Abstract
Era hora de publicar en español los escritos de Gabriel Rockhill. El momento llegó con la pandemia y con la nostalgia por el futuro que se alojó dentro de quienes creemos en sus condiciones de posibilidad. El pensar de Gabriel es un pensar contra, un pensar contra su tiempo, pero sin la resignación de quien contempla la anticipada caída del Imperio, sino con la conciencia militante de intervenir en la percepción de nuestra coyuntura para abrir lugar simultáneamente a otros pasados, presentes y futuros. Gabriel se ha abocado profundamente a esta tarea invocando flujos temporales y ritmos humanos subalternizados o directamente ocluidos y avanzando cuestionamientos intempestivos sobre las narrativas del presente. Destaca en su trabajo una voluntad pedagógica que construye sus argumentos con una delicada arquitectura en la que podemos comprender cada uno de los pasos de su derrotero intelectual y seguirlo en el alumbramiento de categorías filosas de pensamiento que se vuelven propias antes de llegar a cada punto y aparte.
Hemos hecho una selección de textos que atiende a la misión de Estudios Curatoriales al centrarnos en las operaciones que Gabriel realiza sobre los campos de la historia, la estética y la política, pero con un espíritu abierto que excede las premisas de una revista académica al incluir de manera intercalada ensayos académicos, capítulos de sus libros y también artículos de divulgación ampliamente discutidos como puede ser “La CIA estudia a los teóricos franceses, la labor intelectual de desmantelar la izquierda cultural”. El resultado es una publicación que esperamos hará girar también las agujas de nuestro huso horario. Privilegiamos la incorporación en esta antología de ciertas problemáticas por encima de limitaciones formales de los textos como puede ser el caso, por ejemplo, de la introducción al libro Contrahistoria del presente (“Hacia una contrahistoria del presente”) en la que apenas se esboza la estructura de la investigación que desarrolla en él, pero cuya inclusión entendemos servirá igualmente para una comprensión más cabal de los principios de análisis que aplica en otros textos. El objetivo de este compendio es hacer de él tan solo un comienzo hacia futuras inmersiones en su trabajo.
Digo que era hora de publicar a Gabriel porque la pandemia ha puesto en la agenda de debate algunos de los temas centrales en su labor crítica. Ante las narrativas totalizantes sobre “nuestro presente”, que constituían antes condiciones indiscutibles de lo dado, Gabriel viene alzando hace años dos preguntas fundamentales: ¿a quién pertenece ese presente? y ¿quién se beneficia con este modo de narrarlo? Ya en 2017 planteó en Contrahistoria del presente una tesis atrevida: la modernidad, la era de las grandes narrativas, no solo está lejos de haber muerto, sino que, por el contrario, se encuentra vivita y coleando bajo el manto protector que le confiere su supuesta defunción. No la llamo atrevida por una pretendida soledad mesiánica –podríamos citar otros escritos en esta dirección porque pensar es siempre pensar con y contra otros–, sino por la exactitud incisiva y las herramientas con las que abordó el problema. Eligió tres blancos: la globalización, la era digital y el triunfo de la democracia. Lanzó entonces los más punzantes y atinados dardos con el fin de cuestionar el carácter de absolutos e irreversibles que hasta la propia crítica anticapitalista, a través de autores como Jameson o Lyotard, había otorgado a estos fenómenos erigiéndolos en un pedestal. Hoy, con el cierre de fronteras, con la imposibilidad de amplios sectores de participar en formas de educación virtual o de realizar trámites digitales debido a la carencia de servicios básicos de internet y de las tan mentadas tecnologías y con el ascenso democrático de gobiernos fascistoides en distintos rincones del mundo, resulta menos difícil entender que la totalidad no es tal y que la mayoría de nosotros habita las fisuras.
Gabriel desarrolló el método crítico de la contrahistoria, que no invierte los signos del relato oficial ni tampoco presenta los fenómenos antes mencionados como meras ilusiones; propone directamente otra lógica de la historia al mismo tiempo que construye alternativas de pasado y de presente en su escritura desde una perspectiva de historicismo radical. Nos regaló así, con genuina generosidad intelectual, una concepción tridimensional de la historia que arrasa con el modismo, ya vaciado de tan remanido, de la cartografía y con el hábito de cartografiar como forma de hacer crítica. A partir de su método de análisis, emergen topografías que capturan la historia en tres modos de distribución: cronológico, geográfico y social. De la descripción estratigráfica de la sociedad –íntimamente ligada a su comprensión materialista de ella– se desprende que los fenómenos se distribuyen de manera desigual en las distintas capas humanas que habitan un determinado espacio-tiempo. Surge así la noción de un presente variegated que no pudimos dejar de traducir al español como abigarrado en un guiño a la crítica decolonial de Silvia Rivera Cusicanqui, cuyo trabajo Gabriel estudia y enseña. La espesura socialmente abigarrada de los múltiples presentes que conviven en un mismo cronotopo bajo diferentes ritmos humanos abre camino para una crítica que pone en valor las diferencias y que no se limita a definir los fenómenos como heterogéneos, sino que se sumerge en su complejidad como clave para la liberación. Estas mismas herramientas son las que le permiten también abordar otros modos de desplegar la historia del arte rompiendo con las ideas de periodización monolítica por épocas y movimientos y ofreciendo un vocabulario alternativo basado en fases, constelaciones y transformaciones metastásicas.
El guiño a Cusicanqui tampoco es arbitrario en el sentido de que el trabajo de Gabriel encuentra infinitas resonancias en un pensamiento latinoamericano al que ha prestado particular atención y con el que dialoga directamente a través de citas a textos fundamentales de autores como Paulo Freire o Eduardo Galeano. También encuentra puntos de contacto involuntarios con otros autores, como Ticio Escobar, en su deconstrucción de la autonomía del arte como invención europea del siglo XVIII. Su crítica al Arte (en mayúscula, moderno y europeo) lo entiende como un concepto etnocéntrico que ha sido trasplantado a distintos rincones del mundo de la mano de los procesos de colonización, globalización y expansión del mercado del arte, lo que resultó en la aplicación de parámetros y juicios modalizadores sobre diversas prácticas estéticas que poco tienen que ver con este desarrollo cultural. Entendiendo también la teoría crítica como parte de una industria cultural entrelazada con una determinada economía política, su lectura pormenorizada de textos de otras latitudes –que también difunde a partir de la traducción al inglés en su trabajo editorial– es, a su vez, un modo de revertir los flujos descritos anteriormente y de no caer en una filosofía de la inmanencia que construya, a pesar suyo, conceptos de pretensión universal.
En su libro Historia radical y las políticas del arte, del cual publicamos la introducción y el capítulo 8, discute con algunos de los más encumbrados pensadores en este ámbito como Jacques Rancière y Cornelius Castoriadis, de quienes ha sido, además, uno de sus principales difusores y traductores al inglés. En un pliegue de la teoría ranceriana, Gabriel rompe con lo que denomina la ilusión ontológica del arte y de la política con el objetivo de desandar toda idea de teoría anclada en conceptos transhistóricos que son siempre nociones inmanentes que se han vuelto ciegas a sí mismas y a los intereses que las sostienen. No existe una esencia del arte y la política y, por tanto, no tiene sentido la búsqueda de una relación privilegiada a priori entre estos campos de acción. Por el contrario, deberíamos apuntar la pregunta hacia los modos de entrelazarse y potenciarse que tienen estas prácticas en la actual distribución de fuerzas. Habla del complejo de talismán como aquella forma fallida de la que adolece gran parte de la crítica de arte contemporánea de entender la politicidad de las obras en función de una capacidad inherente de los objetos o acciones de producir, casi mágicamente, efectos de transformación social por sí mismos. Gabriel acentúa, por contraposición, la socialidad que se articula en torno a ellos como el auténtico sitio de conflicto. Propone una analítica de las prácticas artísticas y políticas basada en un historicismo radical que las entiende como consustanciales y definidas coyunturalmente a través de las permanentes luchas sociales por el sentido y por los resultados institucionalizados de estas batallas. El carácter político de las obras y acciones artísticas no depende de su manifestación objetual, sino, por sobre todas las cosas, de sus circuitos de producción, recepción y difusión. Nos libera, de este modo, de los binarismos que definen las obras como eficaces políticamente o no, autónomas o heterónomas, exitosas o fracasadas y abre camino para una comprensión de los éxitos parciales que nos anime a seguir haciendo.
Quien conozca los diálogos endogámicos de la academia estadounidense y quien pueda advertir la formación francesa de Gabriel se sorprenderá al encontrar en él a un autor irreverente que se dedica a la enseñanza y la escritura como práctica militante de la mano de los más diversos autores. Es un profesor universitario franco-estadounidense que, contra el mandato de su primera nacionalidad, polemiza con Foucault y con el corazón de la filosofía francesa contemporánea demostrando, por ejemplo, la lectura beneficiosa que ha hecho la CIA de los preciados escritos del posestructuralismo. Lejos tanto de la canonización foucaultiana como de las críticas por derecha que se han multiplicado en los últimos tiempos, Gabriel responde a sus propias propuestas de historización y atiende a los circuitos de producción, recepción y difusión de la teoría crítica en cuanto producto cultural. ¿Quién lee? ¿Cómo aplica la teoría? ¿Qué relaciones sociales habilita? Por otra parte, su revisión crítica de un texto fundamental de Althusser, maestro de Foucault y Derrida, en la que cuestiona la preeminencia que ha tomado en la filosofía, a partir de ellos, la pregunta por la subjetivación dentro de la maquinaria capitalista nos permite también pensar acerca de cuáles son los aspectos que hemos dejado de atender en este desplazamiento. Este ensayo –escrito a cuatro manos con Jennifer Ponce de León y que incluimos en esta antología– retoma la pregunta por la ideología incorporando las críticas y las derivas en torno a los mecanismo de subjetivación, a través de una apuesta por un modelo composicional que se centra en la dimensión estética. El ensayo cobra forma mediante un ingenioso ejercicio de montaje que toma una variedad de imágenes y textos de distintos orígenes y tiempos construyendo otros sentidos y potencias para el poder de una estética desde abajo.
Contra su segunda nacionalidad, Gabriel no se limita simplemente a criticar al imperialismo estadounidense; ataca el corazón de su retórica ya desde la categórica sentencia que opera de título de uno de sus conocidos ensayos: “Estados Unidos no es una democracia y jamás lo fue”. Esta sentencia, más difícil de digerir en el Norte Global que en la Argentina –donde conocemos bien el significado tanático del cántico de libertad que resuena bajo la bandera de rayas y estrellas–, se complementa con su contrahistoria del fascismo que hemos decidido incluir en esta antología. Allí, Gabriel arremete contra una noción vacía de democracia. Nos recuerda y registra a través de diversas fuentes no solo la decisiva participación de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial por oposición a los relatos triunfalistas norteamericanos que se despliegan ad nauseam en libros, películas y series, sino, y por sobre todas las cosas, las inversiones de Estados Unidos en la Alemania nazi, las afinidades entre Hitler y Henry Ford, la complicidad de Estados Unidos con el franquismo durante el mismo período, luego con otras dictaduras, y su rescate de jerarcas nazis y fascistas italianos en un proceso de relocalización que los introduce en los continentes americano y asiático como agentes en la guerra contra el comunismo. En esta línea, los movimientos fascistoides del presente, aquellos que Franco Bifo Berardi describe como neorreaccionarios, nos aparecen menos como una irrupción discontinua que como el proceso de emergencia de corrientes subterráneas cuya continuidad es necesaria para, y ha sido sostenida por, el liberalismo.
Gabriel es un pensador marxista que no cree en el confinamiento académico y que rompe sus muros a través del activismo, que incluye la fundación de RED (Rojo), el Departamento de Educación Radical, que nuclea a un conjunto de agentes críticos que practican una pedagogía radical por el mundo. No hay dogmatismo en su trabajo que dialoga con las críticas al materialismo histórico desplegando una metodología de análisis que se nutre de los más variados campos de investigación: la historia del arte, los estudios culturales, la antropología social y la teoría decolonial, entre otros. Rescata también el pensamiento en estética de autores dejados de lado actualmente en esta esfera como Lukács, Sartre y Marcuse a través de lecturas que los actualizan. El resultado son investigaciones de una sorprendente porosidad, abiertas a una multiplicidad de influencias, y sumamente bien documentadas e informadas, que promueven corrimientos necesarios dentro de una enseñanza en ciencias sociales que todavía orbita en torno a textos canónicos cuya revisión se vuelve cada vez más urgente. Allí radica uno de los principales aportes de Rockhill, quien se pone al hombro la ambiciosa tarea de discutir sistemáticamente con ellos.
Describí los textos que conforman la antología en un orden inverso al que le hemos dado, como verán en el índice, porque los puntos de entrada al pensamiento de Gabriel son múltiples y los textos se complementan entre sí. Cierro el prólogo con una cierta sensación de frustración por no haber logrado sintetizar en pocas líneas toda la riqueza de su trabajo, mezclada con el deleite por haberlo traducido y editado y con la confianza y la expectativa ansiosa de que esta publicación hará mella más allá de lo que puedan o no mis palabras. Un texto crítico supone una intervención punzante, un hilo en la aguja que viene a entrelazarse con un tejido ya consolidado de textualidades con el fin de completar sus huecos, tirar de sus hilachas y tensionar sus entramados para generar nuevos patrones de lectura. En nuestro presente abrumado de escrituras, sin embargo, son raros los casos en los que cobra forma este acontecimiento porque como tal depende siempre de dar las primeras puntadas en un tiempo, un espacio y una comunidad precisos. Que así sea, las condiciones están dadas y el tiempo apremia.