124 |pp 109-126|Año XV N°27|junio 2023 – noviembre 2023|ISSN 1852-8171| Dossier
Otro de los elementos que dificultan el cambio es que en las instituciones no se favorecen las condiciones para el
desarrollo personal y profesional de los/las docentes, que son, precisamente, quienes deben impulsar y garantizar
la formación de los/las estudiantes. El aporte de Sarason (2003) acerca del papel del profesorado en los procesos
de cambio e innovación en las instituciones de formación recobra su sentido y fuerza explicativa ante los problemas
y el panorama de desencanto y frustración que, a veces, pueden generar las reformas propuestas.
Uno de los criterios básicos, muy difícil de lograr, es la coherencia entre lo que se dice sostener, las propuestas que
se elaboran y las actitudes que se adoptan.
El nombre del enfoque generó resistencias para conocerlo e implementarlo debidas, en parte, a la polisemia del
concepto. Hablar de competencias remite, en algunos casos, a una definición limitada que las reduce al desempeño
profesional, concebido como comportamiento observable, propio de un enfoque tecnológico/conductista. Esto,
unido al criterio de articular el proyecto formativo con el futuro desempeño profesional, genera el temor de que
haya una subordinación de los procesos formativos a las necesidades de las empresas.
En los últimos años, enfatizamos que abordamos el concepto de competencia desde una perspectiva situada, que
la concibe como un saber hacer reflexivo, fundamentado, colaborativo y creativo que se evidencia en un
determinado contexto e implica integración y puesta en juego de capacidades referidas al conocer, hacer, vivir
juntos, ser, estar.
Se puede comenzar a cambiar formando equipos de asesores pedagógicos con los expertos en las profesiones,
trabajando codo a codo, elaborando programas y propuestas, resolviendo los problemas que se pueden presentar.
No hay recetas ni prescripciones, solo hay principios y criterios orientadores para la acción y, como expresan en sus
diálogos Deleuze y Parnett (1980), ni método, ni reglas, ni recetas, tan solo una larga preparación.
En este artículo, hemos intentado ofrecer las ideas claves que encuentran anclaje en nuestra trayectoria durante
más de veinte años como pedagogas de los equipos de trabajo que hemos integrado y que dan cuenta hoy del
sentido y la complejidad de la formación profesional superior y universitaria desde el EFB.
Nos gustaría cerrar con uno de los fragmentos de la obra de Ronald Barnett (2001)
La educación superior es un proceso de desarrollo humano orientado hacia alguna concepción del ser
humano. Las dos concepciones de competencia que aquí hemos identificado contienen puntos de vista muy
diferentes acerca del ser humano y esos puntos de vista se relacionan con conjuntos alternativos de valores.
El operacionalismo busca desarrollar seres humanos que tengan una aparente facilidad para desempeñarse
eficazmente en el mundo y valora a esos individuos. El academicismo, por el contrario, busca desarrollar
seres humanos que se sientan cognitivamente cómodos viviendo en el marco de una disciplina (o dos), que
se preocupen por los límites que esta tiene, que comprendan sus demandas, y cuyas concepciones del mundo
estén conformadas de manera acorde con ese marco. El análisis que aquí presentamos sostiene que el
operacionalismo y el academicismo constituyen dos concepciones rivales del ser humano, que se encuentran
arraigadas en el lenguaje y en las prácticas sociales de la educación superior.
Lo que se necesita es una concepción diferente del ser humano que guíe nuestras prácticas pedagógicas en
la educación superior y que sea adecuada a las demandas que se nos presentan al llegar al nuevo siglo, tendrá
que estar enmarcada en otros intereses sociales y cognitivos, que estén mucho más abiertos a los desafíos
de la vida humana, el mundo de la vida es un mundo abierto en el cual el pensamiento y la acción juntos son
necesarios. Una educación superior que tome como objetivo guía una concepción del ser humano capaz de
colaborar efectivamente con el mundo de la vida, aportará un sentido diferente a la competencia. (p. 286)