
La consagración de Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) ha venido de la
mano de Jorge Luis Borges, gracias a dos textos medulares: el prólogo que
acompañara la edición de Obra crítica (1960) del dominicano, y “El sueño
de Pedro Henríquez Ureña”, integrado en El oro de los tigres (1972).
La figura de un autor tan diverso –y disperso– como Henríquez
Ureña concitó una atención muy amplia en Borges. Revisando el Borges de
Adolfo Bioy Casares, por ejemplo, advertimos que las citas en torno a
“Ureña” se van espaciando hasta los años 70. Temas tan sensibles como
la patria, la ética de la escritura, la “expresión”, entre otros, fueron tratados
tanto en esos diálogos como en el prólogo de Borges en una inusual pers-
pectiva “americanista”. Como sabemos, el autor de El Aleph no fue preci-
samente pródigo en sus reflexiones sobre nuestro continente.
Pero antes de Borges ya tendríamos toda una estela de críticos, cole-
gas y lectores que habían asentado el impacto de aquella presencia de Hen-
ríquez Ureña en el aula, la casa y hasta en los espacios vacacionales: sus
compañeros del Ateneo de México –Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Ju-
lio Torri, entre otros–; también los que les siguieron generacionalmente,
que podríamos denominar sus alumnos, como los Contemporáneos en Mé-
xico o los de la revista Avance en Cuba, o Ernesto Sábato en La Plata. Más
adelante tendríamos que considerar a sus lectores, quienes dialogaron con
su obra, como Octavio Paz, Emir Rodríguez Monegal, y que en algunos
casos, contribuyeron a difundirla, como Rafael Gutiérrez Girardot y Ángel
Rama, para sólo mencionar a los más relevantes.
Como vemos, Pedro Henríquez Ureña fue una personalidad recla-
mada en diversos espacios culturales latinoamericanos, dejando no sólo
amigos y discípulos donde vivió, sino forjando una amplia red epistolar,
incluso más allá del círculo hispanohablante. Si a este conjunto de estudios
le agregamos el de los títulos que lo acompañan, como el de Sócrates y
Maestro, entonces nos enfrentaríamos a toda una construcción en torno
su figura, donde a veces se magnifica y se degrada, al mismo tiempo. Con-
siderando esta biblioteca “pedrista”, nos orientaremos en una dirección
complementaria: con líneas en torno a los diversos contextos en los que
su obra fue realizada.
Pero antes de entrar en materia, puntualizamos dos detalles. El pri-
mero: nos preguntaríamos si en Henríquez Ureña hubo un intento de
“obra”, y luego, de si en los hechos logró esa “obra”. ¿No estaríamos más