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/ pp 67-81 / Año 9 Nº17 / DICIEMBRE 2022 – JUNIO 2023 / ISSN 2408-4573 / SECCIÓN GENERAL
Una ilustración de lo que llamamos prácticas emancipatorias la encontramos en las siguientes reflexiones de un joven
militante (preguntado sobre lo que más y menos le gusta de la militancia):
Voy a empezar por lo que más me desgasta: es la apatía, el desinterés; uno capaz que sacrifica mucho el
tiempo personal y después hay como un rechazo. Pero también la contracara de eso es lo que más te
llena, es cuando encontrás a una persona que te valora eso y que se da cuenta que el Centro de
Estudiantes no es una ventanilla de resolución de problemas, sino que es un espacio de construcción.
Uno gana no cuando gana las elecciones, sino cuando una persona más toma conciencia de eso y se
pone a militar, no importa dónde. Ganás ahí, y eso es lo que más te llena. Porque es lo que deja marca,
porque uno busca la trascendencia, no busca la coyuntura.
Estas reflexiones, entre otras cosas, nos muestran la contraposición entre la lógica del cálculo político-electoral frente
al desafío de construir una conciencia comunicativa en base al debate de los problemas sociales y políticos. Por un
lado, tendríamos el polo identificado con la dinámica de un centro de estudiantes que es una “ventanilla” de resolución
de problemas (gremiales) o de provisión de servicios; por otro, encontraríamos los desafíos del cambio de conciencia.
Es especialmente revelador el modo en que el joven militante opone la lógica de la acumulación de poder propio (ganar
las elecciones) con “ganar realmente” en un sentido más colectivo y abarcador (incluso más allá de su conveniencia
electoral).
Sin duda, para el conjunto de los militantes entrevistados, la militancia estudiantil universitaria es una experiencia
particularmente intensa y plena. Es la experiencia de lo colectivo en el plano de la participación social y política, a la
vez que en el plano afectivo, como fuente de nuevas amistades y ámbito de contención (resaltado esto por los militantes
provenientes de pueblos o ciudades pequeños del interior). Es también una muy valorada experiencia formativa, que
implica múltiples aprendizajes. Ciertamente no está exenta de costos (menos tiempo dedicado al estudio, la familia, los
amigos, el deporte, la música), pero el balance resulta ampliamente positivo.
Pero junto a este costado luminoso de la experiencia estudiantil, hay también un “lado B”. El otro aspecto, que
denominamos calculador o pragmático, si bien menos recuperado en la bibliografía, ocupa también un lugar central en
la vida política de los militantes, y no es en absoluto opaco a los propios protagonistas, si bien no suele formar parte
central del lenguaje proselitista. El relativamente bajo grado de participación e interés del grueso de los estudiantes
“comunes” en la política en general, y en la política universitaria en particular, es claramente conocido por los militantes,
lo que moldea el diseño racional de estrategias y tácticas electorales. Así, por caso, una racionalización justificatoria de
esas prácticas calculatorias suele presentarse del siguiente modo: la meta de generar conciencia y participación política,
con sólido contenido ideológico, es vista por los militantes como un objetivo arduo, y el camino para lograrlo requiere
consolidar lo “gremial”, esto es, los servicios (apuntes, buffet) y las demandas académicas básicas (amplitud de horarios
de cursada, recuperatorios adicionales, quejas particulares, etc.); dice un entrevistado: “Sólo cuando una agrupación
es fuerte, y durante mucho tiempo ha logrado construir la cuestión gremial, puede dar el salto a la discusión política”.
Todos los entrevistados tienen conciencia de la necesidad de este derrotero, pero en general cuestionan a las
agrupaciones que terminan adoptando el
medio
(política gremial, servicios eficientes) como
fin
en pos de ganar
elecciones, retroalimentando la repudiada “despolitización” estudiantil (califican a esas agrupaciones de
“sindicaleras”), si bien también reconocen pragmáticamente la necesidad de hacerlo.
De este plano más estratégico podemos pasar a un nivel táctico, donde encontramos diversas prácticas calculatorias.
Se trata del plano más inmediato donde se despliegan una serie de dispositivos que buscan inducir comportamientos
políticos a través de una variada gama de procedimientos, que van desde la mera “presentación de la persona” –al
decir de Goffman-, pasando por el discurso de campaña, y llegando al involucramiento corporal en la relación militante-
votante. Así, valga como ejemplo en un nivel muy básico del “marketing” político, el hecho de seleccionar un color de
identificación para la agrupación, y hacerlo proliferar en carteles y remeras, evidenciando la fuerza del aparato. En un
plano de mayor elaboración encontramos las decisiones y compromisos que un grupo toma en torno al discurso de
campaña, ya sea el que queda plasmado en los carteles, folletería, redes sociales, etc., o el que circula de manera más
sutil a través de mensajes al “pasar por los cursos” y permanece encerrado en las cuatro paredes del aula; en cualquiera
de los casos, una decisión política crucial se presenta al definir el balance entre la publicidad “positiva”, al defender las
posiciones propias, y la propaganda “negativa” que se hace sobre el adversario. Y en un nivel de mayor involucramiento,
donde se produce una virtual lucha cuerpo a cuerpo por el voto, nos encontramos con la táctica habitual de “perseguir”
al votante en su trayecto a la urna de votación: “Es un voto medio volátil que es el que se consigue en los últimos 20
metros antes de que vaya a poner el sobre. Se consiguen muchos votos”.