FB: ¿Cómo comenzaste tus estudios sobre memoria?
CP: En 2004, el presidente Kirchner cedía a la sociedad civil el predio de la ESMA con el objetivo de constituir un espacio para la memoria y los derechos humanos en la Argentina. El historiador Mario Rufer analizaba así la intervención que un grupo perteneciente al Movimiento Indígena Argentino hacía en ese mismo acto de entrega del predio:
Entre las imágenes de las madres y abuelas de Plaza de Mayo […], emergía al costado del palco una imagen disruptiva: un poncho rojo… dos… tres. Un rostro indígena como signo distópico. Era uno de los líderes del Movimiento Indígena Argentino pidiendo la inclusión de los pueblos originarios en el futuro museo.
Básicamente porque consideraban que el inicio del “terrorismo de Estado” debía suturarse con la violencia genética del Estado nacional. No en 1966, 1974 o 1976 [...], sino con la “Conquista del Desierto”, el momento cuando la formación del Estado-nación se consolidó con la expropiación de tierras indígenas y el exterminio de sus pueblos…
El relato de esta irrupción, de este reclamo, y las reflexiones de Rufer me acompañaron durante mucho tiempo y fueron generadores de varios proyectos sobre los que trabajé con distinta suerte.
FB: ¿Podrías contarnos un poco sobre los proyectos que este suceso disparó en vos?
CP: Por un lado, realicé una serie llamada Indios; las obras de esta serie son retratos realizados a partir de copias de los negativos en placa de vidrio –pertenecientes al Archivo Fotográfico del Museo de Ciencias Naturales de La Plata– de los hombres que secundaban al cacique Sayhueque, que fue apresado junto a sus capitanejos y sus respectivas familias durante la llamada “campaña del desierto”. Estuvieron detenidos en el Regimiento de Tigre y posteriormente fueron trasladados al Museo de Ciencias Naturales de La Plata, por gestiones realizadas por el perito Moreno.
Las fotografías a partir de las cuales he trabajado fueron tomadas por Samuel Boote por orden de Francisco Moreno. Los registros que realiza Boote están lejos de otros registros de época, caracterizados por la puesta en escena de un mapuche exótico… son fotografías de sobrevivientes, de personas en situación de cautiverio. Los retratos que he realizado son impresiones serigráficas con un estarcido de sangre vacuna deshidratada.
La sangre deshidratada es un polvo muy fino, de color rojo oscuro, muy volátil, que se adhiere fácilmente a la impresión… forma grumos y contamina toda la superficie de impresión. Algunas están realizadas sobre papel y otras, sobre acrílico. Las imágenes parecen amenazar con disgregarse.
FB: ¿Cómo es el trabajo de investigación que realizás?
CP: El museo de La Plata tiene una sección Antropológica, con más de diez mil piezas; restos humanos de aborígenes pertenecientes a distintas comunidades. Haciendo uso del Catálogo de la Sección Antropológica del Museo de La Plata, recopilado por el alemán Robert Lehmann-Nitsche en 1911, un prolijo y detallado registro de todas las piezas en el que da cuenta de la procedencia de los restos y, en muchos casos, también de la causa de muerte. Comencé a transcribir el catálogo haciendo impresiones serigráficas de grasa sobre papel de algodón. Blanco sobre blanco y de lectura dificultosa… la grasa escribe casi como una mancha… son manchas indelebles.
Quisiera añadir que recién en septiembre de 2006, todos los restos humanos que se encontraban en salas abiertas al público fueron retirados y dispuestos en un depósito especial porque el Museo de La Plata había recibido varios pedidos de restitución de los restos a sus comunidades de pertenencia. Esta actividad se está llevando a cabo muy lentamente con la cooperación de antropólogos que trabajan dentro y fuera del Museo.
FB: De este proceso se sigue tu proyecto actual ¿podrías contarnos un poco al respecto?
CP: Desde hace dos años estoy trabajando en este proyecto, por ahora se llama 300 Actas… Surge a partir de que en la isla Martín García funcionó un centro de detención de indígenas en el que fueron confinados miles de aborígenes sometidos. La isla fue uno de los puntos desde los que los detenidos fueron repartidos a diferentes destinos con el fin de utilizarlos como fuerza de trabajo en actividades productivas o en el servicio doméstico; también fueron incorporados como soldados o marinos en el Ejército o la Armada. La isla fue un campo de disciplinamiento de indígenas bajo la órbita del Estado, en particular de la Armada. Los misioneros José Birot y Juan Cellerier llegaron a la isla por pedido expreso de monseñor Aneiros, arzobispo de Buenos Aires. Existe numerosa correspondencia entre el arzobispo y los misioneros y da cuenta de las condiciones de vida en la isla. Cuando supe de la existencia de actas de bautismo, tuve la certeza de que debía trabajar a partir de esos documentos. Estos documentos se encuentran en el archivo del Arzobispado de Buenos Aires. Allí, fotografié 300 actas de bautismo, pertenecientes al Libro de Bautismos de la isla Martín García. Son bautismos urgentes, in articulo mortis y casus necessitatis. Allí se bautizaban grupos de niños, de adultos jóvenes y de ancianos.
Elijo trabajar sobre 300 actas de bautismo, las primeras 300 actas de bautismo de los indígenas en la isla. Estas actas dan cuenta de la filiación de los bautizados, del lugar de procedencia geográfica y comunitaria. Dan cuenta también de la edad del bautizado y de su condición racial, se mezclan los nombres españoles, puestos o impuestos, y los apellidos originarios y españoles. Estas actas registran el flujo de prisioneros en la isla.
FB: ¿Cómo trabajás el material?
CP: Decido transcribir uno a uno estos manuscritos de Birot, cada uno de ellos en una hoja metálica. Tomo la imagen fotografiada y la convierto en un archivo de corte que instruye a la máquina, que lacera el soporte. El soporte es una hoja metálica, plateada, muy fina, de pulido brillante. La materialidad elegida evoca el imaginario que da nombre al Río de la Plata y da nombre al virreinato también. Imaginario que suponía la existencia de metales preciosos… plata específicamente. Y pienso también en la latinización del nombre (plata) y del adjetivo plateado, argentum… Argentina.
FB: ¿De qué forma pensás montar la obra?
CP: Las 300 hojas se dispondrían en un plano horizontal conformando una extensa superficie sobre una larga mesa en varias hileras. Las formas de montaje se ajustarían de acuerdo con el lugar de emplazamiento. Pienso en la pertinencia de exhibir copias de las 300 actas de bautismo, facilitarlas en un espacio donde el espectador se pueda sentar y las pueda leer. A medida que el proyecto fue creciendo, entendí la necesidad de emplazarlo en un lugar que dialogue con la instalación. Por eso pensamos, como un lugar posible, el Museo de la Inmigración, un lugar con una densidad histórica ineludible. Un lugar articulado con la constitución del Estado-nación. Un lugar que alojó a los inmigrantes europeos que llegaban al Río de la Plata. Debo decir que entraron por este puerto mi padre y mi abuelo. Y es también un lugar que alojó en 1946 al Malón de la Paz, que estaba integrado por un grupo de coyas que llegaron caminando a Buenos Aires desde el norte para hacer oír sus reclamos. Debo agregar que fueron desalojados del hotel por la Prefectura, sin respuesta a sus pedidos. Pensamos también en la posibilidad de organizar mesas que contextualicen la instalación, acompañadas por actividades performáticas.
FB: ¿Con quién realizás esta construcción?
CP: En los últimos meses comenzamos a trabajar con Florencia Qualina, es historiadora de arte y curadora… ella escribió el siguiente texto sobre el proyecto:
“Sienten ellos la pérdida del desierto como puede sentir un rey la de su palacio” (Sabino O’Donnel).1
La obra de Cristina Piffer es una aguja que perfora la conciencia de una narrativa llamada Historia Argentina. Sus mesadas de grasa de vaca y parafina llevaban escritas sobre la superficie frases extraídas de archivos, fragmentos de historias sangrientas y desterradas, como la “Batalla de Pago Largo”. Allí, en 1939 el ejército de la Confederación masacró el alzamiento de la milicia correntina, al mando de Genaro Berón de Astrada. De su cuerpo arrancaron una lonja de piel y con ella hicieron una manea que fue regalada a Rosas. Cristina exhibió las mesadas por primera vez, en una muestra titulada Entripados, en abril de 2002. Algunos meses antes, en diciembre de 2001, Argentina había estallado y el suelo era un campo minado. El neoliberalismo y su brazo armado habían dejado un tendal de muertos, aunque no serían los últimos. En junio de 2002 pudimos ver cómo las fuerzas policiales pulverizaban un piquete sobre el Puente Pueyrredón, también vimos ahí el último aliento de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, asesinados, fotografiados, televisados en vivo. El entripado era –es– ese disgusto, esa rabia que se lleva bien adentro, en las tripas y nunca termina de digerirse.
En la iconografía de Piffer, el ganado vacuno condensó la fuerza tanática del modelo agroexportador sobre el que se asienta el Estado-Nación argentino a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Chinchulines, carne y sangre fueron insistentemente la matriz material de su trabajo, que es constante e imperturbablemente aséptico. Si ella trabajó sobre el matadero como espacio diferencial y emblemático de una identidad nacional, donde se sacrifican las vidas animales para el consumo humano, ahora se encuentra mapeando otras zonas físicas donde se traficaron vidas humanas.
En la isla Martín García funcionó un campo de concentración indígena al compás de la victoriosa “Conquista del Desierto”. Cientos de indígenas fueron desplazados forzosamente de sus territorios y sometidos en la isla al disciplinamiento físico y psíquico. Fueron clasificados de acuerdo con su jerarquía dentro de sus comunidades, sus nombres borrados por otros nuevos y españoles.
Fueron bautizados como católicos.
Fueron separados entre cuerpos enfermos y sanos.
Fueron incorporados como fuerza de trabajo –esclava– a los mercados laborales urbanos y agrarios.
Cristina Piffer rastrea en la isla Martín García, a partir de un exhaustivo trabajo documental, la connivencia criminal entre los órdenes militares, eclesiásticos y jurídicos. Insiste sobre los fundamentos ideológicos que organizan el Estado argentino y encuentra allí los mecanismos de una invisibilización identitaria radical. Hay un hilo en ese dispositivo de borramiento que dice: Argentina es un país blanco donde todos descendemos de europeos. El emplazamiento del campo de concentración en un territorio insular, fuera de la vista, acompaña sigilosamente las veladuras raciales que ordenan nuestra sociedad. ¿Quiénes fueron los sometidos? A los ganadores se los ha retribuido material y simbólicamente. La gratitud del Estado se refleja en los nombres de la topografía urbana, por ejemplo con el nombre del comandante militar de la isla, Luis María Campos se ha bautizado la avenida distintiva del barrio militar de Belgrano.
Hoy, donde esta calle termina, hay una plaza junto a las vías del Ferrocarril Mitre, y en la plaza hay un pasacalle que ofrece y anuncia “Mucamas como las de antes”.