Exposición:
Ternura radical de Iván Argote
MALBA
Del 22 de noviembre de 2018 al 24 de febrero de 2019
Afectos/emociones/sentimientos. Sea con barras, guiones o con la cobardía de las comillas se trata siempre de un orden que obliga a estampar alguna aclaración: que no es cuestión de sensiblería, ni del repliegue en el individuo, ni de una vuelta nostálgica al esencialismo, ni mucho menos de una promesa ingenua de emancipación. Implica, en realidad, poner en discusión esa visceralidad que conforma los actos colectivos enlazando cuerpos, ideas, cosas para tramar un espacio nuevo que jamás es estable. Cuando el arte decide dar cuenta de estas cuestiones de manera sofisticada, que no supone por cierto lanzar cosas como “¿qué sentís cuando ves un cuadro?”, logra hacer las preguntas más perturbadoras sobre la cuestión. Iván Argote forma parte de ese grupo de artistas que ha decidido hacer foco en estas tensiones apelando a una variedad de soportes, formatos y estrategias que tornan su trabajo particularmente inquietante. Formado entre Colombia y Francia y residente desde hace trece años en París, ha realizado muestras como Deep Affection, La venganza del amor, A History of Hope y Somos tiernos insistiendo siempre en que su interés consiste en llevar “los afectos a la política y la política a los afectos”, y en recordarnos que el ser humano es “una entidad afectiva”. Ahora bien: ¿cuál es la función que adjudica Argote a los afectos?, ¿qué esperar de la muestra que presenta ahora en Buenos Aires?, ¿por qué y para quién busca distinguir modos digeribles de otros repudiables que tienen los afectos de ingresar a la política –y viceversa–?
Ternura radical dice el cartel que encabeza la muestra exhibida hasta el 24 de febrero en el MALBA. Alrededor de las letras negras que despliega el título, el recorrido que ofrece el artista pivota alrededor de una película a color, a la que se suman como sus comentarios, extensiones o génesis dos videos breves, tres proyecciones, una fotografia y tres esculturas. Argote cuenta que encaró esta muestra site-specific a partir de una caminata azarosa por Buenos Aires realizada un año atrás: “en Plaza Mitre me encontré con que la llamada Fuente de los Poetas estaba vacía, llena de polvo y basura, abandonada desde hacía más de ocho años. En una ciudad literaria como Buenos Aires, el lugar de encuentro entre poetas estaba vaciado –literalmente– bajo la excusa de que se hacía un supuesto uso inapropiado del lugar. Había que poner esa fuente en funcionamiento otra vez para que volviera a llenarse de esos afectos que arman el espacio público”. Argote cuenta que para ejecutar esa transformación de un mero espacio muerto a uno público se sintió en la necesidad de inventarse un verbo: “chaflear”, una acción que significa muchas cosas pero a la vez ninguna en particular: chaflear es conversar, protestar, acariciar, discutir, besar, gritar, susurrar, demandar, amar, odiar, tocar, compartir o, simplememte, estar. Puede generar sentido pero también disolverlo. Es la ejecución de cada una de estas acciones superpuestas –distintas entre sí y muchas veces en tensión radical– aquello que permite generar sentido a ese vacío intolerable previo a la puesta en funcionamiento de la Fuente de los Poetas. La “Plaza del Chafleo” es el espacio público como lazo, pero también en tanto confrontación. El que une mientras divide. El que empasta los cuerpos entre sí a través de los afectos, pero que también abre abismos entre ellos gracias incluso a esos mismos órdenes afectivos. Pero “chaflear” no solo engendra un espacio como público, sino que al hacerlo logra que quienes circulan por esta o cualquier otra plaza dejen de ser meros individuos para conformar colectivos diversos y superpuestos: pueblo, clase, raza, sexualidad, multitud, etnia, género.
Las imágenes de la película central de Argote reproducen el momento del llenado de la fuente, lento pero insistente, con 15.000 litros de agua, pero también el banco de una plaza, las hojas de un manual de historia que van pasando por el azar de monedas lanzadas por manos masculinas y femeninas –que resultan los momentos más oscuros del siglo XX– y una ruidosa protesta callejera infantil organizada al ritmo de megáfonos y batucada. El video centrado exclusivamente en el llenado de la fuente y el que reproduce de manera extendida el paso de las hojas del manual de historia europea, se unen en la sala a tres esculturas en concreto gris –que en su sobriedad buscan representar versiones estilizadas de un muro, un puente y una balanza–, una fotografía en blanco y negro y la proyección de tres pares de manos enlazadas que, aunque aferradas a objetos muy diferentes, logran una unidad tensionada al reflejarse sobre la pared. Casi no hace falta que Argote aclare: “es que me gusta mostrar las tensiones, pero también señalar que se puede construir puentes”. Estrictamente vestido de negro para la presentación de su muestra en Buenos Aires, reconstruye sus obras anteriores a Ternura radical, realizadas en Camerún, España, Brasil, México, Colombia y Francia, para insistir: “se puede ser contestatario, sin ser confrontativo. Tierno y radical. Siempre existe un punto en común. Hay que traer afectos como la alegría a la esfera pública para pensar al otro, ponernos en contacto, negociar”. El recurso a los llamados afectos positivos como mecanismo disruptivo de protesta forma parte sin dudas de los modos más creativos y eficaces de crear comunidades políticas desafiantes. Tal como la “estrategia de la alegría”, enarbolada brillantemente por el artista argentino Roberto Jacoby, no solo nos enfrentamos a un modo de sobrevivir al horror, sino también de resistir y abrir un camino a la liberación. ¿Pero, se trata de una comunidad estrictamente universal? Al referirse a la conformación de la resistencia, hay en la propuesta de Jacoby una voluntad por señalar un statu quo injusto con el que no se negocia ¿La hay en Ternura radical?
La sobriedad de las imágenes de Argote, su voz susurrante al leer el texto de la película central, y el modo casi lateral en que introduce cierto tono burlón arman un conjunto visual y sonoro capaz de sacar a la luz una serie de matices y sutilezas inusuales al reflexionar sobre estos temas.
Ahora bien, cuando se le pregunta a Argote si cree que su arte es político, duda. Ante su propio silencio, vuelve a dudar. Y no es casual que lo haga. Es que la dimensión normativa de su propuesta –tender puentes– no solo parece innecesaria, sino que además hace a un lado la asimetría de poder entre quienes conforman ese espacio público atravesado y constituido por afectos y por demandas muchas veces incompatibles. La pregunta es: ¿por qué olvidar estos abismos al hacer foco justamente en los afectos como conexión con el otro?
Pocas veces la irregularidad de la sala 1 del MALBA fue mejor explotada. De hecho, Argote logra transformarla en un espacio público propio conformado por una experiencia estética que pone en circulación afectos diversos. La sala de un museo como espacio de debate público que atiende a los cuerpos que se apegan, chocan y miran, a una historia que acecha a través de sus imágenes más perturbadoras, a sonidos muchas veces interrumpidos por una luz blanca que nos pone en alerta cuando menos lo esperamos. ¿Por qué entonces reclamar la necesidad de unión como objetivo final? Esa irregularidad que se torna tan visible al señalar la conformación afectiva de la esfera pública, ¿no obliga también a recordar la asimetría de poder de sus participantes?, ¿de la justicia como un horizonte que no necesariamente es compatible con puentes universales?, ¿con el abismo infranqueable entre voces humilladas y disonantes y las que refrendan el statu quo? El modo en que Argote señala el empaste entre lo íntimo y lo público, entre la historia y la esperanza, parece no necesitar de este tipo de moraleja que, curiosamente, pone entre paréntesis un lazo tan radicalmente afectivo como es el ejercido por el poder.
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