Estilo e iconografía

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Nuñez, G. (2021). Estilo e iconografía . Estudios Curatoriales. Recuperado a partir de https://revistas.untref.edu.ar/index.php/rec/article/view/1090

El día del cierre visité la muestra de Manu y Nico en Quimera Galería. Diez ampliaciones de imágenes de obras tomadas de fotocopias que, prolijamente enmarcadas, se recortan del aséptico espacio blanco. Piso blanco, paredes blancas, techo blanco, luz blanca. Las copias remiten al típico apunte de cátedra, de grano explotado, valores virados y sobreexpuestos, de contraste hiper intensificado o llevado a un gris neutro. Todas consecuencias de fotocopiar la fotocopia de la fotocopia de la fotocopia. La ampliación de las pequeñas imágenes las pone bajo la lupa y abre un signo de interrogación.

Recorro el espacio de la galería. Recuerdo la anécdota de que cuando se estaban definiendo las obras para incluirse en una de las primeras grandes publicaciones sobre Picasso en la Argentina, lx editorx se negaba a poner el Guernica entre la selección, apelando a lo mucho que le había costado conseguir los fondos para las imágenes a color, como para “arruinar el libro con una obra en blanco y negro”.

De aquella época es que la cantidad y la categoría de las imágenes que integraban la publicación se especificaba en su tapa, porque en ello radicaba su calidad, seriedad y honores dedicado a le artista homenajeado: “5 láminas a color y 17 en blanco y negro”.

Sin duda, hoy la disyuntiva si impresión a color o en grises no constituye un problema para el sector editorial, pero sí podría serlo, por ejemplo, para las cátedras universitarias de instituciones públicas. Este sería uno de los factores congénitos de las academias públicas, con sus inevitables demoras en la adaptación tecnológica, y sus métodos de transmisión del saber que recurren a imágenes empobrecidas.

Pero hablar de la academia monolítica de Andrea Giunta no sería igual que pensar en el nicho de Aníbal Buede en la Figueroa Alcorta, Córdoba. O, dentro de una misma cátedra (el taller C en Tucumán), hay distancias entre las perspectivas de Carlota Beltrame y Geli González, por ejemplo.

De cualquier forma, la voluntad rectora de la academia es instituir y legitimar una voz del arte oficial, hacer tradición, y no podría existir sin su opuesto complementario. Tal contrapunto es introducido, según se dice, por Martín Malharro en nuestro país, con la famosa “importación” del impresionismo. Es entonces cuando se produce una ruptura y nace el arte moderno argentino y nace, a su vez, la posibilidad de nombrar al arte oficial como tal. A medida que las academias van rumiando lentamente y asimilando “el arte de vanguardia”, legitiman, además, el plagio.

Se dice que “lo que se hereda no se hurta”, sin embargo podríamos decir que la afiliación de lxs artistas a tal o cual escuela o movimiento no es otra cosa que hurto. Cada vanguardia con su ineludible manifiesto funda las bases y asienta un instructivo detallando las vías para su plagio; la academia, luego de un tiempo, lo legitima y lo pone en circulación en el carril de la tradición.

“Todo lo que no es tradición es plagio” mandó a tallar en piedra Eugenio d’Ors sobre la fachada del Casón del Buen Retiro en Madrid. En esta breve sentencia el autor vincula de manera ambigua tradición y plagio. En cierto punto, la tradición, las costumbres, el remitirnos a la fotocopiadora de cabecera para sacar la misma copia que hace décadas lo hicieron otrxs estudiantes, constituye un gesto de traducción: la inevitable transposición de generación en generación o, cuánto menos, de original a copia. A su vez, la traducción implica inevitablemente la traición. Traducir es traicionar, adaptar libremente en vistas de su mejor entendimiento en un ámbito otro, o en una segunda instancia, y no de las cualidades originarias del lenguaje del que se parte. La distorsión, variación, la multiplicación y el ruido forman parte de la traducción.

Esta muestra, Estilo e iconografía, parece apuntar al ruido propio de esa caja negra. La zona que se ubica en medio de un proyecto didáctico y su instancia de recepción: un alumnado mestizo y multicolor que digiere y tergiversa aquellas imágenes en monotinta a escala de grises. Pasillos que rebalsan de banderas y panfletos de agrupaciones políticas, miles de fichas de excel ilegibles pegadas en las paredes, perros durmiendo en las aulas, powerpoints de cinco lúmenes proyectados a plena luz del día. Porque el ruido (presente en todo canal comunicacional) aquí se muestra en tal grado que corroe el mensaje, expandiéndolo, posibilitando su ampliación, desdibujando su rotundidad.

Estilo e iconografía se podría entender como un señalamiento a que la fotocopia, en tanto medio para la educación artística, constituye un acto de profanación para con las obras que venera y difunde. La academia misma saquea y desmantela el edificio marmóreo que divulga.

Ya no se trata de movimientos que buscan grandes rupturas definitivas contra el arte oficial, sino que es la propia academia quien degrada la tradición, generando miles de pequeñísimas rupturas infinitesimales. Reventando el grano de las imágenes, imprimiéndoles un ruido sórdido y luego poniéndolas nuevamente en circulación.


Vista de sala, fotografía de Catalina Romero, gentileza Quimera Galería

Vista de sala, fotografía de Catalina Romero, gentileza Quimera Galería

Manuel A. Fernández y Nicolás Martella, 10 (Nosotros afuera)

Manuel A. Fernández y Nicolás Martella, 133 (El camino serpenteante)

Manuel A. Fernández y Nicolás Martella, 137 (Girasoles)