Introducción y Antecedentes
Desde el retorno democrático de los años 80 en Argentina, el sistema universitario atravesó diversas
transformaciones que hacen a su volumen, diversificación y expansión (Barsky y Corengia, 2017; Barsky y Dávila,
2
010; García de Fanelli, 2016; Marquina y Chiroleu, 2015; Fernandez Lamarra, 2012), marcado por un crecimiento
desigual (Suasnábar y Rovelli, 2017), por la ampliación de la cobertura en las distintas regiones, provincias y
territorios (Fuentes, 2022; Pérez Rasetti, 2014), y cambios en la organización cotidiana y de las regulaciones sobre
el profesorado, la gestión y el gobierno, y los/as estudiantes (Corengia, 2015; Pierella, 2015; Carli, 2012; Pérez
Centeno, 2017, entre otros). Las distintas funciones de la universidad -docencia, investigación, extensión- también
se han transformado, por medio de políticas educativas, financiamientos y una mayor profesionalización de los
actores universitarios en cada una de ellas (Lischetti, 2013).
Las sociedades, los colectivos y grupos sociales van desplegando demandas de educación y conocimiento a las
universidades, que como actores productores y transmisores se hacen permeables o distantes a las necesidades y
problemas sociales de cada territorio y contexto cultural (Mato, 2008). Las universidades procesan estas demandas
mediante distintas estrategias y procesos: en ocasiones lo hace desarrollando proyectos de extensión universitaria,
bajo distintos formatos y dispositivos -cursos, voluntariados, etc.- (Fuentes, 2021a). En otros, lo hacen mediante la
producción de conocimiento, transferencia y evaluación en torno a los actores sociales y estatales (Emiliozzi, Vassen
y Palumbo, 2011) y de la producción (Naidorf, Vassen y Alonso, 2016). En otras ocasiones lo realizan mediante la
creación de propuestas formativas, carreras de pregrado, grado o posgrado que respondan a esas demandas
(
Barsky y Dávila, 2010). Las universidades se posicionan así en relación no tanto con su “entorno” -aunque sea ese
discurso el que esté muchas veces presente en las formulaciones de distintas iniciativas-, sino con las dinámicas
sociales, técnicas, culturales y políticas de las que, quiera o no, participa.
Las problemáticas de la intervención social, de la complejidad del escenario social, familiar y comunitario han sido
una de las principales cuestiones que las Universidades -en conjunto con colectivos de profesionales o técnicos más
o menos conformados- han abordado desde el retorno democrático, con ofertas universitarias que se desplegaron
en coyunturas que en diversas ocasiones se articulan con procesos de profesionalización de actores sociales,
políticos y técnicos, en organizaciones y cuadros burocráticos (Neiburg y Plotkin, 2004). Así, por ejemplo, es posible
ver el proceso de creación de carreras tales como las Ciencias Políticas en los primeros años del retorno
democrático, la jerarquización y posicionamiento de las Licenciaturas en Trabajo Social -antes restringidas al campo
nominal e ideológico de la “Asistencia Social”-, y otras carreras que fueron institucionalizándose en las
Universidades y que hacen a la transformación de un ethos social preocupado por la complejidad de lo social y de
las condiciones de vida y desarrollo social, cultural y político en la Argentina democrática y desigual. En esos
procesos se juegan tendencias globales donde se profesionalizan vía la universidad un conjunto de prácticas
sociales, sanitarias y educativas en torno a nuevas áreas de intervención o mayores especializaciones disciplinarias
y de los problemas que ellas abordan. El desarrollo de carreras universitarias como la Terapia Ocupacional (Briglia
y García, 2013) es un ejemplo de ello, así como la creación de innumerables posgrados destinados a brindar un
expertise más específico en el abordaje de cuestiones familiares y sociales, del desarrollo de las infancias y
adolescencias, entre otras.
Hacia finales del Siglo XX es posible apreciar una gran proliferación de espacios y organizaciones que llevan adelante
acciones socioeducativas que, a la vez que se desplazan de los tradicionales modelos asistencialistas fuertemente
relacionados a la caridad, hacen visible la necesidad de contar con personal con un conocimiento acreditado
institucionalmente en este tipo de trabajo social y educativo. Esto ha sido tematizado y analizado en cuanto
conjunto de intervenciones y sobre la pobreza (Arias, 2012, Paugam, 2007), así como en el despliegue de las
políticas socioeducativas (Giovine y Martignoni, 2018). El rol que juegan las universidades como actores territoriales
que intervienen en la formación de profesionales que actúan en un campo social cada vez más complejo y desigual
relativo a las infancias y las problemáticas familiares, se presenta como un campo más en desarrollo, vinculado
221 |pp 219-233|Año XV N°27|junio 2023 – noviembre 2023|ISSN 1852-8171| Artículos