
67 |pp 56-69| Año XVII N° 31 |mayo 2025 – noviembre 2025 |ISSN 1852-8171| Artículos
estructuraciones están atravesadas por determinadas visiones de mundo, valores e intereses que, aunque no
siempre explícitos, reflejan sesgos del mercado y reproducen en muchos casos brechas de acceso, esto se observa
entre versiones gratuitas y pagas, lo que afecta especialmente a quienes poseen menor formación tecnológica.
Por otro lado, también incide una concepción determinista e instrumental de la tecnología por parte del
profesorado, que tiende a desatender las dimensiones sociales, culturales y políticas involucradas en su creación y
uso. Así, se asume que las tecnologías existen de forma neutral, como si fueran ajenas a las relaciones de poder
que las configuran (Lago Martínez, Méndez y Glender, 2017). No obstante, esta tendencia presenta matices según
la disciplina, ya que en algunos campos académicos la incorporación de tecnologías digitales resulta más
extendida o estructural que en otros, donde su presencia sigue siendo marginal o complementaria.
Además, este tipo de apropiación se sustenta en una tradición pedagógica que privilegia un modelo de enseñanza
transmisivo y unidireccional, en el cual el docente asume el rol de emisor y el estudiante el de receptor pasivo. En
este marco, las tecnologías se utilizan fundamentalmente como repositorios de información, reducidas a
instrumentos de almacenamiento o difusión de contenidos, sin considerar sus potencialidades interactivas,
colaborativas y creativas. En este contexto, las tecnologías adquieren una función meramente instrumental,
orientada a reproducir prácticas pedagógicas preexistentes más que a cuestionarlas o transformarlas.
Estos hallazgos permiten comprender que las tecnologías digitales han dejado de ser una mediación meramente
instrumental para convertirse en estructuras que modelan nuevas formas de percepción, sensibilidad, lenguaje y
escritura (Martín-Barbero, 2009) y esto genera nuevas formas de desigualdad en el ámbito educativo. Por ello,
adquiere centralidad no tanto la tecnología en sí misma, sino las formas de apropiación que los sujetos
construyen en torno a ella. Aunque dichas tecnologías estén prefiguradas por su diseño, sus usos no son
homogéneos, sino que dependen de contextos institucionales, disciplinares y subjetivos. En esta línea, como
plantea Scolari (2008), resulta más productivo analizar no tanto las tecnologías, sino las mediaciones o
hipermediaciones que configuran su apropiación.
Para explicar la complejidad de los procesos que generan y reproducen desigualdades en el ámbito digital es
necesario tener en cuenta los factores culturales, simbólicos y subjetivos que inciden en la apropiación de las
tecnologías. En esta línea, diversas investigaciones han planteado que las desigualdades digitales son
interseccionales, en tanto surgen de la interrelación de múltiples formas de desigualdad (económicas, de género,
educativas, étnico-raciales, entre otras), que afectan de manera diferenciada a individuos y grupos sociales
(Eubanks, 2018; González-Bailón, 2021).
En este sentido, las brechas digitales (van Dijk, 2005) no deben ser entendidas únicamente como un problema de
acceso o infraestructura, sino como una expresión de una brecha sociocultural más profunda. En ella se juegan no
solo competencias técnicas vinculadas a la alfabetización digital, sino también la posibilidad de agenciamiento, es
decir, la capacidad de los sujetos y colectivos para instaurarse como actores de enunciación y adquirir capacidad
discursiva en los espacios digitales (Da Porta, 2015).
En consecuencia, la desigualdad digital no puede ser comprendida ni abordada como un fenómeno aislado, ya
que se inscribe en el entramado histórico de las desigualdades estructurales que caracterizan al capitalismo
contemporáneo. En este marco, los enfoques reduccionistas que limitan la brecha digital en el acceso, resultan
insuficientes, en tanto invisibilizan las múltiples dimensiones sociales, culturales y simbólicas en las que la
tecnología adquiere sentido. Tal como advierte Da Porta (2015a), pensar la inclusión digital exige concebirla en
términos de complejidad simbólica, creatividad en los usos, aprendizajes significativos, libertad exploratoria y
potencialidad para la construcción colectiva de saberes. De allí que las políticas públicas, al igual que las
intervenciones institucionales y pedagógicas, deben orientarse a una reducción de la brecha digital que parta de
una perspectiva integral y multidimensional, capaz de articular aspectos tecnológicos, económicos, educativos,
sociales y simbólicos, sin desatender las particularidades regionales y territoriales. Por esta razón, resulta clave
problematizar las formas concretas en que se configuran las relaciones entre sujetos y tecnologías, así como los