Editar significa, a un tiempo, volcarse a la invención de configuraciones sensibles del pasado, ahí donde se despliegan e imaginan operaciones de archivo con peso específico. La curiosidad punzante de un proyecto largamente postergado –o arrumbado en un cajón– califica, probablemente, el clima en el que se agitó el proyecto editorial de Actividad de uso sobre Body Art: la imagen viva de Buenos Aires publicado este año, a 33 de los sucesos que tuvieron lugar durante el Festival del Body Art. Concebido por el espíritu inquieto de Roberto Jacoby, a partir del precedente de los Museos Bailables curados por Fernando “Coco” Bedoya y Emei (Mercedes Idoyaga) y materializado a razón del trabajo de un extenso número de colaboradores, el concurso de Body Art hizo un llamado a aglomerar a una centena de participantes que se presentaron en Paladium –la discoteca artsy de entonces– la noche del 4 de octubre de 1988 para ofrecer un acting de 15 segundos de duración y de fama, donde resonó burlonamente la consigna warholiana.
Los distintos subsuelos del libro recalan en un evento tentacular que especuló sobre su propia sobrevida, indavertido de que el proyecto de un catálogo trunco –y una exposición igualmente inédita– volvería en la piel de una compilación que interroga la posibilidad de confrontar el variopinto archivo fotográfico y audiovisual de esa noche con un conjunto de escrituras críticas, textos históricos, transcripciones de testimonios y documentos. En ese sentido, la edición se troca en un artefacto performativo que revuelve en las formas posibles de reconstruir una experiencia tan estridente como volátil. El único material contemporáneamente exceptuado de ese destino fue el crudo de doce horas de filmación que –edición mediante, a cargo de Jorge Caterbona– fue transmitido en el programa de televisión El monitor argentino, conducido por Martín Caparrós y Jorge Dorio, conjurando quizás, el horizonte no tan lejano en el que la televisión de los años 90 absorbería una buena parte de los cuerpos fermentados en el engrudo de los 80.
Con la salvedad del video del Body Art que conservó Jacoby y de las fotografías cedidas por Julieta Steimberg y Pompi Gutnisky para esta edición, las agitaciones corporales de los años 80 escamotean en imágenes y circulan como un manojo de registros dispersos, entre YouTube y fondos particulares. Por los poros sudorosos de esas pieles se deslizan y despiden sentimientos urgentes: ánimos desconcertados por la posibilidad de hacerlo todo con casi nada y de pulsar sensaciones intensas, ahí donde se configuró una estrategia que insistió en despabilar a las subjetividades paralizadas por la última dictadura y sus remanentes autoritarios (Cosso, 2015:55). La experiencia corporal de los 80 es, para mí, una imagen inquietante. Lo era antes y lo es aún más ahora, cuando el roce multitudinario se infiere como una imagen descompensada.
Pronunciar los nocturnos ochentas, en Buenos Aires, es destapar una olla en la que ebullen sensaciones vertiginosas y placeres vívidos, ahí donde el desborde y el desconche no significaron, necesariamente, la extracción de un resto capaz de configurar una política de archivo, al menos no una marcada por la coherencia y el principio sacrosanto de procedencia y orden originario. La integridad es una imaginación –y una previsión material– improbable para quienes nos interesamos por las experiencias corporales y sexo-políticas de los 80 y para aquellxs que, como protagonistas oculares, intentan relatar la temperatura y la textura de esos años, de a momentos inquietxs por refaccionar recuerdos que importen, por otros invadidxs por el sentimiento de recordar poco o nada, ahí donde se enhebra la fortuna de las murmuraciones anecdóticas y la suerte de las conciencias que retuvieron el olor a cola vinílica o el encantador cansancio de una noche tan inolvidable como borrosa.
¿Será que el vasto registro del Body Art repara la ausencia de superficies proteicas en las que no llegó a fijarse gran parte de la intensidad vibrante de esos años? Quizás el flujo de estas formas abundantes de archivo incite a pensar en la opacidad que tintinea en las representaciones de un pasado reciente indocumentado –flojo de papeles– y en la frecuencia con que esa fragilidad nos encuentra, contra la expectativa de relatos caudalosos, indagando memorias endebles y recuerdos que ni remotamente podemos calificar de prístinos. Nadie recuerda exactamente quién ganó el concurso o, más bien, todxs sostienen una versión distinta (y poco importa). Las emociones que asaltaron a quienes concurrieron esa noche borbotean, en cambio, como una quimera de olores, visiones y audiciones intensas retenidas o diluidas en la estimulación de distintos estados de conciencia inducidos por el consumo de sustancias psicotrópicas. Se conservan los nombres que circulaban con cierta agilidad en ese nicho cultural, algunos flashes de anécdotas extraviadas en la confusión y la euforia desparramada. La desgrabación de esa velada, extendida hasta la madrugada, no sustituye ni desagrega la cualidad entrecortada de los recuerdos que, a puñados, soportan la elaboración de una entidad monstruosa: la Hidra de la celebración. De los vapores soporíferos despedidos de ese cuerpo multicéfalo, destilan las imágenes empañadas de esa jornada. El archivo de los 80, como la noche del Body Art, lo imagino como esas notas urgentes que, apuntadas en la palma de la mano, sucumben al barrido repentino por el que la transpiración barre la posibilidad de que las letras o los números telefónicos permanezcan apenas legibles.
Las X Jornadas Internacionales de la Crítica, que transcurrían durante los días agitados en que se apuntaban los detalles para “la última fiesta de los 80”, fueron el pretexto para expropiar a uno de sus invitados internacionales, el crítico de arte francés Pierre Restany, quien se añadió a la formación del jurado que ya integraban Tom Lupo, Martín Caparrós, Sanguinetti, Walter Sidot, María Moreno y Marcia Schvartz. Si bien es sabido que, al término de esas sesiones, se celebraban veladas y agasajos de cierta memorabilidad, el decidido cortocircuito con el tono elevado de las Jornadas dio piedra libre a Restany (1995) quien –años antes de decretar a los artistas del Rojas como unos “guarangos” alineados con la Argentina de Menem– y advertido del ambiente desacartonado y de su acreditación como jurado, se dedicó “a meter mano en cuanto trasero o vulva se presentase” (Gumier Maier,1988) por lo que Bedoya confirmó que ese había sido “el único dedo vivo de la noche”, en referencia al Manifiesto Vivo-Dito de Alberto Greco (1962) al que el concurso de Body Art rindió un sudoroso homenaje. Las metidas de mano quedaron inmortalizadas en el video realizado por Jorge Caterbona. El microfonazo que –¿se le escapó?– a Roly Bon-Bon (Rolando Gallardo) y fue a parar a la cabeza de Roberto Jacoby causó una escaramuza contra el orfebre tucumano que, según la pluma sediciosa de María Moreno, hacía que “los malos modales del Parakultural no se diferenciaran mucho de la retórica parapolicial” (Moreno, 2021). En esas interferencias al clima festivo del Body Art quizás quede pendiente la pregunta por los horizontes de libertad diagramados durante el destape, escenarios frecuentemente imaginados como reductos de alegría postdictatorial donde funcionaron estrategias dirigidas a desactivar los hábitos autoritarios, subjetivamente incorporados y certificados en los gestos discretos y el color el gris plomo del disfraz cotidiano.
“La imagen viva de Buenos Aires” –consigna mediante la que se publicitó el Festival– hizo de la propagación del estado de ánimo una estrategia reservada a unos breves momentos de placer intensificado y una invitación a la invención de mundos posibles, alternados con el desencanto y la frustración que por esos años se adivinaban en los futuros no advenidos de la promesa democrática y en la precariedad de las vidas cuya longevidad se volvió incierta e improbable de cara a la emergencia del vih-sida. Decretar la terminalidad de una década a partir de un corte limpio complica el asunto: el Festival del Body Art no cerró los 80. Tampoco terminaron con la muerte de Batato Barea, ni siquiera con la primera exposición que intentó reponer lo más significativo de esos años a poco de concluidos (Los 80 en el MAM, 1991). En lugar de colocar una faja que clausure, autoritariamente, la culminación de esos largos años 80, encuentro más adecuado indagar en la temperatura de experiencias que, como el Body Art, destapan y afrontan críticamente las formas en que la expectativa de erigir placeres multitudinarios se conectó, y no necesariamente se opuso, a la remanencia de insatisfacciones y miedos persistentes que sobrevivieron a la clausura del período dictatorial.
Mientras cierro este escrito, especulo sobre el lugar donde voy a colocar Actividad de uso sobre Body Art: la imagen viva de Buenos Aires en mi biblioteca. Deschavo una estrategia herética de archivo e imagino que el lomo de mi libro nuevo se acomoda entre la crónica de Enrique Symns, “Buenos me aburre” (1988), publicada en la revista Fin de Siglo, y el relato ficcionado de Laura Ramos, Buenos Aires me mata (1998), un sismógrafo bibliográfico que bascula aceleradamente entre estados de ánimo y estados de una historia que nos sacude para que la sigamos sacudiendo de entre los rincones polvorientos y los abajos de la cama donde se echó, como una criatura cansada, a dormitar.
Programa de mano. Diseño: Esteban Pages, Emei y Martín Kovensky para el Museo Bailable y Art Mix Producciones Inc dorso. Archivo Roberto Jacoby, Buenos Aires.
Lady Plástico de Carlos Cassini. Foto: Pompi Gutnisky.
El vals de los quince de Guillermo Moreno. Foto: Pompi Gutnisky.
Sin documento de Fernando Noy. Foto: Pompi Gutnisky.
Pájaro negro de Roberto Guillén. Foto: autor desconocido.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Cosso, Pablo (2015). “El movimiento punk en Buenos Aires entre la dictadura y la ´postdictadura´”. En Pablo Cosso y Pablo Giori (Comps.) Sociabilidades punks y otros marginales. Memorias e identidades (1977-2010), pp. 55-94.
de Ambrosini, Silvia (1991). Los 80 en el MAM (cat. exp.). Buenos Aires: Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
Gumier Maier, Jorge (1988). “El otro Buenos Aires”. Página 12, Sec. Cultura, p. 13.
Moreno, María (2021). “La generación del 80”. En Francisco Lemus, Ana Gisela Laboureau y Daniela Lucena (Comps.) Actividad de uso sobre Body Art: la imagen viva de Buenos Aires. Buenos Aires: Actividad de uso.
Ramos, Laura (1998). Buenos Aires me mata. Buenos Aires: Sudamericana.
Restany, Pierre (1995). “Arte Guarango para la Argentina de Menem”. Lápiz, No. 116, pp. 50-55.
Symns, Enrique (1988). “Buenos Aires me aburre”. Fin de Siglo, No. 7, pp. 48- 50.