Mena, “Pedro Henríquez Ureña…” Nueva Revista de Literaturas Populares
Número 4 / Noviembre 2025 / pp. 237-252 237 ISSN 3008-7619
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA: ITINERARIOS
por
Miguel D. Mena
Ediciones Cielonaranja
Realizó estudios de Doctorado en la Universidad Libre de Berlín (2000). Es
editor, ensayista e investigador. Ha publicado una serie de obras sobre la cuestn urbana y literaria de
la República Dominicana.
Contacto: cielourbano@googlemail.com
ORCID: 0009-0009-6888-9751
DOI: 10.5281/zenodo.17476556
SEMBLANZAS
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La consagración de Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) ha venido de la
mano de Jorge Luis Borges, gracias a dos textos medulares: el prólogo que
acompañara la edición de Obra crítica (1960) del dominicano, y El sueño
de Pedro Henríquez Ureña”, integrado en El oro de los tigres (1972).
La figura de un autor tan diverso y disperso como Henríquez
Ureña concitó una atención muy amplia en Borges. Revisando el Borges de
Adolfo Bioy Casares, por ejemplo, advertimos que las citas en torno a
“Ureña” se van espaciando hasta los años 70. Temas tan sensibles como
la patria, la ética de la escritura, la “expresión”, entre otros, fueron tratados
tanto en esos diálogos como en el prólogo de Borges en una inusual pers-
pectiva “americanista”. Como sabemos, el autor de El Aleph no fue preci-
samente pródigo en sus reflexiones sobre nuestro continente.
Pero antes de Borges ya tendríamos toda una estela de críticos, cole-
gas y lectores que habían asentado el impacto de aquella presencia de Hen-
ríquez Ureña en el aula, la casa y hasta en los espacios vacacionales: sus
compañeros del Ateneo de México Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Ju-
lio Torri, entre otros; también los que les siguieron generacionalmente,
que podríamos denominar sus alumnos, como los Contemporáneos en Mé-
xico o los de la revista Avance en Cuba, o Ernesto bato en La Plata. Más
adelante tendríamos que considerar a sus lectores, quienes dialogaron con
su obra, como Octavio Paz, Emir Rodríguez Monegal, y que en algunos
casos, contribuyeron a difundirla, como Rafael Gutiérrez Girardot y Ángel
Rama, para sólo mencionar a los más relevantes.
Como vemos, Pedro Henríquez Ureña fue una personalidad recla-
mada en diversos espacios culturales latinoamericanos, dejando no sólo
amigos y discípulos donde vivió, sino forjando una amplia red epistolar,
incluso más allá del círculo hispanohablante. Si a este conjunto de estudios
le agregamos el de los títulos que lo acompañan, como el de Sócrates y
Maestro, entonces nos enfrentaríamos a toda una construcción en torno
su figura, donde a veces se magnifica y se degrada, al mismo tiempo. Con-
siderando esta biblioteca “pedrista”, nos orientaremos en una dirección
complementaria: con neas en torno a los diversos contextos en los que
su obra fue realizada.
Pero antes de entrar en materia, puntualizamos dos detalles. El pri-
mero: nos preguntaríamos si en Henríquez Ureña hubo un intento de
“obra”, y luego, de si en los hechos logró esa “obra”. ¿No estaríamos más
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bien ante un autor que hizo de lo fragmentario, lo leve, lo momentáneo,
el material de sus ocupaciones y preocupaciones? ¿Qué pudo hacer, salido
de esas ecuaciones vitales donde ejercía la docencia, el periodismo, la opi-
nión blica mediante el ensayo, hasta la política? Teniendo en cuenta la
compilación de sus obras completas que editamos en catorce tomos,
1
¿po-
dríamos hablar de un “legadoparticular, incluso de un “proyecto”? Se-
guramente el lector encontrará algunas respuestas en este itinerario bio-
bibliográfico. En estas neas recorremos sus 62 años de vida, deteniéndo-
nos particularmente en algunas de sus estaciones más vitales, explorando
la arqueología de su bibliografía.
Años de formación
Nacido en Santo Domingo el 29 de junio de 1884, en Pedro Henríquez
Ureña hubo mucho Caribe. Por el lado paterno encontramos a los Henrí-
quez, judíos sefardíes provenientes de Curazao. Por el materno, los Ureña
eran criollos muy acendrados en el país dominicano. Sus padres fueron
Salomé Ureña (1850-1897), educadora, la poeta más celebrada en su época,
y Francisco Henríquez y Carvajal (1859-1935), médico y político, quien
llegaría a ser presidente de facto en 1916, justo al comienzo de la primera
ocupación militar de lo Estados Unidos (1916-1924). Si el abuelo materno
de los Henríquez Ureña era el gran poeta costumbrista Nicolás Ureña de
Mendoza, en la casa del paterno incluso se había estrenado la primera or-
questa filarmónica dominicana,
2
evidencia de la significación social de su
residencia dominicana.
Dos de los políticos y escritores que se harían habituales en el uni-
verso familiar de los Henríquez Ureña, José Martí y Eugenio María de
Hostos, dejarían su gran impronta en el joven Pedro Henríquez Ureña. La
atención al espacio insular caribeño, marcado entonces por sus luchas de
independencia, serían puntos de partida para luego pensar los procesos de
descolonización y tender una mirada hacia lo que nos definiría o “nuestra
expresión”.
Después de dos años como refugiado político, entre 1875 y 1876,
Hostos se asentaría en el país dominicano en 1879 para impulsar la mo-
dernización de la escuela. Tanto Salomé como Francisco fueron sus
1
Santo Domingo: Ministerio de Cultura de la República Dominicana, 2013-2014.
2
Ver Emilio Rodríguez Demorizi: Música y baile en Santo Domingo (1971)
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asistentes más significados en esa empresa. Martí, gran amigo de su tío
Federico Henríquez y Carvajal, y a quien llamaría “hermano” en su última
carta de 1895, sería un modelo de intelectual, estableciendo una ética y
cierta estética particular. Caso curioso el de Pedro Henríquez Ureña: con
una infancia en casa que al mismo tiempo era escuela y, por qué no recor-
darlo, con gran capacidad dialógica bastante temprana con su madre, tenía
al alcance de la vista a los dos intelectuales no sólo más relevantes del Ca-
ribe, sino por mucho tiempo renovadores de la educación y de las letras.
Será además curioso que los tres hermanos Henríquez Ureña Pedro, Max
y Camila, en contextos muy diversos, le habrán brindado una especial
atención a la obra de estos dos apóstoles de la independencia y autores
preclaros. Pedro mismo confesaría además que sus aficiones literarias, y
las de su hermano Max, que iban siempre paralelas a las suyas, comenzaron
realmente con lecturas de Shakespeare e Ibsen, que junto a la música y el
teatro, coparon casi todo el tiempo de la infancia.
Y así llegamos a un bienio clave en la formación de los Henríquez
Ureña: el 1897, con la muerte de su madre Salomé, y el 1899, cuando el
tirano Ulises Heureaux es ajusticiado, creándose así las condiciones para
la vuelta de la familia, que hasta entonces vivía en Cabo Haitiano, donde
su padre tenía una consulta médica.
1901: Nueva York, comienzos de otro mundo.
En 1901, a sus 15 años, Pedro Henríquez Ureña comienza una aventura
que no lo dejará más en su vida. Sus 62 años de existencia los repartió
Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) entre Buenos Aires (20), Santo Do-
mingo (17), Ciudad xico (12), Nueva York (4), Minnesota (3), Cabo
Haitiano (2), Madrid (2), y luego en una serie de estancias entre La Habana,
Santiago de Chile, y Veracruz. Enrique Krauze ha acuñado el muy discu-
tible concepto de “crítico errante:
3
si bien el dominicano hizo de la tras-
humancia una especie de dinámica vital, en sus constantes traslados no
había una especie de vocación o idea de designio o meta, sino la suma de
una serie de limitaciones que lo impulsaban a moverse a otras tierras. Cada
nueva ciudad se le ofrecía en razón de la búsqueda de espacio para el
3
Para una lectura en mayor profundidad sobre Pedro Henríquez Ureña puede consultarse el ensayo de Enrique
Krauze, “El crítico errante”, disponible en: https://enriquekrauze.com.mx/el-critico-errante-pedro-henriquez-
urena/.
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conocimiento, o el riesgo ante los desenfados de la política, e incluso, por
razones familiares. De manera que la idea romántica de “errancia” sería
discutible en su caso. Fiel que se mantuvo a la idea de “patria”, pero igual-
mente consciente de su incapacidad de integrarse al devenir de esa repú-
blica criolla. Lo explica en una carta José de la Riva Agüero, fechada en
Washington el 2 de marzo de 1915:
Mi deber es ir a Santo Domingo. Recuerdo que en La Habana hablamos
usted y yo sobre el deber de trabajar por el propio país, y que yo no acabé
de explicar mis ideas, mi posición, en este punto, y temí aparecer como un
tibio o un negado. En realidad, yo me atribuyo dos limitaciones en mi
capacidad de servir a mi país: por una parte, soy un especialista, y no en
una rama de la ingeniería o de la agricultura, sino en letras, en ciertas ramas
de las letras, y considero que mi especialidad no le es útil a un país pequeño
y pobre como el mío; por otra parte, no me agrada la acción política como
allá se entiende, implicando la posibilidad de la acción guerrera. Para mí la
guerra o la revolución sólo se justifican una vez de cada cien. Mi acción,
pues, tendrá que operar con limitaciones; pero estoy dispuesto a prestarla.
Creo que, aunque directamente mi enseñanza tendrá que ser literaria y fi-
losófica, fuera de cátedra predicaré la principal necesidad del país: el desa-
rrollo del trabajo, y sobre todo de la agricultura.
4
1905: ensayos críticos
Entre 1901 y 1904 los hermanos Pedro y Max Henríquez Ureña vivieron
la gran experiencia newyorkina. Aprendieron el inglés, vieron, oyeron y
redondearon una serie de conocimientos que les servirían para el resto de
sus vidas, además de experimentar las grandes ofertas musicales del primer
mundo.
Enfermo y en los límites de la pobreza poco más de dos después,
Pedro arribará a La Habana en 1904 para reunirse con su familia, repartida
entre la capital cubana y Santiago de Cuba. Un trabajo como contable y
diversas colaboraciones con publicaciones en Santo Domingo le agencia-
rán los medios para compilar y publicar su primera obra en 1905: Ensayos
críticos.
4
La carta se encuentra en el artículo publicado por el portal Acento: Sobre el bolchevismo de y otros temas:
Pedro Henríquez Ureña y José de la Riva Agüero (2020) de Miguel D. Mena. Disponible en
https://acento.com.do/opinion/sobre-el-bolchevismo-de-y-otros-temas-pedro-henriquez-urena-y-jose-de-la-
riva-aguero-8845547.html
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Algunos ya habían aparecido en Cuba Libre, una revista dirigida por
su hermano Max en Santiago de Cuba, y buena parte en Santo Domingo,
donde siempre trataba de publicar sus escritos. En esta obra temprana ya
se vislumbraba su preocupación por temas americanos, incluyendo co-
mentarios sobre el Ariel de Rodó, volviendo a cuestiones caribeñas, como
el indigenismo y el concepto de patria en la poesía de José Joaquín Pérez,
o las ideas sociológicas de Hostos y Lluria. Su publicación le valió la apro-
bación de figuras como Marcelino Menéndez Pelayo y José Enrique Rodó,
autores con quienes desarrollaría un importante intercambio epistolar. En
estos primeros trabajos, también aparecía su interés por la métrica, con un
sentido innovador y centrado en los grandes poetas de su tiempo, espe-
cialmente Rubén Darío.
Durante estos años iniciales, Henríquez Ureña también tuvo una
breve incursión en la producción en verso, con un perfil modernista, aun-
que no persistió en la vena lírica. Su primer cuento, “Ríe, payaso”, fue
publicado en 1906, pero él mismo renegaría de él más tarde.
Período Mexicano y Consolidación (1906-1914): el Maestro de la Ju-
ventud
Pedro Henríquez Ureña llegó a México por primera vez en 1906. Su pri-
mera estación la constituyó Veracruz, adonde se marchó invitado por el
periodista cubano Arturo Carricarte para fundar la Revista crítica, que im-
pulsaría la idea de Nuestra América en el campo cultural hispanoameri-
cano. Fracasado el proyecto, se trasladó a la capital mexicana. Allí se con-
virtió en una figura clave en la de la Sociedad de Conferencias (1909-1914),
luego Ateneo de la Juventud, del cual fue cofundador de la y líder. Su papel
en la reorganización de la enseñanza y su contribución al fermento inte-
lectual de México fueron reconocidos, especialmente por Jo Vasconce-
los y Alfonso Reyes, quienes lo consideraron un maestro e inspirador.
Su labor se centró en combatir el positivismo imperante en la enseñanza
pública y en difundir la cultura clásica grecolatina.
Uno de sus primeros aportes en Ciudad México fue la traducción del
libro de ensayos Estudios griegos de Walter Pater (1908). Publicado por en-
tregas en la Revista Moderna de México, esta sería una de las lecturas más
influyentes para el grupo de jóvenes que conformarían el Ateneo, poten-
ciando la idea de bien y belleza como activos sociales.
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En 1910 se producen dos hechos felices editorialmente: en París se
publica Horas de estudio, su segundo libro, que consolida su prestigio. Fue
elogiado por Marcelino Menéndez y Pelayo, quien destacó su exquisita
educación intelectual y su prosa sinceramente pensada y sobriamente
escrita. El libro incluía estudios sobre figuras como Comte, Nietzsche,
Hostos, Rubén Darío, Gabriel y Galán, y G.F. Deligne. También en ese
año, y para conmemorar el centenario de la República de México, se edita
la Antología Mexicana del Centenario. Realizada en colaboración con Luis G.
Urbina y Nicolás Rangel, esta obra fue un estudio y selección de la litera-
tura mexicana del primer siglo de independencia. Henríquez Ureña llevó a
cabo valiosas investigaciones para esta antología.
En 1913 trabajó en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad
Nacional de México y presentó su conferencia sobre la mexicanidad de
Juan Ruíz de Alarcón, que al o siguiente se publicará como folleto. En
esta obra, que luego sería parte de Seis ensayos en busca de nuestra expresión,
Henríquez Ureña definió la sensibilidad mexicana y puso de relieve la so-
briedad y discreción de la obra de Alarcón. Esta tesis sobre su mexica-
nismo fue tan influyente que se convirtió en un tópico del ensayismo
mexicano en el siglo XX, alcanzando hasta a Octavio Paz. También en
1913 publica la primera versión de las Tablas cronológicas de la literatura espa-
ñola, que en su segunda edición en 1920 serviría como manual para los
estudiantes de español en los Estados Unidos.
Hasta 1914 Henríquez Ureña desarrolló una vasta e influyente labor
en México como periodista, ensayista, crítico, cronista y hasta como maes-
tro. El devenir trágico de la revolución mexicana lo irá empujando a otras
opciones, asumiendo la primera que se le ofrecía, la de acompañar a su
padre a un puesto diplomático en Reino Unido. Ya en La Habana, y a poco
de tratar de partir, el estallido de lo que sería Primera Guerra Mundial le
deshace el proyecto. En noviembre de ese año marcha a los Estados Uni-
dos, primero a Washington, como corresponsal del habanero El heraldo de
Cuba. Luego sigue a Nueva York, donde colaborará con Las Novedades.
Firmará artículos de opinión, mientras el resto se conocerán bajo seudó-
nimos, lo que demuestra una limitada identificación con ese su oficio de
periodista.
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De los talleres de Las Novedades saldrá la pieza dramática: El Naci-
miento de Dionisos (1915). Esta tragedia en prosa reafirmó su interés por los
mitos griegos.
5
1916-1920: Entre Minnesota y Madrid
La posibilidad de realizar estudios de doctorado y de también trabajar
como profesor lo llevaron a la Universidad de Minnesota en 1916. Con
una estancia posterior en Madrid completa su trabajo de tesis: un estudio
sobre La versificación irregular en la poesía castellana (1920). Esta obra se pu-
blicó en capital española con un elogioso prólogo de Ramón Menéndez
Pidal. Es un monumental estudio sobre la métrica española, que resaltaría
el hecho de mo en cierta zona primigenia de las letras en España se
apelaba al verso libre.
También en 1916 la República Dominicana sería ocupada militar-
mente por los Estados Unidos. Su padre, Francisco Henríquez y Carvajal,
elegido por el congreso como presidente de la República, se quedaría con
la banda puesta. Las apetencias imperiales y el proyecto de asegurarse estas
tierras de cara a la Primera Guerra Mundial, anularon la validez de tal elec-
ción. Acercarnos a las publicaciones de Henríquez Ureña en esos años de
ocupación norteamericana de su país (1916-1924) nos llevarán a obras muy
dispares: políticas, filosóficas, periodísticas, sociológicas. Con un pie en la
Academia, otro en la política y tal vez alguno en los estudios culturales
su verdadera pasión, el camino de Pedro realmente estaba empedrado.
Segunda y última etapa mexicana: 1921-1924
Pedro Henríquez Ureña sacrificó la estabilidad y las buenas perspectivas
laborales en la Universidad de Minnesota por volver a México en 1921,
acudiendo al llamado de su viejo amigo José Vasconcelos, para entonces
ministro de Educación. Su vida daría un giro en 1923, cuando se casó con
Isabel Lombardo Toledano y tuvo a su primera hija, Natacha. Debido a
desavenencias con Vasconcelos se marchó a Puebla, como Director Ge-
neral de Enseñanza Pública. Cuando un o más tarde no mejoraban las
5
Ver The Caribbean Socrates Pedro Henríquez Ureña and The Mexican Ateneo De La Juventudde Rosa
Andújar, publicado en Classics in Extremis: The Edges of Classical Reception (2019).
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condiciones de sobrevivencia, decidió trasladarse a la Argentina con su
nueva familia.
En esos cuatro años mexicano igualmente desarrolló Henríquez
Ureña una prolífica laboral editorial. Publicó sus estudios lingüísticos: Ob-
servaciones sobre el español en América (primera parte en 1921) y El supuesto
andalucismo dialectal de América (1925). Estos trabajos marcaron el inicio de
su profunda dedicación a la lingüística del castellano americano, un campo
fundamental en su bibliografía posterior. También alcanza a publicar el
primero de dos tomos proyectados:
6
En la orilla. Mi España (1922). Este
libro, si bien fue hecho a “retazos”, también fue un “libro modesto por el
contenido pero revelador de un espíritu y mostró la continuidad de sus
preocupaciones temáticas sobre lo hispánico y el americanismo. Como los
dos últimos años mexicanos estuvieron determinados por sus contradic-
ciones con Vasconcelos, Henríquez Ureña tuvo que volver a las viejas
aguas del periodismo. Así llega a El Mundo, que había cofundado su amigo
ateneísta Martín Luis Guzmán. Allí realizará trabajos paralelos, en entre-
gas, para el público infantil. Primero, la traducción de Peter Pan, de J. M.
Barrie. La segunda, una serie de narraciones que su hija Sonia publicará
luego reunirá con el título Cuentos de la Nana Lupe.
7
En ellos, aunque
inusuales en su producción, reflejan su carácter esencialmente ético y di-
dáctico. Se conectan con su ideario americanista y su concepción de la
educación como impulso de la utopía americana.
La Etapa Argentina (1924-1946): plenitud y americanismo integral
En 1924, Pedro Henríquez Ureña se estableció en Argentina, iniciando lo
que se considera su etapa de plenitud y madurez. Salvo los dos años pasa-
dos en su país natal entre 1931y1933, y los meses que duró su estancia
en Harvard finales de 1940 hasta abril del 1941, allí se pasaría el resto
de sus veinte años de vida. Este traslado ya venía pensándolo desde 1921,
cuando se celebró en México un Congreso continental de estudiantes y
atendió a la delegación argentina, conformada por Arnaldo Orfila Reynal,
6
El segundo, “En la orilla: gustos y colores”, lo pudimos rearmar gracias al archivo donado por Sonia Henríquez
Hlito al Colegio de México. Fue publicado en el 2012 por Cielonaranja, Santo Domingo, y por Bonilla Artigas
Editores, Ciudad México, con estudio de Adolfo Castañón.
7
Para esa edición del Fondo de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1966, Sonia Henríquez contó
con el apoyo de Augusto Monterroso.
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Enrique Dreyzin, Pablo Vrillaud y Miguel Bomchil, entre otros.
8
En 1922
Henríquez Ureña fue incluido por José Vasconcelos en la delegación del
gobierno mexicano que participó en los actos de posesión presidencial de
Marcelo T. de Alvear. Aprovechando la ocasión, dictó en La Plata su cé-
lebre conferencia “La utopía de América”, que sería publicada en 1925.
Con estos dos encuentros previos con sus “amigos argentinos”, sentará
las bases de lo que luego serán esos días “de madurez” en el país sudame-
ricano.
En La Plata encontró el apoyo de Alejandro Korn y de una extensa
comunidad de académicos, científicos, artistas y políticos. En dos entida-
des fundadas altendría Henríquez Ureña un papel principal: la “Asocia-
ción de las Artes” (1929), de la cual será vicepresidente, y la Universidad
Popular Alejandro Korn, junto al historiador José Luis Romero, el filósofo
Raimundo Lida y el ensayista Ezequiel Martínez Estrada, entre otros. Con
la Asociación recuperaba algunas ideas que ya había desarrollado en Mé-
xico con sus compañeros ateneístas. En La Plata nuevamente volvía a la
dinámica de conciertos de música, conferencias, cursos, y exposiciones,
entre la cuales se destacó uno de las primeras exposiciones del artista van-
guardista Emilio Pettoruti, escribiendo el texto de su catálogo, aunque no
firmándolo.
9
Dentro del programa de la Asociación de las Artes dicta su confe-
rencia “Música Popular de América” en 1930. Al igual que la de 1922 en
la misma ciudad, sobre “La utopía de América”, esta se convierte en una
de las más trascendentales: aparte de presentar un modelo de exposición
que se vinculaba al espectáculo ya que sus palabras iban acompañadas de
interpretaciones musicales, atiende a un público al que por primera vez
se le abre la noción de comunidad cultural latinoamericana, con “expre-
siones propias”. Además, y lo más importante: trata el tema de la confu-
sión entre arte popular y arte vulgar”:
Mientras la música popular canta en formas claras, de dibujo conciso, de
ritmos espontáneos, la música vulgar capaz de aciertos indiscutibles
8
Ver Barcia (2015): 44.
9
Más de un 30 por ciento de las colaboraciones de Pedro Henríquez salieron o con seudónimos o sin firmar.
En su archivo, conservado en el Colegio de México, se pueden apreciar esos recortes de periódicos y publica-
ciones con sus iniciales PHU, escritas a lápiz. Gracias a esta práctica es que hemos podido atribuirle una serie
de textos que de otra manera quedarían “sin autor”.
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fácilmente cae en la redundancia. El oyente poco ejercitado puede usar
como piedra de toque los versos que acompañan a unos y otros aires: los
del pueblo llevan letras sencillas, con palabras elementales y, dentro de
nuestro idioma, en metros cortos; los del vulgo recogen los desechos de la
poesía culta (los “rayos de plata de la luna”, los “labios rojos de coral”, la
“ardiente pasión”, la “mente loca”) o imitan torpemente las ingenuidades
del pueblo (Henríquez Ureña, 2013-2014: t.9: 1929-1935, 422).
La música no sólo es un arte: también participa de las contradicciones so-
ciales. En el tránsito de lo rural a lo urbano ve Henríquez Ureña el tránsito
a formas de creación y de recepción musical, donde se asienta la dialéctica
de lo “popular” y lo “vulgar”: “El arte popular se refugia ahora en los
campos, y hasta allí lo persigue y lo acosa el arte vulgar, industria de las
ciudades, especialmente de las capitales” (Ureña, 2013-2014: t.9: 1929-1935,
423).
Con esta dinámica como conferencista, agregamos una nueva esfera
a la “obra” de Henríquez Ureña: aquella que privilegia el conocimiento
dentro de una comunidad, fundando en la lectura y en las modalidades de
conferencias instrumentos de democratización de la cultura. Sus publica-
ciones entre el período 1927 y 1931 alcanzan desiguales registros, porque
se mueven entre los encargos didácticos y compilación de textos diversos.
Dentro del primer apartado tenemos El libro del idioma y la Guía del libro del
idioma (1927), redactado junto a Narciso Binayán, y concebido “para los
dos últimos años de la escuela primaria, quinto y sexto grado.
10
Junto a
esta obra, también para la editorial Kapelusz compilaría Cien de las mejores
poesías castellanas (1929), y publicaría la Antología clásica de la literatura argentina
(1937), realizada en colaboración con Jorge Luis Borges.
En 1928 el editor Samuel Glusberg le publica en su editorial Babel
la obra Seis ensayos en busca de nuestra expresión, su libro más difundido y fun-
damental. Curiosamente el mismo año en que José Carlos Mariátegui pu-
blica sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Mariátegui haría
un elogioso comentario sobre la obra de Henríquez Ureña.
11
Consultando
10
Para una lectura en mayor profundidad sobre este tema ver Una gramática de la nación argentina. Sobre El
libro del idioma de Pedro Henríquez Ureña y Narciso Binayán(2012) de Guillermo Toscano y García, publicado
en la Revista argentina de historiografía lingüística.
11
Ver: https://www.marxists.org/espanol/mariateg/oc/temas_de_nuestra_america/paginas/seis.htm.
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tantos los archivos de Mariátegui como los de Glusberg, podemos advertir
los vasos comunicantes entre ambos autores.
Con Seis ensayos… consolidó Henríquez Ureña su prestigio en el Río
de la Plata. Revisando el canon en torno a la ubicación de lo latinoameri-
cano en el mundo, llamó la atención sobre el no obviar la impronta de la
cultura y las letras de los Estados Unidos. Los ensayos iniciales, El des-
contento y la promesa (1926) y Caminos de nuestra historia literaria
(1925), son clave para entender su fórmula de americanismo, que bus-
caba superar las tesis regionalistas y europeizantes para encontrar una ex-
presión original de América. Las ideas expuestas en este libro persistirían
y se ampliarían en sus obras posteriores.
En 1930 acontecen dos hechos importantes: su nombramiento
como secretario del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos
Aires, y el traslado final de su familia a Buenos Aires. Ese mismo año
asume el gobierno de la República Dominicana el joven militar Rafael L.
Trujillo Molina, con promesas de superar la época de los caudillismos, sal-
dar las deudas con los Estados Unidos y modernizar las estructuras eco-
micas y culturales del país. Como tanto su hermano Max como su padre
Francisco se habían incorporado al nuevo gobierno, Pedro obtemperó al
llamado de ellos y del presidente, para ocupar el puesto de Superintendente
de Educación. Así que entre 1931 y 1933 trataría de afianzar el pie en su
solar nativo, llevándose incluso a su familia. Lo que encontró, sin embargo,
fue el nacimiento de un régimen autoritario, que ya le invalidaba algunas
de sus propuestas, de manera que pudo deshacerse del cargo en menos de
dos años de gestión. A su regreso lo esperaba el lanzamiento del proyecto
de la revista Sur, dirigido por Victoria de Ocampo. Sería parte de su cuerpo
de redacción y publicaría allí sus ensayos más literarios.
Entre el Instituto de Filología y Editorial Losada (1937)
Los avatares de la Guerra Civil española (1936-1939) prohijaron la funda-
ción de Editorial Losada en 1938. El librero español Gonzalo Losada Be-
nítez (1894-1981) se había establecido en Buenos desde 1928, represen-
tando a la editorial española Espasa Calpe, cuyo posicionamiento a favor
del sector franquista conllevó a la ruptura de ambos. Con el concurso de
una serie de intelectuales amigos, viejos colaboradores de Espasa, Losada
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se decidió a lanzar la editorial con su apellido. Como socio fundador, ade-
más de editor y lector, tendríamos a Pedro Henríquez Ureña.
Teniendo como modelo de éxito editorial el de los “libros de bolsi-
llo”, de los cuales la Colección Austral era la mejor muestra, Henríquez
Ureña trató de superar esa línea con el lanzamiento de “Cien obras maes-
tras de la literatura universal”, asumiendo algunos de los textos más clási-
cos, como los de Homero, Cervantes y Shakespeare, entre otros. Una de
las obras de mayor éxito en Losada sería la Gramática castellana (1938), en
dos tomos, que redactaría en colaboración con su colega Amado Alonso,
que llegaría a ser un modelo en América latina.
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En el Instituto de Filosofía encontró Henríquez Ureña algunas de
las mejores condiciones para el desarrollo de sus conocimientos y talento.
Junto al filólogo y compañero Amado Alonso, emprendió un proyecto de
largo aliento donde se pensaban aquellas particularidades del castellano en
América. Publicado como anejo de la Biblioteca de Dialectología Hispa-
noamericana, resaltando la importancia de la cultura colonial para la iden-
tidad hispanoamericana, Henríquez Ureña presentará La cultura y las letras
coloniales en Santo Domingo (1936). En 1938 dirige la compilación El español
en México, los Estados Unidos y la América Central y en 1940 publica El español
en Santo Domingo, su obra más destacada en cuanto a la cultura dominicana.
Las corrientes literarias
… (1945) y
Historia de la cultura…
(1947)
La invitación a impartir participar en el seminario Charles Eliot Norton en
la Universidad de Harvard (1940) significó para Henríquez Ureña un re-
conocimiento a su carrera y al mismo tiempo, las condiciones para articu-
lar un texto sobre el devenir literario del continente. Ofrecido en inglés,
esas reflexiones serían presentadas bajo el título de Literary Currents in His-
panic America (1945). Inicialmente tituladas En busca de nuestra expre-
sión, reflejan la continuidad de su leitmotiv intelectual. La obra ofrece un
panorama meduloso y erudito de la literatura hispanoamericana desde la
época colonial hasta los años 30 del siglo XX, integrando pasajes sobre
música, pintura y el trasfondo político de nuestras sociedades. Junto a esta
obra trabajará en un encargo editorial, que no llegará publicar en vida: His-
toria de la cultura en la América Hispánica (1947). Aquí se esboza un cuadro
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Ver La gramática castellana de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureñade María do Carmo Henríquez
Salido, publicado en Cauce: Revista Internacional de Filología, Comunicación y sus Didácticas (1997-1998).
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general sobre el desarrollo cultural de Hispanoamérica, desde la Colonia
hasta 1945, incluyendo algunas de sus instituciones políticas y artísticas.
En ambos textos presenta el dominicano condensadas percepciones
sobre cultura “latina”, incluyendo al Brasil. Concebidas para el público
norteamericano, ambos textos se concentrarían en una ajustada lista de
obras, autores, señalando una serie de elementos históricos y sociológicos
de América latina. A contrario de lo que se ha establecido cierto sentido
común, estos dos textos son las síntesis y el desarrollo de todo un aparato
conceptual que comenzó a considerar a temprana edad, en Nueva York,
cuando tuvo que situar la figura de Rubén Darío, primer autor en rehacer
el canon de las letras hispánicas.
Hilos invisibles
Para valorar el amplio legado de Henríquez Ureña hace falta completar la
edición de su epistolario. De manera episódica se ha estado constituyendo
un cuadro sobre la historia cultural latinoamericana de la primera parte del
siglo XX, donde Henríquez Ureña jugó un papel destacado. Gracias a ese
epistolario emergente hemos podido ir apreciando la manera en que el
dominicano fue actor de primera línea en muchas iniciativas editoriales,
con sus recomendaciones. Se podrían contar obras que incluso no llegó a
ver publicadas, y que fueron parte de sus iniciativas, como Las ideas políticas
en Argentina (1946) de José Luis Romero.
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Aunque ausente de México, Pedro Henríquez Ureña nunca descuidó
la red de sus amistades en aquel país del Norte. También se implide una
manera militante en el apoyo a la República española. Siguiendo sus viejos
afanes editoriales de aquellos tiempos del Ateneo, también en Argentina
su objetivo fue el de democratizar el acceso a la alta cultura y establecer un
canon de lecturas fundamentales para la formación humanística. Dentro
de sus últimas colaboraciones hay que destacar el papel de consejero de
Daniel Cosío Villegas y el Fondo de Cultura Económica, en la creación de
la colección de la Biblioteca Americana (Mondragón, 2016).
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Pedro Henríquez Ureña le aconsejó a Daniel Cosío Villegas, de Fondo Cultura Económica, contratar a José
Luis Romero para encargarse de ese tema, según Osvaldo Graciano en Entre cultura y política: La Universidad
Popular Alejandro Korn. 1937-1950) en Trabajos y Comunicaciones (1999). Disponible en https://www.memo-
ria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.2777/pr.2777.pdf
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Pedro Henríquez Ureña mantuvo una extensa y valiosa correspon-
dencia con figuras como Alfonso Reyes, Menéndez y Pelayo, Ramón Me-
néndez Pidal, Azorín, Félix Lizaso, Julio Torri, Amado Alonso, Rafael Al-
tamira, y muchos otros. Podríamos considerar este amplio epistolario
como una cartografía cultural, que al mismo tiempo nos sirve para pro-
fundizar en una amplia serie de escuelas, autores, tendencias y escenarios
culturales, donde tuvo su impronta.
Pedro Henríquez Ureña falleció el 11 de mayo de 1946 en Buenos
Aires, mientras se dirigía a dar clase en el tren, imagen que ha sido ya con-
sagrada por Borges en “El sueño de Pedro Henríquez Ureña”. Su muerte
motivó numerosos homenajes y el reconocimiento de su figura como un
maestro de América y un Ciudadano de América.
En fecha tan temprana como en 1925, en Montevideo se acuñó por
primera vez ese concepto que hasta el día de hoy se utiliza para referirse a
su personalidad: el de esperado “maestro” o “crítico” de América. Se su-
maba asu figura a otros autores que habían hecho del concepto “Amé-
rica latina” o “Hispano América” su razón de ser intelectual: Andrés Bello,
Eugenio María de Hostos, José Martí, José Enrique Rodó.
Tal consagración, sin embargo, fue asumida como una estación más,
porque la misma no le habría de garantizar ni puestos ni facilidades para
el desarrollo de su obra. Incluso, podríamos conjeturar que para Henrí-
quez Ureña no había una propuesta de tal empresa intelectual. Si dispusié-
ramos en una mesa sus escritos, bien que se podría conjeturar la ausencia
de una “obra”, en el sentido de un monumento. Y en verdad que el maes-
tro dominicano ni se propuso ni pudo crear algo así como un “legado”. Él
mismo huyó de tales hagiografías. Sin embargo, sí podríamos ver cómo a
través de esos tejidos en los que él empeñó su palabra, hubo frutos tras-
cendentales, discípulos que no dejaron de destacar su bondad. Tal vez por
eso, como declaró en 1922 en La Plata, al presentar a José Vasconcelos,
hay que tomar su palabra como su poética vital: “mi dedicación principal
es la literatura, y, dentro de la literatura, más que producir cosas mías, ad-
mirar las ajenas [] (Ureña, 1922: 245).
Bibliografía
BARCIA, PEDRO LUIS BARCIA: Pedro Henríquez Ureña y la Argentina. Santo
Domingo: Ediciones Cielonaranja, 2015.
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HENRÍQUEZ UREÑA, PEDRO. “Discurso de Pedro Henríquez Ureña.
Nuestro homenaje a José Vasconcelos”. En Nosotros. Buenos Aires,
octubre de 1922.
---. Obras completas, 14 tomos. Edición de Miguel D. Mena. Santo Do-
mingo: Ediciones Cielonaranja, 2013-2014.
MONDRAGÓN, RAFAEL. “La memoria como biblioteca. Pedro Henríquez
Ureña y la Biblioteca Americana”. En Ugalde Quintana, Sergio y Ot-
tmar Otte (eds.). Políticas y estrategias de la crítica: ideología, historia y actores
de los estudios literarios. Madrid-Frankfurt: Bibliotheca Ibero-Ameri-
cana, 2016.