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/ pp 190-204 / Año 12 Nº22 / JULIO 2025 – NOVIEMBRE 2025 / ISSN 2408-4573 / SECCIÓN GENERAL
INTRODUCCIÓN
El sistema de educación superior chileno fue pionero en lo que refiere a políticas de extensión universitaria (Flores
González, 2023), con programas previos al Grito de Córdoba (Cano Menoni y Flores, 2023) y un nivel relevante de
desarrollo en el marco de la Reforma Universitaria de 1967, en cuyo contexto se pretendió fundar universidades
democráticas y abiertas a la sociedad (Casali Fuentes, 2011; Cuello, 2018). No obstante, esa tradición sufrió un
retroceso relevante a propósito de las políticas neoliberales de la dictadura civil-militar (1973-1990). Durante ese
período, y luego de la aprobación de la Ley de Universidades de 1981, el sistema chileno mutó desde uno
fundamentalmente público y de financiamiento estatal hacia otro privatizado y marcado por una lógica de competencia
que entiende a la educación como mercado. En ese marco, las instituciones de educación superior retrocedieron hacia
un modelo de universidad concebida como “torre de marfil”, autorreferente y más bien distante de las problemáticas
sociales (Salazar, 2020). Así, en un contexto de aumento de la cobertura y privatización de la educación superior, la
función extensionista fue mermando y restringiéndose, fundamentalmente, a la difusión de conocimientos y la oferta
en educación continua (Cano Menoni, 2023; Merino, 2004).
Aunque la lógica de mercado continúa vigente (Bellei, 2020; Alé, Duarte y Miranda, 2021; Peña y Silva, 2021), el modelo
de “torre de marfil” comenzó a verse seriamente cuestionamiento hacia inicio del siglo XXI, momento en que emergió
la noción de Vinculación con el Medio (VcM) para referirse al despliegue de la tercera misión entre las instituciones de
educación superior chilenas. En la práctica, ese concepto ha venido a sustituir al de extensión (Dougnac y Flores, 2021),
pretendiendo instalar lo que se ha descrito como un nuevo enfoque en las relaciones entre las instituciones de educación
superior y la sociedad. Este enfoque, formulado en Chile por Heinrich Von Baer en “Vinculación con el Medio: ¿función
subalterna o esencial de la universidad?” (2009), tendría carácter bidireccional, es decir tendería al establecimiento de
relaciones de largo plazo y de beneficios mutuos y recíprocos entre las Instituciones de Educación Superior (IES) y sus
entornos relevantes y, al mismo tiempo, ostentaría la cualidad de transversal o integral, en la medida en que pretende
articularse con las otras dos funciones de la educación superior, docencia e investigación. Posteriormente, esta
orientación se consolidaría hacia 2018 con la promulgación de la Ley de Universidades del Estado (21.094) y la Ley de
Educación Superior (21.091).
Sin embargo, entre las dificultades que se advierten y han sido discutidas respecto del enfoque, se menciona el hecho
de que atribuye un valor instrumental a la noción de bidireccionalidad. En la práctica, la noción se ha constituido en un
estándar de acreditación y, junto con ello, en un medio de consecución de prestigio, financiamiento y posicionamiento
en el mercado (Pastene, 2021). De este modo, las universidades chilenas se encuentran sometidas a la presión de
rendir cuentas sobre el grado de bidireccionalidad con que gestionan la VcM, cayendo, con frecuencia, en una lectura
errónea y superflua, contexto en que
[…] se vuelve apremiante mostrar algún tipo de efecto o valoración inmediata, que demuestre el beneficio
muto y retribución ipso–facto de la participación en una interacción entre institución de educación superior y
actores del medio, lo cual comporta el riesgo de instrumentalizar la misma participación y valoración del medio
para fines de rendición de cuentas, a la vez que se pierde de vista el horizonte de largo plazo en el cual el
desarrollo recíproco entre universidad y entorno se produce. (Fleet, Pozo y Lagos, 2023, p. 31)
En este escenario, se ha producido una creciente tecnificación de las prácticas, que, paradójicamente, parece distanciar
al enfoque de su propósito original de potenciar la interacción bidireccional con las comunidades (Verdejo-Cariaga,
2024a). En esta medida, existe evidencia de que el estándar de bidireccionalidad está sirviendo como criterio de
exclusión, de manera que proyectos, iniciativas y/o actividades que no son consideradas como bidireccionales son
descartadas por entenderse que no promueven la generación de conocimiento horizontal e interactivo, lo que da cuenta
de la lectura restringida que está haciendo el sistema de educación superior chileno sobre el concepto de
bidireccionalidad, desconociendo así la enorme tradición de extensión crítica de nuestro continente (Salazar, 2020). Lo
anterior, supone el riesgo de reducir los vínculos con el medio a una “cuestión numérica para cumplir con la
acreditación, subsumiendo e invisibilizando el trabajo involucrado en estos vínculos y sus aportes a la propia producción
de conocimiento” (Muñoz, 2022, p. 15). De este modo, en lugar de promover instituciones de educación superior
abiertas a la construcción de conocimiento compartido con diversos entornos y grupos de interés de la sociedad chilena,
se observa una instrumentalización de la bidireccionalidad y una comprensión restringida de esta, concebida como un
atributo medible del que debe rendirse cuenta, más que como un marco relacional y epistémico profundo de interacción
multidireccional.