Una intromisión. La espada y la cruz

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Battezzati, A. (2022). Una intromisión. La espada y la cruz. Estudios Curatoriales. Recuperado a partir de http://revistas.untref.edu.ar/index.php/rec/article/view/1347

En el Museo de Arte Español “Enrique Larreta” nos recibe una armadura en pie completa titulada “Armadura española” que data del siglo XVIII y que, más que una pieza de colección, luce como un anfitrión artificial, algo curioso y cómico, que anticipa lo que sin dudas es un reservorio de vestigios imperiales. En este museo tiene lugar la exhibición La espada y la cruz, que incorpora temporalmente obras contemporáneas de artistas de la Argentina al espacio del museo. La casa alberga una colección de pinturas, retablos, tapices y mobiliario de España de los siglos XVI al XVIII y es, en sí misma, una construcción del siglo XIX que fue la residencia de la familia Larreta. El cristianismo y el poder imperial son dos cuestiones presentes entre los objetos del museo y con las cuales la exhibición busca establecer un diálogo crítico a través del arte contemporáneo. Aunque para el ojo experto coleccionista el conjunto de obras pertenecientes al museo pueda tener alguna cohesión, al entrar, la selección parece más bien algo caprichosa, sobre todo, en una ciudad en donde este tipo de colecciones tiene lugar más bien como accidente. Las obras contemporáneas se desparraman así a lo largo de la residencia, interrumpiendo una secuencia de retablos, al pie de un tapiz, en alguna pared vacía o dispuestas en el piso de las salas en lo que parece más bien una intromisión

Función, de Luciana Lamothe, es una de las obras ineludibles en la exhibición. La instalación que consiste en un módulo de andamios, tubería de hierros y ruedas, se encuentra en el amplio hall de entrada que tiene la casa. Una estructura similar en cuanto a los materiales, aunque de mayor tamaño, estuvo alojada también durante un buen tiempo en la entrada del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Sin embargo, en el contexto de esta colección, la instalación activa relaciones totalmente distintas. Función está exhibida dentro de un cerco indicado por una soga roja y seis columnas, en una disposición cuidada y amenazante a la vez. Parte de la estructura de la instalación consiste en unos palos de madera largos y puntiagudos que, incluso dentro del cerco, no pierden su potencial peligrosidad al apuntar directamente a la mirada del visitante. Esta amenaza inminente convive, al mismo tiempo, con su propia condición de construcción, de montaje por andamios, que revela la potencial inestabilidad de toda cimentación. Esta inestabilidad también es visible en la obra de Eugenia Calvo, Sin título, construida a partir de una mesa de luz y unos soportes de hierro. La mesa, que se encuentra en una de las salas contiguas, está encastrada en una estructura negra de hierro. Aunque su propio sostén es visible, es decir, la mesa está en perfectas condiciones y tiene todas sus partes, la estructura parece intentar contenerla. 

La relación entre la estabilidad y el peligro potencial es una relación que aqueja también al tiempo y a la historia. Como se evidencia en muchas de las obras contemporáneas expuestas, los temas con los que propone dialogar la muestra, es decir, el cristianismo y la religión, lo bélico, las formas coloniales de dominación y de poder, son articulados en distintas maneras por las obras temporalmente exhibidas. Este diálogo, que por el orden de continuidad de los siglos que avanzan en la historia parece un diálogo entre un pasado y un presente, es, en realidad, absolutamente actual. En una escala planetaria, aquel lapso de siglos no es más que un pequeño punto comprimido y saturado. Este horizonte temporal permite desmitificar la historia lineal. La obra de Norberto Gómez, alojada en una sala repleta de maderas talladas, pinturas, mobiliario, lanzas y más objetos, deja en evidencia la posible falsedad de todo relato. El idiota, que en la sala se ubica en una serie casi de continuidad con las obras de la colección, es una obra de Gómez en yeso policromado que ilustra la imagen de una especie de santo mutilado en tono caricaturesco. Los colores y los detalles arquitectónicos de la pieza simulan una materialidad falsa, un altar que estaría a tono con los objetos del museo si dejáramos de lado la extrañeza de la figura central del santo y el papel higiénico que cuelga a su lado. En otro sentido la figura tullida de Gómez es parte de una línea que anticipaban las piezas en cerámica de Débora Pierpaoli en el hall de entrada y que ilustra las afecciones del cuerpo y su condición endeble y carnosa. Una cabeza, unos pies, una cabellera, todas figuras cerámicas aisladas y reunidas junto a un rosario, una espada y una copa. Los trozos de cuerpo de Pierpaoli se amplifican en otra sala en la agigantada boca de Josefina Labourt y las figuras deformes de Diego Bianchi. Todo un conjunto de obras que sostiene la tensión del cuerpo como sitio del peligro. 

En un área del museo donde las salas se transforman hacia el más frecuente cubo blanco, hay un conjunto de más de veinte cruces de diversos tamaños y colores dispuesto sobre una pared blanca. La instalación es de Mariana Telleria y las cruces están realizadas con fragmentos de marcos de cuadros, algunos blancos, negros, y otros con relieves y detalles dorados y plateados. A primera vista, tal vez por la cantidad de cruces juntas, estos detalles no son evidentes e incluso podríamos pensar fugazmente que son parte de la colección del museo. Sin embargo, la sospecha está echada sobre el relato y sobre el objeto. Más bien, el conjunto de cruces parece de un coleccionista obstinado, sino un muestrario a la venta en la vidriera de un local. En cualquier caso, la cruz se resignifica, en duplicados, se mueve del lugar tradicional que ocupa en imágenes religiosas. La obra de Carlota Beltrame, Polizeipistole, una escultura en roca de rodocrosita también articula el falso o el duplicado. Tallada en la piedra nacional -la rodocrosita- la pieza es una copia de una pistola perteneciente a la policía. En la disposición de la sala la pieza apunta directamente a la altura de un sillón que se encuentra detrás de un escritorio de época. 

Desde el museo me compartieron la siguiente información sobre la armadura de la entrada. La pieza no pertenece al museo sino al Fernández Blanco, es posible que sea del siglo XVII pero hasta el momento no se ha podido determinar si es un original o una réplica.

 

Obra de Luciana Lamothe en el hall de entrada.

Obra de Eugenia Calvo.

A la derecha, la escultura de Norberto Gómez.

Obra de Debora Pierpaoli.

Obras de Josefina Labourt y Diego Bianchi.

Obra de Mariana Telleria.

Obra de Carlota Beltrame.